martes, 30 de junio de 2020

Veraneando en el Portillo del Sastre



Domingo, 28 de junio de 2020


Acaba de empezar el verano y las temperaturas son de plena canícula. 
Hoy nos quedamos en Tafalla, aunque vamos a hacerles una breve visita a nuestros vecinos de Pueyo. 
En la segunda temporada, que ya hemos empezado a grabar, de "A pie y con dron", una de las rutas elegidas es la que haremos hoy.
Le pedí a Juanjo que me acompañara porque quiero trazar bien el itinerario y así evitar sorpresas de última hora. 
Son las 08:00 horas. El cielo está limpio y la temperatura es de 18º. 

Campos por marzo atrasados, se ven en junio colmados. 

Va a hacer calor. Los molinos están orientados al N. y mueven perezosamente sus aspas. Es posible que por la tarde se note un alivio de las temperaturas.




El panel que está junto al aparcamiento del Centro de Salud informa al caminante del recorrido. Hemos pasado tantas veces por aquí que apenas nos detenemos a echarle un vistazo. 
Y, sin embargo, qué necesarios son estos paneles para los que vienen aquí por primera vez o para los que quieren saber un poco más del terreno que van a pisar. 
Donde termina la primera cuesta, en el Campo de Reyes o "Las Yurtas", como lo conocemos todos, hay varios coches aparcados. 



Un pavo real, encaramado a un madero, nos mira distraído. 
Un poco más adelante, el murmullo de un chorro de agua hace que nos detengamos. 






Un pequeño caño, en el ribazo, echa algo de caudal, creemos, de alguna fuga del canal. 
Más adelante, un puente de hormigón, blanco y ajeno al paisaje, navega perdido en medio de una pieza. Las obras del TAV trazan un amplio ramal de O. a E. 





En su cerro, las ruinas del Caserío de Osés observan al intruso. 
Al pasar junto a la Balsa de Patuca, entramos un momento a su trasera para ver su nivel de agua. 
La vegetación casi tapa la superficie del agua. 





En la orilla, un albaricoquero verdea disfrutando de la abundante humedad. 
08:50 horas. La Balsa de los Ricos se encuentra en la encrucijada de la subida a la Gariposa y la entrada a Tajubo. 



Las aneas pueblan su lecho. 
El camino paralelo desemboca en el que sube a Buskil. 
Subimos por él. 
El calor y la cuesta hacen que el paso se vuelva más lento. 
Los campos amarillean esperando a las cosechadoras. 
Las cebadas y los trigos han llegado a su plenitud. Es tiempo de siega. 



Una breve parada se hace obligatoria. 
Contemplar el bocage es algo extraordinario. 
Llegamos a los quejigos. 
Los hermosos ejemplares de esta zona del Monte resistieron el furor del incendio del 2016 y poco a poco se van recuperando. 


Un camino, incierto, nos saca a una pieza. Caminamos por su orilla hasta llegar al Portillo del Sastre. 
Por tramos de mal andar, conseguimos llegar al camino que nos conduce a la fuente. 
10:00 horas. Fuente de Valdetina. 


Los dos chorros echan agua abundante. 
Aprovechando la sombra de los plátanos y las acacias, en las mesas que están junto a la orilla, nos sentamos y echamos un bocado. 

Factura que presenta Rufino Ardanaz por traer toros y vacas para las Fiestas de Agosto de 1887: 
Un pastor con los mansos a la cadena de Santa Agueda a esperar vacas de Traibuenas: 2,50 pesetas. 
Por ayudas de dos mozos, uno en soga y otro en toriles:  5 pesetas. 
Por cuatro peones en  Valdetina, hacer abrevaderos para los toros que llegan de viaje: 12 pesetas. 
(J. M. Urroz Cabodevilla y P.M. Flamarique)(En el Centenario de la Plaza de Toros de Tafalla)

Tres caminantes se acercan y nos saludan. 
Volvemos hacia Tafalla. 
El camino que desciende paralelo al barranco de Valdetina discurre entre cebadas y trigales. 
La soledad es absoluta. 
Cuando llegamos a la segunda bifurcación que hay a la dcha. del camino, la tomamos. 
El camino viejo, descarnado y empinado, nos adentra entre enebros, ilagas y encinas. 
11:00 horas. Corral de la Gariposa. 


Medio tapado por las cardonchas, deja entrever su ruina. 
Llegamos hasta su puerta y entramos. 
El incendio devastador que sufrió acabó con todos los maderos y cañizos que sustentaban el tejado. 



Una viga de hormigón ha quedado como único testigo de la catástrofe. 
Volvemos al camino principal y salimos al de Pueyo, en Macocha. 
Nos vamos encontrando con gente que ha salido a pasear. 
El calor aprieta y las cantimploras ya están casi vacías. 
11:50 horas. Entramos en las primeras casas junto al Instituto. 
Olvidado entre las altas hierbas, las ruinas del viejo horno de tejas ven pasar el tiempo. 





