martes, 25 de agosto de 2020

La Hoya Grande (Olite)





Domingo, 23 de agosto de 2020

Hoy volvemos al Plano. 
La mañana ha salido de cierzo. La temperatura, 15º. El cielo despejado.

Por San Bartolomé la mies recogida esté (24 de agosto) 

Queremos conocer una zona alejada de nuestras rutas convencionales en el Monte de Olite.
Vamos a seguir una ruta de Sergismundo que subió a Wikiloc en febrero de este año. 
Son las 08:15 horas. 





Aparcamos junto al Corral del Plano y comenzamos a andar. 
El camino discurre al lado de la gravera. 
El hueco que dejó en su día la extracción de gravas para la autopista se ha convertido en un paraje hermoso.




Los pinos y la abundante vegetación hacen impensable que pueda haber debajo toneladas y toneladas de basura enterrada. Allí era donde se depositaba hasta que se habilitó el vertedero, hoy clausurado, de Romerales. 
Seguimos en dirección S. 





Las piezas situadas en la falda del Canto del Plano reciben el riego de los aspersores. 
El paisaje de la Plana de Olite se llena de verdes y ocres que se funden en el azul intenso del cielo. 
Pero tanta belleza no puede durar mucho. 
La falta de respeto y de civismo se hace patente al salir de una curva.




Un colchón y su funda han sido abandonados por alguien que debe de pensar que  las campañas de respeto por la naturaleza no van con él. 
Entramos en una senda y abandonamos el camino principal. 
El paseo en medio del arbolado nos devuelve la alegría de la mañana. 
09:00 horas. Santa Brígida.





Hacemos una breve parada y continuamos nuestra ruta. 
El lugar está solitario. 
Vamos a caminar por una zona en la que nunca habíamos estado.





Un viejo cartel mantiene a duras penas su dignidad y avisa de la prohibición de aparcar en su entorno. 

09:05 horas. Corral del Monte.




La construcción está completamente en ruinas. 


En el exterior los cardos se han adueñado del serenao. 
Un poco más adelante oímos ladrar a unos perros y descubrimos a tres cazadores sentados. 
Nos acercamos a hablar con ellos

- Ahora ¿qué cazáis?
- Estamos al conejo. Nos han dado cinco domingos y este es el segundo. 
- ¿Y de piezas?
- Nada. Yo he pegado un par de tiros - nos comenta uno de ellos con sorna - más que nada para que se enteren los conejos de que estamos por aquí. 

Al despedirnos, nos avisan de que en la senda hay un tramo "mucho malo" para bajar. 
Nos adentramos en la espesura por un sendero precioso. 
Las encinas y los enebros son los señores del bosque.


 
Algunas coscojas, pocas, consiguen sobrevivir a los pies del arbolado.





Continuamente aparecen los cados de los conejos.  
Salimos a un claro del bosque y comprobamos que los cazadores tenían razón. 
La pendiente es muy pronunciada. 



Afortunadamente, el suelo está seco. 
Cuando esté mojado, será un verdadero "poema" bajar por aquí. 
Clavando los bastones y agarrándonos a los matorrales, llegamos a terreno llano. 
09:40 horas. Balsa grande del Monte. 




El lugar es espectacular. 
Según nos han dicho los cazadores, nos encontramos en la Hoya Grande. 
Cerca de la orilla, se ha hecho alguna cata para buscar restos arqueológicos. 






Este sitio tiene su importancia, como así lo publicaron Beguiristain y Jusué.
Aprovechamos la sombra y echamos un bocado. 
La balsa, a nuestros pies, y las laderas pobladas de árboles. El silencio roto por algún ladrido y el suave cierzo espantando las moscas. Todo ello nos hace sentirnos privilegiados. 
Volvemos al camino. 




Todavía podemos contemplar a nuestra dcha. dos o tres balsas más.  
Todos estos humedales, me comenta Juanjo, son los que forman el Barranco de Vallacuera. 





Nace en este lugar y desemboca en Caparroso. 
Este otoño, si las circunstancias lo permiten, tenemos intención de seguir su curso completo. 

