martes, 24 de noviembre de 2020

De Beragu a Zaldinaga



Domingo, 22 de noviembre de 2020


Casi un año más tarde, hemos vuelto a Gallipienzo. 

Subir a Beragu y Zaldinaga, descubrir aquellos hermosos valles, inmensos y cargados de historia, a un lado Ujué y al otro Abaiz y Santa Criz, nos hizo organizar esta salida con un grupo de buenos amigos para que conocieran también esta parte de, como dice Juanjo, "la Navarra profunda".

Son las 08:45 horas. Aparcamos a la entrada del pueblo. 


El termómetro marca -1º. No anda aire y la sensación térmica no es de tanto frío. 

Vino puro y ajo crudo, hacen andar al mozo agudo. 

El cielo limpio, azul, invita a adentrarnos en el monte. 

Un poco más adelante de la iglesia de San Salvador, Damián nos está esperando con la galga Vera. 

Comenzamos a andar. 

Antes de adentrarnos en el monte echamos una mirada hacia la Val d'Aibar. 

Abandonamos el camino ancho para, por estrecha senda, subir en fuerte pendiente hacia unas palomeras. 

Poco a poco vamos ganando altura. 

Los bojes, enebros y coscojas forman una tupida alfombra. La temperatura sigue fría.

A pesar del esfuerzo no sobra la ropa. 

09:30 horas. San Pelayo (770 m). 

Poco tiene que ver con su tocayo valdorbés. 

Un roquedo de conglomerado  alberga un pequeño cahír que indica la cima. 

Hacemos una breve parada y contemplamos el paisaje que se abre a nuestros pies. 

El camino hacia Beragu continúa por senda bien marcada. 

En algunos tramos se acerca de una manera inquietante hacia el cortado. 

Hay un par de pasos, sin excesivo peligro, en los que hay que andar con precaución. 

Superados éstos, el resto del camino transcurre con toda normalidad. 

10:30 horas. Beragu (806 m)


Esa altura es la que indica un pequeño poste en la cima, aunque nuestros dispositivos dicen que son unos treinta metros menos. 

Solo las vistas ya son un espectáculo. Tenemos enfrente la Peña de Izaga, a su izda. la Higa. A su dcha. el Orhy con sus 2.021 m de altura emerge por encima de cerros y montes menores. 

Es hora de reponer fuerzas. Buscamos, un poco más adelante, un carasol y nos sentamos a almorzar. 

Cuando terminamos, Andrés y Charo nos sorprenden con una caja de bombones. La han subido para celebrar sus bodas de oro. Los dulces van pasando de mano en mano bajo la atenta mirada de Vera que, sin entender nada, espera a que "caiga algo".

El sendero nos lleva a una antecima entre jaras, tomillos y chaparros. 

En la antecima de Zaldinaga hacemos otra parada. 


A nuestros pies divisamos la ciudad romana de Santa Criz y, un poco más a la izda., el despoblado de Abaiz. 

11:40 horas. Zaldinaga. 

En la cima no hay nada. Un minúsculo cahír da fe del lugar. 

Miramos hacia el S. El Moncayo también se hace visible.

Y Ujué, desde una perspectiva diferente y también hermosa. 

La romería de Gallipienzo es, sin duda, la más típica y emotiva de cuantas se celebran en Ujué. Los vecinos de Gallipienzo llegan por la sierra hasta la ermita de San Miguel y allí se organiza la procesión, que sube, por la calle del Cuerno hasta la plazuela del Santuario. Los romeros portan la cruz parroquial, la bandera municipal y los estandartes de los gremios. Les espera el párroco de Ujué y mucha gente que acompaña a la procesión. Resulta emocionante, en la misa, el acto de rendir banderas en el momento de la Consagración. Durante la procesión, a lo largo de la misa y en el acto final de la despedida los de Gallipienzo no cesan de cantar bellos cánticos y letrillas a la Virgen, como este:

Adiós picos, adiós torres

Adiós oh campanas bellas

Adiós mi Virgen de Ujué

guardad siempre a esta doncella. 

