Harina de otro Costal
por Juanjo Costa.
Una
lección de historia en el campo. Trata de cuando las
campanas de Ujué salvaron a Pamplona
Un
navarrico en la escuela.
Mirando al
mapa lloró,
porque
pintaron pequeña
la tierra
que tanto dio”
(Jota
navarra)
Don
Virgilio Gurbindo, el maestro de la clase de los mayores, en la escuela de Ujué,
encabezaba la pequeña comitiva que abandonaba el pueblo,
hacia el sur, por un camino de tierra parda y dura. La pista estaba flanqueada
por tomillos, ilagas, matas de manzanilla y escaramujos. Grupos de juncos
crecían en los bordes de las pequeñas balsas arcillosas que se abrían por aquí
y allá.
Bajo el cielo azul caminaban
unos veinticinco mozalbetes, hablando y riendo. Metían tanta bulla que apagaban
con sus voces los trinos de las muchas aves que revoloteaban por todas partes,
persiguiéndose unas a otras. Ambos barullos, el de los chavales y el de los
pájaros era vigilado atentamente por varios aguiluchos que oteaban el suelo con
su vuelo geométrico y equilibrado, en busca de alguna presa.
El pueblo iba quedando
atrás. Un fragante aroma a primavera vestía aquella mañana de principios de
junio. A don Virgilio le recordó el que solía usar Encarna, la maestra de las
chicas, que hoy se había quedado con sus alumnas y los más pequeños en la
escuela. El buen hombre andaba algo enamorado.
Ambos docentes eran jóvenes. Don Virgilio, un
hombre delgado, moreno, de cara franca y mirada clara, frisaría en los treinta.
Su compañera de oficio, una guapa moza de cabellos castaños, ojos verdes y rostro
sonrosado, aún era más joven. Había llegado a principios de curso, para
sustituir a Doña Elisa, que había fallecido el verano anterior.
El maestro no conocía
su edad exacta, pues todavía no habían cruzado más palabras que las necesarias
para desempeñar su cometido. A pesar de ello, el hombre pensaba pedir
relaciones a la dama a finales de curso, para lo que no faltaba mucho.
El profesor, enfrascado
en estos pensamientos, no se percató de que habían llegado a su destino. Una
voz le puso al corriente:
-Don
Virgilio-dijo uno de los muchachos-, que ya hemos llegado a “Santa Cruz”.
-Gracias,
Miguel-respondió el docente-. A ver chicos, ya sabéis lo que os he dicho.
Primero almorzaremos. Luego, os dejaré un tiempo de recreo, ¡pero con cuidado,
eh!, que ya veis que esto está muy alto y alguno puede rodar pendiente abajo,
si se descuida. Más tarde, os contaré una historia que, más o menos, ocurrió
por estos lugares hace algo más de doscientos años. Así, que ahora a
alimentarse. ¡Qué aproveche!
Y los alumnos comenzaron a dar cuenta,
con buena gana, de lo que les habían puesto sus madres para almorzar. Todos
traían algo pues, aunque los tiempos de posguerra no eran excesivamente
pródigos, en todas las casas había lo qué comer. Unos, un trozo de pan con
chorizo o con chula; otros un puñado de higos secos o de almendras; aquellos
algún rosco frito en sartén… Todos tenían con qué aliviarse la gazuza, que a
esa edad es compañera siempre presente. También el maestro atacó el bocado que
le había puesto la señora Julia, la patrona de la casa en la que estaba de
pensión. Y le supo muy bueno. Cuando terminó, parsimoniosamente, se ocupó en
liar un cigarro de cuarterón en uno de los papeles amarillentos que sacó del
librillo y se lo fumó con deleite.
II
No fue hasta pasado un
rato que, batiendo palmas, llamó a su grey:
-
¡Venga, venga, muetes! ¡Venid aquí y sentaos en semicírculo, a mi alrededor!
¡Así, así, mirando todos hacia el sur, hacia las Bardenas!
El lugar era una
pequeña explanada que se abría a la izquierda del camino y desde la que se
divisaba un amplio terreno. En cierto modo, dada la altura a la que se
encontraban, parecía que estaban en la proa de un barco. A su alrededor, donde
quiera que se mirara, se veían colinas, laderas cubiertas de “modrollos” (así
llaman a los madroños en Ujué), coscojas y alguna que otra encina. Y rocas,
muchas rocas.