16 de junio de 1502. Los jurados de Tafalla "considerando que a Dios nuestro Señor le place que en la ciudad de Pamplona haya de morir de pestilencia", mandan cerrar todas las puertas de la villa salvo tres - la del Puyo, de Falces y del Río - en las que instalan guardas con la rigurosa orden de no dejar entrar a ninguno que venga de Pamplona o de cualquier otro lugar en el que se muere a causa de la maldita enfermedad. Pocos días después la plaga se extiende y con ella el temor. Se cierra un portal más y se prohíbe a los vecinos viajar a localidades en la que se sospecha que padecen la peste. (La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste. 1348-1723)(Peio J. Monteano)

Salimos a una zona cercana al canal de Navarra. 
A nuestra derecha, el terreno ha sido repoblado de encinas. Los árboles, perfectamente alineados, aún son pequeños. 
A la izda. el bosque autóctono campa a sus anchas.
 


Las matas de arañones muestran una gran cantidad de frutos que salpican de azul el verdor del camino.
Las instalaciones del Canal nos avisan de que ahora toca caminar un tramo largo y recto por encima de él. 






Produce una sensación extraña saber que tenemos debajo de nuestros pies un caudal de hectómetros de agua.
Abandonamos la recta y entramos en el camino de Falces. 
Unos metros adelante tomaremos la senda oculta. 
Siempre resulta un placer caminar por ella, aunque los tiempos están cambiando.






Las Btt vienen a toda velocidad y una de ellas nos pega un buen susto. Estamos a punto de ser arrollados. 
En los senderos estrechos y con escasa visibilidad, algo habrá que hacer porque el riesgo de atropello es alto. 
11:10 horas. Corral del Plano. 


Juanjo, por la mañana, tomó la precaución de aparcar entre dos frondosas encinas y dejar el coche a la sombra. Se agradece. 
Ha sido una mañana estupenda. Hemos conocido unos lugares, bien cercanos, que nos han sorprendido gratamente. 
Nos queda pendiente otra visita en otoño o invierno. 





Harina de otro Costapor Juanjo Costa
  

Las viejas sendas (23 de agosto de 2020, domingo)

   Un cuadro: The Hay Wain (El carro de heno, 1821) – John Constable National Gallery (Londres)




 

El escritor británico Robert Macfarlane ha publicado desde comienzos de este siglo varios libros de viajes, de entre el total de los 27 que ha escrito. El último de aquellos, Las viejas sendas es la tercera parte de una “imprecisa trilogía sobre el paisaje y el corazón humanos”, en palabras de su autor. Los dos primeros títulos de la supuesta trilogía, Mountains of the mind (2003) y The Wild Places (2007), le valieron el reconocimiento como uno de los escritores ingleses emergentes, pero Las viejas sendas es la obra que le ha granjeado la alabanza unánime de la crítica y el éxito masivo.

En esta obra cuenta los viajes que realizó por senderos que el hombre ha recorrido durante siglos. En ocasiones solo, en muchas más acompañado por viejos y peculiares amigos, Macfarlane se adentra por bosques, transita por las cumbres, camina por el lodo entre arenas movedizas, navega por las islas de Escocia o hunde sus pies siguiendo las huellas que un ser fantasmagórico ha trazado hacia un precipicio en el Himalaya.

            Macfarlane pertenece a la tradición de escritores que tratan los lugares, los viajes y la naturaleza con la finalidad de provocar una nueva crítica e interés popular sobre los paisajes y la naturaleza salvaje.

            Nosotros Los Caminantes, no somos tan intrépidos ni escribimos libros tan famosos como el autor arriba mencionado, pero compartimos algo con él, nuestro amor por los paisajes y el deseo de caminar por las viejas sendas, en buena compañía. Y de eso, por aquí cerca, tenemos mucho.

 

            Como habéis leído, nos hemos adentrado en una de ellas, yendo más allá de lo que acostumbrábamos en esa zona, entre Tafalla y Olite, a la que unos llamamos Monte Plano y otros Monte Encinar, pero que forma una misma realidad indivisible y que ha sido una parte importante del soporte vital de ambos pueblos, por lo menos desde tiempos prehistóricos.

            A nosotros, hoy, nos ha deparado la agradable sorpresa de sus rincones recónditos y sugerentes, amén del trato de unos cuantos cazadores (suponemos que de Olite) que han sido la amabilidad misma, pues nos han indicado los caminos y obstáculos que íbamos a encontrar, así como un trato de lo más amigable y correcto que se puede encontrar en esas circunstancias. No solo nos han franqueado el paso con paciencia, sino que nos han informado de las peculiaridades de la caza que estaban practicando, lo que nos ha ilustrado sobre una actividad que nos es bastante desconocida (aunque suponemos que los conejos no opinarán lo mismo). Desde aquí, queremos darles las gracias y desearles que sigan disfrutando de su afición y de su bonhomía (y a los conejos ¡vista y oído!).

