martes, 10 de noviembre de 2020

Dos paseos por Berbinzana


Domingo, 8 de noviembre de 2020


Cuando la semana ha sido lluviosa y prevemos que los caminos estarán embarrados, echamos mano de algunas rutas guardadas que nos garantizan poder caminar bien. 

Sergismundo me mandó hace tiempo un par de rutas cortas en Berbinzana que, uniéndolas, resultan ser, como en los supermercados, un 2 x 1. 

El paseo de hoy va a ir por las orillas del Arga. Tienen buena pinta y, además, estamos en la época en la que se puede disfrutar de esos parajes sin temor a ser acribillados por los mosquitos. 

Son las 08:30 horas. Aparcamos junto al puente del río.

Cuando el erizo se carga de madroños, entrado está el otoño.

El cielo, aunque algo cubierto, no amenaza lluvia. La temperatura es de 9º y el viento frío del SE, aunque ligero, 13 km/h nos obliga a abrigarnos bien.

El primer recorrido de Sergio es: Paseo por el Sotico al Molino.

Salimos y seguimos el curso del río. 

El Arga baja caudaloso. Entramos en la chopera para acercarnos a la orilla. 


Un buen ejemplar de chopo hace de centinela. 

La hierba esta mojada, fría, y nuestros pies comienzan a notar la fuerte humedad. 

Caminamos un rato entre el arbolado y salimos al camino. 

Orillamos el campo de fútbol donde juega el Injerto. 

Está limpio y bien cuidado. 


A pesar de estar ubicado en una población tan pequeña es, exagerando un poco, mundialmente conocido porque se inunda frecuentemente. No es raro que el agua llegue hasta el tejado de las casetas. 


El camino continúa entre campos y huertas. 




Varias piezas plantadas de injertos de viña hacen que nos detengamos a admirar el excelente trabajo. 

Un poste y un edificio medio escondido nos indican que hemos llegado a nuestra primera parada. 

09:00 horas. Molino y Boca de la Mina. 

Abandonamos el camino y, por estrecho sendero, nos adentramos en el soto. 

Es un tramo precioso, lleno de vegetación. 

Escondido y limpio, nos va llevando hacia la Cabaña de las Tajaderas. 

Cruzamos un pequeño puente y descubrimos la boca del regadío. 

Un panel bien conservado informa del uso que se hacía en otra época de todo lo que estamos contemplando. 

El sendero continúa, ahora ascendiendo, hasta llegar a un camino ancho por el que transitamos unos metros hasta dar vista al río.


Estamos a 340 m de altura. Desde aquí las vistas son espectaculares. La erosión y las lluvias han provocado desprendimientos del terreno dejándolo con aspecto bardenero. 


Miranda de Arga se oculta tras la niebla. El Moncayo se asienta en un mar de nubes con sus laderas nevadas y, al O., Larraga y su campanario observan a Berbinzana en el fondo del valle. 

Volvemos por el mismo sendero y salimos al camino principal que se dirige hacia el río entre viñas y huertas.

En el cielo, el griterío es escandaloso. Nos detenemos a contemplar el espectáculo. 


Cuatro bandadas de grullas se dirigen veloces hacia el S. llevando su característica formación en V. Un poco más al E. descubrimos otras tres bandadas en la misma dirección. 

Al llegar al coche, antes de comenzar el segundo recorrido, echamos un bocado. 

La peste no se detenía. Para el verano de 1412 la plaga habría alcanzado ya dos de las principales localidades del reino. Estella, muy castigada por el hambre como hemos visto, la padecía aún a finales de año. Refiriéndose a la penosa situación que se vive en ella, un documento real fechado a mediados de diciembre de ese año nos dice que "por la mortandad que continúa de cada día, los habitantes de la dicha villa son en vía de perdición". En otro posterior también se nos habla de las pérdidas humanas habidas en Sesma, Lerín, Berbinzana, San Martín de Unx y Tafalla. (La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste (1348 - 1723)(Peio J. Monteano) 

Comenzamos el segundo recorrido por el camino que va paralelo al río. 

