miércoles, 24 de noviembre de 2021

Valgorra singular (y mágica)


Domingo, 21 de noviembre de 2021

Hemos tenido el privilegio de acompañar durante un par semanas a un experto en apicultura que Berdesia contrató para que elaborara un informe sobre las abejeras antiguas de Tafalla. Nuestra misión consistió en guiarle por los términos de Tafalla donde quedan estas construcciones tan llamativas y, la mayor parte de las veces, ruinosas. 
Nosotros le enseñábamos la ubicación y Javier, que así se llama el técnico, nos daba todas las explicaciones posibles sobre el mundo fascinante de las abejas. 
Sin duda alguna, hemos salido ganando nosotros. 
Son las 08:00 horas. El cielo está limpio. La temperatura fría: 5º. 

En noviembre el trigo sembrado y el granero bien apilado.

Vamos a caminar por Valgorra. Sergismundo (siempre decimos que este hombre es un filón) me mandó esta semana la ubicación de una abejera que ha descubierto en lo más intrincado de Valgorra. Tenemos que ir a verla, sí o sí. 
La parada en la Fuente del Rey es casi obligada. 




Su caño, con un hilillo de agua, deja constancia de la sequía prolongada que sufrimos. 
Entramos en el Juncal.



Una nube lenticular parece estar en animada conversación con la luna mientras, en el valle, el sol comienza a pintar a brochazos verdosos los campos recién sembrados.
El poste de SL indica el camino que debemos seguir.
Hoy no subiremos a la Cabaña Redonda. 
Seguimos por la dcha. y un camino corto que entra a una pieza nos lleva a la segunda parada del día. 
08:45 horas. Abejera de Vagorra (1)



Vista desde este lado parece diferente. Nos detenemos un rato. 
Contamos las celdas, las filas... Adivinamos, entre la maleza, donde estaba la caseta para guardar los utensilios. 
Seguimos. 
El camino pasa junto a un extenso olivar. 
Juanjo, que sabe de esto, me dice que es de la variedad "vidrial".


Una cabaña con dos puertas y el techo medio hundido se apoya en el ribazo.
Por buen camino, los olivares se suceden. 
A la izda. se encuentran dos casetas y un pozo, el de los Nicoles. 




Está tapado, pero una hendidura nos permite meter el bastón y saber su profundidad: unos 70 cm. 
La ruta de Sergismundo se pone interesante.
Como no hay camino, orillamos una pieza y nos adentramos en la espesura de la falda de La Guindilla. 
El andar no es bueno, pero sabemos que el resultado merece la pena. 
Entre enebros, coscojas, escaramujos y zarzas, vamos avanzando en la dirección correcta. 
09:40 horas. Abejera de Valgorra (3). 
Medio escondida entre la maleza, aguanta como puede el paso del tiempo y el abandono.


 
En su parte central, un hundimiento muestra el grado de ruina en que se encuentra. 
Aun así, es una maravilla poder contemplarla. 
En el alto, los molinos orientados al N agitan sus aspas rítmicamente. 
La ladera ofrece un abrigo que, dada la hora, nos invita a reponer fuerzas. 
Nos admiramos de lo que tenemos a nuestros pies: El Mocellaz, con el tajo que abrió el Canal de Navarra, llevándose para siempre el Portillo del Aire; El Corral Viejo de Valgorra, que da paso a la Carravieja y... la Pieza de la Herradura, que, según decían los hermanos Marío, era la última de Tafalla en la que se ponía el sol.  
Poco más se puede pedir a esta mañana soleada de otoño. 

Año 1582. La primera muestra de firmeza oficial se advierte en la reforma de la Carnicería con vistas a su arrendamiento. Para su ganado la Carnicería concejil disponía de determinados pastos; pues bien, a partir de esta fecha, "allende (además) de las hierbas ordinarias al arrendador y proveedor se le dan las hierbas de Valgorra, con que en las unas y en las otras no pueda tener ni entrar más de mil y seiscientas cabezas". 
Cualesquiera que fuesen las razones de esta ampliación, la realidad era que los ganaderos sufrían una merma de sus pastos. (Felipe Esquíroz) (Una pauta para la ley agraria).

Seguimos nuestra ruta. 
Encontramos un pequeño barranco que está bastante limpio de vegetación y lo seguimos. 
Llegamos a una pieza y de ahí al camino.


 
En pocos minutos llegamos al Caserío de Goyena, más conocido por el de Ambrosio Ros. 
La ruina es total.



 
Volvemos al camino y por él llegamos a la Fuente de Valgorra. 
Seca, como no podía ser de otra manera. 



La Caseta del Cura aguanta bien el paso del tiempo.
Descendemos. En el aparcamiento, un grupo de cazadores da cuenta del almuerzo y nos saluda. Llevamos toda la mañana oyendo tiros. 
Al otro lado del barranco, echamos un vistazo entre la vegetación. 




Está todo muy cerrado, pero por la forma, sospechamos que se trata de unos viejos ventureros. 
Sergio ya se preguntó si no sería una abejera. 
Orillando la pieza y algún barbecho, llegamos al camino que va en dirección E. 
Sabemos lo que nos vamos a encontrar. 
11:00 horas. La cabaña de Tintán. 




Nosotros la llamamos así porque Tintán, al que conocimos tocando el bajo con la txaranga de El Empuje, fue el que la construyó. En el cabezal está tallada una inscripición con su firma: "Viva la lealtad al oficio" Tintán. 9 de mayo de 1954. 
Seguimos senda adelante. Salimos a un camino y bajamos al barranco de Valgorra.
 
La caseta de los Maríos se está hundiendo. 
Le han quitado todas las tejas y el derrumbe total es cuestión de tiempo. 



En su interior las han apilado; pensamos que para llevárselas. 




Por el camino que desciende, después de pasar por un par de casetas en ruinas, llegamos a un cruce y tomamos el camino que baja a la izda. hasta nuestra siguiente parada. 
11:40 horas. Abejera de Valgorra (2)



Se encuentra en el cantillo de una pieza. 
Tuvo que ser una abejera importante porque sus dimensiones así lo reflejan. 
Su estado actual es ruinoso. 




Por la orilla de un olivar, nos encontramos con otra cabaña en ruinas y, escondido por la vegetación, un pozo de grandes dimensiones y buena construcción. 
Estamos en una zona de abundantes vetas de agua y los juncos de los alrededores dan una idea de la humedad.


