Con el nuevo mes volvemos a la normalidad del curso "campero".
Hoy vamos a visitar otra vez las cinco presas del Cidacos. El 24 de Julio hice el recorrido solo y, desde entonces, mis acompañantes me suelen decir: "para una vez que fallamos...", "el día que sales solo te organizas esa excursión...".
Mal está decirlo. Cochina envidia. Así que para hoy les propuse visitar de nuevo el Cidacos pero, por no hacerlo como la otra vez, ahora iremos de la presa más al N. hasta la última del S.
Son las 08,00 horas. Magán marca 14º y la farmacia 13º. El frío cierzo nos obliga a salir de largo.
Por la calle de la Feria llegamos a la Plaza y de allí a los Jardines. Pasamos junto a la presa de Recarte y nos dirigimos por el camino viejo de Pueyo hasta casi la caseta de Benigno Berrio.
Abandonamos el camino y orillando unos huertos llegamos al río. El cañaveral está espeso, pero encontramos enseguida las escaleras que bajan al cauce.
08,30 horas. Presa de Pericueta (Azpilikueta). El agua estancada presenta un manto verde que se extiende hasta perderse de vista en un meandro.
Hacia el S. el cauce seco permite ver tres o cuatro piedras de sillería que han sido volteadas por la fuerza del río cuando se pone bravo.
Cruzamos a la otra orilla. Si quisiéramos, podríamos ir andando por el lecho hasta el molino de Macocha. No es nuestra intención.
Por la orilla del río, junto a la tapia de una huerta, salimos al camino del Congosto. Éste nos conducirá hasta las inmediaciones de Recarte.
Entre los setos que cierran los huertos, varias cañas de bambú ponen un punto exótico al entorno.
Llegamos a la presa de Recarte. Son las 08,55 horas. No hay nadie. Junto a la fuente la basura prolifera. Los plátanos ofrecen su sombra a una mesa de obra que alguien, con tan poca inteligencia como gracia, se ha dedicado a garabatear con un spray negro. Si el tiempo que le ha costado ensuciar lo que es de todos, lo hubiera empleado en recoger la basura del suelo, otro aspecto tendría el lugar.
Cruzamos el río y, por detrás de los adosados, salimos al puente viejo. Juanjo me enseña el árbol en que por primera vez vio una oropéndola.
Después de atravesar la calle Baja Navarra salimos a la plaza de D. José Menéndez. El día está frío. El cierzo sopla fuerte. Juanjo me recuerda el refrán que decía su suegro: "El cierzo que desayuna, come y cena, dura la cuarentena".
Por el "paseo marítimo" llegamos a la presa de la Estación. Son las 09,15 horas. El Pozo Redondo es un charco grande. Las piedras de la presa, blanquecinas y resecas, esperan pacientes el agua que calmará su sed.
Cruzamos la presa y salimos a la Estación. Hoy vamos a buscar la de los Frailes por lo huertos de Larrain.
"20 de Junio de 1882. A consecuencia de cierta medida gubernativa tomada por el Alcalde de Tafalla y de la que se ha recurrido en alzada ante el Gobernador civil de la provincia, anteayer estuvo en aquella ciudad el arquitecto municipal de esta capital, con objeto de reconocer el caudal de agua que corre, o mejor dicho, que debiera correr por el Cidacos. La situación de Tafalla en la cuestión del agua es de lo más lamentable, hasta el punto de que hubo que prohibir por completo el riego, a fin de dedicar la poquísima que llega a aquel pueblo para las necesidades más perentorias del servicio público; y no comprendemos cómo sus vecinos no hacen cualquier sacrificio para obtener este agente esencial de la vida, cuya escasez tiene que perjudicar necesariamente a las buenas condiciones higiénicas de aquella localidad". (Lau-buru, Diario de Pamplona)
En la última casa de Martínez Espronceda, nos fijamos en una placa de la calle. Es de las antiguas y está muy bien conservada. Encima, en una hornacina cerrada con una verja, han colocado un azulejo con una imagen de la Santina.
Abandonamos el camino de Larrain cuando consideramos que tenemos que estar a la altura de la presa y nos metemos en una senda de huertos.
Entre la vegetación vemos el cauce seco del río. Al abrigo de una tapia, junto a un pozo, paramos a almorzar. Cuando terminamos, se acercan los dueños. Son Vicente Armendáriz y Tere, su mujer. La conversación se entabla enseguida. Vicente tiene ganas de hablar. Los dos son grandes pelotazales y comentamos los últimos partidos de la tele. A la tarde son las semifinales de los Sanantolines de Lekeitio y juega Aimar Olaizola. Vicente y Tere estarán pegados al televisor sin perderse un pelotazo.
