miércoles, 24 de noviembre de 2021

Valgorra singular (y mágica)


Domingo, 21 de noviembre de 2021

Hemos tenido el privilegio de acompañar durante un par semanas a un experto en apicultura que Berdesia contrató para que elaborara un informe sobre las abejeras antiguas de Tafalla. Nuestra misión consistió en guiarle por los términos de Tafalla donde quedan estas construcciones tan llamativas y, la mayor parte de las veces, ruinosas. 
Nosotros le enseñábamos la ubicación y Javier, que así se llama el técnico, nos daba todas las explicaciones posibles sobre el mundo fascinante de las abejas. 
Sin duda alguna, hemos salido ganando nosotros. 
Son las 08:00 horas. El cielo está limpio. La temperatura fría: 5º. 

En noviembre el trigo sembrado y el granero bien apilado.

Vamos a caminar por Valgorra. Sergismundo (siempre decimos que este hombre es un filón) me mandó esta semana la ubicación de una abejera que ha descubierto en lo más intrincado de Valgorra. Tenemos que ir a verla, sí o sí. 
La parada en la Fuente del Rey es casi obligada. 




Su caño, con un hilillo de agua, deja constancia de la sequía prolongada que sufrimos. 
Entramos en el Juncal.



Una nube lenticular parece estar en animada conversación con la luna mientras, en el valle, el sol comienza a pintar a brochazos verdosos los campos recién sembrados.
El poste de SL indica el camino que debemos seguir.
Hoy no subiremos a la Cabaña Redonda. 
Seguimos por la dcha. y un camino corto que entra a una pieza nos lleva a la segunda parada del día. 
08:45 horas. Abejera de Vagorra (1)



Vista desde este lado parece diferente. Nos detenemos un rato. 
Contamos las celdas, las filas... Adivinamos, entre la maleza, donde estaba la caseta para guardar los utensilios. 
Seguimos. 
El camino pasa junto a un extenso olivar. 
Juanjo, que sabe de esto, me dice que es de la variedad "vidrial".


Una cabaña con dos puertas y el techo medio hundido se apoya en el ribazo.
Por buen camino, los olivares se suceden. 
A la izda. se encuentran dos casetas y un pozo, el de los Nicoles. 




Está tapado, pero una hendidura nos permite meter el bastón y saber su profundidad: unos 70 cm. 
La ruta de Sergismundo se pone interesante.
Como no hay camino, orillamos una pieza y nos adentramos en la espesura de la falda de La Guindilla. 
El andar no es bueno, pero sabemos que el resultado merece la pena. 
Entre enebros, coscojas, escaramujos y zarzas, vamos avanzando en la dirección correcta. 
09:40 horas. Abejera de Valgorra (3). 
Medio escondida entre la maleza, aguanta como puede el paso del tiempo y el abandono.


 
En su parte central, un hundimiento muestra el grado de ruina en que se encuentra. 
Aun así, es una maravilla poder contemplarla. 
En el alto, los molinos orientados al N agitan sus aspas rítmicamente. 
La ladera ofrece un abrigo que, dada la hora, nos invita a reponer fuerzas. 
Nos admiramos de lo que tenemos a nuestros pies: El Mocellaz, con el tajo que abrió el Canal de Navarra, llevándose para siempre el Portillo del Aire; El Corral Viejo de Valgorra, que da paso a la Carravieja y... la Pieza de la Herradura, que, según decían los hermanos Marío, era la última de Tafalla en la que se ponía el sol.  
Poco más se puede pedir a esta mañana soleada de otoño. 

Año 1582. La primera muestra de firmeza oficial se advierte en la reforma de la Carnicería con vistas a su arrendamiento. Para su ganado la Carnicería concejil disponía de determinados pastos; pues bien, a partir de esta fecha, "allende (además) de las hierbas ordinarias al arrendador y proveedor se le dan las hierbas de Valgorra, con que en las unas y en las otras no pueda tener ni entrar más de mil y seiscientas cabezas". 
Cualesquiera que fuesen las razones de esta ampliación, la realidad era que los ganaderos sufrían una merma de sus pastos. (Felipe Esquíroz) (Una pauta para la ley agraria).