El pozo está completamente cerrado; es posible que esté cegado, pero es una excelente construcción. 
La mañana va avanzando sin darnos cuenta. 
Hay que regresar. 
Cruzamos el Canal de Navarra y entramos a ver el Nacedero de la Fuente del Rey. 
La caseta está limpia y bien cerrada.



La placa explicativa continúa en su sitio. 
Este es un lugar importante para Tafalla. Cercano al pueblo, creemos que ideal para un paseo con críos en el que puedan aprender algo de nuestra historia local. 
12:30 horas. Entramos en el pueblo. 
La soledad del camino de la mañana ha dado paso a los paseantes, no tan madrugadores como nosotros, que quieren disfrutar de este valle singular y mágico que es Valgorra. 


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.


El capitán del “Maruxiña”

 

(Todos los personajes y los hechos que contiene esta narración, se deben a la imaginación del autor. Toda semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia)

 

La mujer, alta y delgada, de porte erguido, apareció en la plaza de Tafalla una mañana risueña de martes. Era abril. Sin hablar con nadie entró en el Ayuntamiento. Una vez dentro, preguntó por la oficina del Catastro. Cuando supo dónde estaba, fue a ella y, de la mochila que llevaba a la espalda, extrajo unos documentos que presentó a la funcionaria.

Las gestiones le llevaron un rato, pero cuando las terminó, había acreditado ser la dueña de una finca en el término de “Valgorra”. Le indicaron la cantidad que adeudaba, en concepto de derechos y contribuciones atrasadas y se encaminó a la oficina bancaria más cercana, para ingresar el dinero que debía.

Vestía ropas amplias, algo ajadas, al estilo de los hippies de los años 70, pero su aspecto era limpio y el pelo, negro, lo llevaba recogido en una cola de caballo que le caía por la espalda. En su pueblo, allá en Galicia, algunos decían que era algo “meiga”.

Ya era casi mediodía cuando echó a andar de nuevo. Aunque no era joven, su paso era ágil y armonioso. Recorrió la “Avenida de Severino Fernández”, por el paseo flanqueado de plátanos que estaban echando la hoja, y llegó hasta el viejo puente de la “Panueva”. Cruzó la carretera y entró en uno de los hipermercados que hay en esa zona, para comprar provisiones.

Luego, siguió su camino y pasó, bajo la vía del tren y junto a la llamada “Fuente del Rey”, donde echó un trago de agua que le supo muy buena. Atravesó el túnel que hay bajo la autopista y enfiló el camino que va ascendiendo por el término de “Valgorra” y que llega hasta la muga del Tafalla con el antiguo “Señorío de Pozuelo”.

De vez en cuando, paraba para consultar unos papeles que llevaba en la mano. La primera parada la hizo cuando llegó a la “Cabaña Redonda”, donde se sentó y repuso fuerzas con algunos de los alimentos que había comprado. Cuando terminó, se levantó y estuvo largo rato oteando el terreno, de este a oeste y de norte a sur, a la vez que consultaba el plano que sostenía en la mano. Si nos hubiéramos acercado a ella, habríamos podido oír cómo iba recorriendo el valle, con ayuda de unos prismáticos, y pronunciando nombres que iba leyendo y reconociendo sobre el terreno: “… Nacimiento de la “Fuente del Rey”; “Pozo grande de abajo”; “Abejera número 3”; “Cabaña de los Maríos”; “Carravieja”; “Fuente de Pozuelo”; “Caserío de Pozuelo”; “Caseta del cura”; “Fuente del cura”; “Caserío de Goyena o de Ros”; “Pozo de los Nicoles”; “Abejera 2”; “Altos de Guindilla …”

Cuando hubo situado los hitos del plano, que parecían no serle desconocidos, localizó el último de los puntos que le interesaban, para ella el más importante, pues era el terreno del que era propietaria y que, metro arriba, metro abajo, estaba, rodeada por otras fincas y olivares, más o menos equidistante de los lugares que había mencionado: “Ahí está -se dijo- la finca de Jonás, con la casita. Tal y como me lo contaba tantas veces y a la que deseaba volver cuando se jubilara”.

Pero no había podido ser. Su marido, Jonás Recarte Pérez de Mendieta, nacido en Tafalla cuarenta y ocho años atrás, había muerto hacía unos meses, al mando de su barco de pesca, “Maruxiña”, matriculado con ese nombre en honor de su esposa, en la villa de O Grove. La versión oficial decía que fue en el transcurso de la temporada de pesca del bacalao. Sin embargo, malas lenguas aseguraban, a quien lo quisiera oír, que el barco de Jonás, “el navarro” transportaba, también, otro tipo de sustancias, que no eran pescado, precisamente.

Lo cierto era que se había hundido, con toda su tripulación, al intentar escapar de otro barco de la policía costera, cuando se adentró en lo más fragoso de la “Costa de la Morte”, un día en que el temporal aconsejaba refugiarse en cualquier puerto. Sea como fuere, Maruja Feito Azurmendi, “Maruxiña” se había quedado viuda. La policía nunca le había hablado de drogas. El seguro, tampoco. En las noticias no se había podido leer nada al respecto. Únicamente, los diarios locales habían publicado una breve reseña contando que un barco de O Grove se había ido a pique con todos sus tripulantes en su interior. Sin más detalles.

La mujer, que no conocía exactamente a qué se dedicaba su marido, pero que intuía algo, llegó a sospechar que las autoridades habían echado tierra al asunto, para no poner en guardia al resto de los traficantes de droga de la zona. Pero sus sospechas se acrecentaron cuando puso en orden los papeles de Jonás. Entre ellos había encontrado un sobre lacrado que rezaba: “Para Maruxiña. Abrir al año de mi muerte”. Al principio estuvo tentada de abrirlo en el instante en que lo encontró, pero, leal que había sido con su marido, al que había querido mucho, decidió esperar a que transcurriera dicho periodo.

Además, durante los primeros meses de viudedad, había recibido la visita de un par de hombres que dijeron ser de la aseguradora del barco, pero, a ella le parecieron policías. Así que decidió dejar correr el tiempo y esperar a la fecha señalada, para abrir la carta del finado. Otra razón que le indujo a ello fue que creyó sentirse vigilada. Nunca veía a nadie, pero sabía que, en su ausencia, alguien había entrado en su piso para buscar algo. Notó que algunos objetos habían sido desplazados de su sitio. Por ello, decidió tener siempre el sobre lacrado con ella y llevarlo donde quiera que fuera.