También hay huertas y campos con injertos.

El canal de Miranda tiene unos tramos enterrados y otros descubiertos. 


Nos encontramos una parte de él sin enterrar. 


Pronto el camino se convertirá en sendero hasta llegar a un punto en el que hay que abandonarlo. 

Salimos a un camino ancho, con una cancela abierta, y llegamos a la Casa de Captación.

Es un edificio grande y nuevo. 

Un sendero nos invita a continuar el recorrido. 

El paisaje se ha vestido de otoño. La naturaleza dormida ofrece un cromatismo sereno e íntimo que permite saborear este rincón escondido al lado de un grandioso río. 

Dejamos la senda para bajar a su orilla. 


10:30 horas. Playa fluvial.


El sendero que baja hasta la orilla del Arga es estrecho, pero está bien marcado. 

La maleza se ha apoderado del entorno, aunque dejar avanzar sin dificultad. 

El agua se remansa en una quietud sorprendente. 

Volvemos a la senda. 

Conforme avanzamos, el rumor del agua se va haciendo cada vez más fuerte. 

10:45 horas. Presa del Sabucar. 

La fuerza de la corriente impresiona cuando nos acercamos a ella. 

El canal de Miranda va al descubierto en esta zona. 

Una magnífica tajadera cierra una de sus bocas. 



La caseta del azud cierra el itinerario. Es una sólida construcción digna de admirar. 



Junto a ella un panel, también en buen estado, informa al caminante del porqué de esta presa y de su aprovechamiento.

Próximo a la orilla, un viejo tronco nos sirve de asiento.

Nos sentamos un rato para contemplar el espectáculo. 

Es hora de volver. Nos detenemos un momento para admirar de nuevo la hermosa construcción. 

Volvemos a recorrer los senderos y el camino que nos lleva al coche. 

Son las 11:30 horas

Una excursión fácil, bonita y agradable. 

El otoño es una buena época, posiblemente la mejor, para hacer estos paseos.


En estos dos enlaces se pueden ver las rutas de Sergismundo que hemos seguido nosotros hoy. 

Presa del Sabucar

Por el Sotico al Molino 


Harina de otro Costapor Juanjo Costa

Un paseo por las orillas del río más navarro: el Arga

          

El agua, la Madre Agua, la hermana agua

         “Uno, dos, tres y cuatro. Cuatro elementos componen el mundo: agua, tierra, aire y fuego. Desde los orígenes el agua es simple materia prima. Antes incluso de que empezase la prehistoria solo existía el barro original, y en él una mínima porción de natura naturans, un sustantivo tan concentrado, tan repleto de futuro, que muy pronto se transformaría en verbo y empezaría a moverse. Era la primera célula, la primera aparición de la vida, tímida aún, obstinada y terca.

 

         Y esa célula se multiplicó y de ella surgió, en el agua, un primer ser muy rudimentario y de este, después de muchos milenios, nació otro ser que, tras muchas tentativas, logró salir del agua. Una vez en tierra firme, engendraría incontables descendientes, de los cuales algunos serían capaces de reptar, de volar, de correr, de quedarse parados sobre sus dos extremidades inferiores. Uno de estos animales bípedos fue capaz de pensar y uno de sus descendientes es ahora capaz de seguir pensando. ¿Qué es lo que piensa?

 

En el agua está el origen de toda fecundidad, material y espiritual. El agua del sacramento del Bautismo, más que lavar o purificar, da vida. Ya desde   la pila bautismal, la vida del pueblo cristiano se halla estrechamente vinculada al agua y a sus virtudes y propiedades.

 

         En cualquier plano de la vida el agua sigue siendo indispensable. Bebemos agua, nos lavamos con agua, regamos con agua los campos, limpiamos con agua los cacharros y la vivienda, nos santiguamos mojando los dedos en agua bendita.”¹

 

El agua a nuestros pies

Ayer sábado llovió a gusto en toda la Zona Media de Navarra. Esta agua que cayó sobre los montes, los campos, los seres vivos, los caminos y los pueblos, ¿cuántas veces habrá hecho el viaje desde el mar hasta la mar, por laderas, barrancos y ríos? La de ayer era un agua milagrosa y benefactora.