            Yo, por mi parte, he pensado ilustrar este recorrido que tanto nos ha gustado, recurriendo, ¡cómo no!, a un libro del que entresacar algunas pinceladas que, si no hablan directamente del paisaje, sí que lo hacen de vicisitudes históricas más o menos cercanas. Se trata de la obra ”OLITE, de Alejandro Díez (sacerdote), publicado a expensas del autor el año 1984 en Gráficas Lizarra de Estella y que está prologado por el entonces Senador por Navarra, Víctor Manuel Arbeloa.”

            No andaré desencaminado, si digo que, en su estilo, es la mejor de las historias que he leído sobre esta ciudad (sin desmerecer los estudios de nuestro amigo y profesor Ricardo Ciérbide Martinena, que son otra cosa). Lo podéis encontrar en la Biblioteca de Tafalla (sección Historia de Navarra). He dejado mucho de su contenido en el tintero para posteriores ocasiones y me he limitado a “picotear” algunos asuntos que me han parecido más acordes con la naturaleza de estos escritos. Esperamos que sean de vuestro agrado. Vamos a ello:

 

-El final del prólogo (toda una lección sobre cómo se debe escribir la historia y que algunos pseudohistoriadores tafalleses nunca tuvieron en cuenta): “Y tampoco me parece mal que el autor se detenga en los umbrales de este siglo, más aún, tratándose de una historia local. Mejor es callarse que hacer propaganda o dar leña en nombre de la historia” (Víctor Manuel Arbeloa. Senador por Navarra. 1984).”

 

- Página 16: “El padre Escalada en 1942 dice: “que por la ciudad de Olite pasaban dos calzadas romanas; una la que procedente de Tudela atraviesa Olite, Tafalla, Barrasoain… y la otra, situada en el camino viejo de Olite a San Martín de Unx.”

 

- Página 52: “Almadías y almadieros del Rey. Cuando Carlos III el Noble empezó las obras de su palacio de Olite y más tarde las de Tafalla, la madera que necesitaba era traída, casi en su totalidad, en las almadías que se formaban al pie mismo del Pirineo. A tal fin, ajustó un acuerdo con el vecino de Sangüesa Johan de Olleta y con el de Hecho, Aznar, para transportar 10 almadías anuales, durante 10 años, de fustas de pinos y abetos. Ordenó a todos los alcaldes, mayorales, jurados y concejos, y a cualesquiera de sus oficiales y súbditos, para que no pusiesen dificultades a los almadieros en su transporte, ni les obligasen a pagar tributos, excepto si producían daños en Sangüesa. Estas almadías llegaban hasta Santacara, donde el concejo de la villa sacaba la madera del río y se encargaba de transportarla en carretas hasta Olite.”

 

-Página 64 y 65: “Carlos III tuvo las aficiones propias de la época (…), amó el buen gusto, amó lo hermoso y lo bello. Amó las flores y los animales (…) Era amigo de la naturaleza y no escatimaba gasto alguno para tener junto a sí, en sus palacios y jardines o en sus cercanías, plantas y animales, a veces, los más exóticos. Animales salvajes habitaban en los fosos de sus castillos y aves melodiosas alegraban los dulces amaneceres en sus jardines colgantes. Incluso disponía de una hermosa pesquera, junto a la fuente de nueve caños, debajo de la cámara larga.

Gustaba de andar en barca por el río Ebro en Tudela y en Puente la Reina, en el río Arga. Disponía de una barca para su recreo y el de las infantas, que se la había hecho en el año 1419 el moro Muza Madiaco. En el Arga se aficionó a la pesca, y alguna vez hizo ir a Puente la Reina a afamados pescadores de Falces o al más famoso de todos, Perico de Berbinzana.”

 

 -Páginas 68 y 69: “El rey tenía afición a toda clase de caza. No solamente a la caza noble, que podríamos llamar la de la perdiz, o a la caza mayor, como la del jabalí, por la que sentía verdadera pasión, sino también a otra clase de caza más insignificante, aunque no menos entretenida. En 1412 se compraron a Fasción, juglar del palacio, 4 redes por 4 redes para cazar codornices (…) Para la caza de alondras el monarca navarro disponía de un instrumento muy original, hecho de fusta, que se lo había fabricado su escudero trinchante Jehamín Ruiz (…) La caza de “tordanchas” se practicaba con una ballesta especial que para el rey fabricaba Johanico de Badostain (…) Carlos III el Noble gustaba de los perros de caza, por los que sentía tanta o más estima que por los azores y halcones. En su palacio de Olite disponía de un grupo de mozos que cuidaban con todo esmero sus grandes jaurías de perros, de sus galgos y de sus lebreles blancos.”

