lunes, 25 de enero de 2021

El Aurino y la Peña de los huevos (Ujué)





Domingo, 24 de enero de 2021

La tregua que anunciaban para hoy las borrascas de estos días nos animó a preparar la excursión al Aurino y a la Peña de los Huevos, que ya habíamos pospuesto en un par de ocasiones

Ambos montes se encuentran en el extenso término de Ujué y, para llegar a ellos, contábamos con la compañía de Josemari Alcuaz, natural del pueblo y buen conocedor del término. 

Son las 09:00 horas. Aparcamos en La Oliveta y salimos.


El cielo está prácticamente despejado y no anda viento. La temperatura, aunque baja, 4º, se soporta bien. 

En las mañanas de Enero, ni se dan los buenos días ni se quitan los sombreros.

En el suelo hay barro. Las lluvias recientes también han sido pródigas por aquí.



Al llegar a una caseta de nueva construcción que está abandonada, tomamos el primer camino a la izda. y avanzamos paralelos al río Aragón. 

Vamos orillando piezas labradas que han sido arañadas al monte. Son tierras llanas, cercanas al río, en las que el cereal es su único cultivo. 

Echamos una mirada a nuestra izda. y descubrimos por primera vez la Peña de los Huevos. 

La minúscula piedra que vemos desde aquí no tiene nada que ver, según nos dice Josemari, con lo que encontraremos arriba. 


En la última pieza que vamos a atravesar descubrimos unas señales desconocidas para nosotros (posteriormente le hago una consulta a J.J. Tapia y me dice que se utilizan para marcar las lindes de las fincas y que incluso pueden llevar unos números que indican las coordenadas).

Nos adentramos por senda estrecha y comenzamos a subir. 

Poco a poco, la senda se va desdibujando y nuestros guía va buscando los senderos que abren los animales que habitan en el monte. 

El andar se hace dificultoso. Un terreno como este, tan poco frecuentado y sin presencia de ganado, era de esperar encontrarlo así. 

10:45 horas. Corral de Serafín Ferrer. Estamos en término de Gallipienzo. 



La construcción está en ruinas. Echamos un vistazo. 

Como la mayoría de los corrales de la zona tiene un tamaño mediano. 

Viendo los restos, se adivina su distribución: Una parte para guardar el ganado y otra más pequeña para que pernoctara el pastor. 

Continuamos subiendo por terreno cerrado y "a salto mata" y llegamos. 

11:20 horas. Peña de los Huevos


El roquedo es un espectáculo. 

Josemari nos cuenta que se conoce así este lugar porque, debido al pique entre los pueblos, los de Ujué se burlaban de los de Gallipienzo diciendo que éstos pretendían romper las rocas cascando huevos en ellas. 

Un poco más arriba, junto a un puesto de palomera y al abrigo del cierzo, nos paramos a reponer fuerzas. 

Las vistas desde este lugar son impresionantes. 

Las rocas que hemos dejado más abajo no son la cima de la Peña. 

Subimos hasta la cima y de allí nos dirigimos al Aurino. 

Atravesar el pequeño collado parece tarea fácil, pero no lo es. 

Las coscojas y las ilagas defienden su territorio con saña. 

Vera, la galga, sufre en su fina piel los arañazos inmisericordes de las matas. 

11:55 horas. Aurino (695 m)

La cima prácticamente no existe. La vegetación se ha apoderado de todo. 


Una roca, valiente, sobresale entre la maraña. 

Pero el paisaje, en cualquier dirección que miremos, es único. 

El monte se ve verde y exuberante y Ujué, asomándose en un collado, amaga con unirse a nuestro grupo y disfrutar de todos estos rincones.

Descendemos peleándonos con las coscojas y llegamos a la cercana cima del Chinchón (685 m). 

Desde este punto elevado trazamos la estrategia para bajar. 

A nuestra izda., a mitad de ladera, vemos una cerca de alambre y, más abajo, campos de labor. 

Comenzamos el descenso. Alcanzamos la alambrada y conseguimos atravesarla sin mayores problemas. 

Enseguida aparece un sendero que desemboca en un camino ancho. 

Caminamos aliviados y disfrutando de la abundancia de madroños que pueblan este lado del monte. 

Al llegar a una era, Josemari nos avisa, con guasa, de que entramos en propiedad privada. 


13:20 horas. Corral de Sabaiza. 

Nos hace una especie de "visita guiada" ya que perteneció a su familia.


