Harina de otro Costal
por Juanjo Costa.
Algunos
pastores son gente honrada. Fantasía sobre “El Buen Pastor” y “El mal ladrón”
(Todos los personajes y los
hechos que contiene esta narración, se deben a la imaginación del autor. Toda
semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia)
1.
LOS ANTECEDENTES
SEMANARIO CATÓLICO
DE INFORMACIÓN NACIONAL
ANDALUCÍA-ARAGÓN-ASTURIAS-BALEARES-CANARIAS-CASTILLA
LA VIEJA-CASTILLA LA NUEVA-CATALUÑA-VALENCIA-EXTREMADURA-GALICIA-NAVARRA-VASCONGADAS
Un
atracador roba más de veinte millones en joyas en Tudela
JAVIER
LEFRAN
Pamplona
– 01 MAR 1952 SÁBADO
_________________
Una persona atracó, en
la tarde del pasado lunes, la joyería Falcorza, en Tudela. Apoderándose de
joyas, relojes y otros objetos de valor por un importe que, según las primeras
estimaciones, supera los veinte millones de pesetas. A pesar de que inspectores
de policía acudieron al lugar de los hechos minutos después del robo, por el
momento no se tienen ningún dato acerca de la identidad del atracador. Pocos
minutos antes de las ocho, el pasado lunes, cuando el propietario de la citada
joyería se encontraba realizando unas comprobaciones, un individuo llamó a la
puerta, haciendo ademanes, para que aquel le abriera. Una vez dentro, el ladrón
amenazó con una pistola al propietario, amordazándole y dejándole
posteriormente atado a una silla. Durante diez minutos, el ladrón se dedicó a
desvalijar la joyería, apoderándose de todos los objetos de valor que había en
la misma. Después de colocar el producto del robo en una saca, el ladrón se dio
a la fuga, sin que se sepa cómo.
Poco más tarde, el
propietario de la joyería Falcorza, consiguió llegar hasta la puerta,
arrastrándose por el suelo, sin poder
soltar las cuerdas que lo sujetaban a la silla. Una vez al lado de la puerta de
entrada fue visto por una vecina del inmueble, que había bajado para dejar la
basura. Esta dio aviso a la policía que acudió enseguida y liberó al joyero,
quitándole también los esparadrapos que tenía en la boca, además de realizar
una primera inspección ocular y conocer el alcance del atraco-
Al día siguiente se
realizó un inventario y se pudo comprobar que los objetos robados están
valorados en más de veinte millones de pesetas. Por el momento, la policía no
ha practicado detenciones relacionadas con este robo.
Por su parte, el
propietario ha hecho saber que ofrece una recompensa, que ascenderá, en su
caso, a un cuarto del valor de los objetos que sean recuperados.
2. EL
“ACCIDENTE”
Había transcurrido un
año desde el robo. Nada se había sabido del ladrón y tampoco de las joyas.
Aunque la policía indagó en los bajos fondos de las principales ciudades
españolas y estuvo atenta a todo lo que ponía a la venta en el mercado negro,
no pudo averiguar nada. Era como si ladrón y botín se hubieran esfumado. Nadie
sabía quién podía ser el que había perpetrado el golpe en la joyería tudelana.
La vida siguió su
curso. Ajenos a las vicisitudes anteriores, un grupo de pastores trashumantes
se dirigían, desde la Ribera hacia el norte de Navarra. Llegados
a la Zona Media. Una mañana de marzo, se produjo el siguiente diálogo,
entre dos de ellos:
-A ver,
Cipriano, ayuda al señor médico en lo que te diga. Nosotros tenemos que seguir
nuestro camino hasta la Sierra de Andía. Las ovejas no saben de esperas.
Ahí te dejo el petate de Basilio. En él tiene sus pertenencias. Si puedes
hablar con él, le dices que, cuando se ponga bueno que puede seguir con
nosotros. O, al menos que puede pasar a cobrar los jornales de estos días. Él
ya sabe dónde encontrarnos.
-Sí,
padre. Me quedaré y haré lo que me mande el señor médico. Y, en cuanto pueda,
los alcanzo. Me quedo con la mula torda para, luego ir más rápido.
-Acuérdate
que tenemos que llegar a Goñi dentro de tres días. Hace otros tres que
salimos de Valtierra, llevamos ya uno de retraso, y no podemos perder
tiempo.
-Muy
bien padre. Me quedaré aquí con Basilio, hasta que el señor médico lo componga,
si es que puede, e intentaré hablar con él. Luego los alcanzo. ¡A ver, señor
médico! ¿qué se le ofrece?
