martes, 28 de julio de 2020

Por la orilla del Ega





Domingo, 26 de julio de 2020


Para los días de mucho calor guardo algunas rutas sombrías y frescas. 
Así podemos seguir saliendo al campo y visitar lugares desconocidos y cercanos. 
Sergismundo me mandó hace tiempo un paseo por las orillas del Ega. 
Los señoríos de Arínzano y de Legardeta están a veinte minutos de Tafalla en coche. 
Hoy andaremos por allí. 
Son las 08:30 horas. Aparcamos en la entrada de la finca del Palacio de Legardeta. 
Nuestro termómetro marca 18º. En el cielo no hay ni una nube. 

Al lado del río, no compres viñas, ni olivos ni caseríos. 

Uff!! Viene día de calor. 
Orillamos la carretera en dirección a Estella y enseguida tomamos un camino que desciende. 
El Iranzu es un humilde regacho que se cruza por un puente. 



La vegetación oscurece el cauce y la frescura llega hasta nosotros envuelta en el suave murmullo del agua. 


Montejurra se asoma imponente y con su antena parece rasgar el limpio lienzo azul 
Las flechas y los mojones con la concha azul nos avisan de que hemos entrado en el Camino de Santiago. 
Junto a grandes campos, ya en rastrojo, nos aproximamos poco a poco hasta el río. 


Lo cruzamos por otro puente y abandonamos la ruta jacobea. 
Cambiar de orilla supone entrar en un lugar especial. 



La estrecha senda discurre por un túnel vegetal.
Los sonidos del río y la frescura del arbolado permiten saborear el paseo.





Una vieja tajadera, medio oculta en una orilla, evoca los aprovechamientos de las abundantes aguas del Ega. 
La senda se acerca a grandes piezas de cereal y se vuelve a ocultar en los sotos. 
09:25 horas. Antigua Central Eléctrica.


Un gran tubo oxidado cruza por encima del camino y nos avisa de su proximidad. 



El edificio, abandonado, alberga en su interior restos de la maquinaria, que nos llenan de asombro.




Seguimos nuestra ruta. 
Entramos en el Señorío de Arínzano. 



Un conjunto de edificios modernos y funcionales conviven con una ermita y una torre antiguas. 
No nos detenemos. Somos conscientes de que estamos en una propiedad privada que, aunque bastante transitada por caminantes y Btt, nos hace sentirnos como unos intrusos. 
Nuestro deseo es molestar lo menos posible. 
El amplio camino nos lleva entre viñedos y algún olivar hasta una presa.
09:45 horas. Presa y almuerzo.



Abandonamos el camino y descendemos unos pocos metros hasta el río. 
Con el rumor de la presa y aprovechando la cantidad de troncos que han depositado las riadas, almorzamos. 



Es un rincón soberbio. A la abundancia de agua hay que añadir la exuberante vegetación. 
Podríamos estar horas en este paraje, pero hay que volver al camino. 
A partir de aquí el trayecto es despejado. 
El sol comienza a calentar a pesar de que es media mañana. 
Algo nos llama la atención. 


Una culebra de escalera ha sido aplastada por algún vehículo o bicicleta.
Tiene buen tamaño. 
Llegamos al coto de pesca. 


Un letrero anuncia, además, la existencia de cangrejos de los denominados "señal". 
El camino continúa entre viñas y algún campo cosechado. 
El río, aunque próximo, se ha alejado de la ruta. 
Echamos de menos sus sombras y su frescura. 
10:30 horas. Puente.




Un hortelano riega sus verduras en un terreno que no tendrá más de un cuartal. 
El ruido monótono de la moto-bomba delata de dónde sale la abundancia del agua. 
Hasta que llegamos a una desviación a la izda., el ir y venir de bicis de montaña es constante. 
Una ligera cuesta asciende por la otra orilla del Ega. 
Veinte minutos más tarde llegamos a una central hidroeléctrica, esta, en pleno rendimiento. 



Nos damos una vuelta contemplando la entrada de las aguas. 
La mañana se ha puesto de calor. 
El sol, vertical, cae inmisericorde sobre nosotros. 




Montejurra, entre los árboles, nos mira en la distancia. 
Seguimos adelante. 
Juanjo llama nuestra atención. 
Entre la abundante vegetación que llena las orillas, nos descubre la flor de orégano





Medio escondidas entre tanta hierba, las pequeñas plantas muestran, con humildad, sus flores lilas. 
El hallazgo da para un rato de conversación.