Seguimos nuestra ruta. 
Encontramos un pequeño barranco que está bastante limpio de vegetación y lo seguimos. 
Llegamos a una pieza y de ahí al camino.


 
En pocos minutos llegamos al Caserío de Goyena, más conocido por el de Ambrosio Ros. 
La ruina es total.



 
Volvemos al camino y por él llegamos a la Fuente de Valgorra. 
Seca, como no podía ser de otra manera. 



La Caseta del Cura aguanta bien el paso del tiempo.
Descendemos. En el aparcamiento, un grupo de cazadores da cuenta del almuerzo y nos saluda. Llevamos toda la mañana oyendo tiros. 
Al otro lado del barranco, echamos un vistazo entre la vegetación. 




Está todo muy cerrado, pero por la forma, sospechamos que se trata de unos viejos ventureros. 
Sergio ya se preguntó si no sería una abejera. 
Orillando la pieza y algún barbecho, llegamos al camino que va en dirección E. 
Sabemos lo que nos vamos a encontrar. 
11:00 horas. La cabaña de Tintán. 




Nosotros la llamamos así porque Tintán, al que conocimos tocando el bajo con la txaranga de El Empuje, fue el que la construyó. En el cabezal está tallada una inscripición con su firma: "Viva la lealtad al oficio" Tintán. 9 de mayo de 1954. 
Seguimos senda adelante. Salimos a un camino y bajamos al barranco de Valgorra.
 
La caseta de los Maríos se está hundiendo. 
Le han quitado todas las tejas y el derrumbe total es cuestión de tiempo. 



En su interior las han apilado; pensamos que para llevárselas. 




Por el camino que desciende, después de pasar por un par de casetas en ruinas, llegamos a un cruce y tomamos el camino que baja a la izda. hasta nuestra siguiente parada. 
11:40 horas. Abejera de Valgorra (2)



Se encuentra en el cantillo de una pieza. 
Tuvo que ser una abejera importante porque sus dimensiones así lo reflejan. 
Su estado actual es ruinoso. 




Por la orilla de un olivar, nos encontramos con otra cabaña en ruinas y, escondido por la vegetación, un pozo de grandes dimensiones y buena construcción. 
Estamos en una zona de abundantes vetas de agua y los juncos de los alrededores dan una idea de la humedad.


El pozo está completamente cerrado; es posible que esté cegado, pero es una excelente construcción. 
La mañana va avanzando sin darnos cuenta. 
Hay que regresar. 
Cruzamos el Canal de Navarra y entramos a ver el Nacedero de la Fuente del Rey. 
La caseta está limpia y bien cerrada.



La placa explicativa continúa en su sitio. 
Este es un lugar importante para Tafalla. Cercano al pueblo, creemos que ideal para un paseo con críos en el que puedan aprender algo de nuestra historia local. 
12:30 horas. Entramos en el pueblo. 
La soledad del camino de la mañana ha dado paso a los paseantes, no tan madrugadores como nosotros, que quieren disfrutar de este valle singular y mágico que es Valgorra. 


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.


El capitán del “Maruxiña”

 

(Todos los personajes y los hechos que contiene esta narración, se deben a la imaginación del autor. Toda semejanza con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia)

 

La mujer, alta y delgada, de porte erguido, apareció en la plaza de Tafalla una mañana risueña de martes. Era abril. Sin hablar con nadie entró en el Ayuntamiento. Una vez dentro, preguntó por la oficina del Catastro. Cuando supo dónde estaba, fue a ella y, de la mochila que llevaba a la espalda, extrajo unos documentos que presentó a la funcionaria.

Las gestiones le llevaron un rato, pero cuando las terminó, había acreditado ser la dueña de una finca en el término de “Valgorra”. Le indicaron la cantidad que adeudaba, en concepto de derechos y contribuciones atrasadas y se encaminó a la oficina bancaria más cercana, para ingresar el dinero que debía.

