miércoles, 9 de junio de 2021

Visitando el Caserío de San Lorenzo

 




Domingo, 6 de junio de 2021

Hoy nos quedamos en el pueblo. A mediodía tenemos un cumpleaños familiar y no podemos faltar. En un huerto, en el corazón del Congosto, lo celebraremos  y como es la costumbre, al lado de una parrilla y con una mesa bien surtida. 
Vamos a caminar por Valgorra y Valdelobos. Hace tiempo que no estamos por aquellos lugares y viene un día bueno para visitarlos. 
Son las 08:00 horas. En el barrio de la Panueva (el antiguo Puentnueva) Juanjo nos está esperando. 
El cielo está despejado. 

Si junio es húmedo y caliente, verás al labrador sonriente.

Un ligero cierzo sopla aportando frescura a la mañana. 



Entramos un momento a la Fuente del Rey. 
El chorro de su caño sale vigoroso. El paraje es bonito. Una mesa, bancos y la sombra de los plátanos, que serían perfectos si no fuera por las basuras y las pintadas en el abrevadero. 
Después de atravesar el túnel de la autopista, nos dirigimos por el Juncal hacia Valgorra. 
Las cebadas amarillean y los trigos todavía verdean. 
El zarzal en cuyo interior todavía sobrevive una pequeña fuente cada vez se muestra más agreste. 
Tomamos el primer camino a la izda. El poste del SL señala la dirección a seguir. 
Llegamos a la última pieza. La altura del cereal nos impide hacer la visita acostumbrada a la vieja abejera.

 
En el cruce de caminos, a la izda., el menhir continúa tumbado en la orilla. No tiene ningún sentido que se haya producido este descubrimiento y siga sin hacerse una mínima actuación en este lugar. 
08:55 horas. Cabaña Redonda.


 
Hace unos meses, al parecer en una noche botellonera, la placa que explicaba las características de la construcción fue destrozada. 
Cuando se reponga, sería una buena idea que figurase el nombre “Cabaña Redonda” en lugar del erróneo que figuraba en la ahora desaparecida. “Gurrutxo” no hay más que uno y es el que se encuentra en la carretera de Artajona. 
Permanecemos un rato en esta pequeña atalaya. Los catalejos nos permiten divisar, y disfrutar, del Nacedero de la Fuente del Rey, que se distingue desde la distancia en la orilla del sembrado. 


Salimos al camino y vamos ascendiendo para llegar al parque eólico que se extiende a lo largo del Alto de la Guindilla. 
El cierzo sopla con fuerza y los molinos están a pleno rendimiento. 



Un mojón de buen tamaño con cinco pequeñas cruces bien labradas nos avisa de que estamos cruzando la muga con Sansoain. 
Las marcas verdes y blancas nos indican que vayamos a la dcha. pero nosotros descendemos por el camino de la izda. 



El molino Clotilde, solitario e imponente, agita sus aspas de forma majestuosa. 





Enfrente nuestra, un viejo camino, se abre paso entre las encinas, coscojas y enebros. Lo seguimos. 
Son las 10:00 horas. En un abrigo, una roca bañada por el sol nos sirve de descanso para echar un bocado. 
Comentamos que este lugar es para nosotros casi un clásico. No podemos saber la de veces que habremos parado aquí para almorzar. 
10:25 horas. Caserío de San Lorenzo.


 
Nos encanta este lugar. 
En una pequeña loma, aprovechando la fortaleza de las rocas que proliferan por todo el contorno, fue construido este caserío tan cercano a Tafalla y tan desconocido. 
Hemos pasado por aquí infinidad de veces: para ir a Catalain, subir a Guerinda, adentrarnos en el Monte del Conde, ... 
Y cada vez que lo vemos nos gusta más.



Algún edificio muestra una ruina irreversible, pero siempre hay algún detalle que vale la pena contemplar. 
Bajamos al camino y descendemos. 
Salimos de la vegetación del monte y nos encontramos una viña bien cuidada y los primeros campos de cereal. También hay alguna finca particular con casetas y arbolado. 
10:55 horas. Fuente de Orrocegui.



