lunes, 21 de mayo de 2012

17 de Enero, San Antón





Ayer no salimos a andar. A las 7,30 llovía sin parar y con lo que había caído desde el viernes, no queríamos pisar barrizales. 
La entrada de hoy es el primer artículo que escribí para Merindad. Lo publicaron el 16 de Enero de 1987. 
Julián Condón insistía en que les mandara algo y siempre le daba largas porque me entraba el pánico sólo de pensar que alguien me fuera a leer. 
Me gustaba hablar con mi madre de la vida en su pueblo; las costumbres, los dichos, las celebraciones. La familia vivía en Benegorri. Era extensa. Diez hermanos, más los padres, los abuelos, dos pastores y hasta la maestra de Sansomain, Benegorri y Bézquiz vivía con ellos. O sea, que se juntaban a la mesa por lo menos diecisiete. Se producían situaciones y anécdotas que yo escuchaba con deleite. 
Por fin, en 1987, atendí a Julián y me decidí a escribir una de aquellas historias y le cogí gusto a la cosa. Este es el artículo en cuestión. 

                  El 17 de Enero, San Antón

  El día 17 de Enero, San Antón, es una fecha que hoy prácticamente no nos dice nada. Tradicionalmente ha sido un día de bendición de los animales de labor. Hoy, por los cambios habidos en la sociedad, es algo que se ha perdido por completo. 

  En algún pueblo de la tan próxima y desconocida Valdorba, San Antón era un día grande. 

  En Benegorri, que hace unos sesenta años contaba con apenas cuarenta habitantes, como suele decirse, de víspera se conocía el día. El día 16, terminadas las faenas tanto agrícolas como de pastoreo y después de cenar, se reunían los jóvenes de Sansomain, Bézquiz, Sansoain, Amatriain y algunos de Maquirriain y se dedicaban a preparar una recena para después tener un rato de diversión. 

  La verdad es que esta recena no era muy frugal que digamos. Consistía, generalmente, en ensalada de escarola y cardo con guindillas atomatadas y cordero en chilindrón y asado. Todo ello acompañado del pan y vino caseros. Y para postre castañas cocidas y asadas. Al final, como digestivo para todo esto, no podían faltar unas cuantas copas de patxarán. 

  Después de este ligero tentempié había música de guitarras y acordeón, con bailables y canciones de la época, mientras que los más sedentarios se dedicaban a jugar a las cartas. Todo esto hacía que se trasnochase, aunque imaginamos que no sería lo de ahora. 

 Al día siguiente se levantaban al amanecer para hacer las labores imprescindibles y los pastores salían al campo con los rebaños. 

  En las casas se aseaban las caballerías que, por ser su patrón, guardaban fiesta y no se utilizaban ni para llevar el agua, además de tener ración de pienso extra, poniéndoles cabestros adornados con campanillas. Los más pudientes añadían a esto unas albardas acolchadas que llevaban el nombre de la casa a la que pertenecían. 
 
  Mientras tanto iban llegando los vecinos de Sansomain y Bézquiz con sus ganados ya preparados y también aprovechaban el día para hacer visita los parientes de otros pueblos, incluso los de los más alejados del valle. 



Antigua iglesia de Benegorri. Su pila bautismal está en Ujué. 

  A las once, la Misa. Misa solmne, cantada y con sermón. Y después de misa, se bajaba a la calle más estrecha del pueblo donde se habían cruzado de balcón a balcón tres estolas unidas entre sí haciendo una especie de puente. Por debajo pasaban los ganados mientras el cura los bendecía con el hisopo. 

Calle en la que se bendecía el ganado. 

  Todas las festividades se celebran también alrededor de una buena mesa. El día de San Antón se echaba el resto. 




Casa de mis abuelos.

  Se comenzaba con escarola y cardo en ensalada con aceitunas de casa. Se continuaba con un buen plato de sopa de cocido de carnero. Luego arroz con pichones, pollos y conejos y de ración, cordero y cabrito asados. Por si alguien se quedaba a medias también se sacaba cordero en chilindrón. El postre era tradicional: Flanes y leche frita. 

  Terminada la comida volvían a sonar las guitarras y el acordeón hasta el anochecer, momento en que se subía a la iglesia a rezar el rosario. 

  La proximidad de la hora de la cena, además del frío en el Enero valdorbés, indicaba la partida de los invitados y parientes que volvían a sus casas, unos montados en las caballerías y otros andando, alumbrándose con la tenue luz de sus faroles de velas. 

  Así terminaba una fiesta sencilla pero importante en la vida de las gentes de nuestros pueblos. 


  

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