Vestía ropas amplias, algo ajadas, al estilo de los hippies de los años 70, pero su aspecto era limpio y el pelo, negro, lo llevaba recogido en una cola de caballo que le caía por la espalda. En su pueblo, allá en Galicia, algunos decían que era algo “meiga”.

Ya era casi mediodía cuando echó a andar de nuevo. Aunque no era joven, su paso era ágil y armonioso. Recorrió la “Avenida de Severino Fernández”, por el paseo flanqueado de plátanos que estaban echando la hoja, y llegó hasta el viejo puente de la “Panueva”. Cruzó la carretera y entró en uno de los hipermercados que hay en esa zona, para comprar provisiones.

Luego, siguió su camino y pasó, bajo la vía del tren y junto a la llamada “Fuente del Rey”, donde echó un trago de agua que le supo muy buena. Atravesó el túnel que hay bajo la autopista y enfiló el camino que va ascendiendo por el término de “Valgorra” y que llega hasta la muga del Tafalla con el antiguo “Señorío de Pozuelo”.

De vez en cuando, paraba para consultar unos papeles que llevaba en la mano. La primera parada la hizo cuando llegó a la “Cabaña Redonda”, donde se sentó y repuso fuerzas con algunos de los alimentos que había comprado. Cuando terminó, se levantó y estuvo largo rato oteando el terreno, de este a oeste y de norte a sur, a la vez que consultaba el plano que sostenía en la mano. Si nos hubiéramos acercado a ella, habríamos podido oír cómo iba recorriendo el valle, con ayuda de unos prismáticos, y pronunciando nombres que iba leyendo y reconociendo sobre el terreno: “… Nacimiento de la “Fuente del Rey”; “Pozo grande de abajo”; “Abejera número 3”; “Cabaña de los Maríos”; “Carravieja”; “Fuente de Pozuelo”; “Caserío de Pozuelo”; “Caseta del cura”; “Fuente del cura”; “Caserío de Goyena o de Ros”; “Pozo de los Nicoles”; “Abejera 2”; “Altos de Guindilla …”

Cuando hubo situado los hitos del plano, que parecían no serle desconocidos, localizó el último de los puntos que le interesaban, para ella el más importante, pues era el terreno del que era propietaria y que, metro arriba, metro abajo, estaba, rodeada por otras fincas y olivares, más o menos equidistante de los lugares que había mencionado: “Ahí está -se dijo- la finca de Jonás, con la casita. Tal y como me lo contaba tantas veces y a la que deseaba volver cuando se jubilara”.

Pero no había podido ser. Su marido, Jonás Recarte Pérez de Mendieta, nacido en Tafalla cuarenta y ocho años atrás, había muerto hacía unos meses, al mando de su barco de pesca, “Maruxiña”, matriculado con ese nombre en honor de su esposa, en la villa de O Grove. La versión oficial decía que fue en el transcurso de la temporada de pesca del bacalao. Sin embargo, malas lenguas aseguraban, a quien lo quisiera oír, que el barco de Jonás, “el navarro” transportaba, también, otro tipo de sustancias, que no eran pescado, precisamente.

Lo cierto era que se había hundido, con toda su tripulación, al intentar escapar de otro barco de la policía costera, cuando se adentró en lo más fragoso de la “Costa de la Morte”, un día en que el temporal aconsejaba refugiarse en cualquier puerto. Sea como fuere, Maruja Feito Azurmendi, “Maruxiña” se había quedado viuda. La policía nunca le había hablado de drogas. El seguro, tampoco. En las noticias no se había podido leer nada al respecto. Únicamente, los diarios locales habían publicado una breve reseña contando que un barco de O Grove se había ido a pique con todos sus tripulantes en su interior. Sin más detalles.

La mujer, que no conocía exactamente a qué se dedicaba su marido, pero que intuía algo, llegó a sospechar que las autoridades habían echado tierra al asunto, para no poner en guardia al resto de los traficantes de droga de la zona. Pero sus sospechas se acrecentaron cuando puso en orden los papeles de Jonás. Entre ellos había encontrado un sobre lacrado que rezaba: “Para Maruxiña. Abrir al año de mi muerte”. Al principio estuvo tentada de abrirlo en el instante en que lo encontró, pero, leal que había sido con su marido, al que había querido mucho, decidió esperar a que transcurriera dicho periodo.

