miércoles, 3 de noviembre de 2021

Del corral de Astrain a la cueva de Tamarices




Domingo, 31 de octubre de 2021

El domingo ha comenzado revuelto. Con el cambio de hora, ha amanecido antes y está lloviendo. ¿Qué hacemos?
Juanjo me dice que salgamos. Si hay que cambiar el paseo por el coche, pues se hace pero, ¿y si deja de llover? 
Son las 08:00 horas. La temperatura es buena 14º. 

Si las orejas sacude la burra, agua segura. 

Llueve, aunque menos que hace un cuarto de hora. ¡Igual hasta tenemos suerte!
Vamos en coche hasta Valditrés. Aparcamos cerca de la fuente y de la balsa. 
Cruzamos la carretera y entramos en un camino embarrado que asciende hacia un pinar. 
Sergismundo me pasó una ruta que pasa por una abejera y por alguna cabaña de piedra. Nosotros hemos decidido alargarla un poco para volver a lugares que tenemos algo abandonados. 




Desde que hemos salido, la Torre de Beratxa no nos quita ojo. 
Una estrecha senda nos invita a dejar el camino. 
La primera sorpresa la vemos a nuestros pies.


 
Una amanita phaloides medio seca se esconde entre la hierba. Juanjo la saca con cuidado y me muestra la vulva inconfundible. 
08:50 horas. Corral de Astrain.


 
Era un construcción alargada. La ruina es total. 


Las paredes dejan constancia de su buena factura. 




En un rincón abundan los restos de comidas de cazadores y pastores. 
Ha parado de llover y en el cielo se abren algunos claros que tiñen el campo de soles y sombras. 
Por la cima del cerro, evitando las piezas maquinadas, llegamos al Corral de Pérez. 



Es un edificio magnífico. 



Lástima que una parte de su tejado se haya derrumbado. 
Lo que queda en pie merece una visita. 



La casa del pastor está bien conservada y ofrece una imagen cálida en esta mañana fresca y húmeda de otoño. 


Nos entretenemos un buen rato recorriéndolo todo. 




Pero tenemos que seguir porque aún nos quedan muchas cosas por visitar. 
Orillando una pieza, despojados de la ropa de abrigo, nos acercamos hasta una vieja cabaña de piedra.


En su interior todavía se ven algunos cuadros de colmenas modernas. 
La vuelta a su alrededor es imprescindible.



 
Resguardada del cierzo, una fila de ventureros de piedra aguanta como pueden el paso del tiempo. 
Cruzamos un barbecho y entramos en el pinar. Salimos a un camino viejo.

10:00 horas. Cabaña de piedra.


 
Está bien conservada. Tiene una pequeña cúpula abierta de lajas que, pensamos, en su día cerraría el techo. 
Es el momento de reponer fuerzas y qué mejor sitio que este. 


Le sacamos fotografías desde todos los ángulos y guardamos la ubicación para proponerla en una próxima rehabilitación. 






Como estamos ya dentro de la ruta de Sergio, seguimos sus pasos, que nos llevan hasta una pequeña altura en la que quedan los restos de una pared que pudo ser un corral. 


Descendemos hacia el barranco de Valditrés y nos topamos con una pared de piedra que sirve para resguardar los cajones de colmenas modernas. 
Actualmente no queda ninguna colmena, pero los bloques sobre los que se asentaban dan idea de que su tamaño era considerable. 
Salimos a la carretera de Larraga y la cruzamos. 
Abandonamos la ruta de Sergismundo y entramos en Tamarices.



 
Tenemos enfrente el Cabecico Redondo. A él nos dirigimos con la idea de subirlo.



11:25 horas. Desde su cima (319 m) contemplamos los pinares de Beratxa y la raya que separa Tamarices de Candaraiz. 
Descendemos por la otra ladera y caminamos por campos en barbecho. 
Sigue sin llover y nos alegramos de haber salido al campo, a pesar de las inclemencias de la mañana
Un rebaño pequeño viene hacia nosotros. 
José Luis nos dice que lleva 155 ovejas. Las ha sacado del corral porque acaban de parir y extrañan a sus corderos, que ya han sido vendidos. La conversación salta de un tema a otro y sin darnos cuenta se alarga. Volvemos. 
12:30 horas. Cueva de Tamarices. 