En el interior de lo que era la vivienda todavía sobrevive la cama de su abuelo. 


Y cerca del edificio hay otro, la basandía, nos dice, que era el horno de pan. No era muy común hubiera horno en los corrales, lo que indica que éste era de los importantes. 

También vendían o cambiaban por otros bienes en los pueblos mugantes con Ujué otra gran cantidad de productos: miel, caza, huevos, corderos y cabritos. El ganado mayor, como caballerías, vacas y burros, se llevaba a las ferias de Tafalla, Lumbier y Pamplona. Era muy habitual acudir a estas localidades para comprar o vender ganado de labranza, en especial mulas y machos. (Los corrales de Ujué y la vida de antaño. Santa María de la Oliveta)(Satur Napal Lecumberri y otros). 

Salimos al camino que viene de Ujué y llega hasta Murillo.


 

A nuestra dcha. se queda el Corral de Verdaderico, que se aprecia en mejor estado que los que hemos visto durante la mañana. 

La vuelta por un camino "decente" nos hace rememorar las penalidades que hemos sufrido.

Echamos una última mirada al Aurino. Desde aquí se ve majestuoso. 

A pesar de los pesares tenemos ganas de volver otra vez por allí. 

14:20 horas. La Oliveta. 


Es hora de volver. Ha sido una excursión larga, en algunos tramos sufrida, pero hemos descubierto una parte de la Sierra de Ujué cuya visita hay que recomendar. Merece la pena. 


En este enlace se puede ver el recorrido de hoy. 









miércoles, 20 de enero de 2021

Una fuente y una abejera en Valditrés




Domingo, 17 de enero de 2021

Otra vez volvemos a caminar por Valditrés. 

Hace unos meses me comentó Sergismundo el hallazgo de la fuente de Valditrés. 

Además me envió unas cuantas fotos. 

Juanjo y yo, basándonos en comentarios de Jimeno Jurío, dimos años atrás alguna vuelta por las laderas de Beratxa sin encontrarla. Estuvimos mirando donde no estaba. 

Son las 08:00 horas. La temperatura es baja: 2º. El frío se deja sentir en la cara y en las manos. 

Quien coge la oliva antes de enero, deja el aceite en el madero.

Dejamos atrás las viviendas unifamiliares y, por el camino que va entre Galloscantan y Margalla, superamos la nueva variante por el puente nuevo. 

En el Caracierzo de la Celada todavía queda alguna hilacha de nieve.

Amanece y el cielo muestra un espectáculo de color. 

Cruzamos la carretera que va a Miranda de Arga y entramos en El Planillo. 

Los perros de la hípica, a diferencia de finales de diciembre que pasamos por aquí, deben de estar anestesiados por el frío. 

Ni se les ve, ni se les oye. 

Tomamos el segundo desvío del camino y torcemos a la izda. 

El Prado de Rentería, a consecuencia de las ventas que hicieron algunos propietarios, es ahora una extensa pieza jalonada por los aspersores. 

Cómodamente, descendemos hacia el valle. 

En un portillo de las Rocas nos paramos a contemplar, como siempre, una vieja conocida nuestra. Una sabina de buen porte, que siempre nos llama la atención por la rareza que supone encontrarla por aquí. 

En el Prado de Valditrés unos caminantes se dirigen hacia la Cantera de Ros. 

Nosotros torcemos a la dcha. buscando el camino que sale a la carretera de Estella. Pero antes de llegar a ella, un desvío a la dcha. nos acerca a lo que buscamos. 

09:35 horas. Fuente de Valditrés. 

Entre una pequeña balsa y un sembrado divisamos, las piedras de la construcción. 

Nos acercamos expectantes y lo que vemos no nos defrauda. 


Las piedras que cobijan la fuente son sólidas y están bien colocadas. 

Nos llama la atención la cantidad de restos de cangrejos en la salida de agua. 


Juanjo sospecha que los pájaros cazan cangrejos en la balsa y es en la fuente donde los descuartizan para comérselos.

En la orilla de enfrente, los carrizos abundan, haciéndose más extensos en el aliviadero de la balsa. 


A pesar del frío, percibimos el olor del agua a "huevo batueco". Si en enero está así, deducimos que en verano pasará como en la de Valdiferrer. El hedor será casi insoportable.

Volvemos al camino y nos adentramos en el pinar. 

Juanjo no puede resistir la tentación y se escapa un momento hasta el setal de negrilla que está al lado. Cuando vuelve nos dice que no queda ni rastro de setas. 