Además, durante los primeros meses de viudedad, había recibido la visita de un par de hombres que dijeron ser de la aseguradora del barco, pero, a ella le parecieron policías. Así que decidió dejar correr el tiempo y esperar a la fecha señalada, para abrir la carta del finado. Otra razón que le indujo a ello fue que creyó sentirse vigilada. Nunca veía a nadie, pero sabía que, en su ausencia, alguien había entrado en su piso para buscar algo. Notó que algunos objetos habían sido desplazados de su sitio. Por ello, decidió tener siempre el sobre lacrado con ella y llevarlo donde quiera que fuera.

Precisamente, en el momento en que se hallaba mirando por los prismáticos hacia la que era su finca, pudo observar que cerca de ella había dos personas que se habían parado a contemplar el terreno. Decidió ocultarse detrás de unas coscojas y esperar a que se fueran. Cuando se percató de que lo hacían, camino abajo, hacia Tafalla, se encaminó hacia su casita.

Una vez que llegó a ella, sacó unas llaves y fue abriendo, primero la puerta de la verja exterior y, después, la puerta de acceso al interior. Ambas llaves las había encontrado dentro del sobre lacrado, junto con una carta personal en que su marido le manifestaba su amor.  Le decía que le había dejado alguna cosilla en su rincón de “Valgorra”, en de Tafalla, al que se desplazaba al menos una vez al año, solo, simplemente, comentaba, para echar un vistazo. Nunca había llevado con él a Maruxiña, pues decía que no era sitio para ella, y que únicamente iba a “dar una vuelta”.

Maruxiña lo había dejado hacer. Por eso, ahora, le extrañaba que una vez desaparecido él, la encaminase a aquel lugar donde ella no había estado nunca. Más si cabe, pues las últimas líneas de la misiva eran de los más enigmáticas:

Busca los siguientes puntos y recoge las piedras que te señalo: “1. Cabaña Redonda, suelo, al norte, piedra con cruz naranja X; 2. Nacedero de la fuente del Rey, pared este, suelo, piedra con cruz roja X; 3. Pozo grande de abajo, suelo, sur, piedra con cruz azul X; 4. Cabaña de “Los Maríos”, suelo, pared este, piedra con cruz verde X; 5. Fuente de Pozuelo, asca, lado largo sur, piedra con cruz amarilla X; 6.Caserío de Pozuelo, suelo, pared norte, piedra con cruz marrón X; 7 Caseta del cura, suelo, pared norte, piedra con cruz rosa X; 8. Caserío de Goyena o de Ros, pared oeste, suelo, piedra con cruz gris X.

Todas son piedras pequeñas, planas, de la costa. De pizarra. No las hay en Tafalla. Sigue el orden, dales la vuelta y acude al lugar que indican las letras. Una vez en él, busca: fila de arriba tercer hueco desde el oeste. Ten mucho cuidado. Ese es mi legado. Disfrútalo.

Besos, te ha querido mucho

                                        Tu Jonás”

 

Maruxiña había leído tantas veces aquel mensaje que ya se lo sabía de memoria. Pensó que le llevaría un tiempo el encontrar aquellas piedras. Además, no tenía prisa. Por otra parte, tenía que dar la sensación de que había ido a aquel lugar para pasar una temporada de vacaciones, por si la vigilaban. Como era primavera, aprovecharía la mejoría del tiempo para dar largos paseos y, entre ellos, acercarse, como quien no quiere la cosa, a los lugares donde debía recoger las piedras.

La casita no disponía de luz eléctrica. Maruxiña lo sabía, pues Jonás le había contado infinidad de pormenores sobre ella, y sabía que estaba bien provista de linternas, pilas, hornillos y luz de “camping gas”, garrafas de agua, así como de todos los útiles necesarios para poder vivir en ella. Además, la puerta era metálica y las ventanas tenían rejas. Como algunos de sus paisanos decían, era medio “meiga” y nada miedosa. Por otra parte, había comprobado que su móvil tenía cobertura. Lo recargaría en Tafalla, según le hiciera falta. Se sintió tranquila.