En un recodo del camino, donde se estrecha la pieza, la oquedad parece querer pasar desapercibida.
Hay que estar en este lugar para percibir el encanto especial de este rincón. El pastor nos ha dicho que él la conoció con la abertura más ancha. La sedimentación y los hundimientos la han ido empequeñeciendo hasta su estado actual. 
Salimos al camino y volvemos por el Prado de Valditrés. 

26 de julio de 1936. Dos coches pasan hacia la carretera de Miranda. En el prau de Valditrés se detienen y fusilan a Salvador Eraso, concejal de Olite, de 79 años, y a dos más. Nada más matarlos comienza a langarriar, que el buen muerto, dicen, agua trae. La lluvia no refresca el acalorado ambiente. (J.M. Esparza)(Historia de Tafalla. Tomo II).




El saludo a la Cantera de Ros es obligado.  
Se ha hecho tarde. Nos montamos en el coche y volvemos para casa. 
A pesar de que el tiempo no prometía, ha sido una mañana completa.


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.

Algunos pastores son gente honrada. Fantasía sobre “El Buen Pastor” y “El mal ladrón”   

 

(Todos los personajes y los hechos que contiene esta narración, se deben a la imaginación del autor. Toda semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia)

 

1.     LOS ANTECEDENTES

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Un atracador roba más de veinte millones en joyas en Tudela

 

                                                                                              JAVIER  LEFRAN

                                                              Pamplona – 01 MAR 1952 SÁBADO

                                                                                              _________________

 

Una persona atracó, en la tarde del pasado lunes, la joyería Falcorza, en Tudela. Apoderándose de joyas, relojes y otros objetos de valor por un importe que, según las primeras estimaciones, supera los veinte millones de pesetas. A pesar de que inspectores de policía acudieron al lugar de los hechos minutos después del robo, por el momento no se tienen ningún dato acerca de la identidad del atracador. Pocos minutos antes de las ocho, el pasado lunes, cuando el propietario de la citada joyería se encontraba realizando unas comprobaciones, un individuo llamó a la puerta, haciendo ademanes, para que aquel le abriera. Una vez dentro, el ladrón amenazó con una pistola al propietario, amordazándole y dejándole posteriormente atado a una silla. Durante diez minutos, el ladrón se dedicó a desvalijar la joyería, apoderándose de todos los objetos de valor que había en la misma. Después de colocar el producto del robo en una saca, el ladrón se dio a la fuga, sin que se sepa cómo.

 

Poco más tarde, el propietario de la joyería Falcorza, consiguió llegar hasta la puerta, arrastrándose por  el suelo, sin poder soltar las cuerdas que lo sujetaban a la silla. Una vez al lado de la puerta de entrada fue visto por una vecina del inmueble, que había bajado para dejar la basura. Esta dio aviso a la policía que acudió enseguida y liberó al joyero, quitándole también los esparadrapos que tenía en la boca, además de realizar una primera inspección ocular y conocer el alcance del atraco-

 

Al día siguiente se realizó un inventario y se pudo comprobar que los objetos robados están valorados en más de veinte millones de pesetas. Por el momento, la policía no ha practicado detenciones relacionadas con este robo.

               

Por su parte, el propietario ha hecho saber que ofrece una recompensa, que ascenderá, en su caso, a un cuarto del valor de los objetos que sean recuperados.

 

2.     EL “ACCIDENTE”

Había transcurrido un año desde el robo. Nada se había sabido del ladrón y tampoco de las joyas. Aunque la policía indagó en los bajos fondos de las principales ciudades españolas y estuvo atenta a todo lo que ponía a la venta en el mercado negro, no pudo averiguar nada. Era como si ladrón y botín se hubieran esfumado. Nadie sabía quién podía ser el que había perpetrado el golpe en la joyería tudelana.

La vida siguió su curso. Ajenos a las vicisitudes anteriores, un grupo de pastores trashumantes se dirigían, desde la Ribera hacia el norte de Navarra. Llegados a la Zona Media. Una mañana de marzo, se produjo el siguiente diálogo, entre dos de ellos:  

-A ver, Cipriano, ayuda al señor médico en lo que te diga. Nosotros tenemos que seguir nuestro camino hasta la Sierra de Andía. Las ovejas no saben de esperas. Ahí te dejo el petate de Basilio. En él tiene sus pertenencias. Si puedes hablar con él, le dices que, cuando se ponga bueno que puede seguir con nosotros. O, al menos que puede pasar a cobrar los jornales de estos días. Él ya sabe dónde encontrarnos.