-Por
de pronto, muete, calienta agua, mucha agua, que tengo que lavarle las
heridas a este pobre que ¡vaya cómo lo han dejado las abejas! ¡Si parece un “ecce
homo” de tantas picaduras como le han dado! Si sale de esta, que no lo
tengo yo muy claro, ya puede agradecérselo con una novena a San Ireneo,
el patrón de vuestro pueblo, que fue un mártir afable y pacificador. Aunque más
le hubiera valido dejar en paz a las abejas y no haber metido la mano en
aquella abejera de Valditrés. Se ve que no sabía aquella fabulilla que
dice “A un panal de rica miel-cien mil moscas acudieron-que por golosas
murieron-presas de patas en él”. ¡Venga, muete, arrea con el agua,
que, si no lo limpio, este se nos va a Josafat! Suerte habéis tenido de
que viniera a atender al ama del caserío “La Sarda”, que ha dado a luz
dos hermosos gemelos. Si no, este pobre se hubiera ido ya. Trae también el
vinagre que nos ha dejado tu padre. ¡Venga,
ayúdame!
-Muy
bien, señor médico. Pero este hombre no es de Valtierra. Se contrató con
mi padre la antevíspera de nuestra salida. Dice llamarse Basilio Santafaz.
Nos contó que era pastor, que iba de paso y que necesitaba trabajo. Como nos
había fallado “El Eulalio”, uno de los de nuestra cuadrilla, que agarró
unas fiebres maltas y nos faltaba uno, padre lo contrató. Pero no lo conocemos,
no sabemos mucho de él.
El
médico acabó de curar al herido y dando las necesarias instrucciones al zagal
para que atendiera al herido, montó en su viejo Ford y marchó hacia Tafalla,
no sin antes advertirle:
-Mira
mozo. Mañana temprano tengo que volver temprano, para echar un vistazo a la
madre y a las criaturas del caserío de “La Sarda”. Pasaré también a ver
cómo va este buen hombre y, por si acaso, vendré con una ambulancia, pues me da
que, tal y como está, tendremos que llevarlo a Pamplona. Mientras,
alíviale el dolor con unos emplastos de vinagre sobre las picaduras,
especialmente sobre las de la cabeza, que son las que más me preocupa. Y dale
agua, mucha agua. A ver si va echando el veneno.
-Muy
bien, señor médico. Así lo haré. Pero venga cuanto antes, que tengo que
alcanzar al rebaño y no está el tiempo muy “católico”. No se demore.
La
escena transcurría en la cabaña adosada al llamado “Corral de Astráin”,
a la derecha de la carretera que lleva desde Tafalla hasta Larraga,
muy cerca del llamado “Caserío de La Sarda” y de la “Cañada Real
Tauste-Sierra de Andía”.
En
el corral y sus alrededores habían pasado la noche los pastores trashumantes
que conducían sus ovejas desde el pueblo de Valtierra hasta el Valle
de Goñi, para pasar allí el verano, como venían haciendo habitualmente,
desde que se tuviera memoria.
Mediaba
el mes de marzo, pero los fríos y las nieves no acababan de marcharse. El
rebaño era de Vidal Soldevilla, ganadero de la citada población ribera, y que
ejercía de mayoral. Sus acompañantes, tres rabadanes, el hijo del dueño,
Cipriano, amén de cinco perros pastores y tres mulas que llevaban la
impedimenta necesaria para el viaje y el condumio. Habían salido hacía dos días
de Valtierra. Al entrar en el término de Tafalla, tuvieron que
desviarse un par de kilómetros de la cañada, a causa de una fuerte ventisca que
se había levantado la tarde anterior, la cual había impedido al grupo pasar la
noche, en una de las majadas de que dispone el antiguo camino pecuario. El día
siguiente, amaneció también áspero. Hasta mediodía no paró de llover y de
soplar un cierzo inclemente que parecía querer prolongar el invierno unos días
más. Los valtierranos aprovecharon para comer unas buenas migas, echar
unos tragos de vino y cantar unas jotas, con los ocupantes de otro corral que
se hallaba próximo, el “Corral de Pérez”, que venían aún de más lejos que
ellos, desde la muga con Aragón, Desde Fustiñana.
Pero,
a media tarde, mejoró la cosa. El viento amainó y las nubes se disiparon,
borradas por esa eficaz goma de borrar que es el cierzo, dando paso a un cielo
azul, que, aunque bruñido y con tintes de metal, auguraba una mejoría. Así
pues, el grueso de la tropa ovina y sus acompañantes pensaban ponerse en
camino, hacia su destino, apenas rayara el alba.
