Otra vez volvemos a caminar por Valditrés.
Hace unos meses me comentó Sergismundo el hallazgo de la fuente de Valditrés.
Además me envió unas cuantas fotos.
Juanjo y yo, basándonos en comentarios de Jimeno Jurío, dimos años atrás alguna vuelta por las laderas de Beratxa sin encontrarla. Estuvimos mirando donde no estaba.
Son las 08:00 horas. La temperatura es baja: 2º. El frío se deja sentir en la cara y en las manos.
Quien coge la oliva antes de enero, deja el aceite en el madero.
Dejamos atrás las viviendas unifamiliares y, por el camino que va entre Galloscantan y Margalla, superamos la nueva variante por el puente nuevo.
En el Caracierzo de la Celada todavía queda alguna hilacha de nieve.
Amanece y el cielo muestra un espectáculo de color.
Cruzamos la carretera que va a Miranda de Arga y entramos en El Planillo.
Los perros de la hípica, a diferencia de finales de diciembre que pasamos por aquí, deben de estar anestesiados por el frío.
Ni se les ve, ni se les oye.
Tomamos el segundo desvío del camino y torcemos a la izda.
El Prado de Rentería, a consecuencia de las ventas que hicieron algunos propietarios, es ahora una extensa pieza jalonada por los aspersores.
Cómodamente, descendemos hacia el valle.
En un portillo de las Rocas nos paramos a contemplar, como siempre, una vieja conocida nuestra. Una sabina de buen porte, que siempre nos llama la atención por la rareza que supone encontrarla por aquí.
En el Prado de Valditrés unos caminantes se dirigen hacia la Cantera de Ros.
Nosotros torcemos a la dcha. buscando el camino que sale a la carretera de Estella. Pero antes de llegar a ella, un desvío a la dcha. nos acerca a lo que buscamos.
09:35 horas. Fuente de Valditrés.
Entre una pequeña balsa y un sembrado divisamos, las piedras de la construcción.
Nos acercamos expectantes y lo que vemos no nos defrauda.
Las piedras que cobijan la fuente son sólidas y están bien colocadas.
Nos llama la atención la cantidad de restos de cangrejos en la salida de agua.
Juanjo sospecha que los pájaros cazan cangrejos en la balsa y es en la fuente donde los descuartizan para comérselos.
En la orilla de enfrente, los carrizos abundan, haciéndose más extensos en el aliviadero de la balsa.
A pesar del frío, percibimos el olor del agua a "huevo batueco". Si en enero está así, deducimos que en verano pasará como en la de Valdiferrer. El hedor será casi insoportable.
Volvemos al camino y nos adentramos en el pinar.
Juanjo no puede resistir la tentación y se escapa un momento hasta el setal de negrilla que está al lado. Cuando vuelve nos dice que no queda ni rastro de setas.
La pieza sembrada que vamos orillando tiene forma irregular.
Al salir de un recodo nos encontramos con la sorpresa de la mañana.
09:50 horas. Abejera.
Pequeña, humilde. Tiene solamente cuatro piqueras.
Es la primera vez que la vemos y nos parece fantástica.
En su interior no queda nada. Además, nos tememos que algún madero, al fondo, no va a resistir mucho tiempo.
Seguimos ascendiendo y nos alejamos.
Le echamos una última mirada.
El lugar donde se encuentra, vacío y apacible, tiene algo de magia.
Nos adentramos en el pinar y pasamos junto a una altísima palomera.
Al llegar al camino, al lado de un mojón de la cañada y con el Moncayo enfrente, hacemos una parada para reponer fuerzas.
Han transcurrido dos horas desde que salimos de casa, pero nos da la impresión de que el día, lejos de mejorar, se está poniendo cada vez más frío.
Volvemos por el camino de las Rocas y hacemos una nueva parada para contemplar el paisaje.
Las sierras de Codés y de Cantabria bien merecen soportar un poco de frío. La belleza de sus cumbres nevadas es inigualable.
Antes de llegar a la hípica, en la orilla del camino, los restos de "Filomena", todavía se dejan ver.
Volvemos a cruzar el puente de la variante.
A pesar de tanta obra nueva, todavía sobreviven algunos elementos antiguos. Otros, como el pequeño bocal de piedra que estaba en una esquina del cementerio, han desaparecido para siempre.
11:45 horas. Entramos en el pueblo.
Ha sido un paseo corto, pero hemos disfrutado, como siempre, del invierno por el término, con la propina de una fuente y una abejera.
En este enlace se puede ver el recorrido de hoy.
Si quieres ver el vídeo pincha aquí.
Harina de otro Costal
por Juanjo Costa.
Aprender
a leer en el campo (reflexiones de un caminante, bien acompañado)
No
cabe duda de que, hoy en día, tenemos una relación diferente con la Naturaleza
de la que han tenido nuestros antepasados. Quizá, los que ya peinamos canas,
hemos llegado a ver y oír los últimos ecos de unas formas de vida que ya han
pasado a la historia y que no volverán. El fenómeno es general, mundial, diría
yo, pero se acusa mucho más en los entornos rurales. Desde hace cien años para
aquí, los oficios, las costumbres y las necesidades a las que los seres humanos
estaban habituados, han cambiado más de lo que lo hicieron en los últimos mil
años. “Grosso modo”, quiero decir, pues, aunque, desde el final de la Edad
Media ha habido una gradación en lo que respecta a descubrimientos,
conocimientos e inventos, el avance en todos los campos fue paulatino, lento y
permitía una difusión y una asimilación premiosa.
