lunes, 13 de enero de 2014

Un jabalí en el Saso




Domingo, 12 de Enero de 2014

Habíamos pensado subir a Orisoain para visitar los robledales de la trasera de San Pelayo, pero la niebla desaconsejó hacer esa excursión. Juanjo me dijo que había estado ayer en el Monte del Conde y que no se veía a "un palmo de narices". ¿Solución? Al Saso. 
Esperemos que no haya mucha niebla y nos deje dar una vuelta por sus caseríos. 
Son las 08,00 horas. Magán marca 8º y la farmacia 6º. 
La niebla, aunque no muy espesa, se ha adueñado de las calles. 
Con el coche atravesamos el Plano y llegamos al Caserío de la Chiquitina.



08,25 horas. La niebla no impide ver los caseríos cercanos. Hemos tenido suerte, vamos a poder dar un paseo largo.  
El camino desciende suavemente buscando las hondonadas del Saso. 
El primer desvío a la dcha. lleva al cruce del Caserío de Gregorio Grande con Lazarau. No nos interesa cogerlo. 
El segundo es el que sube a Gregorico. Subimos por él. A dcha. e izda. el cereal ha nacido. La planta está baja. Aletargada por el frío, soporta los días cortos anhelando la próxima primavera. 





08,50 horas. Caserío de Gregorico. No hay nadie. En el fondo del Saso el cerro de la Navascuesa emerge entre la niebla, como si fuera el último bastión de la muga tafallesa. 
Decidimos ir a Gregorio El Grande. 






En el pinar de al lado, como en las Zorreras y en el Predicadero, están limpiando el monte. Un hombre, al volante de una máquina, recoge con la pluma los tronquillos de pino y los amontona en tronqueras perfectamente ordenadas. 
Bajamos hasta el barranco donde una antigua repoblación de tamarices sobrevive a duras penas. 
El camino inicia un pequeña cuesta y tuerce a la izda. 



En su orilla dcha. nos encontramos con el Corral del Zorrico. Unos buenos refuerzos sujetan sus paredes. La primera vez que pasamos por aquí el Templao y yo, nos picó la curiosidad y nos asomamos a una ventana, en el lado N. De su interior saltó un zorro, asustado, que nos dejó petrificados. 



09,25 horas. Caserío de Gregorio El Grande. Tampoco hay nadie. La balsa tiene mucha agua. El huevo del pozo proyecta su imagen en la superficie del agua, observado por la enorme construcción que es el Caserío. 




Es hora de almorzar. La temperatura, dentro de lo que cabe, es agradable. No hace mucho frío. 







La calma y densidad de la niebla convierten el sitio en un rincón encantador. 
Cuando terminamos de recuperar fuerzas, Juanjo saca cordel y peso para medir la profundidad del pozo. 
El agua llega hasta el tercer escalón de la entrada. 




Lanza el cordel y ¡zas!. El peso toca fondo a 2,60 m de profundidad. Un dato interesante porque nunca sabíamos cuál era la hondura de este pozo. 
Volvemos por el mismo camino y pasamos de nuevo junto al Corral del Zorrico. 










Subimos, otra vez, al Caserío de Gregorico y, por el otro camino, bajamos al  principal que lleva hasta la Cañada. Las ovejas han salido al cercado. Nos miran curiosas, pero cuando nos acercamos, retroceden temerosas, agrupándose sin quitarnos ojo. 






10,35 horas. En el cruce de estos caminos está la Balsa de Justo. También tiene mucha agua. No es de extrañar. El año pasado fue uno de los más lluviosos de los últimos años. En 2013 recogí 813 litros de lluvia, a los que hay que añadir los 272 que cayeron en el último trimestre de 2012. Las balsas y manantíos están todos recuperados. 

"Juanito era unos poquitos años menor que sus dos tíos, pero les trataba de usted. Solían robar huevos y comérselos crudos haciéndoles un agujero en cada punta, hacer natillas, comer chulas y huevos fritos para almorzar, mientras uno de ellos hacía de vigilante, no fuera que apareciese la madre por la puerta. 
El año de la gran nevada, 1917, un joven Antonio, de 18 años, se dirigió a la balsa de "Justo", montado sobre un caballo que le había comprado Isidro a un gitano y cogió ocho perdices para alegría de la familia. 
En vez de hacer la mili, Antonio fue soldado de cuota durante tres meses en Pamplona. Vivía en una pensión, precisamente en la calle San Gregorio. Sus padres le ayudaron dándole 2.000 pesetas" (Los Gregoricos. Raíces tafallesas y genealogía de los Zaratiegui)(Arantxa Marco Hernando).

Por el camino que va hacia un pequeño pinar llegamos a la mitad de una pieza y la atravesamos. 




10,45 horas. En el cerro, rodeado de matas de esparto, se encuentra el Pozo Zacanatero. Juanjo retira las losas y saca el cordel. Lo desliza en su interior y mide: 30 cm de agua. 




Como es un hombre organizado, saca el metro de la mochila y medimos las dimensiones: 1,60 m de diámetro. Vuelve a lanzar el cordel y mide la profundidad del pozo: 2 m. 
Atravesamos la pieza para salir al camino junto al pinar. Avanzamos en dirección E. Llegamos a un cruce y tomamos el de la izda. 
Descendemos cómodamente en dirección N. 





De pronto, del maizal de la dcha., sale un enorme jabalí. Por terreno despejado lo vemos correr en dirección a los maíces que tiene enfrente. Como puedo, le hago una foto mientras se aleja velozmente. Juanjo, a ojímetro, le calcula unos 100 kg de peso.
Cuando llegamos al siguiente cruce, tomamos el camino de la izda. y salimos al  que baja del Plano. 
En la Chiquitina tampoco hay nadie. 
Por el Plano, tres paseantes vuelven la cabeza al oír el coche y nos saludan con la mano. 
Desde la carretera de Miranda echamos un vistazo a los Altos del Planillo. 
Sobre Tafalla, la niebla sigue sin dejar ver el sol. 

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