El
muchacho, moreno, fibroso, de cara simpática y aire decidido, se quedó solo,
con el hombre herido. Había sido bien educado por sus padres para afrontar
situaciones adversas y venía valiente. No solo en el trabajo o en el día a día.
Cipriano Soldevilla era el mejor recortador de vacas bravas de su pueblo y aún
de toda la Ribera. Lo había demostrado ya sobradamente en sus diecinueve
años de vida. Por San Irineo, en las fiestas de su pueblo, hacía las
delicias de chicos y grandes cuando con un quiebro de cintura agarraba un
cuerno de la vaca y la hacía morder el polvo. Él no se daba importancia, pero
más de una moza le tenía echado el ojo, aunque al joven, todavía, esas cosas no
le importunaban. Quería ser ganadero, pastor, como su padre y sus tíos. Y aprender
el oficio para seguir la senda de sus mayores. Pensaba que la trashumancia
sería su vida.
Así
que, siguiendo los consejos del galeno, se mantuvo al lado del herido,
que seguía inconsciente, aplicándole, con unos trapos, el vinagre que, según se
creía, lo aliviaría algo del dolor de las picaduras. El enfermo no se despertó.
De vez en cuando, gemía quedamente cuando notaba el frío del acre ácido, pero
no reaccionaba de ninguna otra manera. Cipriano, después de un rato de cura, se
sentó en una silla, al lado del catre del enfermo y se dedicó a grabar un
cuerno de vaca brava con dibujos de filigrana que iba discurriendo sobre la
marcha. Pensaba hacer un salero como los que solían llevar los rabadanes que
conocía.
La
mañana transcurría sin pena ni gloria. Cipriano seguía con su trabajo y el
hombre continuaba dormido. El joven salió al exterior. El tiempo había mejorado
y, aunque aún se notaba el fresco, el aire olía a primavera. Incluso podían
verse todavía, en los sombríos, algunos almendros que no habían perdido todas
sus flores. Se oyeron los graznidos estridentes de una gran bandada de grullas
que se dirigía hacia el norte. Parecían letras minúsculas escritas sobre el
lienzo azul del cielo. Cipriano pensaba que andaban algo retrasadas. El año
venía tardano. Recordó, sonriendo, que su abuelo Joaquín había predicho, según
el método de las “témporas” que la primavera iba a ser lluviosa y fresca.
Y su abuelo rara vez se equivocaba. Al menos, por el momento, sus predicciones
eran acertadas.
3.
UN SECRETO DESVELADO
Cuando
más ensimismado estaba Cipriano en sus pensamientos, oyó unos gritos que
procedían del interior de la cabaña. Entró y pudo observar al hombre herido. Se
había incorporado. Estaba sentado en el lecho, los ojos en blanco y con los
brazos extendidos hacia delante y manoteando furiosamente como si quisiese
espantar un grupo de abejas que le atacaba. A la vez gritaba:
-¡No!
¡Fuera, fuera malditas! ¡Dejadme en paz! ¡Tengo que coger el botín! ¡Es mío y
no os lo quedaréis! ¡Fuera, fuera os digo!
Y
el llamado Basilio siguió manoteando, hasta que, pasados unos minutos, cayó
exhausto sobre el catre. Cipriano había asistido mudo e impotente a la escena.
Había sido tan frenético y desaforado el braceo del hombre que no se había
atrevido a intervenir, pues temía llevarse algún fuerte guantazo, si se
acercaba. El herido respiraba de manera entrecortada. Con voz queda murmuraba
algunas palabras entre dientes. El zagal acercó el oído a la cabeza del
doliente:
-¡El botín, el
botín! ¡Es mío, es mío! ¡Yo tengo el mapa! ¡No me lo quitaréis, malditas!
Después de decir estas palabras,
quiso incorporarse, pero solo acertó a levantarse algo mientras emitía un grito
estertóreo y largo. Luego, cayó ,de golpe, sobre la cama y se quedó inmóvil,
con la boca y los ojos abiertos.
Cuando Cipriano se percató de lo
ocurrido, puso la mano en la boca de Basilio y no notó aliento alguno. Le cerró
los ojos y exclamó, a su vez, en voz alta:
-¡Rediós, está muerto! ¿Y qué hago
yo ahora?