 (J. C. Lorente Martinena)(Ujué: Arte, devoción y cultura).

Regresamos por la misma senda hasta encontrar un desvió a nuestra dcha. que desciende en fuerte pendiente. 

La bajada es penosa. Las piernas se tensan venciendo el desnivel. 

Cuando llegamos a la zona llana caminamos aliviados. 

El viejo camino nos lleva por el valle de Valescura. 

Orillamos una pieza y llegamos a unas ruinas. 

12:55 horas. Corral de Ferrer. 

Un poco más adelante hay un cruce de caminos.

Estamos en el GR-1 o Sendero Histórico. 

Se encuentra en vías de recuperación debido a su gran importancia. Con unos 1.600 km de longitud, comienza en Ampurias y termina en Finisterre.

A partir de aquí nuestra ruta coincide con el GR, aunque las marcas son casi inexistentes. 

12:55 horas. Corral del Camino de Ujué.

 

En una de sus esquinas sobrevive, medio descolorida, una de las marcas del recorrido. 

El corral también parece abandonado aunque en mejor estado que el de Ferrer.

Una larga cuesta nos va a llevar lentamente a Gallipienzo. 

En las laderas descubrimos algunos madroños en flor.

Y hasta un humilde y poco frecuente Serval de los Cazadores. 

Antes de entrar en el pueblo nos detenemos para observar unos cuantos ejemplares de buitres que sobrevuelan por las inmediaciones del río Aragón. 

14,00 horas. Gallipienzo. 

Llegamos al pueblo.

La bajada por sus calles estrechas y viejas nos transporta a otra época. 

Nos viene de paso, pero la visita al Taurobolio es obligada. 

Ha sido una excursión larga pero estupenda. 

En días así y con esta compañía, pronto repetiremos la experiencia. 

En este enlace se puede ver la ruta de Sergismundo que es la que hemos seguido nosotros hoy. 


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa

Un pueblo asombroso: Gallipienzo. Domingo 22 de noviembre de 2020

          

1.  En el día de la música,un pueblo todo de piedra

No pretendo ser maximalista, pero sí creo que hay que dejar constancia de que este enclave navarro, por el que hemos andado hoy, Gallipienzo, es un pueblo singular. Sí, ya sé que me diréis que todos los lugares navarros lo son; que todos nuestros pueblos tienen mucha y diversa historia y que, a cada cual, lo suyo. De acuerdo; yo también opino que los navarros, los españoles, somos gentes nacidas en un solar a caballo de varios climas, pero amalgamados, a pesar de las diferencias (orográficas, climáticas, botánicas, zoológicas, lingüísticas y etnográficas), que contiene, por una parte, nuestro pequeño, pero contundente, reino y, por otra, nuestro gran País. Este es un hecho, diríamos, común a muchas de nuestras regiones.

 Pero, hay pueblos y pueblos. Y, tengo que confesarlo, a mí esta última visita; este último periplo que hemos realizado Los Caminantes por el término de Gallipienzo, me ha impresionado más que otras de las múltiples andadas de las que hemos disfrutado en nuestra larga trayectoria. Por varias razones, de las cuales destacaré solo dos: La primera, ¡cómo no! Lo difícil y laberíntico del desarrollo urbanístico de la villa; en segundo lugar, el ensamblaje tan magnífico que se produce entre esta, los montes que la circundan y el río Aragón. No hay sinfonía, ni cuadro pintado por manos humanas, ni poema, que pueda igualar la fuerza, la pujanza de vida y la reciedumbre de la unión de estos tres elementos, cuya cumbre es la torre de una iglesia que desafía al tiempo y a los elementos desde las alturas; desde la iglesia de San Salvador, que mira, cara a cara, al Cielo y al amplio horizonte. Sin pestañear, con voz de Cierzo y vuelo de ave rapaz. 

 

2.  Las raíces: Situación e historia

Leyendo, buscando en diversas fuentes documentales, recopilando datos, he podido constatar que estos son bastante numerosos, por lo que, hoy, me limitaré a apuntar solo alguno, a título general, a modo de una primera aproximación, dejando para posteriores visitas a estos parajes los referidos a lugares por los que no hemos andado y que soportan hechos históricos de cierto peso. Me refiero, fundamentalmente, al río Aragón y al puente.

