martes, 17 de noviembre de 2020

El abrigo de Artusia (Unzué)




Domingo, 15 de noviembre de 2020


Para hoy teníamos proyectada una bonita excursión. 

Subiríamos a la Peña del Abrigo, después a la ermita de San Bernabé y terminaríamos visitando las dos canteras abandonadas del Carrascal. 

Nos hemos tenido que conformar con la mitad del proyecto. 

Una batida de jabalíes que ocupaba la primera parte del recorrido nos ha hecho cambiar de planes aunque, al final, nos ha salido una excursión estupenda. 

Son las 08:30 horas. Aparcamos cerca de las Canteras de Alaiz. 

El termómetro marca 8º y el cielo tiene más nubes que claros, aunque no hay peligro de que nos mojemos. 

Ajo ¿porqué no medraste? Porque para San Martín (11 de noviembre) no me sembraste. 

El frío bochorno nos obliga a salir abrigados. 

Llegamos a la primera zona de rocas, donde se practica la escalada. 

Apartado del camino, hay un coche con un remolque para llevar perros. 

Un cartel, clavado en un árbol, informa de recomendaciones básicas de seguridad para los escaladores. 

Entramos en el desfiladero. 

A ambos lados del camino, las grandes paredes calizas resultan imponentes. 

Un poco más adelante vemos un triángulo en el suelo en el que avisan de que hay batida de jabalíes. 

Un hombre, muy amable, nos franquea el paso. 

- "Estamos cazando entre la Peña del Abrigo y San Bernabé. Somos un grupo de Pamplona y nos hemos juntado con los de Unzué. Los jabalíes les están haciendo mucho daño en los campos y nos han pedido que les ayudemos en la batida".

Decidimos cambiar la ruta. Seguiremos por dentro de la sierra y volveremos hacia el pueblo.

El camino ancho discurre entre brezos y madroños. 


Estos últimos tienen los frutos en plena sazón. 

Cruzamos una pieza y, al llegar a un desvío, nos salimos un momento por el camino de la izda. 

09:20 Horas. Borda de Aitzertea.


Está totalmente en ruinas, pero, por lo que se puede apreciar entre la maleza, no era una borda pequeña. 

Volvemos al camino principal.

Caminamos por el bosque hasta el siguiente desvío a la izda. que también tomamos. 

Juanjo, que conoce el lugar, nos dice que un poco más adelante encontraremos algún madroño de buen porte. 

El camino está cortado por una alambrada y una gruesa sierga, pero han dejado un paso en la orilla para los peatones. 

Un cartel de madera avisa de que nos encontramos en una zona que es Patrimonio Forestal de Navarra.

Cuando volvemos, dos ciclistas se afanan en subir la dura pendiente.


 

Descendemos por el camino ancho y en buen estado hasta que cruzamos el barranco de Arluxea. 


En el trayecto abundan los escaramujos, los bojes y los brezos. 

Llegamos a la fuente y  paramos a echar un bocado. 

Abril de 1823. También están anotados los abundantes fallecimientos en el río Cidacos, Cemborain, río de Sansoain, balsas, barrancos y pozos del valle, por accidentes, caídas, riadas o suicidios. 

Entre ellos destaca el siguiente: Se encontró en el cascajar del río, cerca de la muga de Garinoain y Pueyo, a Tiburcio López, que según testimonio de sus padres y otros de Unzué, fue arrebatado de la corriente de las aguas en el monte de dicho Unzué, quedando en trásito del río, en varios sitios, las ropas que llevaba puestas. (P.M. Flamarique)(Historias, sueños y leyendas de la Valdorba. Cuaderno tercero).

Una vecina del pueblo con la que compartimos a veces paseos montañeros viene del valle y se para con nosotros. Nos comenta el hallazgo arqueológico del Abrigo de Artusia. 

Decidimos bajar a verlo. La mañana se nos ha arreglado. 

Un panel explicativo nos pone en antecedentes sobre el lugar que vamos a visitar. 

Descendemos hacia el abrigo. 


Está bien señalizado.


Los accesos son nuevos y cómodos para facilitar el acceso al hallazgo. 

Después de bajar un par de tramos con escaleras, nos encontramos con un panel que explica los trabajos realizados y su porqué. 

Nos detenemos un momento a visitar el conjunto. 

Junto al cauce del barranco se encuentran las catas que se han hecho para los trabajos arqueológicos. 

12:30 horas. Abrigo de Artusia. 



Nos encontramos en un lugar escondido. Sobrecoge pensar que estuvo habitado hace más de 6.000 años. 