 

-Página 71: “El Monte de Olite. En la época de la Edad Media, en que los medios de comunicación y los empleados para dar muerte a los animales eran muy rudimentarios, la caza abundaba por todas partes (…) El rey tenía privilegio para cierta clase de caza. En Olite tenía en exclusiva el monte de la villa, y pagaba de tributo por el goce del mismo 8 libras (…) En aquellos años (lo mismo sucedía en tiempos recientes, antes de aparecer la epidemia de la mixomatosis, que ha hecho estragos en la cría del conejo) se propagaba tanto la caza que el rey se veía obligado a dar fuertes batidas para evitar males mayores (…) Para exterminar la caza sobrante envió dos emisarios a los concejos de Artajona, Larraga, Miranda, Falces, Peralta, Caparroso, Murillo el Cuende y Pitillas, para que fuesen e cazar al monte de Olite (…) Uno de los parajes a donde acudía con más asiduidad era a Berbinzana, a las márgenes del Arga, a cuya villa el rey colma de gracias que podríamos calificar de excepcionales, y donde llega a construir un edificio para su descanso y recreo. El día 23 de octubre de 1417, se entregó a Gil García de Unzue, clérigo de las obras de Berbinzana, 80 libras para emplearlas en dichas obras. Por este motivo los vecinos de la villa quedaban obligados a acarrear leña para servicio del rey y a proporcionar acémilas para transportar sus ropas y ‘acarriages’ “.

 

-Página 78: “La pesquera. En 1412 el rey Carlos III ordenó al maestro mazonero Martín Périz de Estella que hiciera una fuente con nueve cañones y a su pie una pesquera. Para la primavera del año siguiente la fuente ya estaba construida y la pesquera llena de barbos. Estos peces los proporcionó Sancho Martiniz de Falces, que cobró por las dos cargas de barbos que pescó, 4 libras y 4 sueldos. Encargado y responsable de la pesquera era el servidor del rey Aurinet.

Hay que dejar sentado que después del rey Carlos el Noble, exactamente en la vida del Príncipe de Viana, el pequeño parque del palacio real adquirió nuevos animales exóticos. Junto a las aves de rapiña, destinadas para las cacerías, y de los lebreles, aparecen varios leones, jabalíes, un lobo cerval, un camello, una jirafa, un papagayo que lo cuidaba el cambrero Johan Picart y varios búfalos que pastaban en los campos de la villa.”

(Nota. Si os ha extrañado la mención del papagayo, como a mí, hay que decir que don Alejandro toma los datos de un insigne historiador, concretamente del tudelano don José Ramón Castro Álava, cuya solvencia y fiabilidad está sobradamente documentada) ¿Cómo puede ser esto, si estamos entre 1425 (muerte de Carlos III) y 1461 (muerte del Príncipe de Viana)? Ignoro si habría papagayos o pájaros con ese nombre en otros continentes, pero América aún no se había descubierto).

 

-Página 243: “Gran parte del término de Olite estaba cubierto de encinos que hubo que roturar al ir aumentando la población y para el pastoreo del ganado mayor y menor.

El concejo se preocupaba de cortar racionalmente ‘los Alcinos (encinos) y el coscuyuelo del Plano (la Plana) ya que constituían el combustible de consumo diario. La explotación del monte solía ser una fuente de ingresos para el concejo.”

 

-Página 247: “Olite, tierra de vino. Hay una jota que reza así:

 

                                    Quiéreme a mí, navarrica,

                                    que conmigo no vas mal;

                                    tengo viñas en Olite

                                    y en Milagro un cerezal,

                                    olivares en Cascante

                                    y una mina en Carrascal.”

¿Hay quien dé más? (Me apunto).

 

-Página 261: “Corrales y corralizas. El concejo de Olite disponía de escasos fondos y, cuando acontecía algún gasto extraordinario, se veía obligado a vender los comunes o las hierbas de alguna corraliza (…) Hacia 1642 había en Olite 15 corralizas: Corral de la balsa, Baratón, la Sarga, Chiviri el Alto, Chiviri el Bajo, Gastoja, Cruceta, Corral quemado, Cantera, Vergalada, San Miguel, La Balsa, Cabesmesado, Matuella, Coscoceta. También aparecen los nombres de Gaztigurría y Mendiondoa.

