Domingo, 2 de octubre de 2022
Una conversación con un octogenario cazador de Tafalla me puso sobre la pista de una gran roca con una oquedad que le servía de refugio en las jornadas frías y húmedas cuando salía a "pegar cuatro tiros"-
Son las 08:30 horas. El cielo está despejado. La temperatura, 10º.
Octubre es el mes de historias y de buenas memorias.
Como apenas anda viento y aparcamos al abrigo del escaso cierzo, no sacamos mucha ropa.
El camino de la dcha. de la carretera Estella, donde hay una estación de transformación eléctrica antes de llegar al Caserío de La Sarda, es nuestro punto de partida.
El camino asciende suavemente. Los molinos permanecen inmóviles.
A nuestra dcha., más allá del barranco, una pared de piedra sirve de resguardo a una cantidad importante de colmenas modernas.
Seguimos ascendiendo.
Un cañaveral esconde un camino viejo, casi perdido, que lleva hasta una bonita cabaña que, metida en el pinar, sirvió de cobijo hace unos cuantos años a los mansos de una ganadería que escaparon al arder el camión que los transportaba.
Continuamos subiendo.
El cerro de la izda. está repoblado con diferentes coníferas y ofrece un rico muestrario de pinos, cipreses y otras variedades de vegetación.
A esta zona, igual que a la que está en las inmediaciones de la Lagunilla de Cascarruejos, la llamamos nosotros "la Toscana tafallesa".
Al final del invierno, y sobre todo en primavera, es un regalo para la vista contemplar estos campos y cerros en todo su verdor.
Cuando llegamos a la parte más alta del camino, el paisaje cambia.
Desde este pequeño collado al que nuestros vecinos llaman el Portillo de Eleuterio, Artajona parece navegar en medio de un mar de aguas pardas rodeado por los ‘acantilados’ de las sierras de Alaiz, Andía y Lókiz.
Si siguiéramos de frente, descenderíamos a la Cabaña de Saturnino Iriarte, una bonita construcción que rehabilitaron los de Artajona y que nosotros visitamos hace unos cuantos años.
La senda estrecha que se introduce en el pinar nos invita a seguirla.
Un paseo agradable, llano.
Hay que andar con atención porque en cualquier recodo te puede venir un grupo de ciclistas de montaña que, creyendo que no se van a encontrar con nadie, disfrutan del recorrido a toda velocidad.
09:50 horas. Por las indicaciones que me dio mi informante pensamos que hemos llegado al antiguo refugio del cazador: una roca grande a la izda. del camino desde la que se divisan Cascarruejos, los cerros de Candaraiz y –un poco más a la dcha.– la sierra de Codés coronada por la cima de Yoar.
Bajamos como podemos. El terreno está difícil.
En la base de la roca descubrimos una oquedad, bastante invadida por la vegetación, que pensamos tiene que ser el abrigo que buscamos. Lo tengo que confirmar.
De malas maneras conseguimos hacer alguna foto y, agarrándonos aquí y allá, volvemos al camino.
Aprovechamos el sol y la panorámica para hacer una parada y echar un bocado.
Seguimos camino adelante.
La venta de las Corralizas. En las actuaciones concretas hemos de referirnos a las dos tandas de enajenamiento. La primera, 1841 /1842 afectó a la mayoría de las corralizas sitas en los términos comunales de Saso, Candaraiz y La Sarda. El permiso de la autoridad provincial consentía la enajenación a perpetuo, y así se subastaron; pero se reservaban importantes facultades a los vecinos. Al parecer éstos no usaban, a juicio de los corraliceros, de esas facultades razonablemente por cuyo motivo se incoó un expediente de aclaración con la firma de una escritura de concordias entre Ayuntamiento y compradores de las hierbas. Ahí quedaron puntualizados los derechos del vecindario bajo estas cláusulas (...) (Felipe Esquíroz Armendáriz)(Tres hitos en la trayectoria comunal de Tafalla).
Un hito en un cruce nos pone en una disyuntiva.
Si seguimos de frente, bajaremos a las Tres Mugas y al Camino de la Vera Cruz.
Preferimos seguir la senda de la izda., bajar al fondo del valle y tratar de descubrir con los catalejos si el hueco que hemos encontrado era el que buscábamos.
La bajada es agradable. Se han colocado bastantes montoncitos de piedras (cahíres) que señalan, sobre todo a los bicicleteros, por donde discurre el camino.
A media ladera, como la dureza del terreno lo permite, aparecen varias madrigueras oscuras y profundas.
Uno de los ramales del camino termina en una pieza, la orillamos y, cuando tenemos perspectiva, miramos hacia arriba. La tupida vegetación sólo permite ver una extensa zona de pinos.
Poco antes de salir al camino del comienzo, nos acercamos a un saliente de roca.
Es un pequeño hueco que permite sentarse a los caminantes, pero que, en caso de lluvia, no proporciona cobijo.
Aprovechando que una extensa pieza está labrada, la cruzamos y –por su orilla– salimos al camino.
Descendemos hasta el coche. Tres ciclistas, uno de ellos conocido, nos saludan ruidosamente mientras suben veloces hasta el alto.
11:15 horas. Volvemos para casa. Ha sido un bonito paseo por los pinares de La Sarda. Sin duda lo volveremos a repetir para corroborar que ése es el refugio que nos indicaron o para seguirlo buscando por la ladera.
En este enlace se puede ver el recorrido de hoy.
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