La pieza sembrada que vamos orillando tiene forma irregular.

Al salir de un recodo nos encontramos con la sorpresa de la mañana. 

09:50 horas. Abejera.

 Pequeña, humilde. Tiene solamente cuatro piqueras. 

Es la primera vez que la vemos y nos parece fantástica. 


En su interior no queda nada. Además, nos tememos que algún madero, al fondo, no va a resistir mucho tiempo. 

Seguimos ascendiendo y nos alejamos. 

Le echamos una última mirada.

El lugar donde se encuentra, vacío y apacible, tiene algo de magia. 

Nos adentramos en el pinar y pasamos junto a una altísima palomera. 

Al llegar al camino, al lado de un mojón de la cañada y con el Moncayo enfrente, hacemos una parada para reponer fuerzas. 

Han transcurrido dos horas desde que salimos de casa, pero nos da la impresión de que el día, lejos de mejorar, se está poniendo cada vez más frío. 

Volvemos por el camino de las Rocas y hacemos una nueva parada para contemplar el paisaje. 

Las sierras de Codés y de Cantabria bien merecen soportar un poco de frío. La belleza de sus cumbres nevadas es inigualable. 

Antes de llegar a la hípica, en la orilla del camino, los restos de "Filomena", todavía se dejan ver. 

Volvemos a cruzar el puente de la variante. 


A pesar de tanta obra nueva, todavía sobreviven algunos elementos antiguos. Otros, como el pequeño bocal de piedra que estaba en una esquina del cementerio, han desaparecido para siempre. 

11:45 horas. Entramos en el pueblo. 

Ha sido un paseo corto, pero hemos disfrutado, como siempre, del invierno por el término, con la propina de una fuente y una abejera. 


En este enlace se puede ver el recorrido de hoy. 

Si quieres ver el vídeo pincha aquí. 


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.

Aprender a leer en el campo (reflexiones de un caminante, bien acompañado)

 

         No cabe duda de que, hoy en día, tenemos una relación diferente con la Naturaleza de la que han tenido nuestros antepasados. Quizá, los que ya peinamos canas, hemos llegado a ver y oír los últimos ecos de unas formas de vida que ya han pasado a la historia y que no volverán. El fenómeno es general, mundial, diría yo, pero se acusa mucho más en los entornos rurales. Desde hace cien años para aquí, los oficios, las costumbres y las necesidades a las que los seres humanos estaban habituados, han cambiado más de lo que lo hicieron en los últimos mil años. “Grosso modo”, quiero decir, pues, aunque, desde el final de la Edad Media ha habido una gradación en lo que respecta a descubrimientos, conocimientos e inventos, el avance en todos los campos fue paulatino, lento y permitía una difusión y una asimilación premiosa.

 

         A partir de los enciclopedistas franceses y en las postrimerías del siglo XIX, pero, sobre todo, a lo largo del siglo XX, se empezó a creer en el “Progreso” y en la “Ciencia”, a ciegas, como si de una nueva religión se tratara. La idea general era que el ser humano iba progresando, cada vez más deprisa; que iba alcanzando espacios e hitos del saber y desarrollos culturales y sociales que le iban a permitir erigirse en una suerte de semidiós, capaz, ¡quién sabe!, de vencer un día hasta a la mismísima muerte.

 

         Por supuesto, todavía no hemos conseguido llegar hasta este último y quizá definitivo logro, pero la Humanidad ha alcanzado un desarrollo que está a la vista y que nos permite, en gran parte del mundo, disfrutar de una calidad de vida y de una longevidad, para la mayoría de personas, que no se había visto nunca en tal proporción, en ninguna de las anteriores etapas de la Historia.

 

         Todo ello con sus contrapartidas y claroscuros correspondientes, claro está. Esa facultad humana que se llama Libertad, propicia que no todo el mundo tome las decisiones correctas respecto de la vida de sus semejantes (y, a veces, ni respecto a la propia), por lo que, todavía quedan muchos problemas, claroscuros y sombras que es necesario ir corrigiendo. Ello, sin contar con otras variables que también están profusamente difundidas entre los seres humanos y que no hacen distingos entre edades, nacionalidades, razas ni credos. Me refiero a la envidia, la codicia, la perversidad y la más peligrosa de todas ellas, a mi juicio, la estupidez, que es la más letal, por ser la más abundante.

