miércoles, 17 de febrero de 2021

El Corral de las Vacas (Ujué)



Domingo, 14 de febrero de 2021

Volvemos a Ujué. 
Josemari Alcuaz ha preparado una ruta interesante: ir al Corral de las Vacas y volver por el madroñal, visitando un paraje hermoso y poco transitado de este inmenso término. 
Son las 08:30 horas. Aparcamos en las ruinas de la ermita de San Miguel. 

Por San Valentín, el invierno anuncia su fin

El cielo está despejado. Hace frío. Nuestro termómetro marca 1º pero, como no anda apenas aire, al sol la mañana parece agradable. 
En el aparcamiento hay mucha gente. 
Una cuadrilla grande de cazadores se están preparando para dar batidas al jabalí. 
En el grupo hay dos conocidos y les decimos que vamos a pasear por el Vedado y el Corral de las Vacas. 
Nos dicen que no hay ningún problema. Ellos van a cazar por la zona de Mugazuria. 
Hay cuatro o cinco jabalíes que están dando guerra desde hace unos días y quieren acabar con ellos. 
El camino es bueno y apenas tiene barro. 
Descendemos. 
Pasamos junto al alto de las Muelas y seguimos bajando. 
A la izda. del camino vemos una balsa. 


Las abundantes lluvias la han llenado. 
La vegetación es abundante. Entre los encinos y lo enebros se empiezan a ver los primeros madroños. 

Los romeros están florecidos. 
En el cruce de caminos tomamos el de la dcha. 
09:40 horas. Balsa de Medios. 




Está un poco apartada de la ruta. Nos acercamos a echar un vistazo. 
Antes de adentrarnos en el arbolado, volvemos la vista. 





Al fondo, encaramado en su cerro soleado, Ujué comienza a despertar. 
09:55 horas. Corral de las Vacas. 



Cuando lo ves por primera vez, como es nuestro caso, te deja sin palabras. 
Contemplando sus arcos, apreciamos el increíble trabajo que se hizo en su construcción. 



Mikel Burgui en su blog describe la actividad de bueyes y vacas en el Ujué de antaño. Merece la pena pinchar en este enlace El corral de las vacas.

Aprovechamos el lugar para echar un bocado. 
Las vistas desde aquí son una maravilla.


 
El Aurino y el Chinchón a los que tuvimos el gusto de conocer hace tres semanas, se asoman tras los cerros próximos. 




Encima del corral apreciamos la cantera, a la que no podemos subir porque la vegetación lo ha invadido todo. 
Podríamos quedarnos aquí todo el tiempo del mundo, pero tenemos que regresar. 
Giramos a la izda. y nos adentramos en el pinar. 


Pero antes nos despedimos de nuestros "nuevos amigos".
El camino de regreso es fantástico. 
Vamos por la mitad de la ladera. 
Los pinos y los madroños, "modrollos" que les dicen en Ujué, forman un bosque inimaginable. 



A dcha. y a izda. el madroñar nos sorprende por su abundancia. 
Salimos, con pena, al cruce que hemos abandonado a la mañana. 
El terreno despejado ofrece otras vistas también muy interesantes. 




A nuestra izda. se alza el Alto de Capaburros  al que subimos hace casi tres años. 
El día se ha enfriado. Aunque haya subido la temperatura, ha comenzado a mover el bochorno y, gracias al sol, no tenemos que abrigarnos completamente. 
A nuestra dcha. hay un pequeño cerro. Es el alto de Santa Cruz. 
Subimos. Josemari nos cuenta que hubo allí una ermita de la que no quedan más que unos montones de piedras. 




De nuevo en el camino, la torre fortaleza de Ujué se asoma curiosa observando nuestro regreso. 
12:45 horas. En la ermita de San Miguel casi no quedan coches. 




Un grupo de jóvenes se para ante la ermita, mientras una guía, micrófono en ristre, les habla de la fachada y el crismón. 
Nos montamos en el coche y, al pasar por el pueblo, es obligado hacer una parada. 
Compramos un pan cabezón, roscos y algún libro. 
Y nos emplazamos para más excursiones de la mano de nuestro "guía particular" Josemari. 


Harina de otro Costa

por Juanjo Costa.

Una lección de historia en el campo. Trata de cuando las campanas de Ujué salvaron a Pamplona

 

“Mirandoal mapa lloró

Un navarrico en la escuela.