 

A nosotros, los caminantes, nos acompañó desde el primer momento de nuestro andar semierrante. A pesar de que el día amaneció magnífico, apenas pisamos el suelo, nos sumergimos en un mundo húmedo y vaporoso. El fresco tapiz de hierba que íbamos horadando, a la par del río Arga en Berbinzana nos iba empapando el calzado, los calcetines y, al fin, los pies. En palabras de Javier “íbamos mojados como madrillas” (a mí me gusta más la humilde chipa, de ahí viene el “chipiarse”). Pero ante tanto sol, también presente, ante tanta agua ordenada en forma de magnífico río, ante tanta huerta tan bien plantada, ¿quién puede quejarse?

 

Y es que recorrimos los términos de tres de las villas navarras que son algunas de las hijas del Padre Arga: Berbinzana, Miranda de Arga y, luego hacia el norte, solo pisando su muga, Larraga. Las tres bien a la vista. Pero hoy mandaban el río, el campo, las huertas, los chopos, los carrizos y la presa con su magnífico azud, de sillares casi perfectos, de donde mana el agua milagrosa que fecunda la feraz tierra.

 

De la huerta de Berbinzana hay que ponderar su plenitud de fundus romano sobre solar más arcaico. Todo a la vista era armonía; una sinfonía de árboles, franjas regulares de verduras diversas y flores bien plantadas. Todo un cuadro bien pintado, colorido y fragante, digno de un Corot o un Constable. Un equilibrio puro y limpio, mecido por los suaves meandros del río Arga. No es de extrañar que, allá por el siglo XV, nuestros reyes, todavía reyes navarros, quisieran tener en la villa un palacio de recreo y solaz.

 

El agua a nuestros pies

Bajamos hacia Miranda de Arga y solo vislumbramos su caserío, su torreón y cómo el río es domado, una vez más, algo más arriba de la población, para fecundar campos y sotos. Queda pendiente, para otro día, el profundizar más en sus pormenores históricos, que no son pocos. Hoy solo recordaré uno que, en mi opinión, ha pasado desapercibido, en general, pero que a mí me produjo una honda sensación de vértigo histórico cuando lo conocí y que recordé al hollar aquellas orillas.

 

Se trata de uno de los episodios que vivió un hijo de esta villa, Bartolomé Carranza de Miranda. Un navarro que fue arzobispo de Toledo. En efecto, sin entrar en su vida, que ha sido ya bien contada por varios y buenos historiadores, esta es la prueba de que un instrumento como la Inquisición pudo, en manos malvadas, cobardes y envidiosas en grado sumo, arruinar la fama y la salud de un hombre bueno (que era, a la sazón, nada menos, la primera autoridad eclesiástica de España). La vida y el pensamiento de Carranza están ahí, bien trazados. Pueden ser leídos y juzgados en los magníficos trabajos que hablan de ello.

 

Yo, hoy, quiero traer a colación un momento de esa vida que me produce honda zozobra, por la sobriedad del suceso y la soledad profunda en que se tuvo que ver nuestro paisano. Voy a transcribir el párrafo donde se cuenta el hecho:

 

La muerte del emperador Carlos V

         Carranza llega al monasterio de Yuste al mediodía del 20 de septiembre de 1558, cuando el emperador agonizaba, por lo que no pudo tratar con él los asuntos que Felipe II le había encomendado. Desde hacía algunos meses el ambiente de Yuste no era muy favorable al arzobispo. Carlos V había sido informado “oportunamente” que años antes Carranza había tenido una cierta relación con alguno de los acusados de herejía en Valladolid. Cuando Carlos se enteró de las detenciones, recomendó a su hija Juana que actuase duramente contra los herejes. Quizá, en la lejanía de Yuste, Carlos llegó a pensar que hasta el Primado de la Iglesia católica en España estaba comprometido con los luteranos de Valladolid

         Su llegada a Yuste tampoco alegraba a la comunidad de monjes jerónimos del monasterio, pero los monjes no podían impedir al arzobispo de Toledo que visitase al enfermo. En contra suya tenía Carranza a fray Juan Regla, el confesor de Carlos. Este nuevo personaje, fray Juan Regla, aparece de forma sombría en la vida del arzobispo(...)