(¡Qué maravilla de topónimos!)

El tema de las corralizas y su enajenación por parte de personas pudientes es muy arduo. Baste decir, pues es un capítulo muy amplio y no exento de violencias, por lo que, llegado el siglo XX, el sacerdote Victoriano Flamarique intentó abogar para salvaguardar los derechos del pueblo y, al no ser posible, el día 1 de agosto de 1914 estalló un motín en el que resultaron muertos por los disparos de los guardias tres vecinos del pueblo. Otros fueron conducidos a presidio y no pocos jóvenes emigraron a las Américas. Este asunto es largo de contar y merece todo un libro, aparte.

 

-Página 276: “Guardas. En 1791 los guardas de campo son 9 y se les aumenta el sueldo a 30 ducados, imponiéndoles la obligación a todos ellos de custodiar, aparte de los campos respectivos, el Monte Encinar.”

 

-Página 294: “Lobos en el Monte de Olite. Hablar en nuestros tiempos de lobos aquí en Navarra resulta un tanto anacrónico (…) En los tiempos pasados estos temibles animales abundaban por todas partes, hasta en los pueblos de la Ribera. En Olite en el año 1585 había tal número de lobos que a una calleja cerca del Chorrón se la llamaba ‘calleja de los lobos’. Estos animales hacían tanto mal en el ganado mayor que el concejo, reunido con un gran número de vecinos, trató de buscar algún remedio, pero, atendiendo a que la bolsa de la villa de Olite estaba muy pobre, acordaron poner en ejecución la forma de ahuyentar los dichos lobos: ‘El alcalde dice que el monte encinar está muy espeso, desde la Balsa Grande atrás, y resulta muy dañoso para los ganados por recogerse allí muchos lobos y la espesura impide pacer al ganado. Por dicho motivo se desea esclarecer dichos matizales (¿?) y dejando pimpollos para que se hagan árboles’.

Los puercos del monte. En 1554 el concejo tenía acordado que cada vecino pudiera echar al monte un puerco y que por cada puerco se pagara un real castellano (…) En 1599 el número de puercos que pastaban en el monte era de unos 200, aparte de los gorrines. El concejo, desde luego, tenía prohibido coger bellotas del dicho monte, bajo la multa de un ducado cada vez.

La leña del monte. Siempre, desde la más remota antigüedad, el concejo se preocupó de la conservación del monte encinar (…) pero, a pesar de todas las amenazas y castigos que imponía el concejo, la gente cortaba los árboles más robustos y los traía escondidos en sus carros (…) Las mayores talas de leña se hacían en tiempos de guerra. El Ayuntamiento debía facilitar a la tropa la leña que necesitara (…) El monte encinar, ha dejado de suministrar leña a los vecinos de Olite. Ya no la necesitan. Las modernas calefacciones han suplido con creces esa necesidad. Hoy el monte sirve a los de Olite para pasar un día de descanso confraternizando con los amigos alrededor de un sabroso calderete o degustando unas olorosas costillas.” 

 

Hasta aquí, por hoy. Queda mucho en el tintero. Y, como podéis ver, no solo los de Olite pueden disfrutar de estos parajes. También los de Tafalla lo hacemos. Esperamos que, con esta pequeña aportación al conocimiento rural de la zona, se animen también otras personas de Navarra y de fuera de ella. Recordad que hay vida más allá del Castillo. Pero la decisión es de cada cual. El que quiera, ya sabe (incluso se pueden compaginar ambas visitas el mismo día).

 Nosotros, pensamos volver a Las Balsas (si es posible, con calderete o costillas y ‘clarete’). Ahí lo dejamos. Buen Camino. Vale.                      


miércoles, 19 de agosto de 2020

El roble cumple 100 años



Domingo, 16 de agosto de 2020

Nunca hubiéramos imaginado que un 16 de agosto estuviéramos andando por Valdelobos. 
En estas fiestas/no fiestas, todo es posible. 
¿Qué se puede hacer cuando no hay nada que hacer?
Pues eso. Salir al campo. Recorrer caminos conocidos, recordar vivencias, gentes e historia. 
Son las 08:00 horas. 
La mañana está fresca, agradable. El suave cierzo nos va ayudar a hacer una bonita excursión. La temperatura es de 16º.

El que mata el cuto temprano, pasa buen invierno pero mal verano. 

El roble de San Cristóbal cumple 100 años. 