En la orilla izda. del camino, al igual que otras veces, no nos decepciona. 
De su caño sale un chorro de agua limpio y fresco que alimenta el abrevadero largo. 
En el cruce, junto a la fuente, tomamos el camino que nos llevará, subiendo una larga cuesta, hasta la orilla de la autopista. 
El camino de vuelta sería más placentero si no hubiera tanto tráfico por la vía rápida. 
Pasamos junto a la finca donde se encuentra la abejera de Valdelobos, pero no entramos a visitarla porque la hora se nos ha echado encima. 




12:10 horas. Terminamos la ruta donde la comenzamos, en la Fuente del Rey. 
La mañana está agradable. El cierzo, que no ha parado en toda la mañana, hace que el día sea llevadero y evita que el calor sea agobiante. 




Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.



El destino es cosa del azar ( domingo 6 de junio de 2021)

(Todos los personajes y los hechos que contiene esta narración se deben a la imaginación del autor y no guardan semejanza con la realidad. Los lugares son reales)

 

Dedicado a todas aquellas personas

que gustan de pasear por la mal

llamada “España vacía”.

 

1. Una infancia campestre.

   Benjamín Zabaldica estaba contento. Era 28 de junio del año 1960. Aunque a él solo le importaba que aquel miércoles el señor maestro les había dicho que, a partir ese día, les daba vacaciones. Al día siguiente, San Pedro, era fiesta. Se acababa la escuela, vamos, y que no los quería ver hasta septiembre.

 

   “Qué raro”- pensó el chico- con lo bueno que es don Fulgencio (“don Fulgen” para los amigos). Y nos ha dicho que no nos quiere ver”. Desde sus diez años recién cumplidos, Benjamín no acertaba a ver la ironía soterrada que encerraban las palabras del maestro. Sin embargo, el buen hombre había hecho el comentario sintiendo en su fuero interno una emoción doble. Por una parte, al hombre, le gratificaba la llegada del descanso, tan necesario después de un curso trabajoso. Iba a perder de vista a aquellos diecinueve arrapiezos cuya edad oscilaba entre los seis y los catorce años, lo normal en las escuelas rurales unitarias de la época. Por otra, le embargaba la idea de no verlos en dos meses, puesto que eran la razón de su vida y tenía miedo de sentir un gran vacío veraniego, al no tener que ocuparse, de la mañana a la noche, de ellos. En su pertinaz soltería, no vivía más que para aquellos niños; incluso, cuando estaban enfermos, los visitaba y siempre les llevaba algo que les alegrara. Como los conocía tanto, a cada uno le obsequiaba con aquello que lo pudiera animar: un tebeo, unos recortables, unos pasatiempos, un juguete de madera…

 

   Benjamín, aún recordaba cómo el invierno pasado, cuando estuvo enfermo con aquella gripe tan pesada, le regaló un recortable para armar un barco. Don Fulgencio sabía que, por cuestiones familiares, tenía gran querencia por todo lo que se refiriera a la navegación marítima. El regalo le encantó. Y el chico lo agradeció mucho más, puesto que el maestro se había molestado en ir, desde el pueblo de Pueyo, hasta el caserío de San Lorenzo, a unos tres kilómetros de aquel, en su bicicleta con motor “Velosolex-Orbea”.

