Domingo, 24 de febrero de 2019
Hoy es la festividad de la Madre Nicol. Los auroros le han cantado por las calles y a las 09:00 ha sido la misa en Santa María.
Nosotros hemos participado en ella, como no podía ser menos. Mi abuela era prima carnal de la Beata.
Así que, echando mano de las rutas que me manda Sergismundo, hemos decidido ir a Marcilla y hacer un paseo de una hora y media por los Sotos del río Aragón.
A las 10:45 horas hemos aparcado allí y nos hemos puesto en marcha.
El cielo está despejado, aunque con algunas rayas. No anda viento y el ambiente es primaveral.
11º grados de temperatura a finales de febrero. No es frecuente, pero tampoco excepcional.
Mal año espero, si en febrero anda en mangas de camisa el jornalero.
Salimos hacia el río.
Nuestro primer destino debería haber sido el Fuerte de la Fusilería, pero las conversaciones muchas veces distraen y hacen pasar por alto el cruce de caminos.
El camino ancho termina junto a la Casa de la Presa.
El rumor del río nos anuncia la presa cercana.
El paisaje se vuelve frondoso.
Nos detenemos a contemplar en algunos árboles lo que se conoce como "La seta del artista".
Unos metros más adelante, el rumor del río se hace más intenso.
11:00 horas. Presa.
El agua baja limpia y estamos seguros de que muy fría.
La naturaleza, en sus orillas, está en letargo.
El río Aragón se desliza en su ancho cauce trayendo historias y vida desde las cumbres de Candanchú.
Abandonamos el cauce y nos acercamos a un merendero que está junto a los puentes.
Al otro lado, en dirección al río, un cartel nos indica dónde nos encontramos.
11:10 horas. Soto de Contiendas.
Otra vez estamos en las orillas del Aragón.
El agua se remansa y aporta serenidad al paisaje.
Cerca de aquí han instalado nidos para las grandes aves.
En uno cercano, dos cigüeñas se frotan los picos.
Parecen estar ausentes del mundo.
Pero cuando me acerco sigilosamente, o al menos me lo parece a mí, a fotografiarlas, vuelven sus cabezas, me miran y vuelan veloces.
Me dejan con un palmo de narices y con la imagen del nido vacío.
Seguimos caminando.
Los castores o visones han dañado algunos árboles hasta hacerlos caer.
Hacemos una breve parada para seguir disfrutando del agua y de la vegetación.
Juanjo me envía una historia curiosa publicada por Florencio Idoate sobre los pleitos entre los vecinos del Aragón:
LA PRUEBA FORAL DE LA CLUECA Y LOS
POLLOS
El río Aragón les hizo una mala partida a los de Villafranca aquel año de 1588.
En cambio, dejó muy satisfechos a los de Funes y Peralta, por aquello de que no
hay que por mal no venga.
¿Qué había pasado? Sencillamente, que las aguas habían abierto un nuevo cauce y
habían aislado una parte del soto de La Barca, en término de Peña-Alfonso,
perteneciente a Villafranca. Y en los áridos días de agosto, los de Funes y
Peralta pudieron pasar el seco álveo sin mojarse más que las suelas de las
alpargatas, mientras los de la otra margen, tenían que nadar o poco menos para
hacerlo.
Incontinenti, los funesinos se decidieron a poner en ejecución lo previsto por
el Fuero General para estos casos: “Si un brazo del
agua finca por ont suele ir, et lotro brazo se acuesta a eilla, et finca eilla
en medio, non debe perder su heredat nin su villa aqueill de quien es la
heredat, ata que no haya nada del agoa en el brazo por ont solia primero ir, assi
que la gallina pueda pasar con sus poillos por seco”(Libro VI. Tít 5, cap.
II).
Los antiguos convenios entre estas villas habían incorporado a sus cláusulas el
precepto foral, y por eso, los de Funes hicieron saber a sus vecinos, que según
costumbre, “cuando el río Aragón rompe y quiebra y dexa algunos
términos y campos a una parte y otra, que aquello que rompe y quiebra sea para
la villa a cuya parte queda y se inclina”. En cuanto a la gallina y
sus pollos, debían pasar “por sus pies, sin ahogarse”, para que la nueva
situación tomase estado legal.
El 4 de agosto, las autoridades y algunos vecinos de Funes fueron con el
escribano de Falces al lugar de autos, llevando en una cesta los animalejos
para la prueba. Se metieron en lo que había sido la madre del río y dieron
rienda suelta a la madre y a su menuda prole, a quienes el destino había
señalado para tan extraña como importante misión.
Bien pronto se dieron cuenta de la operación unos cuantos vecinos de
Villafranca, que estaban un poco más arriba haciendo una estacada; y en
camisa-como estaban-, y con algunas armas que tenían a mano, trataron de
interrumpir la ceremonia, matando dos de los pollos. Los demás llegaron sin
novedad a su destino. Los testigos pudieron comprobar “que cualesquiera
pollos, por pequeños que fueran, hubieran pasado por todo el álveo antiguo”. A
algunos de Funes y Peralta que pasaron también, se les mojaron sus
zapatos “hasta la metad”, y a los más democráticos- o sea a
los de alpargata-, “solamente se les mojaron las suelas dellas y no se
les mojaron los pies”.