Al leer la placa que colocaron a su lado nos vienen a la memoria la antigua gasolinera. Sus empleados y la actividad que daba a este barrio. 
El árbol ha sufrido calores, choques de coches, gamberrismo. 




Ha visto pasar los toros cuando los llevaban de Valmayor a Escolapios. 
Desfilar soldados en la postguerra. 
Y ahí sigue. Discreto, gallardo. Sobreviviendo gracias a las aguas de la acequia del Restañal. 
Nos acercamos al puente viejo. 




El agua baja color "chocolate". A los 11 litros que cayeron en Tafalla la noche del viernes, habría que sumar los que llovieron más arriba y que han hecho que salten de nuevo las presas. 
Al llegar a la fuente del Rey hacemos una breve parada. 
Lástima de lugar, tan bonito y tan dejado. 
La hierba alta y mal cuidada. Basura por todos lados. 


La fuente, llena de pintadas.
Con un poco de cuidado y respeto podría ser uno de los lugares más bonitos del pueblo. 
Tomamos el primer desvío a la izda. y caminamos en dirección N.
Flanqueados por la autopista y por campos llecos, la ruta nos lleva hacia la caseta blanca que nos sirve de referencia. 


Medio escondida, a la sombra de unos olivos, la vemos pequeña y desamparada.
Cuando termina el camino, torcemos a la izda. y, por otro intransitable, llegamos a ella. 
09:00 horas. Lápida de Martín Elorz. 
Nos cuesta un poco encontrarla.



Aparece rebuscando entre las altas hierbas. 
Hace cinco años publiqué en este blog el trágico suceso que hubo en este lugar. 

Subimos a la pieza que está junto a los olivos y caminamos por los rastrojos. 
Salimos a un camino viejo que desemboca en una pista blanca y nos acercamos al puente que cruza la autopista. 




Por el camino que va hacia el E. subimos una larga cuesta. 
Estamos en el corazón de Valdelobos.  
10:15 horas. Molino Clotilde.


Es la hora de echar un bocado. 
Nos sentamos debajo de sus 100 m de altura. 
Buscamos el sol porque, a la sombra, el cierzo viene "casi" frío. 
No podemos dejar de admirar su enorme estructura. 
Volvemos otra vez al camino y bajamos de nuevo al puente sobre la autopista.
Vamos descendiendo poco a poco. 
En el camino, grandes charcos nos confirman que cayó mucha más lluvia por aquí el pasado día 14.

A la vista de la documentación tafallesa, no parece que la epidemia cesase a lo largo del verano. Todo lo contrario. El 21 de septiembre de 1502 Tafalla extrema las medidas de prevención para evitar el contagio. Quienes deseen entrar en la villa deberán jurar por lo más sagrado que en los dos últimos meses no han estado ni entrado en ninguna parte donde se padezca la peste. Una vez prestado juramento, sólo se les permitirá estar el tiempo imprescindible para realizar el asunto que le haya traído a la localidad y en ningún caso permanecerá en ella más de una noche. Paralelamente se celebran procesiones en honor de San Sebastián y San Fabián. (La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste. 1348-1723)(Peio J. Monteano)




Los avellanos verdean en la orilla y muestran ya sus futuros frutos.
El ruido de los vehículos en la autopista cada vez es más intenso y molesto. 
Hubiéramos querido entrar un momento en la abejera, pero hoy preferimos llegar cuanto antes a Tafalla. 


Al pasar de nuevo por la fuente del Rey, nos adentramos por el sendero marcado en lo que fue el olivar de Muruzábal. 
11:40 horas. Olivar de Gutiérrez. 





Al comienzo de los pinos de Ereta, en las terrazas que hay junto a la vía, se encuentra este olivar. Todavía hay gente en el pueblo que lo conoce por ese nombre. 
12:00 horas
Estamos junto a la Plaza de Toros. 
Nos acercamos a la "presa de la estación".




La semana anterior se podía pasar por ella andando. Sin embargo ahora, las últimas lluvias le han devuelto su esplendor.

 

En este enlace se puede ver el recorrido de hoy


Harina de otro Costapor Juanjo Costa

Un paseo para la reflexión (16 de agosto de 2020, Domingo)

   Ma solitude (George Moustaki)

      No soy presa fácil de la nostalgia. La acepto como compañera de viaje cuando aparece inesperada, sobre todo los domingos soleados por la tarde. Pero no le dejo que me marque el camino, pues no conduce a nada bueno. Otra cosa es la tristeza. A esta sí la dejo entrar, más de lo que quisiera, últimamente, porque es una amiga serena y cabal. Hace buenas migas con esas otras compañeras que tan caras me cuestan: la libertad y la soledad.  Las tres me ponen en mi sitio y me acompañan en este último tramo del camino. Son la sombra de mi alma.

