sábado, 11 de abril de 2009

Recordando a Jesús Viela








































Este escrito lo publicaron en el nº 165 de La Voz de la Merindad del 15 de Mayo de 2009.
Jesús Viela, ermitaño de Santa Zita




Me ha entristecido la noticia. Ha fallecido Jesús Viela. El pasado otoño estuvimos con él en la ermita de Santa Zita. Era un domingo soleado y decidimos atravesar Valgorra y acercarnos hasta allí. El pinar que ocupa el entorno es espectacular. El edificio está perfectamente integrado en el paisaje. Y abajo, al lado de viñas, ilagas y chaparros, el Cristo yacente que esculpió en la roca inclinada un artista de San Martín. Algunos del grupo no conocían el sitio. Nos pasó a la casa. Nos enseñó la ermita. La tenía limpia, reluciente. Nos contó con cariño anécdotas de sus padres.

Jesús y yo nos conocíamos desde hacía muchos años. Cuando tocaba andar por aquel paraje, siempre pegábamos un rato la hebra.
Fue un pelotari importante en su juventud. Con dos buenas manos y un estilo elegante, era una delicia verlo moverse por el frontón. En nuestras conversaciones siempre salía a relucir el partido que le ganó a Yeregui, pelotari fino de Alsasua, en el Ereta. Jesús ganó a base de pundonor. Yo le decía que también le echó una mano Vicente Furtado con el material. Él se reía picarón, pero no me lo negaba.
Era desconfiado con las visitas, pero si conseguías su amistad te abría su casa y su corazón. La última fiesta de la Sociedad de Montaña que hicimos en Santa Zita, tenía que irse de viaje. Me dejó la llave de la ermita y de la casa porque, según me dijo, “se fiaba”.
Un año que salimos a dar la vuelta a Tafalla a primeros de Abril, nada más pasar Pozuelo empezó a nevar. Algaradas intensas que presagiaban un día imposible de campo. En la cruz de los de Pueyo, el suelo estaba blanco. Por la, entonces, senda que bajaba escondida en medio del pinar, llegamos a la ermita y allí estaba el bueno de Jesús. Acogedor y dicharachero. En la casa, la chimenea quemaba, alegre, los tronquillos de encina. Nos sentamos y nos calentamos. Por el ventanuco de la cocina se veía caer la nieve. Decidimos suspender la vuelta. Almorzamos con él. Sacó el clarete de San Martín que siempre tenía a la fresca. Hablamos o mejor, nos contó, historias de pelota, de caza, sus problemas de salud... Aquella mañana se nos hizo tarde, pero no la hemos olvidado nunca.
Hace años le detectaron hipertensión y se le acabaron los almuerzos a base de chistorra y magras. Como él decía:
- Ahora, cuando llega la hora de almorzar, me como una manzana. La perrica se sienta a mis pies y mirándome parece que piensa “¡qué triste es la vida Viela!”
Me duele la muerte de Jesús, ermitaño, pelotari y amigo. Volveremos a Santa Zita, pero aquello ya no será lo mismo. Descanse en paz el hombre acogedor y, a su manera, afable, con el que tan buenos ratos pasamos.

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