A finales de julio los campos están, casi todos, cosechados. En mis últimas idas y venidas a Riezu, me fijaba en la torre de Beratxa y sentía algo así como nostalgia. Hace tiempo que no la he visitado y creo que ha llegado el momento de pasear por allí.
Son las 08:00 horas. El cielo está despejado. El termómetro marca 17º y el día se anuncia caluroso. Ya estamos en la canícula de las dos Vírgenes (del Carmen a la de Agosto) y es normal que haya días en que apriete el calor.
Julio calorero, llena bodega y granero.
Subimos hasta la cooperativa del cereal y bajamos a Galloscantan. Los rastrojos de Margalla amarillean, deslizándose hasta las tapias del campo santo.
En la orilla del camino, peleándose con las altas hierbas, la lápida se asoma a nuestro paso.
Cruzamos la carretera de Miranda y entramos en el Planillo.
En la hípica, los aspersores riegan incesantemente un espacio verde. Los perros ladran a nuestro paso y se oye algún relincho lejano.
El camino ancho y cómodo nos lleva en suave ascenso hacia Las Rocas.
A nuestra dcha. el Corral del Vaquero, el de la Mariana y el Caserío de Valdiferrer humanizan el paisaje.
A la izda. la Laguna, rebosante, se rodea de una frondosa y verde vegetación.
Entre hilagas y tomillos, serpenteando, la ruta nos acerca hasta el punto más alto de Las Rocas.
Un solitario pino da sombra a un mojón de la cañada y a una pequeña base de hormigón.
09:00 horas. Escondida entre romeros, la piedra de Manolo descansa en la ladera contemplando el Prado de Rentería y las Fuentes de Porputiain.
Comenzamos a descender y pasamos por un setal que Juanjo tiene localizado. Al pasar junto a él, abrigamos la esperanza de un otoño húmedo que permita recoger abundantes frutos.
Llegamos a Valditrés.
El campo está tranquilo, silencioso.
Las laderas escarpadas de Beratxa dan paso a un prado verde y frondoso. Los pinos, perezosamente, se mecen empujados por el suave viento.
Salimos a la carretera de Larraga y andamos un trecho hasta encontrar la entrada hacia la torre.
La senda, estrecha y a veces desaparecida, nos lleva hasta el pinar.
09:35 horas. Torre de Beratxa.
Estamos solos.
La vieja construcción resiste, como puede, el paso del tiempo.
La parte superior de una de las paredes presente un deterioro inquietante.
No estaría de más darle una vuelta a la torre y consolidar lo que parece más urgente, antes de que tengamos que lamentar estropicios mayores.
Aprovechamos la sombra para echar un bocado.
Al final conservaremos solo aquello que amemos,
amaremos solo aquello que comprendamos,
comprenderemos solo aquello que se nos enseñe.
Baba Dioum
El Corral de Pérez, al otro lado de la carretera, está derrumbándose. Grandes huecos se abren en su tejado, dejando a la vista los maderos desnudos como si fueran los dientes de una boca maltrecha.
Un buitre solitario planea sobre nuestras cabezas. Se deja llevar por la corriente de aire. De vez en cuando, desciende y parece que curiosea. Se vuelve a elevar y se aleja.
Bajamos por la parte S. del cerro.
Los pinos esconden algunas palomeras.
El entorno está bastante destartalado. Trozos de paredes y hierros se amontonan en el suelo.
Nos encontramos tres ciclistas de frente, que nos saludan.
Salimos al camino que, viniendo de Valditrés, pasa por la cueva de Tamarices.
La cantera de Ros nos recibe mostrando la majestuosidad de sus paredes.
El regacho que viene de la fuente, cruza el camino y busca el barranco.
Entramos en otro camino.
La belleza invernal de este minúsculo valle ha desaparecido en verano.
Juanjo lo bautiza como "el valle espiritual".
Rodeado de pinos, el verdor de hace meses ha dado paso a los rastrojos dorados. Los tres pequeños cogotes se pueblan de romeros e hilagas.
Detrás de una curva llegamos a otro paraje hermoso.
10:43 horas. Laguna de Romerales.
Uno de los lugares con más encanto del término.
Este invierno, húmedo y desapacible, nos compensa con una vista inigualable. Un rincón con una magia especial.
Por su orilla derecha, atravesando el campo, llegamos hasta el camino.
Al pasar junto al vertedero observamos, con agrado, que han limpiado y organizado el lugar. La enorme meseta formada por residuos depositados allí luce una tupida capa de vegetación que embellece el paisaje.
El calor empieza a apretar.
En el caserío de la "Laúna" no hay nadie.
Desde este otro lado, la cercana Laguna tiñe de azul y verde el paisaje ocre.
Al fondo, la Peña, la Higa e Izaga no se quieren perder el espectáculo.
Cruzamos otra vez la carretera de Miranda
Por la Cuesta de la Calera llegamos a la Celada.
Las viñas protegen las uvas con su abundancia de hojas.
A las 11:40 horas entramos en el pueblo. Hace calor y lo mejor es ponerse a la sombra.
Muy hermoso. Poesía andante.
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