Entramos de nuevo en la zona en que  se camina junto al río.




Desde este lado, podemos ver la presa en la que hemos almorzado hace un rato. 
Seguimos. 



Unos metros más adelante, llegamos al puente que permite la entrada al Señorío de Arínzano. Tiene un barrera, que está levantada, y una cabina de control. 
Todavía llevamos el río a la izda., que nos permite, de vez en cuando, asomarnos a él y contemplar sus aguas serenas y sombrías.



Estamos a punto de llegar al final de los dos términos. 
11:40 horas. Muga de Legardeta y Arínzano. 




Unos grandes mojones marcan los límites de las dos fincas.



 Vera, la galga, en su infinita curiosidad, ha metido el hocico y otras partes del cuerpo donde no debía. 
Es urgente un buen lavado. 
Llegamos a una balsa que, comprobamos, es profunda. 



Damián, con bastante esfuerzo, consigue meter a Vera en ella y limpiar sus pegajosas patas. 
A las 12:00 horas llegamos donde tenemos aparcados los coches. 
Las cantimploras están casi vacías. 
El calor aprieta.
La excursión ha sido estupenda. Un paseo por un lugar escondido y lleno de vida, de campos y viñas... de cultura. 

En este enlace se puede ver el recorrido de Sergismundo, que hemos seguido nosotros hoy. 



Harina de otro Costapor Juanjo Costa

EL SEÑORÍO DE ARÍNZANO, LOS RÍOS EGA y EGO y UNA CENTRAL ELÉCTRICA OLVIDADA

De este rincón, a orillas del río Ega, casi al final de la carretera que une Tafalla y Estella no tenía yo noticia. Por eso, lo primero es buscar datos y sumergirnos en la historia.
 Según nos dice el Diccionario de Madoz, 1845-1850 (facsímil, Ámbito ediciones, Valladolid 1986): “Es un caserío del valle de la Solana en la provincia de Navarra, merindad y partido judicial de Estella (a 1 legua), término, jurisdicción y feligresía de Aberin (a media legua). Sito en terreno desigual con libre ventilación y clima saludable. Tiene 3 casas de mediana fábrica y con las comodidades que la labranza exige. Confina por el N. con el término de Villatuerta (a 3 cuartos de legua); por el E. con el de Oteiza (a 1 legua); por el S. con el de Aberin (a media legua) y por el O. con el de Echavarri (a 1 cuarto de legua).
El terreno es de buena calidad y se halla fertilizado por las aguas del río Ega, las que también aprovechan los habitantes para consumo de sus casas y abrevadero de los ganados. Produce trigo, cebada, maíz, vino, aceite, legumbres y hortalizas. Sostiene ganado vacuno, mular, de lana y cabrío. Población 4 vecinos y 20 almas. Contribución con Aberin”.
El tomo I de la Gran Enciclopedia Navarra (CAN Pamplona 1990) apunta sobre el mismo lugar: “Arínzano es un caserío de Aberin y antiguo lugar histórico del Valle de la Solana, Merindad de Estella. Situado sobre terreno irregular a orillas del río Ega. Limita al norte con Villatuerta, al sur con tierras de Aberin, al este con Oteiza y al oeste con los picos de Montejurra.