El joven conocía la muerte, pues ya
había pasado varias veces por su casa, llevándose a algunos de sus mayores e,
incluso, a un hermano más pequeño, que había muerto atropellado por un carro.
La conocía también por haber visto a más de un joven empitonado y muerto por el
cuerno de una vaca en las fiestas de los pueblos de la Ribera. Él mismo,
como todos los pastores, era ducho en matar ovejas y corderos, para venderlos o
comerlos en casa. No, no le tenía miedo.
Además,
recordó un dicho de su abuelo Joaquín: “Hijo mío, no les tengas miedo a los
muertos. ¡A los vivos sí, que son los que pueden hacerte daño! Los pobrecicos
muertos no te van a hacer nunca nada.”
En un primer momento pensó si debía
ir a Tafalla, a dar parte. Desistió de ello, pues había más de cuatro
kilómetros hasta la ciudad y no quería cansar a la mula, que le haría falta
para llegar hasta las montañas de la sierra. Además, al día siguiente vendría
el médico, y podría certificar la defunción del fallecido. Tenía que pensar qué
hacer. Era ya mediodía y, de repente, sintió hambre. Comería algo y, mientras,
decidiría cómo actuar.
Salió de la caseta, pues no le
pareció oportuno comer al lado del finado. Se sentó en el poyo que había al
lado de la puerta y, masticando despacio, fue dando cuenta de unos trozos de
queso, chorizo y pan, a los que ayudaba a pasar con largos tragos de la bota.
Mientras masticaba, le vinieron a la cabeza las últimas palabras del moribundo:
“-¡El
botín, el botín! ¡Es mío, es mío! ¡Yo tengo el mapa! ¡No me lo quitaréis,
malditas!”
Cipriano
no entendía nada. “¿El botín? ¿Suyo? ¿Qué habría querido decir? Por mucho que
le daba vueltas, seguía sin comprender. De pronto se le ocurrió una idea: El
petate. El petate de Basilio”. Miraría qué había dentro. A ver si encontraba
algo que le ayudara. Entró de nuevo en la cabaña y cogió el petate. No pesaba
mucho. Lo puso encima de la rústica mesa que había al lado de la pared y,
abriéndolo, comenzó a vaciarlo: camisas, mudas, calcetines, útiles de aseo, un
par de botas, un par de zapatos… por el momento, nada fuera de lo normal. Fue
depositando todo sobre la mesa. Ya casi con el petate vacío, notó que en el
fondo había una caja metálica, de esas que se utilizaban para el dulce de
membrillo o para las pastas caras. La sacó. La dejó sobre la mesa y la abrió.
Lo primero que vio la documentación del muerto. En una cédula de identidad pudo
comprobar que el nombre y el apellido que les había proporcionado eran falsos.
Según aquel papel, que venía ilustrado con una fotografía el hombre se llamaba
Pedro Fontes Abarca, tenía 43 años y era natural de Santacara. De oficio
pastor. “O sea, que en eso no nos mintió-se dijo Basilio-.”
Continuó
extrayendo más papeles: varias cartas, fotografías de lo que parecían sus
padres y hermanos, una medalla con la efigie de la Virgen de Ujué, y en
el fondo del todo una pequeña libreta de tapas duras y negras. También sacó un
par de lápices y una goma de borrar.
Cipriano
abrió la libreta. Las primeras páginas contenían apuntes y cuentas que parecían
de días trabajados:
” Olite,
para Severio Echaundi: dos meses, 150 pesetas.
San Martín
de Unx, para Zósimo Campistegui: seis meses,
480 pesetas.