 

   Aquel detalle lo recordaría toda su vida. Que, a él, un niño no de pueblo, sino de caserío (el que sus padres y hermanos, como venía haciendo su familia desde antiguo, trabajaban como aparceros, por cuenta de un conde que vivía a caballo entre Pamplona y Tafalla) todo un señor maestro fuera a visitarlo le llegó al alma. Tanto, que lo mantendría toda su vida como uno de los recuerdos más gratos de su infancia. Cuando fue recuperándose, aprovechó los rigores del invierno que no le dejaban salir de casa y la convalecencia de la gripe, para armar la nave. Se trataba de un paquebote, de un carguero con motores de gasoil, como aquellos que navegaban entre los puertos de las Islas Canarias. Bien sabía él, desde el principio, que se iba a llamar “Aurora”, como el barco donde trabajaba, desde hacía ya varios años, su tío Jonás, el marinero Jonás Zabaldica, nacido hacía ya bastantes años en su misma casa, en el caserío de San Lorenzo. Cerca del Pueyo, en el valle de la Valdorba, en Navarra. Cómo aquel hombre “de secano” había acabado en la Marina mercante no era ningún

misterio, pues había realizado el Servicio Militar en La Marina y acabó cogiéndole gusto a aquello. Además, el trabajo del campo no le gustaba y decidió probar fortuna en la mar.

 

        


                     Acuarela de M. Martí Barrionuevo

 

    No le faltaba razón, pues el fundo de San Lorenzo era un lugar ciertamente apartado del camino real o carretera nacional, al este del Pueyo, que se levantaba en un escalón de la ladera que bajaba desde la sierra de Guerinda, formando un pequeño valle que se iba abriendo hacia el oeste. Tierra recóndita y mediana, no muy generosa. Se decía que allí había existido un antiguo monasterio, hacía más o menos novecientos años, conocido como “Monasterio de Oibar super Tafalla” y que estaría bajo la tutela del de Leire, pero en la actualidad nada quedaba de aquello. Como posible, podría ser, pues se trataba de un enclave, como quien dice a un tiro de piedra del Pueyo y con posibilidades de defensa y buena vista sobre el norte, oeste y sur. Además, no estaba muy lejos de Tafalla, como indicaba su nombre, y se encontraba protegido por un amplio circo de montañas, cubiertas de encinas y monte bajo, de las que manaba un fresco manantial que proporcionaba agua a la vivienda y se perdía hasta el río Cidacos, no sin antes dar pie a la llamada fuente de Orrocegui, corrupción fonética del topónimo Urrizalgui (abundancia de avellanos), por ser frecuentes estos árboles en sus orillas, aunque no tanto como en el pasado.

 

    Además del tío ausente, la familia de Benjamín Zabaldica la componían su abuelo Martín; su padre, Miguel; su madre, Asunción; sus hermanos mayores, Juan, Antonio y Lorenzo; así como sus dos hermanas, también mayores que el chaval, Adela y Beatriz. Convivía también con ellos un hermano del padre, Joaquín, que era mozo viejo y se ocupaba sobre todo del ganado, un par de vacas, tres cutos y un pequeño hato de ovejas y de cabras. El resto de la hacienda, además de la casona, una cuadra y un corral cubierto, con una parva de gallinas, patos y algún pavo. Todo ello edificado sobre una cantera de arenisca que aún dejaba ver con fortaleza su base. Completaban el acervo familiar un huerto, bien cuidado, a orillas del barranco, unas cuantas hectáreas de tierra blanca y viñas, amén de una punta de olivos en el carasol hacia Tafalla.

 

   En los años en que transcurre este relato, como queda dicho, la vida no era fácil para los habitantes del caserío de San Lorenzo. La llegada del verano traía aparejada, además del buen tiempo, de la abundancia en el campo y de la proximidad de las fiestas, el trabajo más importante del año: la recolección de la cosecha. Los días eran largos y el calor se imponía, la faena debía realizarse sin descanso, no fuera que los “nubláus” trajeran alguna pedregada que don Jacinto, el párroco, no pudiera conjurar desde la torre de la iglesia del Pueyo y se “jibara el invento”.