Precisamente, en el momento en que se hallaba mirando por los prismáticos hacia la que era su finca, pudo observar que cerca de ella había dos personas que se habían parado a contemplar el terreno. Decidió ocultarse detrás de unas coscojas y esperar a que se fueran. Cuando se percató de que lo hacían, camino abajo, hacia Tafalla, se encaminó hacia su casita.

Una vez que llegó a ella, sacó unas llaves y fue abriendo, primero la puerta de la verja exterior y, después, la puerta de acceso al interior. Ambas llaves las había encontrado dentro del sobre lacrado, junto con una carta personal en que su marido le manifestaba su amor.  Le decía que le había dejado alguna cosilla en su rincón de “Valgorra”, en de Tafalla, al que se desplazaba al menos una vez al año, solo, simplemente, comentaba, para echar un vistazo. Nunca había llevado con él a Maruxiña, pues decía que no era sitio para ella, y que únicamente iba a “dar una vuelta”.

Maruxiña lo había dejado hacer. Por eso, ahora, le extrañaba que una vez desaparecido él, la encaminase a aquel lugar donde ella no había estado nunca. Más si cabe, pues las últimas líneas de la misiva eran de los más enigmáticas:

Busca los siguientes puntos y recoge las piedras que te señalo: “1. Cabaña Redonda, suelo, al norte, piedra con cruz naranja X; 2. Nacedero de la fuente del Rey, pared este, suelo, piedra con cruz roja X; 3. Pozo grande de abajo, suelo, sur, piedra con cruz azul X; 4. Cabaña de “Los Maríos”, suelo, pared este, piedra con cruz verde X; 5. Fuente de Pozuelo, asca, lado largo sur, piedra con cruz amarilla X; 6.Caserío de Pozuelo, suelo, pared norte, piedra con cruz marrón X; 7 Caseta del cura, suelo, pared norte, piedra con cruz rosa X; 8. Caserío de Goyena o de Ros, pared oeste, suelo, piedra con cruz gris X.

Todas son piedras pequeñas, planas, de la costa. De pizarra. No las hay en Tafalla. Sigue el orden, dales la vuelta y acude al lugar que indican las letras. Una vez en él, busca: fila de arriba tercer hueco desde el oeste. Ten mucho cuidado. Ese es mi legado. Disfrútalo.

Besos, te ha querido mucho

                                        Tu Jonás”

 

Maruxiña había leído tantas veces aquel mensaje que ya se lo sabía de memoria. Pensó que le llevaría un tiempo el encontrar aquellas piedras. Además, no tenía prisa. Por otra parte, tenía que dar la sensación de que había ido a aquel lugar para pasar una temporada de vacaciones, por si la vigilaban. Como era primavera, aprovecharía la mejoría del tiempo para dar largos paseos y, entre ellos, acercarse, como quien no quiere la cosa, a los lugares donde debía recoger las piedras.

La casita no disponía de luz eléctrica. Maruxiña lo sabía, pues Jonás le había contado infinidad de pormenores sobre ella, y sabía que estaba bien provista de linternas, pilas, hornillos y luz de “camping gas”, garrafas de agua, así como de todos los útiles necesarios para poder vivir en ella. Además, la puerta era metálica y las ventanas tenían rejas. Como algunos de sus paisanos decían, era medio “meiga” y nada miedosa. Por otra parte, había comprobado que su móvil tenía cobertura. Lo recargaría en Tafalla, según le hiciera falta. Se sintió tranquila.

Los días siguientes transcurrieron en la más bucólica de las paces. El campo se iba vistiendo de gala a ojos vistas. Los abejarucos pintaban el cielo azul con sus vívidos colores y lanzaban sus agudos trinos al éter. Las ilagas, los tomillos, los escaramujos y alguna tímida amapola, amén del resto de la fragosa vegetación del término, arrullaban a los verdiazules y pacíficos olivos, tan abundantes en la zona. Maruxiña disfrutaba verdaderamente de los aromas de la Naturaleza, que el cierzo y el sol distribuían generosamente. Pero, echaba de menos a Jonás y al mar. Para consolarse, cantó con suavidad, una canción de mar y de amor, que su madre, nacida en Zumaya, en Guipúzcoa, le cantaba muchas veces de pequeña:

 

Itxasoa laiño dago                          (El mar está con niebla

Baionako, barraraiño.                     desde Baiona, hasta la barra.

Nik zu zaitut maiteago,                    Yo te quiero más,

txoriak bere umeak baino.”                que los pájaros a sus crías.)

 

Al terminar, no pudo evitar que unas lágrimas afloraran a sus ojos, acordándose de lo feliz que había sido esos años pasados con su marido. Entonces, más que nunca, sintió una gran pena por no haber tenido hijos con él, para poder volcar en ellos todo el amor que había sentido por el hombre. Pero, tenía que seguir adelante. Así que se enjugó las lágrimas y volvió a la casita, para poner en marcha su plan.

La primera semana no se acercó a ninguno de los lugares que su marido le había indicado. Paseó, sacó fotos, se acercó hasta Tafalla para aprovisionarse, cargar el teléfono, comprar algunos libros y la prensa, o para tomar algo. No vio a nadie sospechoso. Cerca de donde vivía observó que había varios caballos a los que cuidaba un gitano joven, con un sempiterno cigarrillo en la boca. De vez en cuando pasaba un vehículo que iba a alguna de las fincas de los alrededores o paseantes, hombres y mujeres, que frecuentaban la zona, bien solos o bien acompañados.

Pero, ni rastro de “espías”. Cuando vio que la rutina la protegía, comenzó la búsqueda de las piedras, con ayuda del plano que le había dibujado su Jonás. Salía de paseo y, dando un rodeo, se acercaba cada día a un lugar. Comenzó por la “Cabaña Redonda”. Algunas piedras las encontró enseguida. Otras le costaron más. Cuando volvía casa las escondía dentro de una bolsa grande de Cola-Cao. No pensaba leer el mensaje hasta que las tuviera todas. Los días transcurrían monótonos. Por fin, el lunes de la tercera semana, recogió la última de las piedras que introdujo, también, en la bolsa del Cola-Cao que había llevado consigo en la mochila. El último lugar, el “Caserío de Goyena o de Ros”, era el más elevado de todos los lugares indicados. Desde su altura se divisaba todo el valle de Valgorra, hasta Tafalla. En vez de marcharse enseguida, se sentó y estuvo un rato escudriñando con los prismáticos todos los rincones y recovecos a su alcance. No vio nada sospechoso, así que, adentrándose entre las ruinas del antiguo edificio, en un rincón, oculta por las viejas paredes, sacó las piedras y las alineó sobre el suelo, según el orden en que las había recogido:

 A B E J E R A    2

Entonces entendió el significado de la última parte del mensaje:“Una vez en él, busca: fila de arriba tercer hueco desde el oeste.” Tenía que encontrar la abejera, que estaba algo más al noroeste del punto en que se encontraba. Según el plano que llevaba consigo, debía volver hasta el “Pozo de los Nicoles” y llegar al comienzo de la ladera de los “Altos de Guindilla”.