Para saber más de este lugar pinchar aquí

Volvemos a cruzar el barranco y encontramos una senda estrecha que nos va a llevar a las canteras por el paraje que en Unzué llaman El Chaparral. 


En la parte más despejada de la ladera encontramos alguna plantación dedicada a la trufa. 

Las sendas se pierden y vuelven a aparecer, hasta que encontramos una ruta de BTT que nos lleva por un bosque precioso. 





El camino, en ascenso, nos lleva hasta una caseta de toma de aguas. ¿Será la antigua captación de aguas de Tafalla? No tiene ningún letrero que nos saque de dudas. 

Adentrándonos en el bosque llegamos a una bifurcación. Tomamos la de la dcha. y subimos. 

12:30 Horas. Cata de cantera. 




Es un espacio amplio y desolado. 

Regresamos al camino.

Todavía nos queda un sendero estrecho y boscoso. 

Los enebros, bojes y encinos forman una pared natural impenetrable. 

A nuestra izda. se deja ver la torre medieval de Olcoz. 

En diez minutos llegamos a la Cantera de Enmedio.


En su enorme pared rocosa se aprecian las marcas de los barrenos. 

El paraje es desolador. El suelo está salpicado de ruedas quemadas. Hace unos años se utilizó de vertedero de neumáticos; allí mismo se les pegaba fuego. Desde la autopista y y la carretera, de noche, se podía ver el resplandor que provocaban las llamas.


Los edificios donde se trabajaba la piedra están destartalados y en ruinas. 

Abandonamos la cantera y el último tramo hasta llegar a los coches. Lo hacemos por el camino contiguo a la autopista.

13:00 horas. Fin.

Nos ha salido una excursión estupenda. Cuando hemos tenido que desechar el plan de subir a la Peña del Abrigo y San Bernabé nos hemos quedado indecisos, pero caminar por la sierra de Alaiz y descubrir el Abrigo de Artusia ha sido un verdadero placer. 

En este enlace se puede ver nuestra ruta de hoy. 

Harina de otro Costa

por Juanjo Costa

La espiral del progreso alrededor de una zona con personalidad: Los alrededores de la Peña de Unzué y sus circunstancias.

          

En los comienzos

 

Al principio, según cuenta la Biblia, creó Dios el Cielo y la Tierra. La Tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. El Señor Dios plantó huertos y huertos, a los que denominó “El Edén”, y en ellos puso a la mujer y al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer. De los “Edén” salían ríos que los regaban.  

 

         Lo que no cuenta el Libro Sagrado es que Dios, en su sabiduría, fue repartiendo, de manera equitativa, un Edén tras otro, por todos los confines del planeta Tierra. Por esta zona, cayeron varios: Pirineos, Belagua, Irati, Baztán, Andía, Urbasa, la Cuenca, Zona Media, la Ribera del Ebro… y, en los lugares más bajos del relieve, el mar. Sí, sí, el mar que entraba hasta el fondo de Navarra, desde el océano Atlántico, y batía con sus olas los confines de la Bardena.

 

Sin embargo, un día de mucho viento del sur, de mucho bochorno, las aguas del mar se fueron retirando hacia el norte y salieron, para siempre, de estas tierras para nunca más regresar. Con el fin que se le recordara, el mar dejó, a modo de regalo, una serie de animales fosilizados, de rocas marinas y de depósitos de sal, por aquí y por allá, para que quien los encontrara o bebiera las aguas saladas de algunos barrancos, supieran que había estado ahí.

 

         Esto hizo Dios y cuando llegó el día séptimo y había terminado su obra, descansó de todo lo que había hecho. Y se quedó tranquilo, viendo que todo era bueno. Luego, dio la potestad a la mujer y al hombre de poner nombres a todo cuanto les rodeaba. Y así lo hicieron. A lo largo de todos los confines del ancho Mundo, los hombres y mujeres fueron nombrando todo tipo de seres y plantas, fenómenos metereológicos, formas del relieve terrestre, utensilios y descubrimientos que iban realizando. En cada zona del Orbe según les soplaba el viento o les daba el sol y, de ese modo, se iban creando también las diferentes lenguas. Y, hasta hoy. De esta época nos ha quedado en las afueras de Unzué un yacimiento prehistórico convenientemente estudiado: “Paleoambiente y cambios culturales en los inicios del Holoceno: el abrigo de Artusia (Unzué, Navarra). Separata de la Revista de TRABAJOS de Arqueología de Navarra, nº 26. Gobierno de Navarra. Pamplona 2014”.

