martes, 24 de noviembre de 2020

De Beragu a Zaldinaga



Domingo, 22 de noviembre de 2020


Casi un año más tarde, hemos vuelto a Gallipienzo. 

Subir a Beragu y Zaldinaga, descubrir aquellos hermosos valles, inmensos y cargados de historia, a un lado Ujué y al otro Abaiz y Santa Criz, nos hizo organizar esta salida con un grupo de buenos amigos para que conocieran también esta parte de, como dice Juanjo, "la Navarra profunda".

Son las 08:45 horas. Aparcamos a la entrada del pueblo. 


El termómetro marca -1º. No anda aire y la sensación térmica no es de tanto frío. 

Vino puro y ajo crudo, hacen andar al mozo agudo. 

El cielo limpio, azul, invita a adentrarnos en el monte. 

Un poco más adelante de la iglesia de San Salvador, Damián nos está esperando con la galga Vera. 

Comenzamos a andar. 

Antes de adentrarnos en el monte echamos una mirada hacia la Val d'Aibar. 

Abandonamos el camino ancho para, por estrecha senda, subir en fuerte pendiente hacia unas palomeras. 

Poco a poco vamos ganando altura. 

Los bojes, enebros y coscojas forman una tupida alfombra. La temperatura sigue fría.

A pesar del esfuerzo no sobra la ropa. 

09:30 horas. San Pelayo (770 m). 

Poco tiene que ver con su tocayo valdorbés. 

Un roquedo de conglomerado  alberga un pequeño cahír que indica la cima. 

Hacemos una breve parada y contemplamos el paisaje que se abre a nuestros pies. 

El camino hacia Beragu continúa por senda bien marcada. 

En algunos tramos se acerca de una manera inquietante hacia el cortado. 

Hay un par de pasos, sin excesivo peligro, en los que hay que andar con precaución. 

Superados éstos, el resto del camino transcurre con toda normalidad. 

10:30 horas. Beragu (806 m)


Esa altura es la que indica un pequeño poste en la cima, aunque nuestros dispositivos dicen que son unos treinta metros menos. 

Solo las vistas ya son un espectáculo. Tenemos enfrente la Peña de Izaga, a su izda. la Higa. A su dcha. el Orhy con sus 2.021 m de altura emerge por encima de cerros y montes menores. 

Es hora de reponer fuerzas. Buscamos, un poco más adelante, un carasol y nos sentamos a almorzar. 

Cuando terminamos, Andrés y Charo nos sorprenden con una caja de bombones. La han subido para celebrar sus bodas de oro. Los dulces van pasando de mano en mano bajo la atenta mirada de Vera que, sin entender nada, espera a que "caiga algo".

El sendero nos lleva a una antecima entre jaras, tomillos y chaparros. 

En la antecima de Zaldinaga hacemos otra parada. 


A nuestros pies divisamos la ciudad romana de Santa Criz y, un poco más a la izda., el despoblado de Abaiz. 

11:40 horas. Zaldinaga. 

En la cima no hay nada. Un minúsculo cahír da fe del lugar. 

Miramos hacia el S. El Moncayo también se hace visible.

Y Ujué, desde una perspectiva diferente y también hermosa. 

La romería de Gallipienzo es, sin duda, la más típica y emotiva de cuantas se celebran en Ujué. Los vecinos de Gallipienzo llegan por la sierra hasta la ermita de San Miguel y allí se organiza la procesión, que sube, por la calle del Cuerno hasta la plazuela del Santuario. Los romeros portan la cruz parroquial, la bandera municipal y los estandartes de los gremios. Les espera el párroco de Ujué y mucha gente que acompaña a la procesión. Resulta emocionante, en la misa, el acto de rendir banderas en el momento de la Consagración. Durante la procesión, a lo largo de la misa y en el acto final de la despedida los de Gallipienzo no cesan de cantar bellos cánticos y letrillas a la Virgen, como este:

Adiós picos, adiós torres

Adiós oh campanas bellas

Adiós mi Virgen de Ujué

guardad siempre a esta doncella. 

 (J. C. Lorente Martinena)(Ujué: Arte, devoción y cultura).

Regresamos por la misma senda hasta encontrar un desvió a nuestra dcha. que desciende en fuerte pendiente. 

La bajada es penosa. Las piernas se tensan venciendo el desnivel. 

Cuando llegamos a la zona llana caminamos aliviados. 

El viejo camino nos lleva por el valle de Valescura. 

Orillamos una pieza y llegamos a unas ruinas. 

12:55 horas. Corral de Ferrer. 

Un poco más adelante hay un cruce de caminos.

Estamos en el GR-1 o Sendero Histórico. 

Se encuentra en vías de recuperación debido a su gran importancia. Con unos 1.600 km de longitud, comienza en Ampurias y termina en Finisterre.

A partir de aquí nuestra ruta coincide con el GR, aunque las marcas son casi inexistentes. 

12:55 horas. Corral del Camino de Ujué.

 

En una de sus esquinas sobrevive, medio descolorida, una de las marcas del recorrido. 

El corral también parece abandonado aunque en mejor estado que el de Ferrer.

Una larga cuesta nos va a llevar lentamente a Gallipienzo. 

En las laderas descubrimos algunos madroños en flor.

Y hasta un humilde y poco frecuente Serval de los Cazadores. 

Antes de entrar en el pueblo nos detenemos para observar unos cuantos ejemplares de buitres que sobrevuelan por las inmediaciones del río Aragón. 

14,00 horas. Gallipienzo. 

Llegamos al pueblo.

La bajada por sus calles estrechas y viejas nos transporta a otra época. 

Nos viene de paso, pero la visita al Taurobolio es obligada. 

Ha sido una excursión larga pero estupenda. 