 

Ahora bien, la incógnita es ¿quedan todavía elementos, restos del pasado que hayan permanecido inmutables al menos desde unos cuantos cientos de años? Y la respuesta es, por supuesto, sí. Sin ser exhaustivos, podemos todavía, en esencia, citar, por ejemplo, algunos alimentos fundamentales que consumimos, prácticamente, de la misma manera que lo hacían nuestros antepasados. Entre otros, los más fundamentales, serían el pan, el vino, la cerveza, el queso, la carne de algunos animales, frutas y verduras, etc. Lo mismo diríamos de algunos antropónimos, oficios, prendas de vestir, fiestas o costumbres.

 

         Pero, llegados a este punto, quiero hacer referencia a un aspecto de la vida de los pueblos que también podríamos incluir en la lista anterior; me refiero a los nombres con los que, desde antiguo, se venían conociendo los diferentes lugares y divisiones de un término municipal, a los topónimos.

 

         Con el transcurso de los años y la gran humanización que han sufrido toda suerte de paisajes, a lo largo y ancho de este viejo planeta, los centros urbanos, las comunicaciones y el entorno rural, en general, van cambiando a ojos vistas. Ahora bien; hay un elemento que, al menos hasta ahora, ha permanecido más o menos inmutable, en general. Se trata de esos nombres de los diferentes accidentes del terreno, piezas de cultivo, cauces de agua, edificaciones rurales etc., con los que los habitantes de un lugar conocen el entorno que los rodea, y que aparecen en los documentos de escrituras, impuestos y transacciones varias a que se ven, de vez en cuando, sometidos.

 

         Hoy, para no ser más prolijo, voy a centrarme en algunos de ellos por los que ha discurrido, como habéis podido ver en el escrito de Javier, nuestro paseo dominical. Y lo voy a hacer porque opino que hay que “leer el campo”, cuando caminamos, para disfrutar aún más de los lugares por los que pasamos y para aprender a amarlos y respetarlos. Son, es un decir, un “cuarto de estar” que la Naturaleza nos regala para que nos solacemos e integremos en su seno. Plantas, animales, rocas, montes, colinas, balsas y barrancos, corrales, caseríos, casetas, abejeras, prados, sotos, dolinas, etc., todo está ahí para que interpretemos la Grandeza del Creador y admiremos su obra, de la que también nosotros formamos parte.

 

         Y el Misterio, el Enigma, el Sabor de los nombres. ¿Por qué este prado se llama “Valditrés”, como las fuentes “gemelas” que, una al norte, otra al sur, confunden a muchas personas que creen que solo hay una? ¿Por qué y quién construyó esta hermosa abajera que hemos descubierto hoy, recóndita, escondida al pie de la colina? ¿Quién, algo más al este de donde hemos andado, llamó al “desagüe” natural de la Laguna, “Punputiain” (nombre que recuerda al que se da en Tafalla a las alcantarillas o “puntidos”), que acaba en una dolina que se traga el agua a borbotones)? E, “item más”: Prado de Rentería, Cantera de “Malamadera”, Romerales, Tamarices y Beracha (prado y torre de señales, de la que hablaremos otro día, pues tiene mucho “recorrido”). Muchos de ellos tienen su referencia, su explicación y su historia, contada en libros y documentos, a nuestro alcance, pero yo os aconsejo que los visitéis, documentándoos antes, si os apetece, pero que imaginéis sobre su origen, su pasado y su misterio. Merece la pena. “Aprendamos a leer”.

¡Qué disfrutéis!

¡Buen camino! Vale.








miércoles, 13 de enero de 2021

Atevala bajo la nieve




Domingo, 10 de enero de 2021

Para hoy teníamos prevista una excursión a la Sierra de Ujué. 
La realidad se ha impuesto y nos ha obligado a quedarnos en el pueblo. 
Pero eso no quiere decir que no podamos salir a caminar. Tafalla, y más nevado, ofrece unos atractivos que nos gusta admirar cuando las circunstancias son tan adversas como hoy. 
Son las 09:00 horas. El día ha amanecido medio nublado.

Buena es la nieve, que en su tiempo viene. 

La temperatura es de -1º pero la sensación térmica no supera los -6º. 
Hace frío y el suelo, a pesar del trabajo realizado, presente mucha nieve. 



Hemos quedado en la fuente de la Plaza, como en los viejos tiempos con el Templao, pero a las 9 h.
Por las Cuatro Esquinas subimos hacia la Peña. 


