domingo, 3 de abril de 2011

Un paseo por Candaraiz


Hacía tiempo que quería darme una vuelta por los caseríos de Candaraiz. Lo intentamos el año pasado pero, andando desde casa, hay mucha distancia para hacerlo en una mañana. Por eso, me voy en coche hasta el Caserío de Cortés y me quito los 6 kms. de ida y los otros 6 de vuelta. El fin justifica los medios.

Ayer le llamé al Templao y llegaba en ese momento de dar su paseo matutino. Esta semana, me dijo, ha comenzado a andar hora y media porque se está probando para ir a Ujué. Se encuentra bien, aunque va con precaución pues tiene miedo a los mareos. Le dije que estoy seguro de que hará la romería y que con sus ochenta y dos años será la envidia de todos. También le propuse que a partir de ese domingo salgamos nuevamente juntos al campo. Me contestó un escueto: "Ya veremos".

Son las 08,00 horas. Magán marca 13º y la farmacia 12º. El cielo está nublado. No llueve. Inma no puede venir, así que me voy solo. En diez minutos estoy aparcando en el Caserío de Cortés. Antes de llegar, en una pieza enorme, los aspersores riegan sin descanso una plantación de habas. El agua pulverizada muestra una imagen insólita en Don Galindo.




Comienzo a caminar. Bajo hasta la carretera de Miranda y la cruzo de frente. Me dirijo a una abejera antigua. Una joya del pasado.




Está, como es natural, abandonada. Son las 08,25 horas. Es una hermosa construcción.




En su interior aún se conservan algunos de los cestos de cañas en los que las abejas sujetan los panales. Sigo hacia la izda. y atravieso un cercado en el que han hecho una repoblación de pinos y encinas que tardarán unos años en crecer. Al otro lado de la cerca está el Centro de Transferencia de Residuos de la Zona Media.




Siguiendo el cercado de la instalación me adentro dirección N. por el cauce seco del barranco de Romerales. Penetro en esa zona mágica.




Los cogotes de tierra están poblados de pinos y de romero en flor. Nuestros antepasados no tuvieron que discurrir mucho para nombrar a este término así.




08,40 horas. Llego a la balsa. Está llena de agua. El espectáculo serena el alma. Agua, cereal, pinos y romeros ofrecen una combinación armónica que me obliga a detenerme. De vez en cuando, rompe el silencio algún graznido, haciendo notar que el paisaje no es un lienzo, que está vivo.



En Octubre pudimos caminar por ella. Era un campo de salitre.

Tomo el camino que asciende entre pinos en dirección E. Voy a Tamarices. Atravieso una tramo totalmente de caliza. El suelo es tan blanco que si no fuera por los romeros en flor, parecería que estoy en medio de una nevada. El camino comienza a descender. El suelo se vuelve más oscuro. Al fondo se adivina la Cantera de Ros.




Poco antes de llegar al cruce de caminos me encuentro una sorpresa. No sé qué es; víbora o culebra. Está tendida en medio del camino y ni se inmuta ante mi presencia. Con la punta del bastón la toco para ver si está muerta y se revuelve con rapidez. Le digo que tranquila; que somos amigos... o por lo menos conocidos. La dejo con su siesta, pero miro un par de veces para atrás mientras me alejo, no sea que esté cabreada y venga a traición.





09,00 horas. Llego al cruce de Tamarices, casi enfrente de la Cantera de Ros. Tuerzo a la izda. En lo alto se ven los tejados de la Escolara y de Eulalio. El día está muy bueno para andar. No hay sol, pero tampoco amenaza lluvia. Comienzo a subir por el camino. A mi dcha. discurre el barranco de Tamarices. Por el portillo que separa los dos caseríos, desembocará en el barranco de Candaraiz.





09,10 horas. Corral de la Escolara. Casi no me paro. Desciendo por la orilla del barranco y lo cruzo.




En diez minutos estoy en el Caserío de Eulalio. Está abierto y abandonado. Las palomas al notar mi presencia, salen asustadas. Con precaución me asomo a alguna de las desvencijadas ventanas. No sería la primera vez que saltara algún zorro, sintiéndose acorralado. Ya me he llevado más de un susto por eso. Doy una vuelta por el exterior de los edificios. Muchos llaman a este caserío el de Candaraiz. Es el que estaba pintando en un mural en la antigua sociedad gastronómica Candaraiz, en la calle de la Feria.