En días así y con esta compañía, pronto repetiremos la experiencia. 

En este enlace se puede ver la ruta de Sergismundo que es la que hemos seguido nosotros hoy. 


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa

Un pueblo asombroso: Gallipienzo. Domingo 22 de noviembre de 2020

          

1.  En el día de la música,un pueblo todo de piedra

No pretendo ser maximalista, pero sí creo que hay que dejar constancia de que este enclave navarro, por el que hemos andado hoy, Gallipienzo, es un pueblo singular. Sí, ya sé que me diréis que todos los lugares navarros lo son; que todos nuestros pueblos tienen mucha y diversa historia y que, a cada cual, lo suyo. De acuerdo; yo también opino que los navarros, los españoles, somos gentes nacidas en un solar a caballo de varios climas, pero amalgamados, a pesar de las diferencias (orográficas, climáticas, botánicas, zoológicas, lingüísticas y etnográficas), que contiene, por una parte, nuestro pequeño, pero contundente, reino y, por otra, nuestro gran País. Este es un hecho, diríamos, común a muchas de nuestras regiones.

 Pero, hay pueblos y pueblos. Y, tengo que confesarlo, a mí esta última visita; este último periplo que hemos realizado Los Caminantes por el término de Gallipienzo, me ha impresionado más que otras de las múltiples andadas de las que hemos disfrutado en nuestra larga trayectoria. Por varias razones, de las cuales destacaré solo dos: La primera, ¡cómo no! Lo difícil y laberíntico del desarrollo urbanístico de la villa; en segundo lugar, el ensamblaje tan magnífico que se produce entre esta, los montes que la circundan y el río Aragón. No hay sinfonía, ni cuadro pintado por manos humanas, ni poema, que pueda igualar la fuerza, la pujanza de vida y la reciedumbre de la unión de estos tres elementos, cuya cumbre es la torre de una iglesia que desafía al tiempo y a los elementos desde las alturas; desde la iglesia de San Salvador, que mira, cara a cara, al Cielo y al amplio horizonte. Sin pestañear, con voz de Cierzo y vuelo de ave rapaz. 

 

2.  Las raíces: Situación e historia

Leyendo, buscando en diversas fuentes documentales, recopilando datos, he podido constatar que estos son bastante numerosos, por lo que, hoy, me limitaré a apuntar solo alguno, a título general, a modo de una primera aproximación, dejando para posteriores visitas a estos parajes los referidos a lugares por los que no hemos andado y que soportan hechos históricos de cierto peso. Me refiero, fundamentalmente, al río Aragón y al puente.

Don Julio Caro Baroja, en su estudio “La Casa en Navarra, CAN, Pamplona 1982, Volumen III”, dice, a partir de la página 219:

“La posición de Gallipienzo es inversa a la de Cáseda, es decir, que está al Norte del mismo Aragón, con el puente al Sur, con ligera inclinación Sudeste. Si en Cáseda el elemento vasco aparece poco, en Gallipienzo, que también tiene un extenso término hacia el Sur, es abundante. No ha de chocar, porque se sabe que a comienzos del siglo XVIII todavía se hablaba allí el vascuence. Esto lo afirma un nativo de la villa que le da el nombre de “Galipenzu”. “Penzu” o “pentzu” debe ser pendiente. El elemento primero es más enigmático. Como en el caso de Cáseda, el blasón de la villa se hizo sobre una interpretación peculiar del nombre: a la luz de una palabra romance, Gallipienzo tiene, en efecto, en su escudo, un castillo con tres torres, la más alta al centro; sobre ella va un gallo posado, que se consideraba símbolo de la vigilancia. Una vez más nos encontramos bajo los efectos de una etimología popular, que, a la par, resulta funcionalmente explicable. Pero, si el nombre es vasco y “pentzu” o “penzu”es pendiente, “gali” (no“galli”) puede interpretarse como derivado de “gari” = trigo.

Una cuesta cultivada con el cereal, abundante aún hoy. El caso es que el pueblo está en una pendiente pronunciadísima, mirando al Sur, y que, desde él por doquier, en el horizonte, se ven cuestas o cerros elevados. El río corre estrechado y del pueblo al puente hay un espacio abrupto.

La vida de Gallipienzo como entidad urbana ha sido bastante dramática, por lo que se alcanza a saber. Se le concede el fuero de Sobrarbe a la vez que a Tudela y Cervera en 1124 (¿?) si es que no hay duda sobre el texto. Desde entonces aparece como pueblo de frontera, con castillo de cierta importancia, como pueblo en camino de importancia también en la circulación general, de suerte que en él se documenta un núcleo judío, y como centro agrícola.

En 1802 se le dan noventa casas y quinientos habitantes. Las noventa casas constituían dos núcleos. Uno era el más alto y más antiguo al parecer, constituido por el barrio de San Salvador, iglesia que se arruinó; única parroquia hasta 1640. Después de aquella fecha hubo disputas respecto a la autoridad parroquial entre esta iglesia vieja y la de San Pedro, que estaba en el barrio más bajo y ya más poblado. El pleito se resolvió dando la misma categoría a ambas, con un solo vicario. Pero en 1785 se suprimió la parroquia alta, por considerarse que San Pedro estaba en sitio más llano y cómodo. También se amplió. A mediados del siglo XIX, Gallipienzo había aumentado en relación con la fecha anterior no más de cien habitantes y tenía diez casas más. El casco se distribuye en seis calles, varias callejuelas y cantones y dos plazas. El puente de cuatro arcos había sido deshecho durante la guerra civil [primera carlista]. Don Carlos pasó por él a efectuar la expedición a Aragón. Pero ya antes había sido quebrado: en tiempos de Felipe V y en la guerra de la revolución [francesa]. Gallipienzo llega en el censo de 1888 al máximo, pues se le asignan 790 habitantes. En 1900 baja a 748 y luego a algo menos; el núcleo urbano tenía 139 edificios y había diseminados 152 corrales, bordas, etc. De comienzos de siglo a nuestros días Gallipienzo ha sufrido un descenso muy sensible, pues en publicaciones recientes se le dan noventa habitantes menos que en 1366. Es decir, doscientos diez. Y se puede comprender que esta caída afecta a la fisonomía del núcleo urbano, en el que la parte alta se ha vaciado más y más, creándose un núcleo nuevo abajo (…) En cuanto al caserío se percibe bien su estructura en compacta cuesta, de piedra en su parte mayor, con tejado de tejas combinado con algunas losas. Casas sencillas, pobres en su mayoría. No faltan las de estilo gótico con arcos sencillos o amainelados, y algunas más modernas con blasón o con tallas e inscripciones sencillas. También en Gallipienzo se registra la existencia de un palacio.