Después, inevitablemente, surge el tema de la sequía. La situación es dramática. Si tenemos un invierno tan seco como los dos anteriores, se secarán hasta los olivos. Les comento que en lo que llevamos de año he recogido 237 litros. Para que la situación fuera normal, a estas alturas tenía que haber llovido el doble. Todos confiamos en que el otoño traiga las lluvias esperadas.
Vicente nos enseña un paso en medio del cañaveral que nos saca a una pieza junto a la orilla del río. Se lo agradecemos y salimos.
Al final de la pieza está la presa.
10,00 horas. Presa de Los Frailes o de San Agustín. Junto a la pared queda un charco de mediano tamaño. El agua, estancada, no tiene vida. En la orilla hay barbos, carpas y una anguila muertos.
En un rincón descubrimos la boca de la acequia que, cuando está llena, lleva el regadío al Quiñón y a Barranquiel.
Salimos a la carretera. Vamos a ir, como lo hice yo, por la orilla del Quiñón hasta Gerón. En los huertos de Barranquiel unos hortelanos nos cuentan que tienen toda el agua que quieren. No se explican de dónde viene. Les decimos que tiene que ser de lo que se filtra al regar el maíz en el Curtido y el Extremal. Les convence la teoría.
Por debajo de la autopista, tomamos el primer camino a la izda. y entramos en Gerón. El camino nos lleva, con el viento a favor, hasta nuestro objetivo.
10,45 horas. Presa de Almoravit. Bajamos al pretil. Nunca la habíamos visto con un nivel de agua tan bajo.
El río hacia el N. da una imagen engañosa. Parece que no sufre la sequía. En las orillas, las zarzas ofrecen sus moras, negras y dulzonas. Los escaramujos se han vestido de rojo anaranjado.
A propósito de las moras, estas Fiestas pasadas me contaba mi primo José Mari que a un joven de Ujué le tocó el servicio militar en Africa. En la primera carta que escribió a su madre, le contaba que estaba bien y que aquello era bastante bonito, pero que lo que más le gustaba eran las moras. La madre al leer esto último, les dijo a sus vecinas: "¿Has visto? Y aquí que no las probaba..."
En el camino de vuelta hay matas de arañones a las que no les cabe un solo fruto más. Pero el campo se muere de sed.
Volvemos sobre nuestros pasos para salir a la carretera.
Al llegar a la rotonda, torcemos a la izda. y subimos por la orilla del Abaco.
En la zona deportiva el verde del césped artificial contrasta con los campos de alrededor. La escultura del 1043, impertérrita, soporta el vendaval que le viene del N.
Hoy vamos a visitar otra vez las cinco presas del Cidacos. El 24 de Julio hice el recorrido solo y, desde entonces, mis acompañantes me suelen decir: "para una vez que fallamos...", "el día que sales solo te organizas esa excursión...".
Mal está decirlo. Cochina envidia. Así que para hoy les propuse visitar de nuevo el Cidacos pero, por no hacerlo como la otra vez, ahora iremos de la presa más al N. hasta la última del S.
Son las 08,00 horas. Magán marca 14º y la farmacia 13º. El frío cierzo nos obliga a salir de largo.
Por la calle de la Feria llegamos a la Plaza y de allí a los Jardines. Pasamos junto a la presa de Recarte y nos dirigimos por el camino viejo de Pueyo hasta casi la caseta de Benigno Berrio.
Abandonamos el camino y orillando unos huertos llegamos al río. El cañaveral está espeso, pero encontramos enseguida las escaleras que bajan al cauce.
08,30 horas. Presa de Pericueta (Azpilikueta). El agua estancada presenta un manto verde que se extiende hasta perderse de vista en un meandro.
Hacia el S. el cauce seco permite ver tres o cuatro piedras de sillería que han sido volteadas por la fuerza del río cuando se pone bravo.
Cruzamos a la otra orilla. Si quisiéramos, podríamos ir andando por el lecho hasta el molino de Macocha. No es nuestra intención.
Por la orilla del río, junto a la tapia de una huerta, salimos al camino del Congosto. Éste nos conducirá hasta las inmediaciones de Recarte.
Entre los setos que cierran los huertos, varias cañas de bambú ponen un punto exótico al entorno.
Llegamos a la presa de Recarte. Son las 08,55 horas. No hay nadie. Junto a la fuente la basura prolifera. Los plátanos ofrecen su sombra a una mesa de obra que alguien, con tan poca inteligencia como gracia, se ha dedicado a garabatear con un spray negro. Si el tiempo que le ha costado ensuciar lo que es de todos, lo hubiera empleado en recoger la basura del suelo, otro aspecto tendría el lugar.
Cruzamos el río y, por detrás de los adosados, salimos al puente viejo. Juanjo me enseña el árbol en que por primera vez vio una oropéndola.
Después de atravesar la calle Baja Navarra salimos a la plaza de D. José Menéndez. El día está frío. El cierzo sopla fuerte. Juanjo me recuerda el refrán que decía su suegro: "El cierzo que desayuna, come y cena, dura la cuarentena".