Mirando al mapa lloró,

porque pintaron pequeña

la tierra que tanto dio”

(Jota navarra)

I

Don Virgilio Gurbindo, el maestro de la clase de los mayores, en la escuela de Ujué, encabezaba la pequeña comitiva que abandonaba el pueblo, hacia el sur, por un camino de tierra parda y dura. La pista estaba flanqueada por tomillos, ilagas, matas de manzanilla y escaramujos. Grupos de juncos crecían en los bordes de las pequeñas balsas arcillosas que se abrían por aquí y allá.

Bajo el cielo azul caminaban unos veinticinco mozalbetes, hablando y riendo. Metían tanta bulla que apagaban con sus voces los trinos de las muchas aves que revoloteaban por todas partes, persiguiéndose unas a otras. Ambos barullos, el de los chavales y el de los pájaros era vigilado atentamente por varios aguiluchos que oteaban el suelo con su vuelo geométrico y equilibrado, en busca de alguna presa.

El pueblo iba quedando atrás. Un fragante aroma a primavera vestía aquella mañana de principios de junio. A don Virgilio le recordó el que solía usar Encarna, la maestra de las chicas, que hoy se había quedado con sus alumnas y los más pequeños en la escuela. El buen hombre andaba algo enamorado.

 Ambos docentes eran jóvenes. Don Virgilio, un hombre delgado, moreno, de cara franca y mirada clara, frisaría en los treinta. Su compañera de oficio, una guapa moza de cabellos castaños, ojos verdes y rostro sonrosado, aún era más joven. Había llegado a principios de curso, para sustituir a Doña Elisa, que había fallecido el verano anterior.

El maestro no conocía su edad exacta, pues todavía no habían cruzado más palabras que las necesarias para desempeñar su cometido. A pesar de ello, el hombre pensaba pedir relaciones a la dama a finales de curso, para lo que no faltaba mucho.

El profesor, enfrascado en estos pensamientos, no se percató de que habían llegado a su destino. Una voz le puso al corriente:

-Don Virgilio-dijo uno de los muchachos-, que ya hemos llegado a “Santa Cruz”.

-Gracias, Miguel-respondió el docente-. A ver chicos, ya sabéis lo que os he dicho. Primero almorzaremos. Luego, os dejaré un tiempo de recreo, ¡pero con cuidado, eh!, que ya veis que esto está muy alto y alguno puede rodar pendiente abajo, si se descuida. Más tarde, os contaré una historia que, más o menos, ocurrió por estos lugares hace algo más de doscientos años. Así, que ahora a alimentarse. ¡Qué aproveche!

         Y los alumnos comenzaron a dar cuenta, con buena gana, de lo que les habían puesto sus madres para almorzar. Todos traían algo pues, aunque los tiempos de posguerra no eran excesivamente pródigos, en todas las casas había lo qué comer. Unos, un trozo de pan con chorizo o con chula; otros un puñado de higos secos o de almendras; aquellos algún rosco frito en sartén… Todos tenían con qué aliviarse la gazuza, que a esa edad es compañera siempre presente. También el maestro atacó el bocado que le había puesto la señora Julia, la patrona de la casa en la que estaba de pensión. Y le supo muy bueno. Cuando terminó, parsimoniosamente, se ocupó en liar un cigarro de cuarterón en uno de los papeles amarillentos que sacó del librillo y se lo fumó con deleite.

 

                                                        II

                                     

No fue hasta pasado un rato que, batiendo palmas, llamó a su grey:

- ¡Venga, venga, muetes! ¡Venid aquí y sentaos en semicírculo, a mi alrededor! ¡Así, así, mirando todos hacia el sur, hacia las Bardenas!

El lugar era una pequeña explanada que se abría a la izquierda del camino y desde la que se divisaba un amplio terreno. En cierto modo, dada la altura a la que se encontraban, parecía que estaban en la proa de un barco. A su alrededor, donde quiera que se mirara, se veían colinas, laderas cubiertas de “modrollos” (así llaman a los madroños en Ujué), coscojas y alguna que otra encina. Y rocas, muchas rocas.

En la lejanía montes y más montes. Incluso se perfilaban por el norte, detrás de la sierra de Leire los Pirineos y, por el sur, a la derecha de la larga raya que marcaba las Bardenas Reales, el Moncayo. A ambos lados de la planicie, se abrían pequeños pero profundos valles, moteados por piezas de cereal, que ya amarilleaba. En el fondo aparecían algunos barrancos a cuyas orillas crecían, en ordenadas hileras, estilizados chopos vestidos de verde nuevo. Hacia el norte, a menos de un kilómetro, se alzaba, sólido, el pueblo alrededor de su firme torreón de piedra. El lugar, aunque desnudo de árboles y un tanto pelado, era magnífico.