Por eso, hoy, voy a hacer referencia a estas tres palabras. Para ello, voy a glosar un libro que describe una tierra que me es muy querida, por mis raíces y porque es un bastión de la España eterna. Se trata, ni más ni menos de un libro que habla de Aragón.

Lo escribió un gran profesor de la Universidad de Zaragoza, don Agustín Ubieto Arteta y se titula “Lecturas para conocer Aragón”. Fue publicado, a expensas del autor, por primera vez en 1984 y, años más tarde, sirvió para realizar una serie de cortometrajes didácticos que produjo el Gobierno de Aragón con el título “Comprender Aragón”.

A mi juicio, es un libro magnífico, desde un punto de vista histórico y con una excelente factura literaria. Explica de una manera muy documentada el pasado (y el presente) de Aragón; narra con mucha contundencia los fundamentos y orígenes de este solar. Todo con fuerza y sentimiento. Hasta tal punto que se puede extrapolar, “mutatis mutandis”, lo en él expuesto a cualquier otro; por supuesto también a esta tierra hermana, Navarra. 

            De entre sus 32 capítulos (y 316 páginas) voy a entresacar una cita del nº 31. Porque es un verano de “no fiestas”; porque hemos visitado y limpiado la lápida de un pobre muchacho que asesinaron a los 17 años y porque el “Roble de San Cristóbal” de Tafalla cumple cien años y nadie, bueno casi nadie, se ha acercado a él, a ver qué tal estaba (al menos que yo sepa). Los tafalleses están ocupados en asuntos más importantes. Total… ¿qué supone un roble -uno de los últimos en la ciudad, seguramente el más viejo-, si plantamos todos los años montones de arbolicos por esos parajes de Dios y, luego, los dejamos morir de sed y de abandono? ¿A quién le importa?

            Pues eso, como tributo y recuerdo de nuestros propios despoblados navarros -soledad y tristeza hechos piedras-, dejaré hablar al profesor Ubieto sobre las razones de lugares antaño poblados y cuyos habitantes los abandonaron, unos hace mucho tiempo (allá por las pestes medievales) y otros no hace tanto (para buscar una “vida mejor” en las zonas urbanas, mientras las rurales pasaban a “mejor vida”).

Aunque, por ejemplo, en la Baldorba, algunos se han poblado de nuevo, un tanto en falso, otros, la mayoría, siguen desmoronándose, comidos por los bardales, las ortigas y las hiedras. Son, como se diría ahora, “la España desaparecida de la España vaciada”.

            En el paseo de hoy hemos andado cerca de dos: el Caserío de San Lorenzo (de donde bajaba el joven que fue asesinado y que iba a Tafalla un festivo día de San Pedro, enfrente del Pueyo) y El Caserío de Pozuelo, Balgorra arriba, casi en la muga de San Martín de Unx. Por ellos, en recuerdo de quienes un día los habitaron y, sobre todo, por nosotros, para que no los echemos en el olvido, van estas reflexiones.

 

31 El porqué de los despoblados

Más soledad que soledades. En el camposanto, ni una flor a medio marchitar. Crece la hierba montaraz y libre, sin una azada que la trunque. Aquella cruz se quebró hace ocho inviernos y seguirá así por siempre. Quienes podíamos dar vida a este reducto de recuerdos nos dispersamos; el pueblo de los vivos murió también un día, con la familia última que huyó hacia el ruido. Las campanas de la iglesia llamaron a fiesta, tañeron a muerto, congregaron a vecinal, avisaron el fuego. Faltó el boticario, luego el médico. El veterinario no tuvo sustituto; el herrero murió. Nadie enseña en la escuela. ¿Quién me ayuda a defender mi alma, mi cuerpo, mi asno, mi hijo, mi predio? Hay que marchar…

 

Este camino va, iba a los huertos. Y al río y la fuente. No sé si conducía a una esclavitud libre o a una libertad esclava. Cántaros para agua de jofaina y olla iban y venían, mozas los llevaban. Asnillos con cuévanos de berenjenas y escarolas. Caracoles de ribazo tras la lluvia. Por aquí paseó el amor del pueblo hurtando miradas de inquisición. ¿Vale mucho más la acera asfaltada que me lleva a la fábrica con el albor contaminado? ¡Si al menos hubiera quedado el maestro!