         En Yuste, Carranza acude de inmediato a la habitación de Carlos, que todavía está consciente. Sin embargo, en pocas horas el enfermo empeora y el desenlace parece inminente. En la madrugada, Carlos pide unas palabras de consuelo ante la muerte que siente cercana. Carranza, de rodillas, le hace reflexiones sobre el salmo “De profundis”, que era costumbre rezar cuando se acercaba la muerte del enfermo. Ya en la agonía final, Carranza toma el crucifijo con el que había muerto la emperatriz y lo pone en manos de Carlos, quien se abraza a él. De inmediato, el arzobispo pronuncia unas palabras que buscan llevar la confianza en Cristo a quien había sido el hombre más poderoso de Europa y que ahora se está muriendo.

         Tras el fallecimiento del emperador, el arzobispo traza por última vez la señal de la cruz sobre el cadáver, implorando para Carlos la misericordia de Dios. Eran las dos y media de la madrugada del día 21 de septiembre de 1558. Las honras fúnebres, como era obligatorio, fueron presididas por el arzobispo de Toledo y Primado de España, fray Bartolomé Carranza de Miranda, el navarro que acompaño a Carlos en su paso a la eternidad.”²

        

El hijo del río Arga

         Con toda la historia que tiene el río Arga, desde que nace en el monte Adi, allá por los aledaños de Cilveti, su transcurrir minero y truchero en Zubiri, festivo y recio en Pamplona, amén de peregrino en Puente la Reina y guerrero en Mendigorría, este episodio del tránsito a la Eternidad de uno de los hombres más poderosos de todos los tiempos, el Emperador Carlos I, y del que fue protagonista un hijo de nuestro río (con cuya agua habría sido, seguramente, bautizado) me sobrecoge y me sumerge en la meditación.

 

         Carranza, navarro, hijo de Miranda de Arga, confesor de Felipe II y Primado de España, muy a su pesar, fue el testigo de la simple humanidad de un hombre mortal, como todos, y de su transcurrir inexorable hacia el más allá. ¿Qué pensamientos no habrían pasado por la cabeza del prelado, en esas horas, contemplando el fluir de la vida a la muerte? ¿Habría recordado sus horas de niño junto al río profundo y manso que baña su pueblo y que es trasunto del discurrir de la vida humana, al socaire de aquellas dos máximas griegas acerca del sentido del tiempo y de la Historia: “Todo fluye”, “Nadie se baña dos veces en la misma agua”? Y eso que en ese día de San Mateo de 1558 no sabía las agonías que le esperaban en los diecisiete años de cautiverio en que lo retuvo la Santa Inquisición española. Seguro que durante este periodo sí que tuvo muchas ocasiones para acordarse de su querido río y de los días pasados en la infancia junto a él. ¿Habría pensado alguna vez durante aquellos duros años, en la injusta prisión, que más le habría valido ser un simple pescador de barbos y madrillas a la sombra del puente de su pueblo o un hortelano, que un teólogo ingenuo al que su lealtad al hombre llevó a lo que sus enemigos calificaron de herejía?

 

Una historia interesante para conocer y reflexionar, ahora que se acercan las largas tardes de invierno, entre paseo y paseo. Pero “Sic transit Gloria Mundi”. Buen camino. Vale

 

 

¹ José María Cabodevilla. Rezar con las cosas. Biblioteca de autores cristianos. Madrid MMIII.

²Juan Jesús Virto Ibáñez. Bartolomé de Carranza. Un navarro Arzobispo de Toledo. Colección    Panorama nº 36. Gobierno de Navarra. Pamplona 2005.

                                                                            




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