         Volvió a introducir las piedras en la bolsa del cacao y, como quien no quiere la cosa, despacio, fue acercándose. Encontró el pozo con facilidad, al lado de un camino. Aunque bastante derruido y colmatado de piedras, aún se adivinaba el hueco. Además, se encontraba al lado de una casita, cercada, en al lado de la cual unas cuantas gallinas rojizas picaban en el suelo, y que venía indicada en el plano.

Desde ahí, cruzó una pieza lieca y, no sin algo de trabajo, llegó hasta la abejera que era muy antigua y estaba semioculta entre la vegetación. Echó un vistazo a su alrededor. Nada. Todo parecía tranquilo.  “… fila de arriba tercer hueco desde el oeste.”  Contó: “uno, dos, tres”. Se acercó al hueco que, en otro tiempo había contenido abejas, pero no vio nada. Adentro estaba oscuro. Se puso unos guantes. Sacó una linterna de la mochila y alumbró la cavidad. “Tierra. Solo tierra”. Sin amilanarse, metió la mano y escarbó, sacando la tierra seca al exterior. Enseguida notó algo duro y de forma redondeada.

Acabó de desenterrarlo. Se trataba de una botella de cristal de tres cuartos. De esas en las que se empleaban para el vino clarete. Dentro podía verse una bolsita de terciopelo negro, atada por la boca con un cordel oscuro. Pero no se paró a abrirla. Aunque no había visto a nadie, por el momento, no desechaba la idea de que alguien la hubiera seguido. Dudaba entre esto, o que la estuvieran esperando en su casita. Por eso, había decidido que, si encontraba algo, como así había sido, pondría en marcha la última parte de su plan.

Como si un paseo más, de los que habitualmente daba se tratara, comenzó a descender por el camino hacia la parte donde se encontraba su finca. Todo lo había hecho con normalidad, como cualquier día. Había salido con sus ropas habituales y con la mochila que siempre llevaba, pero tenía la intención de no volver. Cuando llegó a la altura de su casita, sin desviarse, siguió bajando por el camino hacia Tafalla. Seguía sin ver a nadie, aunque su instinto de “meiga” le decía que alguien la observaba y la seguía. Confiaba en que quien o quienes fueran, pensaran que se dirigía, como otros días, a la zona de los hipermercados, a comprar provisiones. Cuando llegó hasta ella, como hacía habitualmente, se introdujo en uno de ellos y preguntó por los baños.

Una vez a solas y la puerta cerrada, se sentó y sacó la botella. Estaba cerrada con un corcho, sujeto con alambre. Con ayuda de la navaja multiusos, que llevaba siempre consigo, no le fue difícil abrirla. Sacó la bolsita de terciopelo, la abrió y miró al interior. No esperaba lo que vio: “bolitas-se dijo-bolitas pequeñas…” Asombrada, metió la mano y cogió una de ellas. Entonces se dio cuenta de que la que había sacado era de color de nácar y reflejaba la luz con tonos iridiscentes de gran belleza. “Perlas, son perlas. Y hay unas cuantas”. Sacándolas con cuidado las contó: “Dieciocho, dieciocho perlas. Todas diferentes. Todas preciosas.” Se dio cuenta de que aquel número representaba los años que había estado casada con Jonás. “Por eso venía una vez al año a su pueblo, a Tafalla. Para traer una perla cada vez y esconderla aquí, para que yo las recogiera cuando él no estuviera. Seguro que las iba comprando en sus viajes por el mar. Y las compraba para mí. ¡Jonás, Jonás Recarte, cuánto te quiero! ¡Cuánto te echo de menos!”.

“Maruxiña” permaneció unos minutos algo aturdida. Cuando reaccionó ya sabía qué tenía que hacer. Antes de abandonar el servicio, llamó por teléfono. Esperó cinco minutos más, luego, salió y fue hasta la puerta atravesando la zona “sin compra” del hipermercado. Cuando abandonó el recinto, vio un taxi en la puerta. Abriendo una de las portezuelas traseras se introdujo en el vehículo y le dijo al taxista:

-Soy Maruja Feito. La persona que le ha llamado. Lléveme hasta el aeropuerto de Noain, por favor.

-Ahora mismo, señora. Eso está hecho.

El vehículo abandonó Tafalla. “Maruxiña” no volvió nunca más a ella.

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        Buen Camino.

¡Vale!

 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Del corral de Astrain a la cueva de Tamarices




Domingo, 31 de octubre de 2021

El domingo ha comenzado revuelto. Con el cambio de hora, ha amanecido antes y está lloviendo. ¿Qué hacemos?
Juanjo me dice que salgamos. Si hay que cambiar el paseo por el coche, pues se hace pero, ¿y si deja de llover? 
Son las 08:00 horas. La temperatura es buena 14º. 

Si las orejas sacude la burra, agua segura. 

Llueve, aunque menos que hace un cuarto de hora. ¡Igual hasta tenemos suerte!
Vamos en coche hasta Valditrés. Aparcamos cerca de la fuente y de la balsa. 
Cruzamos la carretera y entramos en un camino embarrado que asciende hacia un pinar. 
Sergismundo me pasó una ruta que pasa por una abejera y por alguna cabaña de piedra. Nosotros hemos decidido alargarla un poco para volver a lugares que tenemos algo abandonados. 




Desde que hemos salido, la Torre de Beratxa no nos quita ojo. 
Una estrecha senda nos invita a dejar el camino. 
La primera sorpresa la vemos a nuestros pies.


 
Una amanita phaloides medio seca se esconde entre la hierba. Juanjo la saca con cuidado y me muestra la vulva inconfundible. 
08:50 horas. Corral de Astrain.


 
Era un construcción alargada. La ruina es total. 


