lunes, 2 de mayo de 2016

Daniel Espinal, el número uno de Los Doce


Este artículo fue publicado en el nº 328 de la revista La Voz de la Merindad, de fecha 15 de abril de 2016.


Las fotografías son de Daniel Andión Espinal. 

En la calle Túbal, haciendo esquina con la Primicia, donde el cierzo se desboca con fuerza en los fríos días de invierno, vive Daniel Espinal “Magaña”. A sus 92 años, desgrana recuerdos de la Hermandad de Los Doce a la que pertenece desde 1941.

Eché la solicitud y el mismo año hice mi primer viaje. Mi hermano Juanito, que me llevaba 16 años, era también de Los Doce, y eso me animó a entrar. Yo tenía entonces 17 años y me tocó ir dos viajes de Judas, o sea, el último en la fila.

         Desde 1607 la Hermandad peregrina la noche del 30 de Abril hasta Ujué. 


                  Entonces íbamos unos pocos en el viaje. Diecinueve o veinte Hermanos. Yo hice los diez años reglamentarios y creo que, de jubilado, uno más. Después siempre fui con la Procesión porque me parecía que iba en declive y quise apoyarla. Mientras estuve en activo, durante 7 años, hice la Romería y con Los Doce. José Lenzano y Luis Osarte fueron los capellanes de mi época. El primero en la fila iba Felipe Barrios y los mayores eran Simón Elizondo, El Templau, Ramón Castiella…
En aquellos tiempos no había coches como ahora. Los Pasionistas tenían un tartana pequeña y nos la dejaban de “vehículo de apoyo”. La caballería era de Ambrosio Ros. Esteban Esquíroz “Bocadico” era el encargado de llevarla. Se echaban los paraguas y alguna venda y alcohol por lo que pudiera pasar. Ropa llevábamos poca, entre otras cosas porque no teníamos. A la vuelta echábamos también los faroles. Contaba mi hermano Juanito que un año salieron a las doce lloviendo y estuvo toda la noche y toda la mañana sin parar. Cuando entraron en la iglesia el 1 de mayo, entonces salió el sol. A mí alguna mojadura que otra me ha tocado, pero tanto no.

         Después de la misa desayunaban en el Círculo Católico porque no existía el mesón. Era la casa de Antonio Fernández, miembro de Los Doce. Café, roscos y aguardiente, que se pagaba religiosamente. El menú se mantiene hoy.


                  A la vuelta, lo primero que hacíamos era entrar en la parroquia de Nuestra Sra. del Pópulo. A mí me tocó almorzar varios años en San Martín. Donde está Casa Tomás había allí un bar y nos preparaban el plato de sopa y una tortilla de tres huevos con jamón, que en aquellos años nos sabía a gloria. Años más tarde trasladamos el almuerzo al Caserío de Femate, cerca de la muga con Tafalla. Almorzábamos en la planta baja porque el primer piso estaba en malas condiciones. Un año nos preparó un chilindrón la Pilarica, la del Templau, que nos chupábamos los dedos.
En la Ermita de San José, como hacéis ahora, entrábamos a cantar un responso por los Hermanos fallecidos. Me acuerdo que había una sacristana que cuando se le daba algún donativo, se lo echaba al bolsillo. Miraba al cuadro donde está el santo y le decía:
San José bendito,
ya sabes,
lo mío es tuyo y lo tuyo es mío.

         La vida de la Hermandad durante el año no ha variado mucho. Cuando fallecía un hermano, se iba a su casa y ahora se va al tanatorio.

                  Velábamos al difunto en su casa toda la noche por turnos. Generalmente íbamos de dos en dos. Cuando murió un Huarte Mendicoa, le estuve velando aquella noche y cuando llegué a casa de madrugada, había parido la yegua.

         La fiesta de Pentecostés es un día importante en Los Doce. Se hacen las cuentas del año, los que cumplen diez años se jubilan y se aprueban las nuevas incorporaciones. Ahora lo celebramos con las familias en San José, pero antes no era así.

                  Pentecostés se celebraba el lunes. En la Tafalla agrícola y de servicios era casi festivo. La misa era a las 12.

         Los ojos azules de Daniel chispean con el recuerdo. Se ríe mientras cuenta la anécdota y se muerde el labio inferior mientras cabecea.



Tenía yo una pieza pequeña en Candaraiz, al lado del
Caserío de Sánchez, y quería verla porque la tenía que segar a mano. Aquella mañana madrugué y me fui andando hasta allí, sin comer ni beber. Había que guardar las tres horas de ayuno antes de comulgar, y volví para la hora de la misa.

Después nos íbamos a comer, cada uno a su casa. Por la tarde, era la reunión. Me tocó hacerla en mi casa dos años porque, al ir el último en la fila, tenía esa obligación. Ponía unas saladillas y le compraba a Matías San Juan, que era Hermano, unas pastas toscas pero contundentes.

         Daniel tiene un yerno y un nieto de Los Doce. Se le alegra el alma recordando sus tiempos. Y da gracias a la Virgen por tantas romerías.


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