 

Mi casa. Solar de treinta generaciones de ganapanes. ¡Ni hierro en el balcón tras el que nací! ¡Qué buitres comerán despojos de acero! Mi calle: la Mayor, la más larga. Los trasiegos de ayer y hoy son ortigas y zarzas. ¡Si al menos hubiese quedado el maestro! Mi pueblo: ¿Solo un nombre en el último carné de identidad? ¿Solo unas ruinas que apenas si aguantarán el trueno opaco de la tormenta de la primavera nueva? Quienes tuvimos que desarraigarnos, -¡Si al menos hubiera quedado el maestro!-, quienes tuvimos que desenraizarnos sabemos que un pueblo abandonado supone mucho más.

Cuando expira un pueblo de piedras y adobe se desploman las tradiciones y las leyendas de su fantasía; se acallan dances y albadas de fiesta en común. Se olvidan, se agostan juegos. Y formas de rezar y maneras de pecar. Y pierde el arte y el alma colectiva.

¿Por qué murió mi pueblo? ¿Por qué tantos y tantos son solo hoy pueblos de tinta en papel de historia? Conteste la Historia, si se atreve.”

 

Como reflexión general queda ahí, por ahora. Por otra parte, me parece oportuno dejar constancia de la toponimia menor de los dos caseríos cercanos al término de Tafalla y que he mencionado antes. Además, se citan algunos años que son los de los documentos donde aparecen.

“San Lorenzo

Topónimos: Mojón de San Lorenzo (1857). Muga se San Lorenzo (1857). Camino para San Lorenzo (1857). Alto de Caparroso (1993). Alto de Ripa (1993). Los Cubierticos (1993). Fardela (1993). Pieza del Roble (1993). La muga de Pueyo (1993). Barranco de San Lorenzo (1993). Montico de San Lorenzo (1993). La muga de Sánsoain (1993). Barranco de la Sierra (1993).

Caserío de San Lorenzo (1993): Propiedad del conde de Guenduláin. Caserío de Sánsoain y antigua granja de señorío de la Valdorba. Únicamente aparece en los Nomenclatores de 1858 (6 habitantes), 1930 (10 habitantes), 1940 (6 habitantes), 1950 (5 habitantes) y 1960 (ninguno). En su término se localizó un yacimiento al aire libre con evidencias del Eneolítico-Bronce.

Pozuelo

Topónimos: Muga de Pozuelo (1592). El señorío de (1704). La cañada real (1993). Las cañadicas (1993). Las cuatro mugas (1993). Fuente (1993). Pieza de la fuente (1993). El ginebral (1993). Portillo del aire (1993). Caracierzo de Pozuelo (19939. Carasol de Pozuelo (1993). Altos de Santa Zita (1993). Camino de Santa Zita (1993). Camino de Tafalla (1993). Chaparral de la muga de Tafalla (1993). Tres mugas (1993).

Caserío de Pozuelo (1993): Caserío y antiguo señorío de Sánsoain. Solo aparece en los nomenclátores de población de 1930, 1940, 1950 y 1960. Fue cedido a Bernaldino Hualde de Baquedano, quien a cambio se hizo cargo de una pecha de 15 cahíces de trigo que el pueblo debía al monasterio de Santa Engracia de Pamplona. En 1550 se vendió a Juan de Azpilicueta, señor de Sotés. Pero en 1561 los de Sánsoain se arrepintieron de la enajenación e intentaron recuperar Pozuelo y fueron a pleito para que la última venta se declarase nula. No ocurrió así. En 1802, Pozuelo continuaba apareciendo como lugar de señorío; pertenecía entonces a la familia Argaiz, de Peralta. Como consecuencia de la desamortización, a mediados del siglo XIX, Pozuelo volvió al término de Sánsoain; aunque la propiedad pertenecía en 1847 al conde de Guenduláin, Aparece como “término redondo” hacia 1840.”

(Toponimia y Cartografía de Navarra. Volumen XXXIX. Gobierno de Navarra. Pamplona 1997)

 

En este último apartado la fecha, 1993, hace referencia a fuentes orales, a datos obtenidos de viva voz de personas que conocían los términos. Entre los topónimos he subrayado tres que deberíamos situar sobre el terreno y localizarlos. Ya tenéis tarea.

 “Bonjour tristesse”. Buen Camino. Vale.