   Benjamín también tenía su parte en el trabajo. Antes del desayuno, apenas se quitaba las legañas con el agua de la jofaina (al caserío de San Lorenzo nunca llegó el agua corriente), tenía que ir a buscar una lata repleta de caracoletas para los patos. Luego, tras el desayuno que casi siempre consistía en sopas de leche, con pan casero, tenía que ayudar al tío Joaquín con los animales. Luego, más o menos a las doce, ya quedaba libre. Entonces iba hasta el río Cidacos, debajo del puente de hierro, para bañarse en las pozas, con otros muetes y muetas que bajaban del pueblo. De paso, si se terciaba, a lo mejor llevaba a casa algún barbo, unas ranas, cangrejos o madrillas que pescaba a mano, tarea en la que era un experto. Cuando la cosa surtía bien, apañaba unos juncos para transportar las pescatas a casa.

 

   Y, luego, por la tarde, la siesta, que odiaba con todas sus fuerzas, como ocurría con casi todas las personas de su edad. Sin embargo, él, se había buscado un apaño. Leía. Se había hecho con una porción de libros y de tebeos que había ido recopilando por aquí y por allá: que si el maestro, que si el cura, que si algún estudiante conocido, la tía Berta, hermana de su madre, que era maestra… a todos les había ido pidiendo libros. Así que, a la sazón, su pequeña biblioteca, prestada, estaba bien surtida: “Robinson Crusoe”, “Un capitán de quince años”, “Los viajes de Gulliver”, “Heidi”, “De la Tierra a la Luna” … Y un buen montón de tebeos: El Jabato, el Capitán Trueno, Hazañas Bélicas, Pulgarcito, Jaimito, El TBO… Por leer hasta leía las novelas del oeste de un tal Marcial La Fuente Estefanía.   

        

2. Verano

       Así, comenzó, aquel año, el periodo de vida más amable con que les regalaba el año a los habitantes del caserío. A pesar de que todo obligaba a mayores y jóvenes al trabajo y el calor apretaba, una experiencia adquirida con el paso de los años ayudaba a aquella familia a paliar los rigores de la estación.

       Por otra parte, en verano se podían hacer incursiones campestres que proporcionaban algunos suplementos alimenticios que faltaban el resto del año. De vez en cuando, se dedicaban a cazar conejos, pues los animalitos acudían al atardecer hasta la era y se les podía disparar desde la misma ventana de la cocina. Otras aves diversas también formaban parte de la despensa rural: codornices, estorninos, tórtolas y ya hacia septiembre alguna que otra perdiz, se dejaban cazar en Valdelobos, La muga de Sánsoain o El Monte del Conde.

 

   Los días iban desgranándose con un ritmo cadencioso. Siguieron los trabajos y las diversiones cotidianas. Llegaron y pasaron las Fiestas de Santiago en las que los inquilinos de San Lorenzo también participaban, en la medida de sus posibilidades.

 

3. Malas noticias

   Llegaron los días finales de agosto. Una tarde, cuando el sol ya iba bajo, antes de perderse detrás de Landerri y Valdetina, la familia estaba a la fresca en la explanada que se abría en la fachada principal de la casa. Vieron acercarse por el camino del Pueyo una bicicleta. Era “Bene”, Benedicto, el cartero. A todos les pareció extraña esta visita. Lo normal era que todo el mundo acudiera a casa del funcionario a depositar o a recoger el correo. Por eso, una entrega personal se les hizo muy rara y tuvieron un pálpito de que el hombre traía malas noticias.

 

       “Bene” no les dio explicaciones, porque no conocía el contenido del correo. Únicamente siguió las indicaciones que estaban escritas en el sobre: “Correo certificado. Entrega en propia mano al titular de la carta. Urgente”. Así que, entregó la misiva al padre, a Miguel, que, tras mirarla un momento, rasgó el sobre con movimientos nerviosos. Leyó en voz alta:

 

Comandancia Militar de Marina de Las Islas Canarias

A la atención de don Miguel Zabaldica

Caserío de San Lorenzo. Pueyo (Navarra)

Asunto: El embarrancamiento del buque “Aurora” en el sur de Tenerife”

           

A las dos de la madrugada del 16 de agosto de 1960. El “Aurora”, al mando del capitán Genaro Buendía González, zarpó de Santa Cruz de Tenerife rumbo a los puertos de San Sebastián de la Gomera y Valverde, con 49 pasajeros a bordo. A las cinco y cuarto, cuando se encontraba navegando frente a la zona del sur de Tenerife y a su paso por las cercanías de Las Galletas, el buque, sin que se conocieran las causas, embarrancó en un bajo rocoso de la costa quedando casi paralelo a la costa y con la proa orientada al sur.