 

        

Hoy

Este pasado domingo, como ya habéis leído, Los Caminantes nos fuimos a dar un garbeo por el Edén de la zona norte de La Peña de Unzué. En una sabia maniobra envolvente, teníamos la pretensión de rodear una parte de la sierra de Alaiz, esa que está desapareciendo, a ojos vistas, bajo una especie de carcoma de la piedra que se llaman “las canteras”. Mucho “canto”, pero poca música. Y, además, predomina la percusión: el traqueteo del tren, los rugidos de los camiones y de los autos y, los días de labor, de vez en cuando, el sordo sonido de los barrenos que desgajan la caliza con un estampido que sobrecoge. Puedo dar fe de ello, pues hace muchos, muchos años (casi todos, que diría un castizo) yo ejercía de maestro en un pueblo de la zona y, en medio del análisis de una oración subordinada sustantiva, o del dibujo de un preciso elemento geométrico, la pizarra se convertía en un improvisado sismógrafo, que recogía, a modo de epicentro, la traza del seísmo que producía la dinamita (o lo que fuera), al desgarrar las tripas de la montaña. ¡Qué queremos, son cosas del progreso! No se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos.

 

Incluso conocí en el transcurso de mis años de docente “sísmico” a un par de licenciados que tenían el empeño de realizar sus tesis doctorales estudiando la repercusión que el fenómeno, bastante frecuente a la sazón, en el desarrollo físico y psíquico de los niños, niñas y adultos de la zona. Yo, en mi modestia de maestro de pueblo, colaboré en lo que pude y supe, contestando con diligencia a las preguntas que me hicieron el uno y la otra, sobre el motivo de sus trabajos. Pasados unos años pude conocer, por haberlo leído en el Diario de Navarra, que la licenciada en pedagogía había publicado su tesis bajo el sugerente título de “Repercusiones del estallido de los barrenos de las Canteras de Alaiz (Navarra) en el proceso cognitivo de los escolares de la zona”. El chico, que había estudiado medicina, también publicó su tesis. En su caso, el epígrafe del trabajo rezaba: “Porcentajes del incremento de las enfermedades nerviosas (y otras) producidas por la explosión de los barrenos: sorderas, abortos espontáneos, insomnios y baile de San Vito permanente, en los niños y adultos del entorno de las Canteras de Alaiz (Navarra)”. Tengo que confesar que no he leído ninguna de las dos, pero siempre me quedará el orgullo de haber colaborado en estudios de tanta importancia para el desarrollo de la Ciencia. Curiosamente, ambos doctorandos en aquellos tiempos lejanos, pertenecen hogaño a sendos parlamentos autonómicos españoles. Creo que, dentro de estos, son los que, en ambos casos, ostentan las titulaciones de más categoría entre sus compañeros y compañeras surgidos, estos, directamente de las “escuelas” de varios partidos políticos sin pasar por oficina de afiliación a la Seguridad Social alguna. Siempre me quedará la duda de si ellos dos, tras estudios tan sesudos e importantes llegaron a cotizar por el ejercicio de alguna labor remunerada. Puede que no, pues ahora se lleva el no tener estudios, o tenerlos escasos, para ser un padre o madre de la Patria, aunque sea de la chica.

 

Y, por si fuera poco

 

Y, para finalizar con esta libre interpretación del paseo por este “Edén” baldorbés, que tanto nos hizo disfrutar este domingo (siempre es sugerente cómo se va degradando el paisaje a fuerza del dios progreso), la “guinda”.

 

Al poco rato de echar a andar y prometiéndonoslas muy felices con el itinerario diverso, ameno e ilustrado que, como siempre prepara Javier, nos encontramos que un nutrido grupo de aguerridos fusileros, ataviados con vistosos chalecos fosforitos, y sus hordas de canes maulladores que nos disuadieron “amablemente” de nuestros propósitos. Su mensaje, ciertamente contundente. Primero los triángulos: “Atención, Batida”. Luego, los tiros y los gritos, mientras azuzaban a los perros contra los jabalíes.

 

Rodeaban, literalmente, la montaña. Eran algo menos numeroso que el “Ejército de Panchovilla”, pero se le oía más. Así que, con el alma encogida por el riesgo real que suponían las armas, pusimos pies en polvorosa y nos fuimos por derroteros menos comprometidos. Yo me acordé de aquella frase oída en alguna película del oeste que vendría muy a tono para gritarles a los sufridos jabalíes: “Remeber the Alamo”(recordad el Álamo). Por lo menos, almorzamos mientras manteníamos una ilustrada conversación con algunas personas conocidas, oriundas de Unzué. Y, por suerte, siempre nos quedará “La Peña”. Hoy sí que viene a cuento la frase emblemática que un día pondremos en nuestro escudo de armas de andarines: “Aún queda aventura en el monte”.

 

Buen camino. Vale

 

 









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