Por el "paseo marítimo" llegamos a la presa de la Estación. Son las 09,15 horas. El Pozo Redondo es un charco grande. Las piedras de la presa, blanquecinas y resecas, esperan pacientes el agua que calmará su sed.
Cruzamos la presa y salimos a la Estación. Hoy vamos a buscar la de los Frailes por lo huertos de Larrain.
"20 de Junio de 1882. A consecuencia de cierta medida gubernativa tomada por el Alcalde de Tafalla y de la que se ha recurrido en alzada ante el Gobernador civil de la provincia, anteayer estuvo en aquella ciudad el arquitecto municipal de esta capital, con objeto de reconocer el caudal de agua que corre, o mejor dicho, que debiera correr por el Cidacos. La situación de Tafalla en la cuestión del agua es de lo más lamentable, hasta el punto de que hubo que prohibir por completo el riego, a fin de dedicar la poquísima que llega a aquel pueblo para las necesidades más perentorias del servicio público; y no comprendemos cómo sus vecinos no hacen cualquier sacrificio para obtener este agente esencial de la vida, cuya escasez tiene que perjudicar necesariamente a las buenas condiciones higiénicas de aquella localidad". (Lau-buru, Diario de Pamplona)
En la última casa de Martínez Espronceda, nos fijamos en una placa de la calle. Es de las antiguas y está muy bien conservada. Encima, en una hornacina cerrada con una verja, han colocado un azulejo con una imagen de la Santina.
Abandonamos el camino de Larrain cuando consideramos que tenemos que estar a la altura de la presa y nos metemos en una senda de huertos.
Entre la vegetación vemos el cauce seco del río. Al abrigo de una tapia, junto a un pozo, paramos a almorzar. Cuando terminamos, se acercan los dueños. Son Vicente Armendáriz y Tere, su mujer. La conversación se entabla enseguida. Vicente tiene ganas de hablar. Los dos son grandes pelotazales y comentamos los últimos partidos de la tele. A la tarde son las semifinales de los Sanantolines de Lekeitio y juega Aimar Olaizola. Vicente y Tere estarán pegados al televisor sin perderse un pelotazo.
Después, inevitablemente, surge el tema de la sequía. La situación es dramática. Si tenemos un invierno tan seco como los dos anteriores, se secarán hasta los olivos. Les comento que en lo que llevamos de año he recogido 237 litros. Para que la situación fuera normal, a estas alturas tenía que haber llovido el doble. Todos confiamos en que el otoño traiga las lluvias esperadas.
Vicente nos enseña un paso en medio del cañaveral que nos saca a una pieza junto a la orilla del río. Se lo agradecemos y salimos.
Al final de la pieza está la presa.
10,00 horas. Presa de Los Frailes o de San Agustín. Junto a la pared queda un charco de mediano tamaño. El agua, estancada, no tiene vida. En la orilla hay barbos, carpas y una anguila muertos.
En un rincón descubrimos la boca de la acequia que, cuando está llena, lleva el regadío al Quiñón y a Barranquiel.
Salimos a la carretera. Vamos a ir, como lo hice yo, por la orilla del Quiñón hasta Gerón. En los huertos de Barranquiel unos hortelanos nos cuentan que tienen toda el agua que quieren. No se explican de dónde viene. Les decimos que tiene que ser de lo que se filtra al regar el maíz en el Curtido y el Extremal. Les convence la teoría.
Por debajo de la autopista, tomamos el primer camino a la izda. y entramos en Gerón. El camino nos lleva, con el viento a favor, hasta nuestro objetivo.
10,45 horas. Presa de Almoravit. Bajamos al pretil. Nunca la habíamos visto con un nivel de agua tan bajo.
El río hacia el N. da una imagen engañosa. Parece que no sufre la sequía. En las orillas, las zarzas ofrecen sus moras, negras y dulzonas. Los escaramujos se han vestido de rojo anaranjado.
A propósito de las moras, estas Fiestas pasadas me contaba mi primo José Mari que a un joven de Ujué le tocó el servicio militar en Africa. En la primera carta que escribió a su madre, le contaba que estaba bien y que aquello era bastante bonito, pero que lo que más le gustaba eran las moras. La madre al leer esto último, les dijo a sus vecinas: "¿Has visto? Y aquí que no las probaba..."
En el camino de vuelta hay matas de arañones a las que no les cabe un solo fruto más. Pero el campo se muere de sed.
Volvemos sobre nuestros pasos para salir a la carretera.
Al llegar a la rotonda, torcemos a la izda. y subimos por la orilla del Abaco.
En la zona deportiva el verde del césped artificial contrasta con los campos de alrededor. La escultura del 1043, impertérrita, soporta el vendaval que le viene del N.
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