En todo caso hoy se ven algunos edificios blasonados y se nota algún movimiento de familias que llegan de lejos a comprar casas con objeto de utilizarlas para vacaciones, cosa que se observa también en otros núcleos de esta Navarra media oriental, tan decaída en los últimos tiempos, por casas harto mecánicas.”

 

3.  Visión impresionista de un caminante  

Y, desde este lugar, hemos partido, al toque prístino de una campana bien timbrada, que marcaba las nueve de la mañana y lanzaba  su son de cristal hacia el éter helado, como si quisiera dejar colgadas sus notas bajo un cielo azul en homenaje a Santa Cecilia.

Luego, yendo hacia el Oeste, hemos monteado, de una a otra cumbre, como ya habéis leído, por trochas y sendas que, a veces, colgaban del abismo, por su parte norte.

Y, acompañándonos, por la izquierda, un valle largo, profundo y recóndito que acaba en Ujué. Por la derecha, la Val de Aibar, que comienza en tierras aragonesas, en el pueblo de Longás, bajo un monte con dos cumbres, llamado Santo Domingo, y que abre la Val de Onsella (Longás, Lobera, Isuerre, Gordués, Navardún), flanquea las cinco villas de Aragón a los pies de Sos del rey Católico y, luego, pasa el testigo a tierras navarras (Sangüesa, Aibar, Sada, Cáseda, Ayesa, Gallipienzo, Eslava y Lerga). Para cerrarse en el Paso de San Ginés (antiguo monasterio), en el monte Indusi, antes de bajar a las tierras llanas de Tafalla y Olite, pasado San Martín de Unx.

                            “Santo Domingo bendito

                            que estás en campo fenero,

                            guarda a las mozas de Biel

                            y a las de Longás primero”

                                      (Copla popular de Longás)

 

Tierras de trigo, como queda dicho. Y de torres de vigilancia; y de barrancos que desaguan en el río Aragón, verdadero señor de estos lares, donde, antaño, abundaban los lobos y hoy se pasean, a sus anchas, los zorros y los jabalíes, entre las coscojas, los enebros, las jaras, el tomillo, el romero, las ilagas y algún boj que otro. Y, en los bordes afilados que miran hacia el norte, rocas, infinidad de cantos rodados, cortadas con limpieza por el bisturí del cierzo que los sabios llaman “catabático” (viento de hielo) y que cercena la roca en dos mitades de una manera asombrosa. Nunca habíamos observado tal profusión de ellas, tal frecuencia de este fenómeno, como en los kilómetros que separan el monte Beragu, en un extremo, del Zaldinaga, en el otro.

Y en paralelo, abajo, a un lado las ruinas de la urbe romana de Santa Criz, en Eslava; al otro, el poblado e iglesia medieval de Abaiz, en Lerga. Forzando un tanto la imaginación, podría vislumbrarse, a través de la bruma de los tiempos, cómo baja el habitante de un castro vascón desde las estribaciones de la sierra de Leire; se transforma en un legionario romano al pasar por Santa Criz y, luego, es un monje medieval al llegar a Abaiz, para, por fin, acabar siendo un campesino que mima sus viñas en Lerga, camino de la Ribera.

¡Por soñar, que no sea! ¡Y todo lo que se queda en el tintero a modo de ermitas, cañadas, caminos, corrales, barrancos, balsas, bosques, pastos y tierras de pan traer!

Sin contar el río Aragón, hermano de los montes, sendas, cañadas y carreteras, a cuya vera se levantan hoy algunas empresas modernas cuyos humos y efluvios nos recuerdan que, para bien o para mal, estamos en el siglo XXI. Unas tierras proyectadas a la Eternidad.

 

Buen camino. Vale.

 







martes, 17 de noviembre de 2020

El abrigo de Artusia (Unzué)




Domingo, 15 de noviembre de 2020


Para hoy teníamos proyectada una bonita excursión. 

Subiríamos a la Peña del Abrigo, después a la ermita de San Bernabé y terminaríamos visitando las dos canteras abandonadas del Carrascal. 

Nos hemos tenido que conformar con la mitad del proyecto. 

Una batida de jabalíes que ocupaba la primera parte del recorrido nos ha hecho cambiar de planes aunque, al final, nos ha salido una excursión estupenda. 

Son las 08:30 horas. Aparcamos cerca de las Canteras de Alaiz. 

El termómetro marca 8º y el cielo tiene más nubes que claros, aunque no hay peligro de que nos mojemos. 

Ajo ¿porqué no medraste? Porque para San Martín (11 de noviembre) no me sembraste. 

El frío bochorno nos obliga a salir abrigados. 

Llegamos a la primera zona de rocas, donde se practica la escalada. 

Apartado del camino, hay un coche con un remolque para llevar perros. 