Don Julio Caro Baroja, en su estudio “La Casa en Navarra, CAN, Pamplona 1982, Volumen III”, dice, a partir de la página 219:

“La posición de Gallipienzo es inversa a la de Cáseda, es decir, que está al Norte del mismo Aragón, con el puente al Sur, con ligera inclinación Sudeste. Si en Cáseda el elemento vasco aparece poco, en Gallipienzo, que también tiene un extenso término hacia el Sur, es abundante. No ha de chocar, porque se sabe que a comienzos del siglo XVIII todavía se hablaba allí el vascuence. Esto lo afirma un nativo de la villa que le da el nombre de “Galipenzu”. “Penzu” o “pentzu” debe ser pendiente. El elemento primero es más enigmático. Como en el caso de Cáseda, el blasón de la villa se hizo sobre una interpretación peculiar del nombre: a la luz de una palabra romance, Gallipienzo tiene, en efecto, en su escudo, un castillo con tres torres, la más alta al centro; sobre ella va un gallo posado, que se consideraba símbolo de la vigilancia. Una vez más nos encontramos bajo los efectos de una etimología popular, que, a la par, resulta funcionalmente explicable. Pero, si el nombre es vasco y “pentzu” o “penzu”es pendiente, “gali” (no“galli”) puede interpretarse como derivado de “gari” = trigo.

Una cuesta cultivada con el cereal, abundante aún hoy. El caso es que el pueblo está en una pendiente pronunciadísima, mirando al Sur, y que, desde él por doquier, en el horizonte, se ven cuestas o cerros elevados. El río corre estrechado y del pueblo al puente hay un espacio abrupto.

La vida de Gallipienzo como entidad urbana ha sido bastante dramática, por lo que se alcanza a saber. Se le concede el fuero de Sobrarbe a la vez que a Tudela y Cervera en 1124 (¿?) si es que no hay duda sobre el texto. Desde entonces aparece como pueblo de frontera, con castillo de cierta importancia, como pueblo en camino de importancia también en la circulación general, de suerte que en él se documenta un núcleo judío, y como centro agrícola.

En 1802 se le dan noventa casas y quinientos habitantes. Las noventa casas constituían dos núcleos. Uno era el más alto y más antiguo al parecer, constituido por el barrio de San Salvador, iglesia que se arruinó; única parroquia hasta 1640. Después de aquella fecha hubo disputas respecto a la autoridad parroquial entre esta iglesia vieja y la de San Pedro, que estaba en el barrio más bajo y ya más poblado. El pleito se resolvió dando la misma categoría a ambas, con un solo vicario. Pero en 1785 se suprimió la parroquia alta, por considerarse que San Pedro estaba en sitio más llano y cómodo. También se amplió. A mediados del siglo XIX, Gallipienzo había aumentado en relación con la fecha anterior no más de cien habitantes y tenía diez casas más. El casco se distribuye en seis calles, varias callejuelas y cantones y dos plazas. El puente de cuatro arcos había sido deshecho durante la guerra civil [primera carlista]. Don Carlos pasó por él a efectuar la expedición a Aragón. Pero ya antes había sido quebrado: en tiempos de Felipe V y en la guerra de la revolución [francesa]. Gallipienzo llega en el censo de 1888 al máximo, pues se le asignan 790 habitantes. En 1900 baja a 748 y luego a algo menos; el núcleo urbano tenía 139 edificios y había diseminados 152 corrales, bordas, etc. De comienzos de siglo a nuestros días Gallipienzo ha sufrido un descenso muy sensible, pues en publicaciones recientes se le dan noventa habitantes menos que en 1366. Es decir, doscientos diez. Y se puede comprender que esta caída afecta a la fisonomía del núcleo urbano, en el que la parte alta se ha vaciado más y más, creándose un núcleo nuevo abajo (…) En cuanto al caserío se percibe bien su estructura en compacta cuesta, de piedra en su parte mayor, con tejado de tejas combinado con algunas losas. Casas sencillas, pobres en su mayoría. No faltan las de estilo gótico con arcos sencillos o amainelados, y algunas más modernas con blasón o con tallas e inscripciones sencillas. También en Gallipienzo se registra la existencia de un palacio.

