Este artículo lo publicaron en el nº 223 del 15 de Octubre de 2011 de la revista La Voz de la Merindad.
El 15 de Noviembre pasado, en esta revista, expresé mi malestar por la desaparición de una cruz de piedra en el Mocellaz.
Pequeña y humilde, siempre la habíamos conocido mutilada, llevaba más de 250 años en aquel lugar. Desde su altura, por encima de los pinos de la Carravieja, podía divisar en los días claros la sierra de Codés, a cuyo santuario ofrecía su devoción. Era un testigo mudo de la historia tafallesa. En una ezpuenda de la cañada de Balgorra vio pasar, cada año, los rebaños roncaleses hacia los pastos de invierno. Nos la imaginábamos mirando con asombro el fastuoso cortejo que llevaría Alfonso XII en aquella mañana de domingo de 1875, cuando decidió darse una vuelta a caballo por Sansoain y volver por Pozuelo, o en los años cuarenta del siglo pasado, esquivando las balas que disparaban los soldados acuartelados en Tafalla cuando salían de maniobras. Atenta siempre a las conversaciones de labradores y pastores, temblaría pensando que las obras del ferrocarril llegarían hasta allí. Aún tendría el susto en el cuerpo y vino la autopista. Las obras del canal consiguieron tranquilizarla. Había sobrevivido a tres cortes de la Cañada. Nada le podía ya afectar.
Estaba equivocada. Alguien le echó mano y la desencajó de su base. La dimos por perdida. Y unos días más tarde, se habían llevado incluso la base.
Pero poco antes de Fiestas, un cazador llevó a sus perros a corretear por allí y con asombro vio la pobre piedra tirada en la orilla del camino, cerca de donde había estado siempre. Abandonada con prisas y sola, sin su base.
Me llamó para contarme el hallazgo y al día siguiente me fui a ver el “milagro”.
A los pocos días, para evitar daños mayores, la cargamos en una furgoneta y la pusimos a buen recaudo.
El Patronato de Cultura está al tanto de lo ocurrido. Ahora hay que decidir dónde se coloca esta pequeña joya. Siempre hemos pensado que el mejor sitio para apreciar lo poco que nos queda es donde ha estado siempre. Pero éste es un caso diferente. El camino muere en la orilla del canal. Salvo quienes tengan alguna pieza en cultivo o los cazadores, nadie va a pasar por allí. En mi opinión, no tiene sentido volver a colocarla donde estaba y arriesgarse a un nuevo robo. Un buen lugar podría ser algún parque o rotonda, encima de un pedestal y con una placa que explicase su historia.
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