Un cartel, clavado en un árbol, informa de recomendaciones básicas de seguridad para los escaladores. 

Entramos en el desfiladero. 

A ambos lados del camino, las grandes paredes calizas resultan imponentes. 

Un poco más adelante vemos un triángulo en el suelo en el que avisan de que hay batida de jabalíes. 

Un hombre, muy amable, nos franquea el paso. 

- "Estamos cazando entre la Peña del Abrigo y San Bernabé. Somos un grupo de Pamplona y nos hemos juntado con los de Unzué. Los jabalíes les están haciendo mucho daño en los campos y nos han pedido que les ayudemos en la batida".

Decidimos cambiar la ruta. Seguiremos por dentro de la sierra y volveremos hacia el pueblo.

El camino ancho discurre entre brezos y madroños. 


Estos últimos tienen los frutos en plena sazón. 

Cruzamos una pieza y, al llegar a un desvío, nos salimos un momento por el camino de la izda. 

09:20 Horas. Borda de Aitzertea.


Está totalmente en ruinas, pero, por lo que se puede apreciar entre la maleza, no era una borda pequeña. 

Volvemos al camino principal.

Caminamos por el bosque hasta el siguiente desvío a la izda. que también tomamos. 

Juanjo, que conoce el lugar, nos dice que un poco más adelante encontraremos algún madroño de buen porte. 

El camino está cortado por una alambrada y una gruesa sierga, pero han dejado un paso en la orilla para los peatones. 

Un cartel de madera avisa de que nos encontramos en una zona que es Patrimonio Forestal de Navarra.

Cuando volvemos, dos ciclistas se afanan en subir la dura pendiente.


 

Descendemos por el camino ancho y en buen estado hasta que cruzamos el barranco de Arluxea. 


En el trayecto abundan los escaramujos, los bojes y los brezos. 

Llegamos a la fuente y  paramos a echar un bocado. 

Abril de 1823. También están anotados los abundantes fallecimientos en el río Cidacos, Cemborain, río de Sansoain, balsas, barrancos y pozos del valle, por accidentes, caídas, riadas o suicidios. 

Entre ellos destaca el siguiente: Se encontró en el cascajar del río, cerca de la muga de Garinoain y Pueyo, a Tiburcio López, que según testimonio de sus padres y otros de Unzué, fue arrebatado de la corriente de las aguas en el monte de dicho Unzué, quedando en trásito del río, en varios sitios, las ropas que llevaba puestas. (P.M. Flamarique)(Historias, sueños y leyendas de la Valdorba. Cuaderno tercero).

Una vecina del pueblo con la que compartimos a veces paseos montañeros viene del valle y se para con nosotros. Nos comenta el hallazgo arqueológico del Abrigo de Artusia. 

Decidimos bajar a verlo. La mañana se nos ha arreglado. 

Un panel explicativo nos pone en antecedentes sobre el lugar que vamos a visitar. 

Descendemos hacia el abrigo. 


Está bien señalizado.


Los accesos son nuevos y cómodos para facilitar el acceso al hallazgo. 

Después de bajar un par de tramos con escaleras, nos encontramos con un panel que explica los trabajos realizados y su porqué. 

Nos detenemos un momento a visitar el conjunto. 

Junto al cauce del barranco se encuentran las catas que se han hecho para los trabajos arqueológicos. 

12:30 horas. Abrigo de Artusia. 



Nos encontramos en un lugar escondido. Sobrecoge pensar que estuvo habitado hace más de 6.000 años. 

Para saber más de este lugar pinchar aquí

Volvemos a cruzar el barranco y encontramos una senda estrecha que nos va a llevar a las canteras por el paraje que en Unzué llaman El Chaparral. 


En la parte más despejada de la ladera encontramos alguna plantación dedicada a la trufa. 

Las sendas se pierden y vuelven a aparecer, hasta que encontramos una ruta de BTT que nos lleva por un bosque precioso. 





El camino, en ascenso, nos lleva hasta una caseta de toma de aguas. ¿Será la antigua captación de aguas de Tafalla? No tiene ningún letrero que nos saque de dudas. 

Adentrándonos en el bosque llegamos a una bifurcación. Tomamos la de la dcha. y subimos. 

12:30 Horas. Cata de cantera. 




Es un espacio amplio y desolado. 

Regresamos al camino.

Todavía nos queda un sendero estrecho y boscoso. 

Los enebros, bojes y encinos forman una pared natural impenetrable. 

A nuestra izda. se deja ver la torre medieval de Olcoz. 

En diez minutos llegamos a la Cantera de Enmedio.


En su enorme pared rocosa se aprecian las marcas de los barrenos. 

El paraje es desolador. El suelo está salpicado de ruedas quemadas. Hace unos años se utilizó de vertedero de neumáticos; allí mismo se les pegaba fuego. Desde la autopista y y la carretera, de noche, se podía ver el resplandor que provocaban las llamas.


Los edificios donde se trabajaba la piedra están destartalados y en ruinas. 

Abandonamos la cantera y el último tramo hasta llegar a los coches. Lo hacemos por el camino contiguo a la autopista.

13:00 horas. Fin.

Nos ha salido una excursión estupenda. Cuando hemos tenido que desechar el plan de subir a la Peña del Abrigo y San Bernabé nos hemos quedado indecisos, pero caminar por la sierra de Alaiz y descubrir el Abrigo de Artusia ha sido un verdadero placer. 

En este enlace se puede ver nuestra ruta de hoy. 

Harina de otro Costa

por Juanjo Costa

La espiral del progreso alrededor de una zona con personalidad: Los alrededores de la Peña de Unzué y sus circunstancias.

          

En los comienzos

 

Al principio, según cuenta la Biblia, creó Dios el Cielo y la Tierra. La Tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. El Señor Dios plantó huertos y huertos, a los que denominó “El Edén”, y en ellos puso a la mujer y al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer. De los “Edén” salían ríos que los regaban.  

