Habíamos planeado ir a la Valdorba. Enfrente de Iracheta, en las tierras del Señorío de Iriberri está el monte Besagatz que, con sus 990 mts. de altitud, compite en importancia con la Peña de Unzué y San Pelayo. Además, este lugar tiene el atractivo de que en él se encuentran las hayas
más meridionales de Navarra.
Ya dice el refrán que el hombre propone y.... A las 7,30 horas el cielo está muy encapotado; chispea un poco y para colmo a las 5,30 ha habido fuertes truenos y lluvia. El día viene de tormenta y no es aconsejable meterse en el monte en estas condiciones. Cambiamos de planes. Subiremos andando hasta San Quirico, más allá de Pueyo, visitaremos la presa del molino y bajaremos, mientras podamos, por la orilla del Cidacos hasta la presa Pericueta. Por si acaso, llevamos los paraguas.
Son las 08,00 horas. Magán marca 22º y la farmacia 20º. Carretera de Artajona arriba, evitando pasar por la Plaza para no coincidir con los trasnochadores de las fiestas de la juventud, llegamos a la presa de Recarte. Son las 08,25 horas. El agua no salta. El año no ha sido bueno de lluvias y este verano vamos a sufrir las consecuencias de la sequía. Camino de Macocha adelante llegamos a una pequeña balsa, enfrente de la finca de Benigno Berrio, que recibe las aguas del barranco de Valdetina.
Está completamente seca. Rara vez ha estado así. Unos metros más adelante, el barranco de Landerri, que atraviesa el camino, lleva tiempo sin agua. Cuando subimos a Catalain el mes pasado, ya se había secado. Seguimos caminando hasta llegar a Pueyo. Por la carretera de abajo, que es la que tomamos habitualmente, salimos al cruce que baja a Siete Fuentes. Nosotros nos adentramos por el camino que está justo al lado de las piscinas y que va en dirección a la vía férrea.
Cuando estamos abajo de este camino, divisamos de frente a la izda. la silueta austera y nueva de la ermita.
Cuando termina el camino, por el orillo de una viña emparrada, salimos a una pieza de lavanda. Las flores moradas, los tallos verdes y la tierra oscura, por la humedad de la noche, componen una agradable paleta de colores.
Son las 09,30 horas. Estamos en San Quirico. La ermita, coqueta y humilde, está cerrada. En unas piedras sueltas, mirando hacia el N. nos sentamos y echamos un bocado. La mañana ha cambiado. Al S. está despejando. No anda aire y comienza a hacer calor. El sol en este tiempo puede mucho. De vez en cuando algún tren de mercancías pasa a toda velocidad por la cercana vía y de la abundante vegetación del Cidacos, algunos pájaros, agitados, huyen despavoridos.
Nos acercamos a la presa. En el extremo opuesto a nosotros, todavía salta el agua. Son las 09,50 horas. Bajamos al pequeño remanso que hace la presa y, pisando las piedras que asoman en la débil corriente, pasamos a la otra orilla para subir, no sin dificultad por la cantidad de maleza que ha cerrado la senda, hasta una enorme pieza con las esparragueras a la altura de nuestras cabezas.
Volvemos en dirección S. Abandonamos una chopera fresca y, por unos rastrojos, salimos de nuevo a la carretera que asciende a Pueyo.
A las 10,35 horas estamos en Siete Fuentes. Nos refrescamos y llenamos las cantimploras. Hace calor. Vamos a necesitar toda el agua que llevemos.
Por la orilla de la vía, observamos al otro lado del río un montón de piedras. Dan la impresión de ser una edificación hundida. Juanjo sospecha que ahí tuvo que estar el antiguo molino, movido por las aguas que desviaba la presa que hemos visitado. Salimos a la carretera del invernadero de los Guillén y, cruzando el puente, volvemos otra vez al camino que hemos traído a la mañana. Cuando pasamos de nuevo la finca de Benigno, tomamos el primer camino a la izda. en dirección al río. A izda. y dcha. todo son huertos cuidados con esmero.
En medio de un cañaveral descienden unas escaleras de madera que terminan en el cauce. Ahí está la Presa de Pericueta o de Azpilicueta. Son las 11,35 horas. El agua, aunque sin fuerza, salta la presa. De chavales, en aquellos veranos sin piscina y sin prisas, nos hemos bañado en estas aguas verdes, aunque sin contaminar, en las que lo mismo agarrabas un cangrejo en la orilla, que notabas entre las piernas el inquietante paso de algo largo y extraño que compartía el mismo espacio que tú.
"La presa, río abajo del Molino de Congosto, es la llamada de Azpilcueta o Perikueta, que perdura. El concejo la reformó en 1572, junto con el bocal y acequia, para el molino nuevo de Macocha, el batán construido poco tiempo antes. Antonio de Nabar, conocido hacendado tafallés propietario de una industria similar al otro lado del río, pretendió impedir las obras - por razón que, por hazerse aquella tan alta, con las avenidas del río se represaría el agua y se le impediría el tiro para la de su molino de Congosto y no podría moler-. La Villa le dio garantías de que la obra no le ocasionaría perjuicio alguno" (J.M. Jimeno Jurío)(Toponimia histórico-etnográfica de Tafalla)
Subimos de nuevo las escaleras y volvemos por la orilla de otro huerto al camino. Un hortelano, con sombrero ancho, se acerca y nos saluda. Conversamos con él. Nos dice que la presa salta porque en esta parte del río hay manantíos que lo alimentan. Si no, estaría seco. Él piensa que en verano todavía caerán unos cuantos "nublaos"; no arreglarán el río, pero vienen muy bien para los huertos, para no tener que regarlos cada dos días.
"Tafalla como ciudad se introdujo en la Historia en un año que para ella sería ya para siempre histórico: 1636 (...) Tafalla vivía su vida agrícola -en sus ciclos de siembras, cosechas y vendimia- entre azadas, layas, palas, hoces, guadañas, hachas, podones, con los arados común y de vertedera, fabricando sus trillos con cantos rodados del entonces más abundante Cidacos. Y sobre todo, se aprovechaba de un sistema de regadío, regalo sin duda de la anterior presencia árabe, que aún perdura" (P.M. Flamarique Zaratiegui)(Cajón de sastre tafallés)
Nos despedimos y bajamos en dirección a Recarte. A la sombra de sus plátanos, por la carretera junto al Instituto, entramos en el pueblo. Son las 12,00 horas.
Algunos ociosos están sentados en un banco de madera junto a un bar. Nos miran con curiosidad. Nosotros volvemos por encima de la olvidada acequia del Restañal. Recuerdo que de muy crío, cuando llegar hasta aquí era una aventura, a la que tenías que ir acompañado de un mayor, había unas higueras chumberas que se aprovechaban de las aguas de la acequia. Pasar de San Cristóbal era ya salir al campo.
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