Harina de otro Costapor Juanjo Costa


III La elipse que se hizo camino. Desde Tafalla a Tafalla, pasando por Tafalla (28 de junio de 2020, domingo)

Estamos en la proa de Tafalla. El terreno más elevado de la zona urbana de la ciudad se planta a modo de batidero, haciendo frente al cierzo que en ese lugar golpea inmisericorde la mayor parte de los días del año. Es un enclave conocido: mirando hacia el norte, por la izquierda, el Centro de Salud y el Taller de Anfas. Por la derecha, el viejo Matadero Municipal que conoció mejores años y que hoy sucumbe a la desidia y al olvido. Es uno de los muchos edificios que nos dejó el prolífico arquitecto del siglo XX navarro (amén de otros cargos políticos de su tiempo) Víctor Eusa Razquin. En Pamplona abundan sus obras; casi necesitan un catálogo. En Tafalla podemos también apreciar su estilo en el Asilo de San Manuel y San Severino, inaugurado en 1935.
El edificio del Matadero no se aprecia, por estar rodeado de una vegetación muy descuidada y por los destrozos que han ido haciendo el tiempo, el fuego y algunas personas que, un tanto inconscientemente, se aventuran a profanar sus ruinas, no solo por el suelo, sino también por los tejados. Sirva esto de aviso a quien corresponda, pues algún día podemos tener una desgracia.
Sé que, recientemente, alguien del Ayuntamiento se ha interesado por el estado de la instalación. Me alegro porque, tal y como está, representa la imagen de la desidia de un pueblo para con su patrimonio. Siento decirlo, este es un hábito muy frecuente entre nosotros. Si se adecentara un poco y se cuidara, habría alguna posibilidad de darle uso. Ojalá cultural, como el que se propuso en su día (escuela-taller) o algo similar, (museo etnográfico o histórico, oficina de turismo, centro de interpretación de la naturaleza…). De paso (por pedir que no quede), apuntar que, por la parte oeste del Matadero, ha discurrido durante siglos y hasta hace pocos años, el camino que saliendo de la calle Mayor por el antaño llamado “Portal del Pueyo” (hoy “siete calles”) bajaba recto hasta la fuente Rekarte. Las obras de ampliación del Instituto se lo “comieron”; pero no costaría mucho abrirlo de nuevo y, desde luego, es mucho mejor que la larga “variante” que hicieron por la izquierda y también más practicable que la cuesta que sube desde la Panueva, por la derecha (que pasa por el depósito del gas, y que algunos vecinos pidieron al Ilustre que se habilitara. Doctores tiene la Iglesia).
A propósito, si alguien se pregunta por qué en el epígrafe de este apartado aparece una melodía de los Pekenikes es porque, una vez que abandonamos esta zona de “palacios”, pasamos por el “Campo de Reyes”, ¿y qué mejor melodía podríamos escuchar?

Y, ahora, al camino. Vamos avanzando al par de la mañana, hacia el norte. La toponimia es explícita. Primero encontramos “La Pedrera” del que el manual “Toponimia y Cartografía de Navarra”, tomo XL, Pamplona 1997 dice “Zona donde abundan las areniscas, explotadas desde antiguo para la construcción, al N. de la Ciudad”. Hoy es zona por donde discurre, acompañando a un modesto barranco, un moderno canal y quién sabe si en breve correrá también por sus aledaños un prodigioso tren. Yo voy a aprovechar para llevar el agua a mi molino y traer a colación otras ruinas, las del que fue “Caserío de Osés”. La verdad es que sabemos que estaba ahí, pues hoy solo un montón de piedras que se arrastran por el suelo, medio escondidas entre los bardales, indican que ese era su emplazamiento. Nosotros, hay que decirlo, lo tenemos anotado en nuestros apuntes porque nos lo contó una persona que lo conoció, en mejores épocas, y daba fe de ello.
En lo que respecta a este apellido, presente desde antiguo en Tafalla y muy vigente en nuestros días, me parece oportuno mencionar una figura importante nacida en nuestro suelo: Monseñor Javier Osés Flamarique (Tafalla 1926-Huesca 2001). Para conocer bien a esta insigne figura de la Iglesia española se puede consultar el libro “Javier Osés. Un obispo en tiempos de cambio”, escrito por Pablo Martín de Santa Olalla Saludes (Instituto de Estudios Altoaragoneses. Huesca 2007). Este libro lo podéis encontrar en la Biblioteca de Tafalla. Hoy en día, el Obispo Osés, es una de las varias personalidades tafallesas que muchas personas no conocen. Fue obispo de Huesca desde 1977 hasta su muerte. Su carácter contemporáneo apenas si deja ver lo importante de su persona en nuestra historia reciente, pero el tiempo lo pondrá en su sitio.  Por supuesto, su vida y su grandeza están todavía muy presentes en el recuerdo de muchos de nuestros paisanos. A modo de aperitivo, solo dos apuntes sobre su persona: Amén de sus estudios, de sus cargos, de su entrega a los demás y de lo ingente y cercano de su trabajo con sus feligreses, el prologuista de la biografía citada dice: “… había sido uno de los prelados españoles comprometidos tanto en las ideas cuanto en las palabras y la acción… Que como norma de vida se había saltado lo políticamente correcto sin demasiados problemas”. En la “Semblanza” que publicó el Obispado de Huesca con motivo de sus exequias se comenta: “En su sepultura reza la inscripción: “pasó haciendo el bien”. Marco este hito en el camino para quien lo quiera aprovechar. No nos sobran por estos lares las personas que nos hagan pensar e intentar descubrir el sentido de la vida.
Y ya, monte arriba, los caminos atraviesan otros términos. Pasamos por “Tajubo” (según el libro de toponimia antes citado, “Nombre moderno, debido a la presencia de tejones”). Llegamos al “Portillo del Sastre” (según el mismo libro “Depresión entre dos cotas en el Monte, cruzadas por un camino”). Pues el camino no está; ha desaparecido. Así que tenemos que ir tirando del hilo y buscar un paso hasta la otra vertiente. No es seda lo que abunda, precisamente, por estos parajes. Además de las mil garras negruzcas que dejó el incendio de 2016 en las coscojas, duras como el acero, toda la naturaleza por la que atravesamos nos recibe con gran “cariño” y nos “acaricia” cuando pasamos. Pero, al final, tirando del hilo, bajamos a la “civilización”. A nuestra espalda el “Everest” tafallés, el Monte Buskil con sus pronunciadas laderas, donde las cosechadoras deben hacer equilibrios. Otro día visitaremos sus Piedras Blancas, que también tienen su “misterio” y su “historia”.