 

         Lo que no cuenta el Libro Sagrado es que Dios, en su sabiduría, fue repartiendo, de manera equitativa, un Edén tras otro, por todos los confines del planeta Tierra. Por esta zona, cayeron varios: Pirineos, Belagua, Irati, Baztán, Andía, Urbasa, la Cuenca, Zona Media, la Ribera del Ebro… y, en los lugares más bajos del relieve, el mar. Sí, sí, el mar que entraba hasta el fondo de Navarra, desde el océano Atlántico, y batía con sus olas los confines de la Bardena.

 

Sin embargo, un día de mucho viento del sur, de mucho bochorno, las aguas del mar se fueron retirando hacia el norte y salieron, para siempre, de estas tierras para nunca más regresar. Con el fin que se le recordara, el mar dejó, a modo de regalo, una serie de animales fosilizados, de rocas marinas y de depósitos de sal, por aquí y por allá, para que quien los encontrara o bebiera las aguas saladas de algunos barrancos, supieran que había estado ahí.

 

         Esto hizo Dios y cuando llegó el día séptimo y había terminado su obra, descansó de todo lo que había hecho. Y se quedó tranquilo, viendo que todo era bueno. Luego, dio la potestad a la mujer y al hombre de poner nombres a todo cuanto les rodeaba. Y así lo hicieron. A lo largo de todos los confines del ancho Mundo, los hombres y mujeres fueron nombrando todo tipo de seres y plantas, fenómenos metereológicos, formas del relieve terrestre, utensilios y descubrimientos que iban realizando. En cada zona del Orbe según les soplaba el viento o les daba el sol y, de ese modo, se iban creando también las diferentes lenguas. Y, hasta hoy. De esta época nos ha quedado en las afueras de Unzué un yacimiento prehistórico convenientemente estudiado: “Paleoambiente y cambios culturales en los inicios del Holoceno: el abrigo de Artusia (Unzué, Navarra). Separata de la Revista de TRABAJOS de Arqueología de Navarra, nº 26. Gobierno de Navarra. Pamplona 2014”.

 

        

Hoy

Este pasado domingo, como ya habéis leído, Los Caminantes nos fuimos a dar un garbeo por el Edén de la zona norte de La Peña de Unzué. En una sabia maniobra envolvente, teníamos la pretensión de rodear una parte de la sierra de Alaiz, esa que está desapareciendo, a ojos vistas, bajo una especie de carcoma de la piedra que se llaman “las canteras”. Mucho “canto”, pero poca música. Y, además, predomina la percusión: el traqueteo del tren, los rugidos de los camiones y de los autos y, los días de labor, de vez en cuando, el sordo sonido de los barrenos que desgajan la caliza con un estampido que sobrecoge. Puedo dar fe de ello, pues hace muchos, muchos años (casi todos, que diría un castizo) yo ejercía de maestro en un pueblo de la zona y, en medio del análisis de una oración subordinada sustantiva, o del dibujo de un preciso elemento geométrico, la pizarra se convertía en un improvisado sismógrafo, que recogía, a modo de epicentro, la traza del seísmo que producía la dinamita (o lo que fuera), al desgarrar las tripas de la montaña. ¡Qué queremos, son cosas del progreso! No se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos.

 

Incluso conocí en el transcurso de mis años de docente “sísmico” a un par de licenciados que tenían el empeño de realizar sus tesis doctorales estudiando la repercusión que el fenómeno, bastante frecuente a la sazón, en el desarrollo físico y psíquico de los niños, niñas y adultos de la zona. Yo, en mi modestia de maestro de pueblo, colaboré en lo que pude y supe, contestando con diligencia a las preguntas que me hicieron el uno y la otra, sobre el motivo de sus trabajos. Pasados unos años pude conocer, por haberlo leído en el Diario de Navarra, que la licenciada en pedagogía había publicado su tesis bajo el sugerente título de “Repercusiones del estallido de los barrenos de las Canteras de Alaiz (Navarra) en el proceso cognitivo de los escolares de la zona”. El chico, que había estudiado medicina, también publicó su tesis. En su caso, el epígrafe del trabajo rezaba: “Porcentajes del incremento de las enfermedades nerviosas (y otras) producidas por la explosión de los barrenos: sorderas, abortos espontáneos, insomnios y baile de San Vito permanente, en los niños y adultos del entorno de las Canteras de Alaiz (Navarra)”. Tengo que confesar que no he leído ninguna de las dos, pero siempre me quedará el orgullo de haber colaborado en estudios de tanta importancia para el desarrollo de la Ciencia. Curiosamente, ambos doctorandos en aquellos tiempos lejanos, pertenecen hogaño a sendos parlamentos autonómicos españoles. Creo que, dentro de estos, son los que, en ambos casos, ostentan las titulaciones de más categoría entre sus compañeros y compañeras surgidos, estos, directamente de las “escuelas” de varios partidos políticos sin pasar por oficina de afiliación a la Seguridad Social alguna. Siempre me quedará la duda de si ellos dos, tras estudios tan sesudos e importantes llegaron a cotizar por el ejercicio de alguna labor remunerada. Puede que no, pues ahora se lleva el no tener estudios, o tenerlos escasos, para ser un padre o madre de la Patria, aunque sea de la chica.

 

Y, por si fuera poco

 

Y, para finalizar con esta libre interpretación del paseo por este “Edén” baldorbés, que tanto nos hizo disfrutar este domingo (siempre es sugerente cómo se va degradando el paisaje a fuerza del dios progreso), la “guinda”.