 

III

Los niños fueron sentando, algunos sobre piedras y otros sobre la hierba. Se pusieron lo más cómodos que permitía el terreno, dispuestos a escuchar lo que el maestro les quisiera decir. El hombre comenzó su lección:

-Bien. Ya sabéis que estamos en un término que se llama Santa Cruz. ¿Quién sabe por qué tiene ese nombre?

La mayoría de los chicos se miraron unos a otros. Uno levantó la mano.

-A ver, Gregorio, -dijo don Virgilio dirigiéndose a él- ¿por qué llamamos así a este paraje?

- Mi padre me dijo que, antiguamente, aquí había una ermita llamada “La Santa Cruz” y que nuestros antepasados bendecían desde aquí los campos el día de la Cruz de mayo. También desde aquí, cuando barruntaban que venía tronada se conjuraba el pedrisco, para que no cayese en el término y se malograse la cosecha o las ovejas.

-Muy bien, Gregorio- respondió el maestro, pensando que aquel muchacho espigado y no muy fuerte, llegaría a ser algo, si le dejaban.

En efecto-siguió el maestro-. Además del “Santuario de La Virgen”, de “La Blanca” y de “San Miguel”, en el término de Ujué hubo otros lugares dedicados al culto, incluso antes del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Hace tres mil años había aldeas prehistóricas, al menos cuatro, diseminadas por aquí y por allá. Ahí, encima de esa colina que está a vuestra izquierda, llamada “Capaburros” se pueden ver los restos de una. Más tarde, los Romanos colonizaron este y otros pueblos y fueron construyendo calzadas, villas y campamentos. De eso hace unos dos mil años. Luego, en la Edad Media se levantó el Santuario al que los últimos reyes y reinas de Navarra acudían con frecuencia. Aun así, a mitades del siglo quince, Ujué estuvo a punto de desaparecer por los muchos años de guerra que padeció Navarra cuando todavía era un Reino. Fue una princesa, llamada Leonor, la que estableció un privilegio para la Villa, de modo que se le perdonaran los impuestos. Ella quería que se conservara el Santuario y así fue. Cuando los Reyes Católicos conquistaron Navarra se abrió un periodo de cierta prosperidad. Pero todo lo bueno tiene su fin en este mundo-continuó el hombre mientras sus alumnos escuchaban atentos. Una suave y cálida brisa, que oreaba de cierzo, hacía que más de una cabeza se inclinara adormecida en un dulce y beatífico sopor producido por el almuerzo y la rítmica cadencia de las palabras del docente-.

 

 

     IV

-No os preocupéis, que ya llegamos- siguió el hombre, haciéndose cargo de la suave modorra que embargaba a algunos-. Hace unos doscientos años murió, en Madrid, un rey de España al que llamaban Carlos II, “El hechizado”.  porque se “embobaba” con cualquier cosa y vivía más en las nubes que sobre la Tierra- y no miro a nadie - aprovechó para decir don Virgilio. Pues bien, murió sin hijos, lo que, en aquellos tiempos, era una gran tragedia para cualquier país. Como no se podía estar mucho tiempo sin rey, el año mil setecientos uno comenzó una guerra que iba a durar catorce años. A un lado había un pretendiente francés, Felipe, nieto del rey más famoso de Francia, Luis Catorce, al que llamaban “El Rey Sol”. En el otro, quería ser rey de España un tal Carlos, de la casa de Austria, enemiga del francés, los dos parientes del rey muerto. El conflicto se desarrolló por toda Europa. Fue la primera gran guerra de la época moderna. Hubo batallas por todo el país y unas regiones se aliaron con los franceses y otra con los austríacos, vaya, que se dividió España en dos, como de costumbre.

-Pero, ¿qué tiene esto que ver con Ujué y con el lugar donde estamos, señor maestro? Madrid está muy lejos y nosotros vivimos aquí, apartados. Yo ni siquiera he ido a Pamplona, todavía. Mi padre me dijo que más allá de nuestra capital a muchos kilómetros, hacia el norte, se llega al mar, que es como el río Aragón, pero sin fin.

-Ten paciencia-Fermín-, que ahora sigo. Nosotros, los navarros, nos pusimos de parte del rey francés, de Felipe, quiero decir. La guerra duró catorce años y, por aquí también hubo sus batallas. La cosa es que los aragoneses se pusieron de parte del otro, de Carlos el Archiduque de Austria. Se armó el gran lío. Como sabéis, cerca de Sangüesa está la muga con Aragón. Luego baja por Cáseda, Gallipienzo y Carcastillo. Como todo lo malo viene de abajo, esa vez también.