Las paredes dejan constancia de su buena factura. 




En un rincón abundan los restos de comidas de cazadores y pastores. 
Ha parado de llover y en el cielo se abren algunos claros que tiñen el campo de soles y sombras. 
Por la cima del cerro, evitando las piezas maquinadas, llegamos al Corral de Pérez. 



Es un edificio magnífico. 



Lástima que una parte de su tejado se haya derrumbado. 
Lo que queda en pie merece una visita. 



La casa del pastor está bien conservada y ofrece una imagen cálida en esta mañana fresca y húmeda de otoño. 


Nos entretenemos un buen rato recorriéndolo todo. 




Pero tenemos que seguir porque aún nos quedan muchas cosas por visitar. 
Orillando una pieza, despojados de la ropa de abrigo, nos acercamos hasta una vieja cabaña de piedra.


En su interior todavía se ven algunos cuadros de colmenas modernas. 
La vuelta a su alrededor es imprescindible.



 
Resguardada del cierzo, una fila de ventureros de piedra aguanta como pueden el paso del tiempo. 
Cruzamos un barbecho y entramos en el pinar. Salimos a un camino viejo.

10:00 horas. Cabaña de piedra.


 
Está bien conservada. Tiene una pequeña cúpula abierta de lajas que, pensamos, en su día cerraría el techo. 
Es el momento de reponer fuerzas y qué mejor sitio que este. 


Le sacamos fotografías desde todos los ángulos y guardamos la ubicación para proponerla en una próxima rehabilitación. 






Como estamos ya dentro de la ruta de Sergio, seguimos sus pasos, que nos llevan hasta una pequeña altura en la que quedan los restos de una pared que pudo ser un corral. 


Descendemos hacia el barranco de Valditrés y nos topamos con una pared de piedra que sirve para resguardar los cajones de colmenas modernas. 
Actualmente no queda ninguna colmena, pero los bloques sobre los que se asentaban dan idea de que su tamaño era considerable. 
Salimos a la carretera de Larraga y la cruzamos. 
Abandonamos la ruta de Sergismundo y entramos en Tamarices.



 
Tenemos enfrente el Cabecico Redondo. A él nos dirigimos con la idea de subirlo.



11:25 horas. Desde su cima (319 m) contemplamos los pinares de Beratxa y la raya que separa Tamarices de Candaraiz. 
Descendemos por la otra ladera y caminamos por campos en barbecho. 
Sigue sin llover y nos alegramos de haber salido al campo, a pesar de las inclemencias de la mañana
Un rebaño pequeño viene hacia nosotros. 
José Luis nos dice que lleva 155 ovejas. Las ha sacado del corral porque acaban de parir y extrañan a sus corderos, que ya han sido vendidos. La conversación salta de un tema a otro y sin darnos cuenta se alarga. Volvemos. 
12:30 horas. Cueva de Tamarices. 


En un recodo del camino, donde se estrecha la pieza, la oquedad parece querer pasar desapercibida.
Hay que estar en este lugar para percibir el encanto especial de este rincón. El pastor nos ha dicho que él la conoció con la abertura más ancha. La sedimentación y los hundimientos la han ido empequeñeciendo hasta su estado actual. 
Salimos al camino y volvemos por el Prado de Valditrés. 

26 de julio de 1936. Dos coches pasan hacia la carretera de Miranda. En el prau de Valditrés se detienen y fusilan a Salvador Eraso, concejal de Olite, de 79 años, y a dos más. Nada más matarlos comienza a langarriar, que el buen muerto, dicen, agua trae. La lluvia no refresca el acalorado ambiente. (J.M. Esparza)(Historia de Tafalla. Tomo II).




El saludo a la Cantera de Ros es obligado.  
Se ha hecho tarde. Nos montamos en el coche y volvemos para casa. 
A pesar de que el tiempo no prometía, ha sido una mañana completa.


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.

Algunos pastores son gente honrada. Fantasía sobre “El Buen Pastor” y “El mal ladrón”   

 

(Todos los personajes y los hechos que contiene esta narración, se deben a la imaginación del autor. Toda semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia)

 

1.     LOS ANTECEDENTES

           Π                         Ξ EL DISTRITO Ξ             ≈‡Π              

               SEMANARIO CATÓLICO DE INFORMACIÓN NACIONAL

ESPAÑA      

ANDALUCÍA-ARAGÓN-ASTURIAS-BALEARES-CANARIAS-CASTILLA LA VIEJA-CASTILLA LA NUEVA-CATALUÑA-VALENCIA-EXTREMADURA-GALICIA-NAVARRA-VASCONGADAS

 

Un atracador roba más de veinte millones en joyas en Tudela

 

                                                                                              JAVIER  LEFRAN

                                                              Pamplona – 01 MAR 1952 SÁBADO

                                                                                              _________________

 

Una persona atracó, en la tarde del pasado lunes, la joyería Falcorza, en Tudela. Apoderándose de joyas, relojes y otros objetos de valor por un importe que, según las primeras estimaciones, supera los veinte millones de pesetas. A pesar de que inspectores de policía acudieron al lugar de los hechos minutos después del robo, por el momento no se tienen ningún dato acerca de la identidad del atracador. Pocos minutos antes de las ocho, el pasado lunes, cuando el propietario de la citada joyería se encontraba realizando unas comprobaciones, un individuo llamó a la puerta, haciendo ademanes, para que aquel le abriera. Una vez dentro, el ladrón amenazó con una pistola al propietario, amordazándole y dejándole posteriormente atado a una silla. Durante diez minutos, el ladrón se dedicó a desvalijar la joyería, apoderándose de todos los objetos de valor que había en la misma. Después de colocar el producto del robo en una saca, el ladrón se dio a la fuga, sin que se sepa cómo.

 

Poco más tarde, el propietario de la joyería Falcorza, consiguió llegar hasta la puerta, arrastrándose por  el suelo, sin poder soltar las cuerdas que lo sujetaban a la silla. Una vez al lado de la puerta de entrada fue visto por una vecina del inmueble, que había bajado para dejar la basura. Esta dio aviso a la policía que acudió enseguida y liberó al joyero, quitándole también los esparadrapos que tenía en la boca, además de realizar una primera inspección ocular y conocer el alcance del atraco-

 

Al día siguiente se realizó un inventario y se pudo comprobar que los objetos robados están valorados en más de veinte millones de pesetas. Por el momento, la policía no ha practicado detenciones relacionadas con este robo.