-Sí, padre. Me quedaré y haré lo que me mande el señor médico. Y, en cuanto pueda, los alcanzo. Me quedo con la mula torda para, luego ir más rápido.

-Acuérdate que tenemos que llegar a Goñi dentro de tres días. Hace otros tres que salimos de Valtierra, llevamos ya uno de retraso, y no podemos perder tiempo.

-Muy bien padre. Me quedaré aquí con Basilio, hasta que el señor médico lo componga, si es que puede, e intentaré hablar con él. Luego los alcanzo. ¡A ver, señor médico! ¿qué se le ofrece?

-Por de pronto, muete, calienta agua, mucha agua, que tengo que lavarle las heridas a este pobre que ¡vaya cómo lo han dejado las abejas! ¡Si parece un “ecce homo” de tantas picaduras como le han dado! Si sale de esta, que no lo tengo yo muy claro, ya puede agradecérselo con una novena a San Ireneo, el patrón de vuestro pueblo, que fue un mártir afable y pacificador. Aunque más le hubiera valido dejar en paz a las abejas y no haber metido la mano en aquella abejera de Valditrés. Se ve que no sabía aquella fabulilla que dice “A un panal de rica miel-cien mil moscas acudieron-que por golosas murieron-presas de patas en él”. ¡Venga, muete, arrea con el agua, que, si no lo limpio, este se nos va a Josafat! Suerte habéis tenido de que viniera a atender al ama del caserío “La Sarda”, que ha dado a luz dos hermosos gemelos. Si no, este pobre se hubiera ido ya. Trae también el vinagre que nos ha dejado tu padre.  ¡Venga, ayúdame!

-Muy bien, señor médico. Pero este hombre no es de Valtierra. Se contrató con mi padre la antevíspera de nuestra salida. Dice llamarse Basilio Santafaz. Nos contó que era pastor, que iba de paso y que necesitaba trabajo. Como nos había fallado “El Eulalio”, uno de los de nuestra cuadrilla, que agarró unas fiebres maltas y nos faltaba uno, padre lo contrató. Pero no lo conocemos, no sabemos mucho de él.

El médico acabó de curar al herido y dando las necesarias instrucciones al zagal para que atendiera al herido, montó en su viejo Ford y marchó hacia Tafalla, no sin antes advertirle:

-Mira mozo. Mañana temprano tengo que volver temprano, para echar un vistazo a la madre y a las criaturas del caserío de “La Sarda”. Pasaré también a ver cómo va este buen hombre y, por si acaso, vendré con una ambulancia, pues me da que, tal y como está, tendremos que llevarlo a Pamplona. Mientras, alíviale el dolor con unos emplastos de vinagre sobre las picaduras, especialmente sobre las de la cabeza, que son las que más me preocupa. Y dale agua, mucha agua. A ver si va echando el veneno.

-Muy bien, señor médico. Así lo haré. Pero venga cuanto antes, que tengo que alcanzar al rebaño y no está el tiempo muy “católico”. No se demore.

La escena transcurría en la cabaña adosada al llamado “Corral de Astráin”, a la derecha de la carretera que lleva desde Tafalla hasta Larraga, muy cerca del llamado “Caserío de La Sarda” y de la “Cañada Real Tauste-Sierra de Andía”.

En el corral y sus alrededores habían pasado la noche los pastores trashumantes que conducían sus ovejas desde el pueblo de Valtierra hasta el Valle de Goñi, para pasar allí el verano, como venían haciendo habitualmente, desde que se tuviera memoria.

Mediaba el mes de marzo, pero los fríos y las nieves no acababan de marcharse. El rebaño era de Vidal Soldevilla, ganadero de la citada población ribera, y que ejercía de mayoral. Sus acompañantes, tres rabadanes, el hijo del dueño, Cipriano, amén de cinco perros pastores y tres mulas que llevaban la impedimenta necesaria para el viaje y el condumio. Habían salido hacía dos días de Valtierra. Al entrar en el término de Tafalla, tuvieron que desviarse un par de kilómetros de la cañada, a causa de una fuerte ventisca que se había levantado la tarde anterior, la cual había impedido al grupo pasar la noche, en una de las majadas de que dispone el antiguo camino pecuario. El día siguiente, amaneció también áspero. Hasta mediodía no paró de llover y de soplar un cierzo inclemente que parecía querer prolongar el invierno unos días más. Los valtierranos aprovecharon para comer unas buenas migas, echar unos tragos de vino y cantar unas jotas, con los ocupantes de otro corral que se hallaba próximo, el “Corral de Pérez”, que venían aún de más lejos que ellos, desde la muga con Aragón, Desde Fustiñana.