Un día, dicen las crónicas que era el diecinueve de diciembre de mil setecientos diez, un gran número de enemigos atacó Sangüesa, Cáseda y Gallipienzo. Todos los paisanos de esos pueblos, y también varios de Ujué, acudieron a defender el puente de Gallipienzo, el más importante por estos contornos. Lo hicieron vigorosamente, con espadas, sables, hoces, mosquetes, pistolas… Cada uno con lo que tenía o lo que conseguía arrebatar al enemigo. En un primer momento, murieron cinco navarros y otros varios fueron hechos prisioneros. El propósito del enemigo era, primero dominar el paso de San Ginés, debajo del monte “Chuchu” alto. Luego Lerga, Eslava y Aibar. Querían llegar hasta Pamplona y conquistarla. Si lo conseguían tenían la guerra ganada. El Archiduque Carlos habría sido proclamado rey de España y la historia de nuestro país, incluso de Europa, habría sido diferente de lo que hemos conocido- aquí la voz del maestro se hizo más grave-. Pero intervinieron los de Ujué.

-¿Qué hicieron, qué hicieron?- preguntaron varias voces al unísono- (llegados a este punto, hasta los que estaban modorros se habían despertado)-.

-Pues veréis. Mandaba las tropas de nuestro pueblo el capitán Sánchez. Cuando este militar se percató del empuje del enemigo, mandó llamar a tres de Ujué. A uno lo envió hacia Lumbier, Urroz y Aoiz, para que diera aviso de lo cerca que estaba el enemigo y lo fuerte que era y formaran compañías de defensa. Al segundo le dijo lo mismo, pero le ordenó que llegara hasta la misma Pamplona. Al tercero lo envió a Ujué para que avisara a los que quedaban en el pueblo y pudieran escapar. Le dio también la orden de que él y algún otro valiente que quisiera quedarse comenzaran a tocar las campanas, a rebato, hasta que se hiciera de noche. Entonces, la gente estaba acostumbrada a ir de un lugar a otro andando. Y, como ya sabéis, especialmente los de Ujué, pues para ir a los muchos corrales que se diseminan por el término andaban varios kilómetros todos los días.

- Y, ¿se acabó la guerra? -preguntó uno de los chicos ansioso por conocer el desenlace de la historia-.

- No, claro que no- respondió don Virgilio-. En aquella época las cosas se hacían más despacio que ahora. Los tres ujuetarras cumplieron su misión. Por tierras de Aoiz y de Pamplona la Diputación de Navarra llamó a todos los hombres “a Fuero”, o sea a luchar. Los armó y los instruyó.

Los de San Martín, al oír que las campanas de Ujué tocaban a rebato, avisaron a los de Olite y Tafalla. Todos los pueblos fueron corriendo la voz de lo que se les venía encima. Consiguieron prepararse a tiempo. Hubo muchas escaramuzas por toda la línea que va desde Tafalla a Aoiz, pasando por la Baldorba, pero, no sin esfuerzo, los navarros consiguieron, primero, parar la ofensiva y, luego, hacer que el enemigo fuera retrocediendo. El día cinco de enero de mil setecientos once, el enemigo fue arrojado de Navarra para siempre. Incluso consiguieron tomar la villa de Sos, en territorio aragonés. La Diputación felicitó a todos los pueblos y procuró ayudar a aquellos que habían sufrido desmanes y saqueos.

Felipe de Borbón fue proclamado rey, con el nombre de Felipe Quinto. Castigó a los que se habían opuesto a su reinado y hasta cedió varios territorios a otros países. Comenzó la dinastía de los Borbones, de los que habría mucho que hablar. Pero esa es una historia que dejaremos para otro día.

A Navarra le fue bien, pues mantuvo sus Fueros. Durante muchos años hubo paz por nuestra zona y las gentes pudieron prosperar.

Debemos mucho a los que nos precedieron. También, daos cuenta de todo lo que ocurrió por las tierras que nos rodean. Parece que, en ellas, todo es calma y quietud, pero no. Esta historia no es la única que ocurrió a orillas del río Aragón. Pero esa lección queda para más adelante. Pensad en lo que habéis oído y, si se os ocurren preguntas, las apuntáis y las resolveremos en clase. Ahora, vámonos que por hoy ya es bastante. Va a ser el Ángelus y tenemos que volver al pueblo. ¡En marcha!

        

¡Buen camino! Vale.

 


1 comentario:

  1. Buen paseo y buena descripción del mismo. Me gusta esa faceta literaria de Juanjo que en este caso se basa en un hecho verídico ocurrido en 1710. Ya hablé de ese sucedido en mi blog hace años. https://ujue-uxue.blogspot.com/2009/03/la-guerra-de-sucesion-espanola-y-sus.html

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