A partir de los enciclopedistas
franceses y en las postrimerías del siglo XIX, pero, sobre todo, a lo largo del
siglo XX, se empezó a creer en el “Progreso” y en la “Ciencia”, a ciegas, como
si de una nueva religión se tratara. La idea general era que el ser humano iba
progresando, cada vez más deprisa; que iba alcanzando espacios e hitos del
saber y desarrollos culturales y sociales que le iban a permitir erigirse en
una suerte de semidiós, capaz, ¡quién sabe!, de vencer un día hasta a la
mismísima muerte.
Por supuesto, todavía no hemos
conseguido llegar hasta este último y quizá definitivo logro, pero la Humanidad
ha alcanzado un desarrollo que está a la vista y que nos permite, en gran parte
del mundo, disfrutar de una calidad de vida y de una longevidad, para la
mayoría de personas, que no se había visto nunca en tal proporción, en ninguna
de las anteriores etapas de la Historia.
Todo ello con sus contrapartidas y
claroscuros correspondientes, claro está. Esa facultad humana que se llama
Libertad, propicia que no todo el mundo tome las decisiones correctas respecto
de la vida de sus semejantes (y, a veces, ni respecto a la propia), por lo que,
todavía quedan muchos problemas, claroscuros y sombras que es necesario ir
corrigiendo. Ello, sin contar con otras variables que también están
profusamente difundidas entre los seres humanos y que no hacen distingos entre
edades, nacionalidades, razas ni credos. Me refiero a la envidia, la codicia,
la perversidad y la más peligrosa de todas ellas, a mi juicio, la estupidez,
que es la más letal, por ser la más abundante.
Ahora
bien, la incógnita es ¿quedan todavía elementos, restos del pasado que hayan
permanecido inmutables al menos desde unos cuantos cientos de años? Y la
respuesta es, por supuesto, sí. Sin ser exhaustivos, podemos todavía, en
esencia, citar, por ejemplo, algunos alimentos fundamentales que consumimos,
prácticamente, de la misma manera que lo hacían nuestros antepasados. Entre
otros, los más fundamentales, serían el pan, el vino, la cerveza, el queso, la carne
de algunos animales, frutas y verduras, etc. Lo mismo diríamos de algunos
antropónimos, oficios, prendas de vestir, fiestas o costumbres.
Pero, llegados a este punto, quiero
hacer referencia a un aspecto de la vida de los pueblos que también podríamos
incluir en la lista anterior; me refiero a los nombres con los que, desde
antiguo, se venían conociendo los diferentes lugares y divisiones de un término
municipal, a los topónimos.
Con el transcurso de los años y la gran
humanización que han sufrido toda suerte de paisajes, a lo largo y ancho de
este viejo planeta, los centros urbanos, las comunicaciones y el entorno rural,
en general, van cambiando a ojos vistas. Ahora bien; hay un elemento que, al
menos hasta ahora, ha permanecido más o menos inmutable, en general. Se trata
de esos nombres de los diferentes accidentes del terreno, piezas de cultivo,
cauces de agua, edificaciones rurales etc., con los que los habitantes de un
lugar conocen el entorno que los rodea, y que aparecen en los documentos de
escrituras, impuestos y transacciones varias a que se ven, de vez en cuando,
sometidos.
Hoy, para no ser más prolijo, voy a
centrarme en algunos de ellos por los que ha discurrido, como habéis podido ver
en el escrito de Javier, nuestro paseo dominical. Y lo voy a hacer porque opino
que hay que “leer el campo”, cuando caminamos, para disfrutar aún más de los
lugares por los que pasamos y para aprender a amarlos y respetarlos. Son, es un
decir, un “cuarto de estar” que la Naturaleza nos regala para que nos solacemos
e integremos en su seno. Plantas, animales, rocas, montes, colinas, balsas y
barrancos, corrales, caseríos, casetas, abejeras, prados, sotos, dolinas, etc.,
todo está ahí para que interpretemos la Grandeza del Creador y admiremos su
obra, de la que también nosotros formamos parte.
Y el Misterio, el Enigma, el Sabor de
los nombres. ¿Por qué este prado se llama “Valditrés”, como las fuentes
“gemelas” que, una al norte, otra al sur, confunden a muchas personas que creen
que solo hay una? ¿Por qué y quién construyó esta hermosa abajera que hemos
descubierto hoy, recóndita, escondida al pie de la colina? ¿Quién, algo más al
este de donde hemos andado, llamó al “desagüe” natural de la Laguna,
“Punputiain” (nombre que recuerda al que se da en Tafalla a las alcantarillas o
“puntidos”), que acaba en una dolina que se traga el agua a borbotones)? E, “item
más”: Prado de Rentería, Cantera de “Malamadera”, Romerales, Tamarices y
Beracha (prado y torre de señales, de la que hablaremos otro día, pues tiene
mucho “recorrido”). Muchos de ellos tienen su referencia, su explicación y su
historia, contada en libros y documentos, a nuestro alcance, pero yo os
aconsejo que los visitéis, documentándoos antes, si os apetece, pero que
imaginéis sobre su origen, su pasado y su misterio. Merece la pena. “Aprendamos a leer”.
¡Qué disfrutéis!
¡Buen
camino! Vale.
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