Tafalla,
para Sebastián Torreta: un año, 900 pesetas…”
Y,
seguía la relación. Cipriano dedujo que el hombre se había ido contratando de
pastor por los diferentes pueblos de la Zona Media y Ribera de Navarra. Cuando
fue pasando las hojas cayó de entre ellas una hoja de periódico doblada. El
zagal la cogió, la desdobló y la leyó:
Π‡≈ Ξ EL DISTRITO Ξ ≈‡Π
SEMANARIO
CATÓLICO DE INFORMACIÓN NACIONAL
ESPAÑA
ANDALUCÍA-ARAGÓN-ASTURIAS-BALEARES-CANARIAS-CASTILLA
LA VIEJA-CASTILLA LA NUEVA-CATALUÑA-VALENCIA-EXTREMADURA-GALICIA-NAVARRA-VASCONGADAS
Un atracador roba
más de veinte millones en joyas en Tudela
JAVIER LEFRAN
Pamplona – 01 MAR 1952
SÁBADO
_________________
Una persona atracó, en
la tarde del pasado lunes, la joyería Falcorza, en Tudela. Apoderándose de
joyas, relojes y otros objetos de valor por un importe que, según las primeras
estimaciones, supera los veinte millones de pesetas. A pesar de que inspectores
de policía acudieron al lugar de los hechos minutos después del robo, por el
momento no se tien ningún dato acerca de la identidad del atracador. Pocos
minutos antes de las ocho, el pasado lunes, cuando el propietario de la citada
joyería se encontraba realizando unas comprobaciones, un individuo llamó a la
puerta, haciendo ademanes, para que aquel le abriera. Una vez dentro, el ladrón
amenazó con una pistola al propietario, amordazándole y dejándole
posteriormente atado a una silla. Durante diez minutos, el ladrón se dedicó a
desvalijar la joyería, apoderándose de todos los objetos de valor que había en
la misma. Después de colocar el producto del robo en una saca, el ladrón se dio
a la fuga, sin que se sepa cómo.
Poco más tarde, el
propietario de la joyería Falcorza, consiguió llegar hasta la puerta,
arrastrándose por el suelo, sin poder
soltar las cuerdas que lo sujetaban a la silla. Una vez al lado de la puerta de
entrada fue visto por una vecina del inmueble, que había bajado para dejar la
basura. Esta dio aviso a la policía que acudió enseguida y liberó al joyero,
quitándole también los esparadrapos que tenía en la boca, además de realizar
una primera inspección ocular y conocer el alcance del atraco-
Al día siguiente se
realizó un inventario y se pudo comprobar que los objetos robados están
valorados en más de veinte millones de pesetas. Por el momento, la policía no
ha practicado detenciones relacionadas con este robo.
Por su parte, el
propietario ha hecho saber que ofrece una recompensa, que ascenderá, en su
caso, a un cuarto del valor de los objetos que sean recuperados.
“¡Un
robo! -se dijo- ¡El robo de una joyería en Tudela! ¡Y este hombre ha hablado de
“el botín”!
“¡Que
las abejas le querían quitar el botín! -siguió pensando-A ver… lo encontramos
en la abejera de Valditrés, cuando tuvimos que desviarnos a causa del mal
tiempo, para llegar a este corral. Se quedó rezagado para hacer sus
necesidades, según nos dijo. Luego, oímos unos gritos y, cuando volvimos sobre
nuestros pasos, lo encontramos tirado en el suelo, cubierto de abajas, aullando
de dolor. Nos costó rescatarlo. Tuvimos que arrancar una porción de coscojas e
ilagas y pegarles fuego. Con el humo, las abejas se replegaron y pudimos recogerlo.
Luego, a lomos de una mula, cruzado, como un saco, lo trajimos hasta aquí. Pero
allí no había botín. O sea, que, si este es el ladrón, las joyas robadas las
escondió en aquella abejera. Conocía bien todos estos términos. Seguro que
trabajó por aquí.”
Siguió
revisando la libreta. En una de las últimas páginas encontró un rudimentario
mapa, dibujado a lápiz, donde señalaba el recorrido de la Cañada Real y
varios pueblos y lugares. Entre ellos estaba bien marcado el lugar de la
abejera donde las abejas habían atacado al hombre y, también, dibujada en
grande una gran X, con la letra B al lado.
“El botín; las joyas están en la
abejera. Este “pajaro” llevaba una doble vida. Era pastor y, por
temporadas, ladrón. A saber qué hay en la dichosa abejera.”
“Pero
ya sé qué voy a hacer. Mañana viene el médico. Le diré que me lleve hasta
Tafalla y daré parte a la Guardia Civil. En el periódico dice que hay una
recompensa de la cuarta parte. Y la cuarta parte de veinte millones son… ¡cinco
millones de pesetas! Cipriano, hoy sí que te has ganado el jornal. Seguro que a
padre no le importará que tarde un par de días más en llegar a Goñi. Menuda
sorpresa que se llevarán él y madre. Ahora sí que voy a ser mayoral de mi
propio rebaño. ¡Virgen del Yugo! ¡Qué suerte!”
Y, de repente, el día se hizo más
luminoso y algo más cálido. Cipriano Soldevilla salió a sentarse en el poyo de
la puerta y siguió labrando su cuerno-salero con su navaja y con su lezna.
Pasaría la noche velando junto al difunto, pero era un velatorio que valía
millones. ¡Vaya que sí!
Buen
Camino.
¡Vale!
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