Los días siguientes transcurrieron en la más bucólica de las paces. El campo se iba vistiendo de gala a ojos vistas. Los abejarucos pintaban el cielo azul con sus vívidos colores y lanzaban sus agudos trinos al éter. Las ilagas, los tomillos, los escaramujos y alguna tímida amapola, amén del resto de la fragosa vegetación del término, arrullaban a los verdiazules y pacíficos olivos, tan abundantes en la zona. Maruxiña disfrutaba verdaderamente de los aromas de la Naturaleza, que el cierzo y el sol distribuían generosamente. Pero, echaba de menos a Jonás y al mar. Para consolarse, cantó con suavidad, una canción de mar y de amor, que su madre, nacida en Zumaya, en Guipúzcoa, le cantaba muchas veces de pequeña:

 

Itxasoa laiño dago                          (El mar está con niebla

Baionako, barraraiño.                     desde Baiona, hasta la barra.

Nik zu zaitut maiteago,                    Yo te quiero más,

txoriak bere umeak baino.”                que los pájaros a sus crías.)

 

Al terminar, no pudo evitar que unas lágrimas afloraran a sus ojos, acordándose de lo feliz que había sido esos años pasados con su marido. Entonces, más que nunca, sintió una gran pena por no haber tenido hijos con él, para poder volcar en ellos todo el amor que había sentido por el hombre. Pero, tenía que seguir adelante. Así que se enjugó las lágrimas y volvió a la casita, para poner en marcha su plan.

La primera semana no se acercó a ninguno de los lugares que su marido le había indicado. Paseó, sacó fotos, se acercó hasta Tafalla para aprovisionarse, cargar el teléfono, comprar algunos libros y la prensa, o para tomar algo. No vio a nadie sospechoso. Cerca de donde vivía observó que había varios caballos a los que cuidaba un gitano joven, con un sempiterno cigarrillo en la boca. De vez en cuando pasaba un vehículo que iba a alguna de las fincas de los alrededores o paseantes, hombres y mujeres, que frecuentaban la zona, bien solos o bien acompañados.

Pero, ni rastro de “espías”. Cuando vio que la rutina la protegía, comenzó la búsqueda de las piedras, con ayuda del plano que le había dibujado su Jonás. Salía de paseo y, dando un rodeo, se acercaba cada día a un lugar. Comenzó por la “Cabaña Redonda”. Algunas piedras las encontró enseguida. Otras le costaron más. Cuando volvía casa las escondía dentro de una bolsa grande de Cola-Cao. No pensaba leer el mensaje hasta que las tuviera todas. Los días transcurrían monótonos. Por fin, el lunes de la tercera semana, recogió la última de las piedras que introdujo, también, en la bolsa del Cola-Cao que había llevado consigo en la mochila. El último lugar, el “Caserío de Goyena o de Ros”, era el más elevado de todos los lugares indicados. Desde su altura se divisaba todo el valle de Valgorra, hasta Tafalla. En vez de marcharse enseguida, se sentó y estuvo un rato escudriñando con los prismáticos todos los rincones y recovecos a su alcance. No vio nada sospechoso, así que, adentrándose entre las ruinas del antiguo edificio, en un rincón, oculta por las viejas paredes, sacó las piedras y las alineó sobre el suelo, según el orden en que las había recogido:

 A B E J E R A    2

Entonces entendió el significado de la última parte del mensaje:“Una vez en él, busca: fila de arriba tercer hueco desde el oeste.” Tenía que encontrar la abejera, que estaba algo más al noroeste del punto en que se encontraba. Según el plano que llevaba consigo, debía volver hasta el “Pozo de los Nicoles” y llegar al comienzo de la ladera de los “Altos de Guindilla”.

         Volvió a introducir las piedras en la bolsa del cacao y, como quien no quiere la cosa, despacio, fue acercándose. Encontró el pozo con facilidad, al lado de un camino. Aunque bastante derruido y colmatado de piedras, aún se adivinaba el hueco. Además, se encontraba al lado de una casita, cercada, en al lado de la cual unas cuantas gallinas rojizas picaban en el suelo, y que venía indicada en el plano.