Historia: Antiguo lugar de señorío nobiliario. Se documenta ya en 1055 como sobrenombre locativo del Senior Sancho Fortuñones, que dio heredades en el término al monasterio de Santa María de Iquirre, incorporado luego a la abadía de Irache. Esta última adquirió más adelante varias viñas (1143) y la mitad del “monasterio” local de Santa maría (1158), donada por sus titulares, Gonzalo de Azagra y su esposa María López. El monasterio de Iranzu recibió en el siglo XIII la facultad de extraer en el término las “muelas” necesarias para todas sus “ruedas” o molinos. Las crisis de la siguiente centuria debieron afectar gravemente a la pequeña población, reduciéndola a dos fuegos en 1366 y liberada en 1434 del gravamen de cuarteles. Consta en la copia de 1780 de la nómina de palacios de “cabo de armería”.
Con la reordenación municipal de la primera mitad del siglo XIX se incluyó en el municipio de Aberin. En 1543 era señor de Arínzano el vecino de Estella Jerónimo de Eulate y en 1715 el palacio del lugar pertenecía al mayorazgo de Bidaurreta que poseía Teresa González de Bidaurreta, esposa del marqués de Zabalegui. En el diccionario de la Academia de la Historia, de 1802, ya no consta que esté sometido a régimen señorial.
Arte: En su emplazamiento se levanta la iglesia de San Martín, edificio neoclásico del siglo XIX, que ha sido relacionado con la arquitectura de Ugartemendía y Silvestre Pérez. Se reduce a una sencilla y pequeña nave rectangular cubierta por bóvedas de medio cañón. Su fachada de sillería, ofrece un paramento rectangular cajeado con frontón recto de remate, coronado por esculturas barrocas de guerreros, procedentes del Ayuntamiento de Pamplona; marca su eje una puerta adintelada, bajo guardapolvos. Preside el templo un retablo barroco del siglo XVIII, provisto de columnas salomónicas ricamente decoradas; alberga una talla del titular de la iglesia, de esa misma centuria, y otra de la Virgen con el niño, bella obra renacentista de mediados del siglo XVI. También decoran este recinto diversos lienzos del siglo XVIII. En la sacristía se conserva una talla gótica de San Martín, perteneciente al siglo XIV.
Palacio: En las inmediaciones de la iglesia se localiza el Palacio de cabo de Armería con diversas edificaciones del siglo XVI, ampliadas con otras más modernas, todas ellas dispuestas en torno a un patio. Sobresale una robusta torre de sillería, en cuyo coronamiento aparecen dos esculturas barrocas de héroes mitológicos, compañeras de las citadas en la iglesia.
Hacia 1520 pertenecía a mosén López de Eulate, que se titulaba señor de Arínzano. Otro palaciano del mismo nombre percibía en 1576 un acostamiento de 25.000 maravedís. En 1601 dicha asignación le fue otorgada, con aumento de 5.000 más, a Jerónimo Vélez de Eulate, en atención a los servicios hechos por sus predecesores. Según la relación de la Cámara de Comptos de 1723, pertenecía en esa fecha al marqués de Zabalegui, título creado en 1691 en la persona de Francisco Juániz de Muruzábal y Echálaz. Según el libro de Armería, mosén López de Eulate, consejero del rey don Juan de Labrit, traía por armas a principios del XVI el escudo de Navarra cortado con otro de azur y dos lobos de sable con bordura de doce sotueres de oro”.
Acerca del Señorío en los tiempos actuales, omito toda información porque la podéis hallar abundante en Internet. En el tintero, me queda la pregunta de cómo llegaron a dicho lugar los cíclopes y compañía, procedentes de Pamplona. A resolver en el futuro. También es muy interesante el que fuera lugar de extracción de piedra para fabricar ruedas de molino para las posesiones de este tipo del monasterio de Iranzu. 