En todo caso hoy se ven algunos edificios blasonados y se nota algún movimiento de familias que llegan de lejos a comprar casas con objeto de utilizarlas para vacaciones, cosa que se observa también en otros núcleos de esta Navarra media oriental, tan decaída en los últimos tiempos, por casas harto mecánicas.”

 

3.  Visión impresionista de un caminante  

Y, desde este lugar, hemos partido, al toque prístino de una campana bien timbrada, que marcaba las nueve de la mañana y lanzaba  su son de cristal hacia el éter helado, como si quisiera dejar colgadas sus notas bajo un cielo azul en homenaje a Santa Cecilia.

Luego, yendo hacia el Oeste, hemos monteado, de una a otra cumbre, como ya habéis leído, por trochas y sendas que, a veces, colgaban del abismo, por su parte norte.

Y, acompañándonos, por la izquierda, un valle largo, profundo y recóndito que acaba en Ujué. Por la derecha, la Val de Aibar, que comienza en tierras aragonesas, en el pueblo de Longás, bajo un monte con dos cumbres, llamado Santo Domingo, y que abre la Val de Onsella (Longás, Lobera, Isuerre, Gordués, Navardún), flanquea las cinco villas de Aragón a los pies de Sos del rey Católico y, luego, pasa el testigo a tierras navarras (Sangüesa, Aibar, Sada, Cáseda, Ayesa, Gallipienzo, Eslava y Lerga). Para cerrarse en el Paso de San Ginés (antiguo monasterio), en el monte Indusi, antes de bajar a las tierras llanas de Tafalla y Olite, pasado San Martín de Unx.

                            “Santo Domingo bendito

                            que estás en campo fenero,

                            guarda a las mozas de Biel

                            y a las de Longás primero”

                                      (Copla popular de Longás)

 

Tierras de trigo, como queda dicho. Y de torres de vigilancia; y de barrancos que desaguan en el río Aragón, verdadero señor de estos lares, donde, antaño, abundaban los lobos y hoy se pasean, a sus anchas, los zorros y los jabalíes, entre las coscojas, los enebros, las jaras, el tomillo, el romero, las ilagas y algún boj que otro. Y, en los bordes afilados que miran hacia el norte, rocas, infinidad de cantos rodados, cortadas con limpieza por el bisturí del cierzo que los sabios llaman “catabático” (viento de hielo) y que cercena la roca en dos mitades de una manera asombrosa. Nunca habíamos observado tal profusión de ellas, tal frecuencia de este fenómeno, como en los kilómetros que separan el monte Beragu, en un extremo, del Zaldinaga, en el otro.

Y en paralelo, abajo, a un lado las ruinas de la urbe romana de Santa Criz, en Eslava; al otro, el poblado e iglesia medieval de Abaiz, en Lerga. Forzando un tanto la imaginación, podría vislumbrarse, a través de la bruma de los tiempos, cómo baja el habitante de un castro vascón desde las estribaciones de la sierra de Leire; se transforma en un legionario romano al pasar por Santa Criz y, luego, es un monje medieval al llegar a Abaiz, para, por fin, acabar siendo un campesino que mima sus viñas en Lerga, camino de la Ribera.

¡Por soñar, que no sea! ¡Y todo lo que se queda en el tintero a modo de ermitas, cañadas, caminos, corrales, barrancos, balsas, bosques, pastos y tierras de pan traer!

Sin contar el río Aragón, hermano de los montes, sendas, cañadas y carreteras, a cuya vera se levantan hoy algunas empresas modernas cuyos humos y efluvios nos recuerdan que, para bien o para mal, estamos en el siglo XXI. Unas tierras proyectadas a la Eternidad.

 

Buen camino. Vale.

 







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