               

Por su parte, el propietario ha hecho saber que ofrece una recompensa, que ascenderá, en su caso, a un cuarto del valor de los objetos que sean recuperados.

 

2.     EL “ACCIDENTE”

Había transcurrido un año desde el robo. Nada se había sabido del ladrón y tampoco de las joyas. Aunque la policía indagó en los bajos fondos de las principales ciudades españolas y estuvo atenta a todo lo que ponía a la venta en el mercado negro, no pudo averiguar nada. Era como si ladrón y botín se hubieran esfumado. Nadie sabía quién podía ser el que había perpetrado el golpe en la joyería tudelana.

La vida siguió su curso. Ajenos a las vicisitudes anteriores, un grupo de pastores trashumantes se dirigían, desde la Ribera hacia el norte de Navarra. Llegados a la Zona Media. Una mañana de marzo, se produjo el siguiente diálogo, entre dos de ellos:  

-A ver, Cipriano, ayuda al señor médico en lo que te diga. Nosotros tenemos que seguir nuestro camino hasta la Sierra de Andía. Las ovejas no saben de esperas. Ahí te dejo el petate de Basilio. En él tiene sus pertenencias. Si puedes hablar con él, le dices que, cuando se ponga bueno que puede seguir con nosotros. O, al menos que puede pasar a cobrar los jornales de estos días. Él ya sabe dónde encontrarnos.

-Sí, padre. Me quedaré y haré lo que me mande el señor médico. Y, en cuanto pueda, los alcanzo. Me quedo con la mula torda para, luego ir más rápido.

-Acuérdate que tenemos que llegar a Goñi dentro de tres días. Hace otros tres que salimos de Valtierra, llevamos ya uno de retraso, y no podemos perder tiempo.

-Muy bien padre. Me quedaré aquí con Basilio, hasta que el señor médico lo componga, si es que puede, e intentaré hablar con él. Luego los alcanzo. ¡A ver, señor médico! ¿qué se le ofrece?

-Por de pronto, muete, calienta agua, mucha agua, que tengo que lavarle las heridas a este pobre que ¡vaya cómo lo han dejado las abejas! ¡Si parece un “ecce homo” de tantas picaduras como le han dado! Si sale de esta, que no lo tengo yo muy claro, ya puede agradecérselo con una novena a San Ireneo, el patrón de vuestro pueblo, que fue un mártir afable y pacificador. Aunque más le hubiera valido dejar en paz a las abejas y no haber metido la mano en aquella abejera de Valditrés. Se ve que no sabía aquella fabulilla que dice “A un panal de rica miel-cien mil moscas acudieron-que por golosas murieron-presas de patas en él”. ¡Venga, muete, arrea con el agua, que, si no lo limpio, este se nos va a Josafat! Suerte habéis tenido de que viniera a atender al ama del caserío “La Sarda”, que ha dado a luz dos hermosos gemelos. Si no, este pobre se hubiera ido ya. Trae también el vinagre que nos ha dejado tu padre.  ¡Venga, ayúdame!

-Muy bien, señor médico. Pero este hombre no es de Valtierra. Se contrató con mi padre la antevíspera de nuestra salida. Dice llamarse Basilio Santafaz. Nos contó que era pastor, que iba de paso y que necesitaba trabajo. Como nos había fallado “El Eulalio”, uno de los de nuestra cuadrilla, que agarró unas fiebres maltas y nos faltaba uno, padre lo contrató. Pero no lo conocemos, no sabemos mucho de él.

El médico acabó de curar al herido y dando las necesarias instrucciones al zagal para que atendiera al herido, montó en su viejo Ford y marchó hacia Tafalla, no sin antes advertirle:

-Mira mozo. Mañana temprano tengo que volver temprano, para echar un vistazo a la madre y a las criaturas del caserío de “La Sarda”. Pasaré también a ver cómo va este buen hombre y, por si acaso, vendré con una ambulancia, pues me da que, tal y como está, tendremos que llevarlo a Pamplona. Mientras, alíviale el dolor con unos emplastos de vinagre sobre las picaduras, especialmente sobre las de la cabeza, que son las que más me preocupa. Y dale agua, mucha agua. A ver si va echando el veneno.

-Muy bien, señor médico. Así lo haré. Pero venga cuanto antes, que tengo que alcanzar al rebaño y no está el tiempo muy “católico”. No se demore.

La escena transcurría en la cabaña adosada al llamado “Corral de Astráin”, a la derecha de la carretera que lleva desde Tafalla hasta Larraga, muy cerca del llamado “Caserío de La Sarda” y de la “Cañada Real Tauste-Sierra de Andía”.

En el corral y sus alrededores habían pasado la noche los pastores trashumantes que conducían sus ovejas desde el pueblo de Valtierra hasta el Valle de Goñi, para pasar allí el verano, como venían haciendo habitualmente, desde que se tuviera memoria.

Mediaba el mes de marzo, pero los fríos y las nieves no acababan de marcharse. El rebaño era de Vidal Soldevilla, ganadero de la citada población ribera, y que ejercía de mayoral. Sus acompañantes, tres rabadanes, el hijo del dueño, Cipriano, amén de cinco perros pastores y tres mulas que llevaban la impedimenta necesaria para el viaje y el condumio. Habían salido hacía dos días de Valtierra. Al entrar en el término de Tafalla, tuvieron que desviarse un par de kilómetros de la cañada, a causa de una fuerte ventisca que se había levantado la tarde anterior, la cual había impedido al grupo pasar la noche, en una de las majadas de que dispone el antiguo camino pecuario. El día siguiente, amaneció también áspero. Hasta mediodía no paró de llover y de soplar un cierzo inclemente que parecía querer prolongar el invierno unos días más. Los valtierranos aprovecharon para comer unas buenas migas, echar unos tragos de vino y cantar unas jotas, con los ocupantes de otro corral que se hallaba próximo, el “Corral de Pérez”, que venían aún de más lejos que ellos, desde la muga con Aragón, Desde Fustiñana.

Pero, a media tarde, mejoró la cosa. El viento amainó y las nubes se disiparon, borradas por esa eficaz goma de borrar que es el cierzo, dando paso a un cielo azul, que, aunque bruñido y con tintes de metal, auguraba una mejoría. Así pues, el grueso de la tropa ovina y sus acompañantes pensaban ponerse en camino, hacia su destino, apenas rayara el alba.

