Hace tiempo que le debíamos una visita al Plano.
La mañana está buena para andar. 14º.
Incluso vamos a pasar calor. Son las 08:45 horas.
El queso y el barbecho, para mayo estén hechos.
En la urbanización (“Los enredos”, que decía el Templao), la ladera donde está ubicado el Aguazón Basoa está mustia.
Bajamos la pequeña cuesta que nos lleva al minitúnel que cruza la variante de la carretera de Estella. Antes de alcanzarlo, caminamos un trecho por el viejo término de la Somatilla. El avance de la urbanización terminará por ocuparlo todo y dejará su nombre para el recuerdo, como tantos otros que pertenecen ahora al callejero de la ciudad.
Al otro lado del tubo que hace de túnel están Las Badinas.
Las hierbas ocultan la lápida que hay en la bifurcación de caminos.
En medio de las grandes piezas de cereal, la finca de Txirolas es como un pequeño oasis.
A los pies de un almendro de gran porte, una sencilla piedra con un bote con flores nos recuerda al bueno de Félix.
La caseta todavía conserva fotografías, licencias municipales y utensilios que con tanto cariño él fue colocando.
Subimos por la Cuesta del Melón y torcemos a la izda. para, por la Senda de los Enamorados, llegar hasta las Cuatro Piedras.
09:30 horas: Entramos en el monumento.
Las piedras permanecen erguidas. Las placas de cada uno de los amigos del Plano tiñen con el óxido su superficie.
Cada nombre nos evoca un recuerdo, una anécdota, una pasión.
Hemos sido unos privilegiados al conocer y tratar a cada uno de ellos.
Volvemos al camino.
Pasamos junto al Corral del Plano y nos adentramos en el bosque.
La parada para leer el cartel es obligada.
Un camino ancho permite avanzar con comodidad.
A nuestra dcha. el cercado está provisto de pasos para poder adentrarse en el encinar.
Nosotros preferimos seguir nuestra ruta por este camino.
Cruzamos el Raso y, siguiendo el camino, nos encontramos con un majestuoso y solitario ciprés que nos saluda en silencio.
En un recodo, dentro de un gran alcorque, está la estela funeraria de Toñín Olcoz.
Son las 10:00 horas.
Buscamos la sombra y aprovechamos el lugar para reponer fuerzas.
Estamos solos. Sorprendentemente hoy el Plano no tiene visitantes.
Salimos y torcemos a la dcha.
Lo que parecía una senda resulta ser un viejo cortafuegos.
Nos adentramos por él.
Se anda fácilmente y resulta muy agradable tener el arbolado tan cerca.
(Los árboles...) Tienden a suprimir los extremos, aproximándolos a un medio común. Las plantas domésticas encuentra en ellos protección contra el frío, contra el calor, contra el granizo, contra los vientos y el progreso de las arenas voladoras. Almacenan el calor excesivo del verano y el agua sobrante de los aguaceros, y los van restituyendo lentamente durante el invierno y en tiempo de sequía. Mantienen el aire saturado de humedad, evaporando lentamente el agua que en los suelos desnudos desaparece en obra de días o de horas. (Felipe Esquíroz Armendáriz)(La Reforma de los Comunes Agrarios de Navarra y otros temas).
Una mancha blanquecina se deja ver entre la maleza.
Es el camino que sube de Cabriteras.
Unos metros más adelante este camino desemboca en el que sube del Saso.
11:00 horas. Caleras del Plano.
Hace unos años Sergismundo me pasó la ubicación de estas antiguas caleras.
Fuimos a visitarlas y nos dio la impresión de que, a una de ellas, se le podía sacar partido.
Nos pusimos al habla con el Voluntariado Medioambiental de Tafalla y una tarde llevamos a Agustín e Isabel a que echaran un vistazo y valoraran si se podía hacer una reconstrucción.
Agustín se entusiasmó nada más verlas.
Con mucho trabajo y sacando recursos de aquí y de allá, están llevando a cabo una pequeña obra que va a convertirse en una joya en el patrimonio rústico tafallés.
Los trabajos van a buen ritmo.
Queda tajo todavía.
Pero cuando se tape el horno y se deje perfectamente integrado en el terreno, va a ser obligatorio visitarlo cuando se suba al Plano.
Salimos de nuevo al camino.
Llegamos a los sifones del Canal y avanzamos hasta el cruce con el camino de la Celada.
Bajamos.
Otra visita obligada y entrañable para nosotros es la finca de Isabel y Agustín.
Nos sentamos a la sombra en el banco de piedra.
El calor se hace notar. Un buen trago a la cantimplora junto al olivar, disfrutando de la caseta y al cobijo del enorme pino, hace que no apetezca mucho moverse de allí.
Pero hay que volver.
Cruzamos otra vez el tubo-túnel y, antes de entrar en la urbanización, recreamos la vista en las cebadas y los trigos salpicados por un mar de amapolas.
Son las 12:00 horas.
Una visita al Plano nunca te deja indiferente. Tenemos la inmensa suerte de poder disfrutar de un pequeño bosque a sólo unos minutos de casa.
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