Desde ahí, cruzó una pieza lieca y, no sin algo de trabajo, llegó hasta la abejera que era muy antigua y estaba semioculta entre la vegetación. Echó un vistazo a su alrededor. Nada. Todo parecía tranquilo.  “… fila de arriba tercer hueco desde el oeste.”  Contó: “uno, dos, tres”. Se acercó al hueco que, en otro tiempo había contenido abejas, pero no vio nada. Adentro estaba oscuro. Se puso unos guantes. Sacó una linterna de la mochila y alumbró la cavidad. “Tierra. Solo tierra”. Sin amilanarse, metió la mano y escarbó, sacando la tierra seca al exterior. Enseguida notó algo duro y de forma redondeada.

Acabó de desenterrarlo. Se trataba de una botella de cristal de tres cuartos. De esas en las que se empleaban para el vino clarete. Dentro podía verse una bolsita de terciopelo negro, atada por la boca con un cordel oscuro. Pero no se paró a abrirla. Aunque no había visto a nadie, por el momento, no desechaba la idea de que alguien la hubiera seguido. Dudaba entre esto, o que la estuvieran esperando en su casita. Por eso, había decidido que, si encontraba algo, como así había sido, pondría en marcha la última parte de su plan.

Como si un paseo más, de los que habitualmente daba se tratara, comenzó a descender por el camino hacia la parte donde se encontraba su finca. Todo lo había hecho con normalidad, como cualquier día. Había salido con sus ropas habituales y con la mochila que siempre llevaba, pero tenía la intención de no volver. Cuando llegó a la altura de su casita, sin desviarse, siguió bajando por el camino hacia Tafalla. Seguía sin ver a nadie, aunque su instinto de “meiga” le decía que alguien la observaba y la seguía. Confiaba en que quien o quienes fueran, pensaran que se dirigía, como otros días, a la zona de los hipermercados, a comprar provisiones. Cuando llegó hasta ella, como hacía habitualmente, se introdujo en uno de ellos y preguntó por los baños.

Una vez a solas y la puerta cerrada, se sentó y sacó la botella. Estaba cerrada con un corcho, sujeto con alambre. Con ayuda de la navaja multiusos, que llevaba siempre consigo, no le fue difícil abrirla. Sacó la bolsita de terciopelo, la abrió y miró al interior. No esperaba lo que vio: “bolitas-se dijo-bolitas pequeñas…” Asombrada, metió la mano y cogió una de ellas. Entonces se dio cuenta de que la que había sacado era de color de nácar y reflejaba la luz con tonos iridiscentes de gran belleza. “Perlas, son perlas. Y hay unas cuantas”. Sacándolas con cuidado las contó: “Dieciocho, dieciocho perlas. Todas diferentes. Todas preciosas.” Se dio cuenta de que aquel número representaba los años que había estado casada con Jonás. “Por eso venía una vez al año a su pueblo, a Tafalla. Para traer una perla cada vez y esconderla aquí, para que yo las recogiera cuando él no estuviera. Seguro que las iba comprando en sus viajes por el mar. Y las compraba para mí. ¡Jonás, Jonás Recarte, cuánto te quiero! ¡Cuánto te echo de menos!”.

“Maruxiña” permaneció unos minutos algo aturdida. Cuando reaccionó ya sabía qué tenía que hacer. Antes de abandonar el servicio, llamó por teléfono. Esperó cinco minutos más, luego, salió y fue hasta la puerta atravesando la zona “sin compra” del hipermercado. Cuando abandonó el recinto, vio un taxi en la puerta. Abriendo una de las portezuelas traseras se introdujo en el vehículo y le dijo al taxista:

-Soy Maruja Feito. La persona que le ha llamado. Lléveme hasta el aeropuerto de Noain, por favor.

-Ahora mismo, señora. Eso está hecho.

El vehículo abandonó Tafalla. “Maruxiña” no volvió nunca más a ella.

……………………………………………………………….

        Buen Camino.

¡Vale!

 

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