El muchacho, moreno, fibroso, de cara simpática y aire decidido, se quedó solo, con el hombre herido. Había sido bien educado por sus padres para afrontar situaciones adversas y venía valiente. No solo en el trabajo o en el día a día. Cipriano Soldevilla era el mejor recortador de vacas bravas de su pueblo y aún de toda la Ribera. Lo había demostrado ya sobradamente en sus diecinueve años de vida. Por San Irineo, en las fiestas de su pueblo, hacía las delicias de chicos y grandes cuando con un quiebro de cintura agarraba un cuerno de la vaca y la hacía morder el polvo. Él no se daba importancia, pero más de una moza le tenía echado el ojo, aunque al joven, todavía, esas cosas no le importunaban. Quería ser ganadero, pastor, como su padre y sus tíos. Y aprender el oficio para seguir la senda de sus mayores. Pensaba que la trashumancia sería su vida.

Así que, siguiendo los consejos del galeno, se mantuvo al lado del herido, que seguía inconsciente, aplicándole, con unos trapos, el vinagre que, según se creía, lo aliviaría algo del dolor de las picaduras. El enfermo no se despertó. De vez en cuando, gemía quedamente cuando notaba el frío del acre ácido, pero no reaccionaba de ninguna otra manera. Cipriano, después de un rato de cura, se sentó en una silla, al lado del catre del enfermo y se dedicó a grabar un cuerno de vaca brava con dibujos de filigrana que iba discurriendo sobre la marcha. Pensaba hacer un salero como los que solían llevar los rabadanes que conocía.

La mañana transcurría sin pena ni gloria. Cipriano seguía con su trabajo y el hombre continuaba dormido. El joven salió al exterior. El tiempo había mejorado y, aunque aún se notaba el fresco, el aire olía a primavera. Incluso podían verse todavía, en los sombríos, algunos almendros que no habían perdido todas sus flores. Se oyeron los graznidos estridentes de una gran bandada de grullas que se dirigía hacia el norte. Parecían letras minúsculas escritas sobre el lienzo azul del cielo. Cipriano pensaba que andaban algo retrasadas. El año venía tardano. Recordó, sonriendo, que su abuelo Joaquín había predicho, según el método de las “témporas” que la primavera iba a ser lluviosa y fresca. Y su abuelo rara vez se equivocaba. Al menos, por el momento, sus predicciones eran acertadas.

 

3.     UN SECRETO DESVELADO

Cuando más ensimismado estaba Cipriano en sus pensamientos, oyó unos gritos que procedían del interior de la cabaña. Entró y pudo observar al hombre herido. Se había incorporado. Estaba sentado en el lecho, los ojos en blanco y con los brazos extendidos hacia delante y manoteando furiosamente como si quisiese espantar un grupo de abejas que le atacaba. A la vez gritaba:

-¡No! ¡Fuera, fuera malditas! ¡Dejadme en paz! ¡Tengo que coger el botín! ¡Es mío y no os lo quedaréis! ¡Fuera, fuera os digo!

Y el llamado Basilio siguió manoteando, hasta que, pasados unos minutos, cayó exhausto sobre el catre. Cipriano había asistido mudo e impotente a la escena. Había sido tan frenético y desaforado el braceo del hombre que no se había atrevido a intervenir, pues temía llevarse algún fuerte guantazo, si se acercaba. El herido respiraba de manera entrecortada. Con voz queda murmuraba algunas palabras entre dientes. El zagal acercó el oído a la cabeza del doliente:

            -¡El botín, el botín! ¡Es mío, es mío! ¡Yo tengo el mapa! ¡No me lo quitaréis, malditas!

            Después de decir estas palabras, quiso incorporarse, pero solo acertó a levantarse algo mientras emitía un grito estertóreo y largo. Luego, cayó ,de golpe, sobre la cama y se quedó inmóvil, con la boca y los ojos abiertos.

            Cuando Cipriano se percató de lo ocurrido, puso la mano en la boca de Basilio y no notó aliento alguno. Le cerró los ojos y exclamó, a su vez, en voz alta:

            -¡Rediós, está muerto! ¿Y qué hago yo ahora?

            El joven conocía la muerte, pues ya había pasado varias veces por su casa, llevándose a algunos de sus mayores e, incluso, a un hermano más pequeño, que había muerto atropellado por un carro. La conocía también por haber visto a más de un joven empitonado y muerto por el cuerno de una vaca en las fiestas de los pueblos de la Ribera. Él mismo, como todos los pastores, era ducho en matar ovejas y corderos, para venderlos o comerlos en casa. No, no le tenía miedo.

Además, recordó un dicho de su abuelo Joaquín: “Hijo mío, no les tengas miedo a los muertos. ¡A los vivos sí, que son los que pueden hacerte daño! Los pobrecicos muertos no te van a hacer nunca nada.”

            En un primer momento pensó si debía ir a Tafalla, a dar parte. Desistió de ello, pues había más de cuatro kilómetros hasta la ciudad y no quería cansar a la mula, que le haría falta para llegar hasta las montañas de la sierra. Además, al día siguiente vendría el médico, y podría certificar la defunción del fallecido. Tenía que pensar qué hacer. Era ya mediodía y, de repente, sintió hambre. Comería algo y, mientras, decidiría cómo actuar.

            Salió de la caseta, pues no le pareció oportuno comer al lado del finado. Se sentó en el poyo que había al lado de la puerta y, masticando despacio, fue dando cuenta de unos trozos de queso, chorizo y pan, a los que ayudaba a pasar con largos tragos de la bota. Mientras masticaba, le vinieron a la cabeza las últimas palabras del moribundo:

“-¡El botín, el botín! ¡Es mío, es mío! ¡Yo tengo el mapa! ¡No me lo quitaréis, malditas!”

Cipriano no entendía nada. “¿El botín? ¿Suyo? ¿Qué habría querido decir? Por mucho que le daba vueltas, seguía sin comprender. De pronto se le ocurrió una idea: El petate. El petate de Basilio”. Miraría qué había dentro. A ver si encontraba algo que le ayudara. Entró de nuevo en la cabaña y cogió el petate. No pesaba mucho. Lo puso encima de la rústica mesa que había al lado de la pared y, abriéndolo, comenzó a vaciarlo: camisas, mudas, calcetines, útiles de aseo, un par de botas, un par de zapatos… por el momento, nada fuera de lo normal. Fue depositando todo sobre la mesa. Ya casi con el petate vacío, notó que en el fondo había una caja metálica, de esas que se utilizaban para el dulce de membrillo o para las pastas caras. La sacó. La dejó sobre la mesa y la abrió. Lo primero que vio la documentación del muerto. En una cédula de identidad pudo comprobar que el nombre y el apellido que les había proporcionado eran falsos. Según aquel papel, que venía ilustrado con una fotografía el hombre se llamaba Pedro Fontes Abarca, tenía 43 años y era natural de Santacara. De oficio pastor. “O sea, que en eso no nos mintió-se dijo Basilio-.”