2. El Río Ega y el río Ego, una pareja a distancia. “Bizkaia maite” (Benito Lertxundi)
Al hablar de nuestro Ega el tomo IV de la Gran Enciclopedia Navarra (CAN Pamplona 1990). Dice que:
“Curso fluvial de la Navarra Media occidental que nace en el término alavés de Lagrán, a una altitud de 900 m. (…) Su longitud es de 113 km y drena una superficie de 1.497 km²de los que 1.077 pertenecen a Navarra (…) Tiene una altitud media de 681 m. (…) Con un máximo en febrero (67 Hm³) y un mínimo en agosto (10 Hm³). Tiene un promedio de 5 crecidas, fundamentalmente invernales, que afectan a un total de 20 días”.
De sobra es conocido el refrán de cómo se hace varón el río Ebro y en lo que toma parte el río que nos ocupa. Mucho hay escrito sobre él y es fácil informarse sobre su idiosincrasia. A mí, lo que más me llama la atención es que se dice (no recuerdo dónde lo leí) que antes de la época de los Planes de Desarrollo, cuando había una boda en Estella encargaban a alguno de los pescadores, cuasi profesionales, que suministraran las truchas suficientes para el convite. Se llegaban a pescar 75 o 100 para cada evento y, está documentado que alguno de los ejemplares era de tamaño considerable. El cebo más empleado para conseguir estas hazañas era la chipa. En este sentido “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.   
Como asunto curioso he sabido que hay en Vizcaya un río llamado Ego. Cuando menos por su similitud fonética el caso ha despertado mi curiosidad. Más aún si os confieso que su corto recorrido transcurre por las tierras donde nació y creció mi abuelo paterno Manuel Martín Costa Mallaviabarrena, del caserío de Mallaviabarrena, en Ermua.
Ahora recurro a la Wikipedia: “El río Ego es un río situado en el norte de España, en la Cornisa Cantábrica, y es el principal afluente del Deva. Nace en las proximidades del puerto de Trabakua, en las faldas del monte Oiz, en el municipio vizcaíno de Mallavia, y desemboca en el Deva, en el barrio eibarrés de Málzaga. Tiene 15 km de longitud y discurre por los municipios vizcaínos de Mallavia, (no por su casco urbano), Ermua, donde comienza a ser duramente urbano y a estar encauzado y cubierto en algunos tramos, y Zaldívar (por el territorio de este municipio que pertenece a la cuenca del Deva), entrando en Guipúzcoa por Éibar, donde vuelve a ser domesticado hasta el extremo de que, prácticamente, en todo su recorrido por el casco urbano de Éibar está cubierto, volviendo a la luz en los últimos kilómetros del mismo. Desde su entrada a Ermua el río se ve muy afectado en todos sus aspectos: cauce, orillas, aguas (…) La agresión al cauce es extremadamente alta, tanto por las alteraciones de sus orillas debidas al desarrollo urbano e industrial (…) como por la contaminación por vertidos de todo tipo, al propio río Ego y a sus afluentes (…) Al final de su recorrido, ya en Málzaga, el río recupera parte de la naturaleza de sus orillas y se una con el Deva. En este punto tiene 25 metros de anchura (…) Con la construcción de un sistema de recogida de aguas residuales  y su posterior tratamiento, en la planta inaugurada en marzo de 2007 y ubicada en el barrio de Apraiz de Elgóibar, se ha devuelto la limpieza a sus aguas y se espera la recuperación de la vida en ellas(…)
El río Ego, así como algunos de sus afluentes, fueron el suministro de fuerza motriz para muchos molinos y ferrerías, y luego centrales hidroeléctricas, que impulsaron la industria de la localidad. En la Edad Media se creó la institución “Val de Ego” que gestionaba la producción ferrona del valle.
¿Os suena el nombre de algunos lugares que he mencionado? Desgraciadamente, el asunto de la contaminación es de ayer y de hoy.
Cuando le pregunto por sus recuerdos de infancia en el caserío de sus abuelos, cerca del cual discurría este río, mi padre se dispara con sus historias: El barrio Errekatxo de Éibar, donde vivían en casa de los parientes, durante la Guerra Civil; Éibar destruida por las bombas; cómo tenía que subir a por leche al caserío de los abuelos y un kilómetro y le  parecía mucha distancia. La romería a Nuestra Señora de Arrate y el piano que subió el abuelo Manuel Martín al hombro a la dicha ermita. Y cuando también el abuelo tuvo que sacar a su madre de la cocina del caserío, porque bajaba una riada terrible y el agua entró a la cocina y se llevaba a la buena mujer. No se acuerda del año, pero dice que él tenía 7. Siempre termina su historia comentando que un huracán terrible (recordemos que lo vio con ojos de niño) arrancó un pino que crecía cerca del caserío y que era “así de grande” (abre los brazos todo lo que puede). Añade que tenía el tronco tan grueso que “no lo abarcaban cinco hombres” (ya vemos que la hipérbole mantiene una proporción directa con la edad).
Como nació en 1932, todos estos hechos debieron ocurrir ser al final de la guerra, en 1939 o 1940.
           