Con
ser tan concluyente la prueba al parecer, hubo que repetirla el 17 del mismo
mes, con más aparato y seriedad, en presencia del lic. Caparroso, enviado de
Pamplona a este efecto, ante el cual protestaron ambas partes; los de Funes,
porque la estacada que estaban haciendo los de Villafranca amenazaba con
desviar de nuevo las aguas hacia el álveo seco, y los de esta villa, porque, a
sus juicio, “los pollos eran grandes y de diferentes madres, y no los
acogían bajo de las alas y amparo”, contra el tenor del Fuero.
Sin embargo, el comisario dio por buenos los que trajo uno de Funes, de un mes,
previo juramento “de que eran de la cria de la dicha gallina y que ella
los recogía aún baxo de sus alas y no los había dexado”. Dice la
relación: “Una vez sueltos en dicho álveo antiguo, a cien pasos poco
más o menos de la dicha estacada vieja, y guiándoles el alguacil con su vara, a
caballo, pasaron por sus propios pies, todo el dicho álveo antiguo, desde la
parte de Funes hasta la parte del dicho soto de La Barca, excepto uno. Y por
haberse apartado de los otros y vuelto atrás, de la misma agua, quedó en seco
en la orilla, sin ahogar”.
No quedaron satisfechos ni mucho menos los de Villafranca- a pesar de los
juramentos de sus dueños- en lo tocante a la edad y genealogía de los
volátiles, y el lic. Caparroso hubo de traer a Pamplona con todos los mimos y
cuidados la apreciada cesta con su contenido, para que se aclarase por los
peritos este importante extremo. Por lo pronto, los villafranqueses aseguraban
que tenían más de tres meses y que al tiempo de la experiencia, los de Funes
llevaban “la gallina atada y tirando de la soga”. Imaginación
y mal perder no les faltaba.
Después de mucho pensar, los jueces decidieron que se hiciese una tercera
prueba con todas las garantía para ambas partes. Se trajeron testigos de
Peralta, Aldeanueva, Cornago, Mendavia, Azagra y Araya, y se señaló el diez de
octubre para el acto. Llegada la fecha, acudieron al soto de Peña Alfonso y
Cabezuelo de Matapiojos los alcaldes de las villas contendientes, Sarasa y
García de Falces, llevando este como segundo a un tal Matute de Villafranca.
Conforme al ceremonial acostumbrado, fueron sacados de la cesta clueca y
los siete pollos que constituían su prole, nacidos hacía ocho días, del tamaño
de “un gurrión”, no como los anteriores, que, según el
dictamen de los tres sesudos alcaldes de la Corte, eran como una “perdigana
o un palomino”.
Pasaron el río con toda normalidad “sin volar, nadar ni
ahogarse”, como dice el acta correspondiente. También lo atravesaron
los escribanos y testigos presentes, sin mojarse mayormente. Aquello estaba
claro; a la tercera va la vencida.
No fue esta la única ocasión en que se puso en práctica tan curiosa
prescripción foral, pues la misma jugarreta que hacía ahora a los de
Villafranca en 1588, se la había jugado el Aragón a los de Funes en 1441 en el
mismo sitio, y bien se apresuraron aquellos a tomar posesión de las robadas de
tierra tan fácilmente ganadas.
La risa va por barrios…
FLORENCIO
IDOATE (Director del Archivo general de Navarra y Académico
Correspondiente de la Historia-Doctor en Historia)
RINCONES DE
LA HISTORIA DE NAVARRA, TOMO I
Institución
Príncipe de Viana-Diputación Foral de Navarra
Editorial
Aramburu
PAMPLONA
1979
Una delicia.
Seguimos caminando y nos adentramos de nuevo en el Soto.
El paseo es una maravilla.
La luz se filtra entre la ramas y, aunque la temperatura es agradable, nos recuerda que seguimos en invierno.
Cuando salimos a terreno despejado, nos paramos en un arbusto.
Una picaraza, como si fuera un aviso, se pudre al sol enganchada en el ramaje.
El camino continua por la izda.
Una enorme chopera, como si fueran dos murallas, lo encajonan en un tramo recto.
Continuamos un buen tramos en medio de la plantación hasta que llegamos a la carretera.
La cruzamos y llegamos al coche.
Allí nos damos cuenta de que a la ida, nos hemos pasado de largo el Fuerte.
Como estamos muy cerca, nos acercamos.
12:00 horas. Fuerte de la Fusilería.
Está situado en un cerro y vigila desde este punto el río, la carretea y la vía férrea.
No tiene puertas y cuando me asomo a su interior, un conejo sorprendido y asustado corre a esconderse en uno de los innumerables cados que se ven en las paredes.
Juanjo me aporta el dato de que había fuertes parecidos en Castejón, Villafranca y, seguramente, en Tafalla, el del Serrallo.
Volvemos hacia el coche.
Son las 12:30 horas.
El paseo, aunque corto, ha sido muy interesante.
Caminar por los sotos del Aragón es siempre gratificante.
Buenas noches, Javier.
ResponderEliminarDespués de la pelmada de datos, veo que has salido muy bien del paso. Era demasiado para una vez. Pero opino que lo de los fuertes tiene (nunca mejor dicho) recorrido para otra crónica.
Gracias por la de hoy (¡Cuánto se disfruta andando y cuánto leyéndote, después!).
Saludos y buen descanso.