Continuó extrayendo más papeles: varias cartas, fotografías de lo que parecían sus padres y hermanos, una medalla con la efigie de la Virgen de Ujué, y en el fondo del todo una pequeña libreta de tapas duras y negras. También sacó un par de lápices y una goma de borrar.

Cipriano abrió la libreta. Las primeras páginas contenían apuntes y cuentas que parecían de días trabajados:

Olite, para Severio Echaundi: dos meses, 150 pesetas.

San Martín de Unx, para Zósimo Campistegui: seis meses, 480 pesetas.

Tafalla, para Sebastián Torreta: un año, 900 pesetas…”

Y, seguía la relación. Cipriano dedujo que el hombre se había ido contratando de pastor por los diferentes pueblos de la Zona Media y Ribera de Navarra. Cuando fue pasando las hojas cayó de entre ellas una hoja de periódico doblada. El zagal la cogió, la desdobló y la leyó:

 

 

 

                    Π‡≈                         Ξ EL DISTRITO Ξ             ≈‡Π              

               SEMANARIO CATÓLICO DE INFORMACIÓN NACIONAL

ESPAÑA      

ANDALUCÍA-ARAGÓN-ASTURIAS-BALEARES-CANARIAS-CASTILLA LA VIEJA-CASTILLA LA NUEVA-CATALUÑA-VALENCIA-EXTREMADURA-GALICIA-NAVARRA-VASCONGADAS

 

Un atracador roba más de veinte millones en joyas en Tudela

 

                                                                                              JAVIER  LEFRAN

                                                              Pamplona – 01 MAR 1952 SÁBADO

                                                                                              _________________

 

Una persona atracó, en la tarde del pasado lunes, la joyería Falcorza, en Tudela. Apoderándose de joyas, relojes y otros objetos de valor por un importe que, según las primeras estimaciones, supera los veinte millones de pesetas. A pesar de que inspectores de policía acudieron al lugar de los hechos minutos después del robo, por el momento no se tien ningún dato acerca de la identidad del atracador. Pocos minutos antes de las ocho, el pasado lunes, cuando el propietario de la citada joyería se encontraba realizando unas comprobaciones, un individuo llamó a la puerta, haciendo ademanes, para que aquel le abriera. Una vez dentro, el ladrón amenazó con una pistola al propietario, amordazándole y dejándole posteriormente atado a una silla. Durante diez minutos, el ladrón se dedicó a desvalijar la joyería, apoderándose de todos los objetos de valor que había en la misma. Después de colocar el producto del robo en una saca, el ladrón se dio a la fuga, sin que se sepa cómo.

 

Poco más tarde, el propietario de la joyería Falcorza, consiguió llegar hasta la puerta, arrastrándose por  el suelo, sin poder soltar las cuerdas que lo sujetaban a la silla. Una vez al lado de la puerta de entrada fue visto por una vecina del inmueble, que había bajado para dejar la basura. Esta dio aviso a la policía que acudió enseguida y liberó al joyero, quitándole también los esparadrapos que tenía en la boca, además de realizar una primera inspección ocular y conocer el alcance del atraco-

 

Al día siguiente se realizó un inventario y se pudo comprobar que los objetos robados están valorados en más de veinte millones de pesetas. Por el momento, la policía no ha practicado detenciones relacionadas con este robo.

               

Por su parte, el propietario ha hecho saber que ofrece una recompensa, que ascenderá, en su caso, a un cuarto del valor de los objetos que sean recuperados.

 

“¡Un robo! -se dijo- ¡El robo de una joyería en Tudela! ¡Y este hombre ha hablado de “el botín”!

“¡Que las abejas le querían quitar el botín! -siguió pensando-A ver… lo encontramos en la abejera de Valditrés, cuando tuvimos que desviarnos a causa del mal tiempo, para llegar a este corral. Se quedó rezagado para hacer sus necesidades, según nos dijo. Luego, oímos unos gritos y, cuando volvimos sobre nuestros pasos, lo encontramos tirado en el suelo, cubierto de abajas, aullando de dolor. Nos costó rescatarlo. Tuvimos que arrancar una porción de coscojas e ilagas y pegarles fuego. Con el humo, las abejas se replegaron y pudimos recogerlo. Luego, a lomos de una mula, cruzado, como un saco, lo trajimos hasta aquí. Pero allí no había botín. O sea, que, si este es el ladrón, las joyas robadas las escondió en aquella abejera. Conocía bien todos estos términos. Seguro que trabajó por aquí.”

Siguió revisando la libreta. En una de las últimas páginas encontró un rudimentario mapa, dibujado a lápiz, donde señalaba el recorrido de la Cañada Real y varios pueblos y lugares. Entre ellos estaba bien marcado el lugar de la abejera donde las abejas habían atacado al hombre y, también, dibujada en grande una gran X, con la letra B al lado.

            “El botín; las joyas están en la abejera. Este “pajaro” llevaba una doble vida. Era pastor y, por temporadas, ladrón. A saber qué hay en la dichosa abejera.”

“Pero ya sé qué voy a hacer. Mañana viene el médico. Le diré que me lleve hasta Tafalla y daré parte a la Guardia Civil. En el periódico dice que hay una recompensa de la cuarta parte. Y la cuarta parte de veinte millones son… ¡cinco millones de pesetas! Cipriano, hoy sí que te has ganado el jornal. Seguro que a padre no le importará que tarde un par de días más en llegar a Goñi. Menuda sorpresa que se llevarán él y madre. Ahora sí que voy a ser mayoral de mi propio rebaño. ¡Virgen del Yugo! ¡Qué suerte!”

            Y, de repente, el día se hizo más luminoso y algo más cálido. Cipriano Soldevilla salió a sentarse en el poyo de la puerta y siguió labrando su cuerno-salero con su navaja y con su lezna. Pasaría la noche velando junto al difunto, pero era un velatorio que valía millones. ¡Vaya que sí!

 

Buen Camino.

¡Vale!