3. La electricidad y el río (AC/DC: “Highway to Hell”)
            Confieso que una de las cosas que más me ha impresionado del paseo por este “fundus” romano-medieval de Arínzano y aledaños (con el río, las presas, los canales, sus viñas, el privilegiado microclima, las grandes encinas, la riqueza de colorido y de sonido de los sotos, los altos de vegetación tupida y grandes bloques de arenisca, dispersos aquí y allá) ha sido la vieja central eléctrica, abandonada.
Es sabido que uno de los prodigios que se produjeron en el primer tercio del siglo XX fueron las “electras” que se instalaron en gran parte de los cauces navarros y que supusieron el primer contacto con esta fuente de energía que tanto ayudó a mejorar la vida de nuestros abuelos (varias de ellas siguen en funcionamiento todavía). Son las herederas directas de los miles de molinos “de pan traer” que había en la casi totalidad de los pueblos de nuestra querida Navarra. Pero lo de la electricidad era diferente. Uno de mis más profundos recuerdos de la infancia es el de haber ido a pescar a la “Central de Mendigorría”, con mi padre y mis amigos. Aquella casona, abandonada ya, pero a través de la cual transcurría parte de la corriente del río Arga y cuyas corrientes imponían por su fuerza y su contundencia, representan alguno de los más hondos recuerdos que guardo de la fuerza del agua en la naturaleza. No os digo nada si, en aquel tiempo, hubiera sabido que está justo debajo de la ciudad romana de Andelos, cuyo perímetro, aún sin excavar del todo, llega hasta los taludes que bajan hasta el Arga, por aquel lugar.
Pero, volviendo al día que nos ocupa, el entrar en aquella fábrica abandonada y semiderruida y ver los grandes tubos por donde el agua llegaba a las turbinas, los ciclópeos motores gripados por la herrumbre y el desuso, las fuertes diferenciales que aún colgaban de sus soportes en el techo y con las que se movían las pesadas piezas de la maquinaria (por no hablar de cómo la suciedad, la incuria y la vegetación se iban comiendo el orgullo del ingenio humano) me produjo una gran nostalgia y un sincero sentimiento de admiración hacia los hombres que habían sido capaces de transformar las aguas detenidas por una de las magníficas presas que hay en todos nuestros ríos, convenientemente guiadas por un canal, hasta el lugar en que el hierro, el acero y la inteligencia consiguieron vencer, ya para siempre, a las tinieblas nocturnas que tanto aterrorizaron a nuestros ancestros, desde el Paleolítico y aún antes.
Como colofón a este sentido comentario, tres referencias. Primero citar una novela que tiene que ver con las electras, “La última cigüeña”, de Felix Urabayen, escritor navarro cuya obra debería ser más conocida (“El barrio maldito”, sobre los agotes en Arizcun; “Centauros del pirineo”, acerca de los contrabandistas y una novela póstuma de hambre y gastronomía, “Bajo los robles navarros”, amén de otras obras).  
Segundo, el apunte que trae don José maría Iribarren en uno de sus libros. Como escribo de memoria, no sé si es el “Batiburrillo navarro” o “Cajón de sastre”, pero eso no viene al caso, ahora. El Maestro Iribarren, transcribe en una de sus obras, que en la Plaza de don Francisco de Navarra, en fiestas, el ilustre Ayuntamiento tafallés había instalado para alegrar el baile un sinfín de bombillas. El asunto traía de cabeza a dos amigos, que ya llevaban varios días discurriendo cómo podía ser que de la “Electra de Mendigorría”, utilizando agua,  llegase aquel prodigio que hacía encenderse las bombillas (“…sin llama, sin gas, ¿qué misterio era aquel…?). Además, habían oído que se trataba de un “fluido”. Iban comentando el caso y uno de los dos contertulios se fijó en que todo el aparetaje de luces y cables terminaba en uno más grueso que parecía bajar del Alto de Santa Lucía. De pronto, a uno de los dos, seguramente el más “iluminado” por el vino de la Cooperativa Vinícola de Tafalla, que llevaban trasegando toda la tarde, se le “encendió la bombilla” y comenzó a reír:
-       Je, je… jo, jo… (no se podía aguantar).
-       Pero, ¿qué te pasa, chico, te ha dau la reidera u qué? - le espetó el amigo.
-       Je, je… jo, jo – continuaba el beodo- Que ya sé cómo se encienden las bombillas. ¿Ves el cable gordo que llega desde allí arriba?
-       Pues sí, contestó el otro.
-       Pues ¡quiá!, que por ahí llega “el caldico” que enciende las bombillas y que viene desde Mendigorría hasta el alto y “aluego” baja hasta aquí. ¿Lo ves?
El otro, pensativo, no supo qué contestar y dio por buena la teoría de su compañero, quizá por aquello del “fluido”.
(Se supone que, luego, ambos seguirían la ronda, bien “iluminados”, por dentro y por fuera).
            La tercera es muy breve y real “como la vida misma”. Nos la contó un tafallés “de pro”, hijo del protagonista, ejecutor de la “faena”. Por la época en que se popularizó la energía eléctrica, había dos clases de usuarios: a unos, los más pudientes, se les proporcionaba energía durante todo el día y a otros, los más menesterosos, solo por la noche y se desconectaba al amanecer. A esta última modalidad de suministro se la llamaba “la luz de los pobres”. (¿Cualquiera tiempo pasado fue mejor?... Ja). Buen camino. Vale.





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