            En un primer momento se informó que tenía una vía de agua que anegó la bodega número dos, noticia que con posterioridad se desmintió, siendo los desperfectos causados menores que los que en un principio se dio a conocer, tras sufrir la varada. Las primeras noticias de este accidente las dio un buque inglés, que navegaba por la zona, ya que el “Aurora” no pudo informar por haber sufrido una avería en el equipo de comunicación.

            El petrolero de la Armada Española “Moncayo”, que procedía de Guinea y que desvió su rumbo, fue el primer buque que les prestó auxilio. Con posterioridad se desplazó el remolcador “Audaz”, y cuyas primeras maniobras consistieron en sostener el buque y que la marea no lo empujase contra los rompientes, hasta la llegada del “Luzón” y del “Concha”, que trasladaba personal técnico de la Comandancia Militar de Marina a las órdenes del capitán de corbeta Felix Jiloca, además de un grupo de buzos para intentar ponerlo a flote.

            En el momento del embarrancamiento, muchos de los pasajeros estaban durmiendo, por lo que la alarma fue aún mayor, subiendo en su mayoría a cubierta para tratar de conocer lo sucedido, encontrándose el barco escorado y con su proa orientada al sur, en la dirección en la que se estaba desplazando. El pasaje fue desembarcado en una maniobra muy difícil dificultada por el mal estado de la mar y por encontrarse en bajamar, registrándose algunas lesiones graves en algunos de los miembros de la tripulación. Los pasajeros se trasladaron al barrio de Las Galletas donde fueron atendidos por los lugareños que les proporcionaron agua, alimentos y alojamiento hasta su traslado a Santa Cruz de Tenerife desde donde pudieron reemprender el viaje a bordo de los buques “Badajoz” y “Alcázar”.

            Para sacar a flote al “Aurora”, lo cual no se logró a las cinco de la tarde del día 17, se utilizó dinamita para volar las rocas en las que estaba incrustado y, una vez a flote, lo remolcaron hasta el puerto de Los Cristianos para atender a los heridos y reconocer los daños y desde donde partió en la tarde del día 18 rumbo al Puerto de la Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, para proceder a su reparación.

            Pues bien, tras hacerle partícipe de este suceso, me veo en la triste situación de comunicarle que, como consecuencia de las heridas sufridas, el marinero de primera Jonás Zabaldica Ariamain falleció el pasado día 20 de agosto del presente, sin recuperar el conocimiento. Tras administrarle el sacramento de la Extremaunción, y tras las pertinentes averiguaciones legales, sus restos fueron debidamente preparados para trasladarlos a esa, su casa, a fin de que le puedan dar cristiana sepultura.

            Le comunico, asimismo, que, en su momento, los abogados de la Compañía a la que pertenecía el buque donde trabajaba el fallecido, se pondrán en contacto con ustedes, a fin de explicarles los pormenores del cobro de la indemnización que corresponde, por haber ocurrido el óbito como consecuencia de heridas sufridas en accidente laboral.

            Le traslado nuestro más sincero pésame y quedo su disposición, para cuantas aclaraciones considere oportunas. Atentamente,

 

                                   Fdo.