Pero, a media tarde, mejoró la cosa. El viento amainó y las nubes se disiparon, borradas por esa eficaz goma de borrar que es el cierzo, dando paso a un cielo azul, que, aunque bruñido y con tintes de metal, auguraba una mejoría. Así pues, el grueso de la tropa ovina y sus acompañantes pensaban ponerse en camino, hacia su destino, apenas rayara el alba.

El muchacho, moreno, fibroso, de cara simpática y aire decidido, se quedó solo, con el hombre herido. Había sido bien educado por sus padres para afrontar situaciones adversas y venía valiente. No solo en el trabajo o en el día a día. Cipriano Soldevilla era el mejor recortador de vacas bravas de su pueblo y aún de toda la Ribera. Lo había demostrado ya sobradamente en sus diecinueve años de vida. Por San Irineo, en las fiestas de su pueblo, hacía las delicias de chicos y grandes cuando con un quiebro de cintura agarraba un cuerno de la vaca y la hacía morder el polvo. Él no se daba importancia, pero más de una moza le tenía echado el ojo, aunque al joven, todavía, esas cosas no le importunaban. Quería ser ganadero, pastor, como su padre y sus tíos. Y aprender el oficio para seguir la senda de sus mayores. Pensaba que la trashumancia sería su vida.

Así que, siguiendo los consejos del galeno, se mantuvo al lado del herido, que seguía inconsciente, aplicándole, con unos trapos, el vinagre que, según se creía, lo aliviaría algo del dolor de las picaduras. El enfermo no se despertó. De vez en cuando, gemía quedamente cuando notaba el frío del acre ácido, pero no reaccionaba de ninguna otra manera. Cipriano, después de un rato de cura, se sentó en una silla, al lado del catre del enfermo y se dedicó a grabar un cuerno de vaca brava con dibujos de filigrana que iba discurriendo sobre la marcha. Pensaba hacer un salero como los que solían llevar los rabadanes que conocía.

La mañana transcurría sin pena ni gloria. Cipriano seguía con su trabajo y el hombre continuaba dormido. El joven salió al exterior. El tiempo había mejorado y, aunque aún se notaba el fresco, el aire olía a primavera. Incluso podían verse todavía, en los sombríos, algunos almendros que no habían perdido todas sus flores. Se oyeron los graznidos estridentes de una gran bandada de grullas que se dirigía hacia el norte. Parecían letras minúsculas escritas sobre el lienzo azul del cielo. Cipriano pensaba que andaban algo retrasadas. El año venía tardano. Recordó, sonriendo, que su abuelo Joaquín había predicho, según el método de las “témporas” que la primavera iba a ser lluviosa y fresca. Y su abuelo rara vez se equivocaba. Al menos, por el momento, sus predicciones eran acertadas.

 

3.     UN SECRETO DESVELADO

Cuando más ensimismado estaba Cipriano en sus pensamientos, oyó unos gritos que procedían del interior de la cabaña. Entró y pudo observar al hombre herido. Se había incorporado. Estaba sentado en el lecho, los ojos en blanco y con los brazos extendidos hacia delante y manoteando furiosamente como si quisiese espantar un grupo de abejas que le atacaba. A la vez gritaba:

-¡No! ¡Fuera, fuera malditas! ¡Dejadme en paz! ¡Tengo que coger el botín! ¡Es mío y no os lo quedaréis! ¡Fuera, fuera os digo!

Y el llamado Basilio siguió manoteando, hasta que, pasados unos minutos, cayó exhausto sobre el catre. Cipriano había asistido mudo e impotente a la escena. Había sido tan frenético y desaforado el braceo del hombre que no se había atrevido a intervenir, pues temía llevarse algún fuerte guantazo, si se acercaba. El herido respiraba de manera entrecortada. Con voz queda murmuraba algunas palabras entre dientes. El zagal acercó el oído a la cabeza del doliente:

            -¡El botín, el botín! ¡Es mío, es mío! ¡Yo tengo el mapa! ¡No me lo quitaréis, malditas!