Nos detenemos en algunas casas magníficamente rehabilitadas y no paramos de sorprendernos con algunos detalles de buen gusto que lucen sus puertas. 




Los viejos kisketes, desaparecidos de los nuevos portales, rememoran tiempos pasados en los que llamar a las casas se hacía de forma ruidosa. 
09:20 horas. La Peña está desierta. 




De las callejuelas próximas viene el sonido metálico de alguna pala limpiando la nieve. 
Con precaución, subimos al pinar. 
El parque de Miriam García está impoluto. 



Lo descarado del lugar hace que no nos encontremos con ningún paseante. 
Subimos hasta el desparecido fuerte de Santa Lucía. 



La construcción desapareció hace años. Nos hallamos en un lugar clave de la historia de Tafalla. Lugar de defensa y vigilancia, ha conocido los múltiples avatares que a los largo de los siglos se han ido sucediendo. 


La cruz que recuerda a todos los fallecidos en la guerra civil también ha sufrido la acción de la incultura, falta de respeto y dejadez de algunos. 
Extremando las precauciones bajamos a la parte más antigua de Tafalla.



El Palacio de Sosierra y la ermita de San Nicolás. 
Enclavado en el Patio de Iribas es uno de los lugares más entrañables de Tafalla. 
Bajamos unos cuantos escalones hasta llegar al crucero. 
La parada ante la monumental parroquia de Santa María es obligada. 



En la puerta O., la cabeza de un toro nos hace recordar la otra cabeza que está en el ábside, en la parte oriental del templo. 
Por la calle Túbal llegamos a Escuela María y de allí a la Cuatropea. 
Viejos nombres de la historia tafallesa y que lamentablemente a muchos de nuestros vecinos, hoy, no les dicen nada. 
10:25 horas. Presa de San Andrés o de los Frailes.



 
El río está helado en parte y baja tranquilo, sereno. 
Otra cosa será cuando toda esta cantidad de nieve comience a derretirse. 
Veremos a nuestro humilde Cidacos ponerse bravo, como es habitual en él. 
Entramos en el Parque del Conde. 





Parece un paisaje del norte de Europa. Las ramas de los abetos soportan con resignación el peso de la nieve.



En un rincón del césped, una gran bola de nieve es un testigo mudo del frío invernal.
En la entrada del Centro Cultural paramos, al abrigo del viento, y reponemos fuerzas. 
Comienza a verse más gente: familias con trineos de plástico, una pareja con esquíes de fondo, paseantes con perros abrigados... 
Por la calleja de las Adoberías salimos al río. 



En la presa de la Estación o de Ereta, el agua se abre paso entre el manto blanco.  
Al otro lado del túnel está el barrio de la Cadena. 
Por su izda. subimos a los pinos de Ereta o de la Estación.



Hay mucha nieve y el frío cierzo nos obliga a abrigarnos todavía más. 

19 de Enero de 1893.

El vicepresidente de la diputación foral y provincial, señor Eseverri, ha recibido esta tarde un telegrama de Tafalla en que el administrador del coche de aquella ciudad a Sangüesa le comunicaba que el camino está interceptado por la nieve, desde el alto de Lerga hasta el pueblo de este nombre. 

El señor Eseverri ha ordenado al jefe de la sección de Caminos, Sr. Ocón, disponga lo necesario para que por el celador y camineros de la sección se procure en breve plazo dejar expedito el trazo de carretera interceptado. (El Liberal Navarro. Nº 1928)


El olivar de Gutiérrez está totalmente cubierto. 





Junto a los olivos de hoja perenne, el nogal, desnudo, parece aterido. 
Llegamos a la Fuente del Rey y, con muchas precauciones, cruzamos el puente de madera. 
Todavía nos queda una breve visita. 
11:50 horas. Horno. 
Junto al Instituto se conserva el viejo horno de una antigua tejería. 


Medio oculto por la nieve y la vegetación, nos asombra que todavía resista el paso del tiempo. 
Juanjo lo mira con cariño; no en vano, el primer artículo que escribió sobre el patrimonio tafallés fue sobre esta pequeña construcción. 
La despedida de esta estupenda mañana no podía ser en un lugar más emblemático.
El roble centenario de San Cristóbal. 



Según reza el cartel, fue plantado en 1920 por Elías Zubiri. 
Si pudiera hablar, ¡la de historias que nos contaría! Nosotros no nos perderíamos ninguna.