"Pedrera de Candaraiz: "Araiz" expresa su condición de "Peña del valle"; sus canteras de roca arenisca fueron explotadas desde antiguo, singularmente a lo largo del siglo XV. Por los años 1424 fueron extraídas y labradas allí millares de piedras sillares para los palacios reales. El célebre mazonero o escultor Jehan Lome trabajó personalmente la piedra para los "retraytes", pilares y arcos de la fuente. Queriendo construir una presa para el regadío en 1426, el alcalde de Miranda de Arga solicitó permiso al concejo tafallés, y éste lo concedió bajo ciertas condiciones, para extraer piedra de la pedrera de Candaraiz" (J.M. Jimeno Jurio)(Toponimia histórico-etnográfica de Tafalla)

Comienzo a descender hacia la carretera de Miranda. Cruzándola, un poco a la dcha. está el Caserío de Sánchez. Tomo el camino que me lleva a él. Son las 09,40 horas. Llego. Es la primera vez que estoy aquí. Hay un edificio nuevo y otro, de piedra, más antiguo.
En este último hay dos inquilinos que me miran con curiosidad. Son dos burros. Les hablo y les silbo. No tienen temor pero, en sus ojos, se adivina la pregunta ¿y tú, quién eres?. Al lado de la casa hay un montón de pacas de paja. Utilizo una de ellas a modo de mesa. Con los catalejos reconozco, enfrente, al S. el Caserío de Gregorio el grande. Iré después de almorzar. Saco el bocadillo y la cantimplora. Hoy traigo un menú de lo más original. Me he puesto en el pan un trozo de sobrasada que nos ha traído una compañera de mi mujer, que es de Lerín y vive en Alemania. Su suegra, que es de Mallorca, la hace de forma artesanal. En lo más recóndito de Candaraiz, sabe a gloria. A esto sí que se le puede llamar un almuerzo "globalizado". Antes de marcharme, me despido de los burros y ellos menean las orejas. Desciendo y, antes de empalmar con el camino del otro caserío, una furgoneta blanca viene velozmente hacia donde estoy. Pienso que se pararán a preguntarme que estaba haciendo ahí. Al llegar a mi altura, sin pararse, me saludan y suben al caserío. En cinco minutos veo que se van.
Entre campos sembrados llego al Caserío de Agustín o de Gregorio el grande. Son las 10,10 horas.
Por este lado se llega primero a la balsa y a su pozo, que es un primor. He estado aquí montones de veces y no puedo dejar de admirar su construcción. Cuando pensábamos que el TAV iba a pasar por aquí, hicimos gestiones en el Ayuntamiento para, antes de que entrasen las excavadoras, desmontarlo piedra a piedra y colocarlo en alguna rotonda de la ciudad. Hay que conservarlo como sea. Afortunadamente no pasará el TAV y éste es el mejor lugar para él. Las ovejas están en el serenado. No está el pastor. Dos perricos atados a la pajera me ladran sin cesar. Les explico, sin éxito, que soy amigo o, por lo menos, conocido de las culebras, los burros; también de las ovejas y de los corderos y que si quieren también lo soy de ellos. No les gustan mis argumentos y siguen ladrando. Me marcho. "En un caserío cercano vivía otro joven con su mismo nombre, Gregorio Marco Sola. Con el humor que caracteriza a la sabiduría popular, se distinguió al otro Gregorio, de mayor altura, con el apodo de Gregorio "el Grande", mientras a nuestro Gregorio, por su baja estatura, le correspondió el diminutivo de "Gregorico". Los caseríos respectivos adoptaron también estos sobrenombres: Gregorico y Gregorio el Grande. Nuestro Gregorico aseguraba que se había quedado pequeño porque había nacido en el año de la "Seca". (Arantxa Marco Hernando)(Los Gregoricos. Raices tafallesas y genealogía de los Zaratiegui)
Hay varios caminos; algunos nuevos por los riegos. De aquí podría ir al Corral del Zorrico y luego al Caserío de Gregorico. También, por la Chiquitina, podría llegar a Cabriteras y luego al Plano, pero... como el coche está en el Caserío de Cortés, tengo que ir allí. Por el camino de Lazarau camino en dirección O. Los sembrados alternan con las viñas. Los postes del riego proliferan en esta zona. Estoy solo en medio del campo. Sigo por este camino arreglado hasta llegar a la altura del caserío. Bajaré a él orillando una pieza. En la hondonada una pequeña balsa recoge las aguas que bajan del Plano cuando llueve. La casa de atrás tiene una expresión graciosa. La fachada parece que saluda sonriente, con sus dos ventanicas y la puerta. Son las 11,00 horas. Me monto en el coche y regreso. Mientras conduzco pienso que el paseo de hoy será uno de los mejores que he hecho nunca. Me hubiera gustado compartirlo con la gente que aprecio.
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