            Después de decir estas palabras, quiso incorporarse, pero solo acertó a levantarse algo mientras emitía un grito estertóreo y largo. Luego, cayó ,de golpe, sobre la cama y se quedó inmóvil, con la boca y los ojos abiertos.

            Cuando Cipriano se percató de lo ocurrido, puso la mano en la boca de Basilio y no notó aliento alguno. Le cerró los ojos y exclamó, a su vez, en voz alta:

            -¡Rediós, está muerto! ¿Y qué hago yo ahora?

            El joven conocía la muerte, pues ya había pasado varias veces por su casa, llevándose a algunos de sus mayores e, incluso, a un hermano más pequeño, que había muerto atropellado por un carro. La conocía también por haber visto a más de un joven empitonado y muerto por el cuerno de una vaca en las fiestas de los pueblos de la Ribera. Él mismo, como todos los pastores, era ducho en matar ovejas y corderos, para venderlos o comerlos en casa. No, no le tenía miedo.

Además, recordó un dicho de su abuelo Joaquín: “Hijo mío, no les tengas miedo a los muertos. ¡A los vivos sí, que son los que pueden hacerte daño! Los pobrecicos muertos no te van a hacer nunca nada.”

            En un primer momento pensó si debía ir a Tafalla, a dar parte. Desistió de ello, pues había más de cuatro kilómetros hasta la ciudad y no quería cansar a la mula, que le haría falta para llegar hasta las montañas de la sierra. Además, al día siguiente vendría el médico, y podría certificar la defunción del fallecido. Tenía que pensar qué hacer. Era ya mediodía y, de repente, sintió hambre. Comería algo y, mientras, decidiría cómo actuar.

            Salió de la caseta, pues no le pareció oportuno comer al lado del finado. Se sentó en el poyo que había al lado de la puerta y, masticando despacio, fue dando cuenta de unos trozos de queso, chorizo y pan, a los que ayudaba a pasar con largos tragos de la bota. Mientras masticaba, le vinieron a la cabeza las últimas palabras del moribundo:

“-¡El botín, el botín! ¡Es mío, es mío! ¡Yo tengo el mapa! ¡No me lo quitaréis, malditas!”

Cipriano no entendía nada. “¿El botín? ¿Suyo? ¿Qué habría querido decir? Por mucho que le daba vueltas, seguía sin comprender. De pronto se le ocurrió una idea: El petate. El petate de Basilio”. Miraría qué había dentro. A ver si encontraba algo que le ayudara. Entró de nuevo en la cabaña y cogió el petate. No pesaba mucho. Lo puso encima de la rústica mesa que había al lado de la pared y, abriéndolo, comenzó a vaciarlo: camisas, mudas, calcetines, útiles de aseo, un par de botas, un par de zapatos… por el momento, nada fuera de lo normal. Fue depositando todo sobre la mesa. Ya casi con el petate vacío, notó que en el fondo había una caja metálica, de esas que se utilizaban para el dulce de membrillo o para las pastas caras. La sacó. La dejó sobre la mesa y la abrió. Lo primero que vio la documentación del muerto. En una cédula de identidad pudo comprobar que el nombre y el apellido que les había proporcionado eran falsos. Según aquel papel, que venía ilustrado con una fotografía el hombre se llamaba Pedro Fontes Abarca, tenía 43 años y era natural de Santacara. De oficio pastor. “O sea, que en eso no nos mintió-se dijo Basilio-.”

Continuó extrayendo más papeles: varias cartas, fotografías de lo que parecían sus padres y hermanos, una medalla con la efigie de la Virgen de Ujué, y en el fondo del todo una pequeña libreta de tapas duras y negras. También sacó un par de lápices y una goma de borrar.

Cipriano abrió la libreta. Las primeras páginas contenían apuntes y cuentas que parecían de días trabajados:

Olite, para Severio Echaundi: dos meses, 150 pesetas.

San Martín de Unx, para Zósimo Campistegui: seis meses, 480 pesetas.