Ya se oye. La melodía de la vieja fuente con su aska repleta de agua cristalina nos recibe como si de un oasis se tratara. Todo es frescura y verdor. Los hermosos plátanos de sombra nos acogen susurrantes. Las aves cantarinas nos dan la bienvenida. En la balsa, repleta de lezkas las graves ranas se quejan de nuestra presencia. ¡Y la fuente! ¡Ay de las viejas fuentes a cuya vera florecieron amores, sueños y eternidades! Por la Literatura se pasean toda clase de ellas; de aguas taumatúrgicas y salvíficas; desde la que alumbrara Moisés hasta las que curaban enfermedades o prometían la eterna juventud. Toda una riqueza para los pueblos y para la imaginación.
Esta de Valdetina alumbra un barranco que antes de nutrir al prodigioso Cidacos sirve de muga entre Tafalla y Pueyo; entre el “Saltus” y el “Ager Vasconum”. Muga un tanto invisible, pero importante. La marcan algunas plantas. Al norte el roble, el espliego, el lino y el tomillo. Al sur la encina, el tamariz, el romero y la ontina. Este sí que es un hilo que separa y a la vez une, sin estridencias, el fundamento histórico y lingüístico de Navarra. Aquí está el nudo, el corazón. ¿Habría intuido nuestro Carlos II este fenómeno para dejar el suyo en Ujué, que también está en la línea?
 Valdetina no es fuente tan prolífica como la del “Chorrón” de Olite, porque queda un poco lejos del Pueyo y de Tafalla. Quizá, tanto camino para “dejar el corazón” no les saliera a cuenta a las parejas de enamorados. La de Olite queda más a mano. Pero Valdetina es un lugar mágico. El agua mana a ras de tierra y casi has de besar esta, para beber. Como poco, te tienes que agachar o arrodillar ¡Qué menos, ante el milagro! Estamos en un santuario. Tras beber sus aguas, uno siente la querencia de la vuelta a casa, a las raíces, al fondo.

Caminamos y aún queda rendir homenaje al último baluarte de estos lugares. Cumple visitar el Corral de La Gariposa, enclave fortificado donde el ganado ovino quedaba a salvo de las manadas de lobos, abundantes en otros tiempos por estos parajes. Su recia construcción da fe de ello: emplazado en alto, con buenos sillares y columnas; aspilleras cual fuerte carlista contiene un serenado suficiente para aguantar un asedio. Hoy, “sic transit gloria mundi”, ha sido vencido por los recios cardos y los espesos bardales que lo rodean y lo invaden. Aunque, seguramente, aguantará más que algunos de nosotros. Sus viejas piedras de arenisca tafallesa, todavía tienen que colorearse de amarillo, cuando los muchos atardeceres del futuro besen sus paredes, a la par que el sol inclina su fortaleza, antes de desaparecer, sobre el bocage que rodean los campos de trigo y de cebada que le prestan su hermoso nombre. Lo dejamos, guardándonos las espaldas y vamos bajando buscando el refugio de nuestro río Cidacos. El calor aprieta. Buen camino. Vale.


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