 

Al poco rato de echar a andar y prometiéndonoslas muy felices con el itinerario diverso, ameno e ilustrado que, como siempre prepara Javier, nos encontramos que un nutrido grupo de aguerridos fusileros, ataviados con vistosos chalecos fosforitos, y sus hordas de canes maulladores que nos disuadieron “amablemente” de nuestros propósitos. Su mensaje, ciertamente contundente. Primero los triángulos: “Atención, Batida”. Luego, los tiros y los gritos, mientras azuzaban a los perros contra los jabalíes.

 

Rodeaban, literalmente, la montaña. Eran algo menos numeroso que el “Ejército de Panchovilla”, pero se le oía más. Así que, con el alma encogida por el riesgo real que suponían las armas, pusimos pies en polvorosa y nos fuimos por derroteros menos comprometidos. Yo me acordé de aquella frase oída en alguna película del oeste que vendría muy a tono para gritarles a los sufridos jabalíes: “Remeber the Alamo”(recordad el Álamo). Por lo menos, almorzamos mientras manteníamos una ilustrada conversación con algunas personas conocidas, oriundas de Unzué. Y, por suerte, siempre nos quedará “La Peña”. Hoy sí que viene a cuento la frase emblemática que un día pondremos en nuestro escudo de armas de andarines: “Aún queda aventura en el monte”.

 

Buen camino. Vale

 

 









martes, 10 de noviembre de 2020

Dos paseos por Berbinzana


Domingo, 8 de noviembre de 2020


Cuando la semana ha sido lluviosa y prevemos que los caminos estarán embarrados, echamos mano de algunas rutas guardadas que nos garantizan poder caminar bien. 

Sergismundo me mandó hace tiempo un par de rutas cortas en Berbinzana que, uniéndolas, resultan ser, como en los supermercados, un 2 x 1. 

El paseo de hoy va a ir por las orillas del Arga. Tienen buena pinta y, además, estamos en la época en la que se puede disfrutar de esos parajes sin temor a ser acribillados por los mosquitos. 

Son las 08:30 horas. Aparcamos junto al puente del río.

Cuando el erizo se carga de madroños, entrado está el otoño.

El cielo, aunque algo cubierto, no amenaza lluvia. La temperatura es de 9º y el viento frío del SE, aunque ligero, 13 km/h nos obliga a abrigarnos bien.

El primer recorrido de Sergio es: Paseo por el Sotico al Molino.

Salimos y seguimos el curso del río. 

El Arga baja caudaloso. Entramos en la chopera para acercarnos a la orilla. 


Un buen ejemplar de chopo hace de centinela. 

La hierba esta mojada, fría, y nuestros pies comienzan a notar la fuerte humedad. 

Caminamos un rato entre el arbolado y salimos al camino. 

Orillamos el campo de fútbol donde juega el Injerto. 

Está limpio y bien cuidado. 


A pesar de estar ubicado en una población tan pequeña es, exagerando un poco, mundialmente conocido porque se inunda frecuentemente. No es raro que el agua llegue hasta el tejado de las casetas. 


El camino continúa entre campos y huertas. 




Varias piezas plantadas de injertos de viña hacen que nos detengamos a admirar el excelente trabajo. 

Un poste y un edificio medio escondido nos indican que hemos llegado a nuestra primera parada. 

09:00 horas. Molino y Boca de la Mina. 

Abandonamos el camino y, por estrecho sendero, nos adentramos en el soto. 

Es un tramo precioso, lleno de vegetación. 

Escondido y limpio, nos va llevando hacia la Cabaña de las Tajaderas. 

Cruzamos un pequeño puente y descubrimos la boca del regadío. 

Un panel bien conservado informa del uso que se hacía en otra época de todo lo que estamos contemplando. 

El sendero continúa, ahora ascendiendo, hasta llegar a un camino ancho por el que transitamos unos metros hasta dar vista al río.


Estamos a 340 m de altura. Desde aquí las vistas son espectaculares. La erosión y las lluvias han provocado desprendimientos del terreno dejándolo con aspecto bardenero. 


Miranda de Arga se oculta tras la niebla. El Moncayo se asienta en un mar de nubes con sus laderas nevadas y, al O., Larraga y su campanario observan a Berbinzana en el fondo del valle. 

Volvemos por el mismo sendero y salimos al camino principal que se dirige hacia el río entre viñas y huertas.

En el cielo, el griterío es escandaloso. Nos detenemos a contemplar el espectáculo. 


Cuatro bandadas de grullas se dirigen veloces hacia el S. llevando su característica formación en V. Un poco más al E. descubrimos otras tres bandadas en la misma dirección. 

Al llegar al coche, antes de comenzar el segundo recorrido, echamos un bocado. 

La peste no se detenía. Para el verano de 1412 la plaga habría alcanzado ya dos de las principales localidades del reino. Estella, muy castigada por el hambre como hemos visto, la padecía aún a finales de año. Refiriéndose a la penosa situación que se vive en ella, un documento real fechado a mediados de diciembre de ese año nos dice que "por la mortandad que continúa de cada día, los habitantes de la dicha villa son en vía de perdición". En otro posterior también se nos habla de las pérdidas humanas habidas en Sesma, Lerín, Berbinzana, San Martín de Unx y Tafalla. (La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste (1348 - 1723)(Peio J. Monteano) 

Comenzamos el segundo recorrido por el camino que va paralelo al río. 

También hay huertas y campos con injertos.

El canal de Miranda tiene unos tramos enterrados y otros descubiertos. 


Nos encontramos una parte de él sin enterrar. 


Pronto el camino se convertirá en sendero hasta llegar a un punto en el que hay que abandonarlo. 

Salimos a un camino ancho, con una cancela abierta, y llegamos a la Casa de Captación.

Es un edificio grande y nuevo. 

Un sendero nos invita a continuar el recorrido. 