Tafalla, para Sebastián Torreta: un año, 900 pesetas…”

Y, seguía la relación. Cipriano dedujo que el hombre se había ido contratando de pastor por los diferentes pueblos de la Zona Media y Ribera de Navarra. Cuando fue pasando las hojas cayó de entre ellas una hoja de periódico doblada. El zagal la cogió, la desdobló y la leyó:

 

 

 

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Un atracador roba más de veinte millones en joyas en Tudela

 

                                                                                              JAVIER  LEFRAN

                                                              Pamplona – 01 MAR 1952 SÁBADO

                                                                                              _________________

 

Una persona atracó, en la tarde del pasado lunes, la joyería Falcorza, en Tudela. Apoderándose de joyas, relojes y otros objetos de valor por un importe que, según las primeras estimaciones, supera los veinte millones de pesetas. A pesar de que inspectores de policía acudieron al lugar de los hechos minutos después del robo, por el momento no se tien ningún dato acerca de la identidad del atracador. Pocos minutos antes de las ocho, el pasado lunes, cuando el propietario de la citada joyería se encontraba realizando unas comprobaciones, un individuo llamó a la puerta, haciendo ademanes, para que aquel le abriera. Una vez dentro, el ladrón amenazó con una pistola al propietario, amordazándole y dejándole posteriormente atado a una silla. Durante diez minutos, el ladrón se dedicó a desvalijar la joyería, apoderándose de todos los objetos de valor que había en la misma. Después de colocar el producto del robo en una saca, el ladrón se dio a la fuga, sin que se sepa cómo.

 

Poco más tarde, el propietario de la joyería Falcorza, consiguió llegar hasta la puerta, arrastrándose por  el suelo, sin poder soltar las cuerdas que lo sujetaban a la silla. Una vez al lado de la puerta de entrada fue visto por una vecina del inmueble, que había bajado para dejar la basura. Esta dio aviso a la policía que acudió enseguida y liberó al joyero, quitándole también los esparadrapos que tenía en la boca, además de realizar una primera inspección ocular y conocer el alcance del atraco-

 

Al día siguiente se realizó un inventario y se pudo comprobar que los objetos robados están valorados en más de veinte millones de pesetas. Por el momento, la policía no ha practicado detenciones relacionadas con este robo.

               

Por su parte, el propietario ha hecho saber que ofrece una recompensa, que ascenderá, en su caso, a un cuarto del valor de los objetos que sean recuperados.

 

“¡Un robo! -se dijo- ¡El robo de una joyería en Tudela! ¡Y este hombre ha hablado de “el botín”!

“¡Que las abejas le querían quitar el botín! -siguió pensando-A ver… lo encontramos en la abejera de Valditrés, cuando tuvimos que desviarnos a causa del mal tiempo, para llegar a este corral. Se quedó rezagado para hacer sus necesidades, según nos dijo. Luego, oímos unos gritos y, cuando volvimos sobre nuestros pasos, lo encontramos tirado en el suelo, cubierto de abajas, aullando de dolor. Nos costó rescatarlo. Tuvimos que arrancar una porción de coscojas e ilagas y pegarles fuego. Con el humo, las abejas se replegaron y pudimos recogerlo. Luego, a lomos de una mula, cruzado, como un saco, lo trajimos hasta aquí. Pero allí no había botín. O sea, que, si este es el ladrón, las joyas robadas las escondió en aquella abejera. Conocía bien todos estos términos. Seguro que trabajó por aquí.”

Siguió revisando la libreta. En una de las últimas páginas encontró un rudimentario mapa, dibujado a lápiz, donde señalaba el recorrido de la Cañada Real y varios pueblos y lugares. Entre ellos estaba bien marcado el lugar de la abejera donde las abejas habían atacado al hombre y, también, dibujada en grande una gran X, con la letra B al lado.

            “El botín; las joyas están en la abejera. Este “pajaro” llevaba una doble vida. Era pastor y, por temporadas, ladrón. A saber qué hay en la dichosa abejera.”

“Pero ya sé qué voy a hacer. Mañana viene el médico. Le diré que me lleve hasta Tafalla y daré parte a la Guardia Civil. En el periódico dice que hay una recompensa de la cuarta parte. Y la cuarta parte de veinte millones son… ¡cinco millones de pesetas! Cipriano, hoy sí que te has ganado el jornal. Seguro que a padre no le importará que tarde un par de días más en llegar a Goñi. Menuda sorpresa que se llevarán él y madre. Ahora sí que voy a ser mayoral de mi propio rebaño. ¡Virgen del Yugo! ¡Qué suerte!”

            Y, de repente, el día se hizo más luminoso y algo más cálido. Cipriano Soldevilla salió a sentarse en el poyo de la puerta y siguió labrando su cuerno-salero con su navaja y con su lezna. Pasaría la noche velando junto al difunto, pero era un velatorio que valía millones. ¡Vaya que sí!

 

Buen Camino.

¡Vale!

 





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