Domingo, 3 de marzo de 2024
El jueves pasado, caminando por las cercanías de las Bardenas Reales, alguien me preguntó si conocía la Laguna de Dos Reinos.
La verdad es que me habían hablado muy bien de ella y hasta Sergismundo me envió una ruta, pero la tenía totalmente olvidada.
Hoy nos vamos a Figarol aprovechando que los temporales van a dar una tregua.
Son las 09:15 horas. Aparcamos en la plaza del pueblo. Al entrar, un cartel informa de que el pueblo fue fundado en 1962.
Hace frío. 5º. El viento sopla con fuerza y la temperatura parece más baja aún. El cielo está despejado. Por lo menos vamos a disfrutar del sol.
En marzo el abrigo, nueces y pan de trigo.
Las calles están desiertas. No me extraña.
El monumento a los colonos pone el toque entrañable a la amplia plaza.
Callejeamos un poco y salimos del pueblo.
El camino está embarrado. La lapaña se adhiere al calzado y hace que el caminar sea muy incómodo.
Cruzamos la carretera.
Nuestras esperanzas de que al otro lado el trayecto esté mejor desaparecen de inmediato.
El barro y los charcos grandes van a ser nuestros compañeros durante un buen rato.
Un panel informativo nos da una idea precisa del entorno que vamos a visitar.
Seguimos nuestra ruta.
Los campos parecen estar trazados con tiralíneas. Los sembrados verdes suavizan el paisaje.
Las manos en los bolsillos, las cabezas y las orejas tapadas. Y los cinco sentidos puestos en el camino para evitar meternos en los charcos o, lo que es peor, tener un resbalón en el inestable suelo.
Nuestro amigo el Moncayo se ha vestido de blanco. Se asoma por encima del monte bajo y parece sonreír: ¿pero qué hacéis con este día por esos andurriales?
Cruzamos de nuevo la carretera y ¡sorpresa! El camino es más pedregoso y el barro ha desaparecido.
Un pequeño pinar oculta lo que hemos venido a ver.
El letrero, como si fuera un solícito recepcionista, nos invita a entrar.
Ante nosotros tenemos la laguna.
Son las 11:00 horas.
El observatorio de aves nos va a servir, también, de cobijo para echar un bocado.
Abrimos las ventanas y nos sentamos en los bancos de madera.
Por lo que tenemos ante nosotros, han merecido la pena el barro y el frío.
Entre bocado y bocado los catalejos nos acercan las figuras de dos majestuosas garzas. Los abundantes patos pululan alrededor de ellas con una cómplice familiaridad.
Los paneles del interior de la caseta nos ilustran sobre lo que estamos viendo.
El lugar está limpio y cuidado. Como nos lo hemos encontrado, lo dejaremos nosotros.
Cuando decidimos seguir nuestra ruta, salimos y nos damos cuenta de lo resguardados que hemos estado entre esas cuatro paredes.
Un muchacho joven llega en ese momento con dos rubios críos risueños y revoltosos. Nos saludamos con un leve movimiento de cabeza.
Unos metros más adelante está el Refugio de la Laguna.
Es una construcción pequeña con apariencia alpina.
Su interior también está limpio. Tiene una mesa amplia y un par de bancos.
En la chimenea quedan restos de ceniza y, en un rincón, hay algo de leña seca.
En el exterior también hay un pequeño asador, con su chimenea, que será utilizado cuando haga buen tiempo y las restricciones para hacer fuego lo permitan.
El camino asciende suavemente rodeando la laguna, cercano al agua.
Un fotógrafo, con sus cámaras y un sólido trípode, viene hacia nosotros y nos saluda. Nos imaginamos dónde ha estado.
11:15 horas. Torre Caracol.
La construcción es curiosa. Una escalera de caracol, protegida con barrotes metálicos, permite subir a su pequeña terraza.
Según hemos podido leer, la torre antigua se destruyó en un incendio en 1980. Los habitantes de Figarol, con las fotografías existentes, decidieron reconstruirla; y ahí la tenemos para disfrute de los visitantes.
La vista de la laguna desde esa altura es sencillamente espectacular. Y el frío también.
Bajamos por sus gruesos peldaños de madera.
El camino rodea la agitada superficie del agua.
Otro observatorio, más pequeño que el de la entrada, nos invita a visitarlo.
La vista de la laguna desde este otro lado también merece la pena.
El camino termina junto a la entrada y el panel que hemos visto antes.
Salimos a un camino principal e iniciamos el regreso al pueblo.
Rodeamos una finca en forma de triángulo. Estamos en Aragón –de ahí el nombre de la Laguna– pero enseguida entramos en Navarra.
El camino de vuelta es un poco largo. El suelo otra vez ha empeorado. La lapaña sigue empeñada en ponernos las cosas un poco difíciles. Pero nada puede con nuestro ánimo después de haber disfrutado de todo lo que hemos dejado atrás.
A las 13:00 horas entramos en el pueblo. Hemos tenido la precaución de traer calzado de repuesto. Mientras nos cambiamos, algún vecino pasa junto a nosotros y nos saluda cordialmente.
En una calle soleada y abrigada, un niño corretea alegremente con su patinete. Ha merecido la pena venir a Figarol y disfrutar de este enclave tan sorprendente.
En este enlace se puede ver el recorrido de Sergismundo que hemos seguido nosotros hoy.
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