El paisaje se ha vestido de otoño. La naturaleza dormida ofrece un cromatismo sereno e íntimo que permite saborear este rincón escondido al lado de un grandioso río. 

Dejamos la senda para bajar a su orilla. 


10:30 horas. Playa fluvial.


El sendero que baja hasta la orilla del Arga es estrecho, pero está bien marcado. 

La maleza se ha apoderado del entorno, aunque dejar avanzar sin dificultad. 

El agua se remansa en una quietud sorprendente. 

Volvemos a la senda. 

Conforme avanzamos, el rumor del agua se va haciendo cada vez más fuerte. 

10:45 horas. Presa del Sabucar. 

La fuerza de la corriente impresiona cuando nos acercamos a ella. 

El canal de Miranda va al descubierto en esta zona. 

Una magnífica tajadera cierra una de sus bocas. 



La caseta del azud cierra el itinerario. Es una sólida construcción digna de admirar. 



Junto a ella un panel, también en buen estado, informa al caminante del porqué de esta presa y de su aprovechamiento.

Próximo a la orilla, un viejo tronco nos sirve de asiento.

Nos sentamos un rato para contemplar el espectáculo. 

Es hora de volver. Nos detenemos un momento para admirar de nuevo la hermosa construcción. 

Volvemos a recorrer los senderos y el camino que nos lleva al coche. 

Son las 11:30 horas

Una excursión fácil, bonita y agradable. 

El otoño es una buena época, posiblemente la mejor, para hacer estos paseos.


En estos dos enlaces se pueden ver las rutas de Sergismundo que hemos seguido nosotros hoy. 

Presa del Sabucar

Por el Sotico al Molino 


Harina de otro Costapor Juanjo Costa

Un paseo por las orillas del río más navarro: el Arga

          

El agua, la Madre Agua, la hermana agua

         “Uno, dos, tres y cuatro. Cuatro elementos componen el mundo: agua, tierra, aire y fuego. Desde los orígenes el agua es simple materia prima. Antes incluso de que empezase la prehistoria solo existía el barro original, y en él una mínima porción de natura naturans, un sustantivo tan concentrado, tan repleto de futuro, que muy pronto se transformaría en verbo y empezaría a moverse. Era la primera célula, la primera aparición de la vida, tímida aún, obstinada y terca.

 

         Y esa célula se multiplicó y de ella surgió, en el agua, un primer ser muy rudimentario y de este, después de muchos milenios, nació otro ser que, tras muchas tentativas, logró salir del agua. Una vez en tierra firme, engendraría incontables descendientes, de los cuales algunos serían capaces de reptar, de volar, de correr, de quedarse parados sobre sus dos extremidades inferiores. Uno de estos animales bípedos fue capaz de pensar y uno de sus descendientes es ahora capaz de seguir pensando. ¿Qué es lo que piensa?

 

En el agua está el origen de toda fecundidad, material y espiritual. El agua del sacramento del Bautismo, más que lavar o purificar, da vida. Ya desde   la pila bautismal, la vida del pueblo cristiano se halla estrechamente vinculada al agua y a sus virtudes y propiedades.

 

         En cualquier plano de la vida el agua sigue siendo indispensable. Bebemos agua, nos lavamos con agua, regamos con agua los campos, limpiamos con agua los cacharros y la vivienda, nos santiguamos mojando los dedos en agua bendita.”¹

 

El agua a nuestros pies

Ayer sábado llovió a gusto en toda la Zona Media de Navarra. Esta agua que cayó sobre los montes, los campos, los seres vivos, los caminos y los pueblos, ¿cuántas veces habrá hecho el viaje desde el mar hasta la mar, por laderas, barrancos y ríos? La de ayer era un agua milagrosa y benefactora.

 

A nosotros, los caminantes, nos acompañó desde el primer momento de nuestro andar semierrante. A pesar de que el día amaneció magnífico, apenas pisamos el suelo, nos sumergimos en un mundo húmedo y vaporoso. El fresco tapiz de hierba que íbamos horadando, a la par del río Arga en Berbinzana nos iba empapando el calzado, los calcetines y, al fin, los pies. En palabras de Javier “íbamos mojados como madrillas” (a mí me gusta más la humilde chipa, de ahí viene el “chipiarse”). Pero ante tanto sol, también presente, ante tanta agua ordenada en forma de magnífico río, ante tanta huerta tan bien plantada, ¿quién puede quejarse?

 

Y es que recorrimos los términos de tres de las villas navarras que son algunas de las hijas del Padre Arga: Berbinzana, Miranda de Arga y, luego hacia el norte, solo pisando su muga, Larraga. Las tres bien a la vista. Pero hoy mandaban el río, el campo, las huertas, los chopos, los carrizos y la presa con su magnífico azud, de sillares casi perfectos, de donde mana el agua milagrosa que fecunda la feraz tierra.

 

De la huerta de Berbinzana hay que ponderar su plenitud de fundus romano sobre solar más arcaico. Todo a la vista era armonía; una sinfonía de árboles, franjas regulares de verduras diversas y flores bien plantadas. Todo un cuadro bien pintado, colorido y fragante, digno de un Corot o un Constable. Un equilibrio puro y limpio, mecido por los suaves meandros del río Arga. No es de extrañar que, allá por el siglo XV, nuestros reyes, todavía reyes navarros, quisieran tener en la villa un palacio de recreo y solaz.

 

El agua a nuestros pies

Bajamos hacia Miranda de Arga y solo vislumbramos su caserío, su torreón y cómo el río es domado, una vez más, algo más arriba de la población, para fecundar campos y sotos. Queda pendiente, para otro día, el profundizar más en sus pormenores históricos, que no son pocos. Hoy solo recordaré uno que, en mi opinión, ha pasado desapercibido, en general, pero que a mí me produjo una honda sensación de vértigo histórico cuando lo conocí y que recordé al hollar aquellas orillas.