 

                                   Juan Fulgencio Ricart Iradiel

                                   Capitán Letrado Instructor  

Comandancia Militar de Marina de Las Islas Canarias

                                   Las Palmas de Gran Canaria

                                   España”

 

  


        Como es de suponer, tras la lectura de la carta todos, unos más otros menos, se echaron a llorar. Se quedaron petrificados al conocer el triste fin del tío Jonás. Durante muchas semanas no levantaron cabeza y, el recuerdo del ausente, esta vez para siempre, los sumió en una tristeza infinita. Una noche Benjamín sorprendió la conversación de sus padres en la cocina, cuando creían que todos estaban acostados. El hombre le contaba a su mujer que Jonás, su hermano, le había confesado el año anterior, en la visita vacacional que realizaba casi todos los veranos, y que aquel ya no haría, que una gitana de Cádiz le había leído la mano algunos meses antes. Le dijo también que aquella lectura de la “buenaventura” lo había trastornado un tanto, pues la mujer le había predicho que iba a morir en breve y “a causa de las rocas”. No le dijo más, ni cómo ni cuándo. En un principio, el marino no había tomado en consideración lo que él creía una “paparrucha”, pero, con los días, fue recordando que cuando era niño, las rocas del caserío que eran de tamaño considerable, le habían ocasionado varias heridas y hasta la rotura de un brazo cuando jugaba sobre ellas. Por ello, la madre le había dicho, literalmente, “que un día se iba a romper la “crisma”. Y así había ocurrido. No fueron las grandes del caserío, sino las peligrosas rocas de los rompientes canarios las que habían acabado con su vida. Quizá, sentenció Martín, el destino se venga de los que quieren retorcer la línea que la vida les tiene preparada, Jonás no quiso ser agricultor y acabó su vida, antes de tiempo, muy lejos de la tierra que lo vio nacer.

Esta conversación dejó a Benjamín muy afectado, pues, quiso entender que su padre decía que, si su hermano no se hubiera marchado de casa, aún estaría vivo.  

           

4. El Éxodo 

         Pasaron los meses. La vida, dentro de lo que cabe, siguió su curso. Tras realizar todos los trámites pertinentes y enterrarlo en el cementerio de Pueyo, la familia de Jonás recibió una importante cantidad de dinero que, en un primer momento, quedó depositada en un banco. No querían tocarlo. Les parecía que estaba maldito. En invierno, el abuelo Martín, que desde la muerte de su hijo no había levantado cabeza, decidió que no quería sufrir más y se murió. Este fue el detonante para que la familia Zabaldica se planteara dejar aquel lugar donde habían vivido tantas generaciones de antepasados.

 

         Además, tenían el dinero del seguro. Decidieron marcharse y anduvieron buscando en Pamplona y en Tafalla algún negocio que se traspasara y que ellos fueran capaces de sostener. Decidieron mudarse a Tafalla, pues así estarían más cerca del terruño que aún les tiraba. Aprovechando la bonanza económica que se iba produciendo en España y que cada vez la gente disponía de más dinero y aconsejados por un buen abogado que los orientó convenientemente, abrieron una tienda de electrodomésticos.

   La cosa resultó bien, pues era el momento en que todo el mundo comenzaba a comprar lavadoras, frigoríficos, aparatos de radio y, más tarde, televisiones. Prosperaron tanto que, pasados unos años, los hijos abrieron un concesionario de coches, pues este era el nuevo elemento que los españoles compraban y se vendían sin esfuerzo. Benjamín fue el único que no participó de los negocios, pues al ser el más joven, hicieron que estudiara. Primero en Tafalla; luego en Pamplona y, finalmente, ¿qué carrera diréis que decidió seguir el último nacido en el caserío de San Lorenzo? Pues, sí. Habéis acertado: marino. Como su tío Jonás. Estudió en la Escuela Naval Militar de Marín, en Pontevedra y llegó a ser Oficial de la Armada. Siempre procuró seguir el lema que ostenta la fachada de la Escuela: “Honor, Valor, Disciplina, Lealtad”, sobre todo en recuerdo a aquel marino valdorbés, quizá el único hasta él, que fue su tío Jonás Zabaldica Ariamain, hombre inquieto al que, a pesar de su nombre, no derrotó una ballena, sino unas rocas que lo perseguían desde la infancia y, al final, le hicieron pagar caro su espíritu aventurero.

          

¡Buen Camino!

Vale

 



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