 

Se trata de uno de los episodios que vivió un hijo de esta villa, Bartolomé Carranza de Miranda. Un navarro que fue arzobispo de Toledo. En efecto, sin entrar en su vida, que ha sido ya bien contada por varios y buenos historiadores, esta es la prueba de que un instrumento como la Inquisición pudo, en manos malvadas, cobardes y envidiosas en grado sumo, arruinar la fama y la salud de un hombre bueno (que era, a la sazón, nada menos, la primera autoridad eclesiástica de España). La vida y el pensamiento de Carranza están ahí, bien trazados. Pueden ser leídos y juzgados en los magníficos trabajos que hablan de ello.

 

Yo, hoy, quiero traer a colación un momento de esa vida que me produce honda zozobra, por la sobriedad del suceso y la soledad profunda en que se tuvo que ver nuestro paisano. Voy a transcribir el párrafo donde se cuenta el hecho:

 

La muerte del emperador Carlos V

         Carranza llega al monasterio de Yuste al mediodía del 20 de septiembre de 1558, cuando el emperador agonizaba, por lo que no pudo tratar con él los asuntos que Felipe II le había encomendado. Desde hacía algunos meses el ambiente de Yuste no era muy favorable al arzobispo. Carlos V había sido informado “oportunamente” que años antes Carranza había tenido una cierta relación con alguno de los acusados de herejía en Valladolid. Cuando Carlos se enteró de las detenciones, recomendó a su hija Juana que actuase duramente contra los herejes. Quizá, en la lejanía de Yuste, Carlos llegó a pensar que hasta el Primado de la Iglesia católica en España estaba comprometido con los luteranos de Valladolid

         Su llegada a Yuste tampoco alegraba a la comunidad de monjes jerónimos del monasterio, pero los monjes no podían impedir al arzobispo de Toledo que visitase al enfermo. En contra suya tenía Carranza a fray Juan Regla, el confesor de Carlos. Este nuevo personaje, fray Juan Regla, aparece de forma sombría en la vida del arzobispo(...)

         En Yuste, Carranza acude de inmediato a la habitación de Carlos, que todavía está consciente. Sin embargo, en pocas horas el enfermo empeora y el desenlace parece inminente. En la madrugada, Carlos pide unas palabras de consuelo ante la muerte que siente cercana. Carranza, de rodillas, le hace reflexiones sobre el salmo “De profundis”, que era costumbre rezar cuando se acercaba la muerte del enfermo. Ya en la agonía final, Carranza toma el crucifijo con el que había muerto la emperatriz y lo pone en manos de Carlos, quien se abraza a él. De inmediato, el arzobispo pronuncia unas palabras que buscan llevar la confianza en Cristo a quien había sido el hombre más poderoso de Europa y que ahora se está muriendo.

         Tras el fallecimiento del emperador, el arzobispo traza por última vez la señal de la cruz sobre el cadáver, implorando para Carlos la misericordia de Dios. Eran las dos y media de la madrugada del día 21 de septiembre de 1558. Las honras fúnebres, como era obligatorio, fueron presididas por el arzobispo de Toledo y Primado de España, fray Bartolomé Carranza de Miranda, el navarro que acompaño a Carlos en su paso a la eternidad.”²

        

El hijo del río Arga

         Con toda la historia que tiene el río Arga, desde que nace en el monte Adi, allá por los aledaños de Cilveti, su transcurrir minero y truchero en Zubiri, festivo y recio en Pamplona, amén de peregrino en Puente la Reina y guerrero en Mendigorría, este episodio del tránsito a la Eternidad de uno de los hombres más poderosos de todos los tiempos, el Emperador Carlos I, y del que fue protagonista un hijo de nuestro río (con cuya agua habría sido, seguramente, bautizado) me sobrecoge y me sumerge en la meditación.

 

         Carranza, navarro, hijo de Miranda de Arga, confesor de Felipe II y Primado de España, muy a su pesar, fue el testigo de la simple humanidad de un hombre mortal, como todos, y de su transcurrir inexorable hacia el más allá. ¿Qué pensamientos no habrían pasado por la cabeza del prelado, en esas horas, contemplando el fluir de la vida a la muerte? ¿Habría recordado sus horas de niño junto al río profundo y manso que baña su pueblo y que es trasunto del discurrir de la vida humana, al socaire de aquellas dos máximas griegas acerca del sentido del tiempo y de la Historia: “Todo fluye”, “Nadie se baña dos veces en la misma agua”? Y eso que en ese día de San Mateo de 1558 no sabía las agonías que le esperaban en los diecisiete años de cautiverio en que lo retuvo la Santa Inquisición española. Seguro que durante este periodo sí que tuvo muchas ocasiones para acordarse de su querido río y de los días pasados en la infancia junto a él. ¿Habría pensado alguna vez durante aquellos duros años, en la injusta prisión, que más le habría valido ser un simple pescador de barbos y madrillas a la sombra del puente de su pueblo o un hortelano, que un teólogo ingenuo al que su lealtad al hombre llevó a lo que sus enemigos calificaron de herejía?

 

Una historia interesante para conocer y reflexionar, ahora que se acercan las largas tardes de invierno, entre paseo y paseo. Pero “Sic transit Gloria Mundi”. Buen camino. Vale

 

 

¹ José María Cabodevilla. Rezar con las cosas. Biblioteca de autores cristianos. Madrid MMIII.

²Juan Jesús Virto Ibáñez. Bartolomé de Carranza. Un navarro Arzobispo de Toledo. Colección    Panorama nº 36. Gobierno de Navarra. Pamplona 2005.