En la lejanía montes y
más montes. Incluso se perfilaban por el norte, detrás de la sierra de Leire
los Pirineos y, por el sur, a la derecha de la larga raya que marcaba las
Bardenas Reales, el Moncayo. A ambos lados de la planicie, se abrían pequeños pero
profundos valles, moteados por piezas de cereal, que ya amarilleaba. En el
fondo aparecían algunos barrancos a cuyas orillas crecían, en ordenadas
hileras, estilizados chopos vestidos de verde nuevo. Hacia el norte, a menos de
un kilómetro, se alzaba, sólido, el pueblo alrededor de su firme torreón de
piedra. El lugar, aunque desnudo de árboles y un tanto pelado, era magnífico.
III
Los niños fueron
sentando, algunos sobre piedras y otros sobre la hierba. Se pusieron lo más
cómodos que permitía el terreno, dispuestos a escuchar lo que el maestro les
quisiera decir. El hombre comenzó su lección:
-Bien.
Ya sabéis que estamos en un término que se llama Santa Cruz. ¿Quién sabe por
qué tiene ese nombre?
La
mayoría de los chicos se miraron unos a otros. Uno levantó la mano.
-A
ver, Gregorio, -dijo don Virgilio dirigiéndose a él- ¿por qué llamamos así a
este paraje?
-
Mi padre me dijo que, antiguamente, aquí había una ermita llamada “La Santa
Cruz” y que nuestros antepasados bendecían desde aquí los campos el día de la
Cruz de mayo. También desde aquí, cuando barruntaban que venía tronada se
conjuraba el pedrisco, para que no cayese en el término y se malograse la
cosecha o las ovejas.
-Muy
bien, Gregorio- respondió el maestro, pensando que aquel muchacho espigado y no
muy fuerte, llegaría a ser algo, si le dejaban.
En
efecto-siguió el maestro-. Además del “Santuario de La Virgen”, de “La Blanca”
y de “San Miguel”, en el término de Ujué hubo otros lugares dedicados al culto,
incluso antes del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Hace tres mil años
había aldeas prehistóricas, al menos cuatro, diseminadas por aquí y por allá.
Ahí, encima de esa colina que está a vuestra izquierda, llamada “Capaburros” se
pueden ver los restos de una. Más tarde, los Romanos colonizaron este y otros
pueblos y fueron construyendo calzadas, villas y campamentos. De eso hace unos
dos mil años. Luego, en la Edad Media se levantó el Santuario al que los
últimos reyes y reinas de Navarra acudían con frecuencia. Aun así, a mitades
del siglo quince, Ujué estuvo a punto de desaparecer por los muchos años de
guerra que padeció Navarra cuando todavía era un Reino. Fue una princesa,
llamada Leonor, la que estableció un privilegio para la Villa, de modo que se
le perdonaran los impuestos. Ella quería que se conservara el Santuario y así
fue. Cuando los Reyes Católicos conquistaron Navarra se abrió un periodo de
cierta prosperidad. Pero todo lo bueno tiene su fin en este mundo-continuó el hombre
mientras sus alumnos escuchaban atentos. Una suave y cálida brisa, que oreaba
de cierzo, hacía que más de una cabeza se inclinara adormecida en un dulce y
beatífico sopor producido por el almuerzo y la rítmica cadencia de las palabras
del docente-.
IV
-No os
preocupéis, que ya llegamos- siguió el hombre, haciéndose cargo de la suave
modorra que embargaba a algunos-. Hace unos doscientos años murió, en Madrid,
un rey de España al que llamaban Carlos II, “El hechizado”. porque se “embobaba” con cualquier cosa y
vivía más en las nubes que sobre la Tierra- y no miro a nadie - aprovechó para
decir don Virgilio. Pues bien, murió sin hijos, lo que, en aquellos tiempos,
era una gran tragedia para cualquier país. Como no se podía estar mucho tiempo
sin rey, el año mil setecientos uno comenzó una guerra que iba a durar catorce
años. A un lado había un pretendiente francés, Felipe, nieto del rey más famoso
de Francia, Luis Catorce, al que llamaban “El Rey Sol”. En el otro, quería ser
rey de España un tal Carlos, de la casa de Austria, enemiga del francés, los
dos parientes del rey muerto. El conflicto se desarrolló por toda Europa. Fue la
primera gran guerra de la época moderna. Hubo batallas por todo el país y unas
regiones se aliaron con los franceses y otra con los austríacos, vaya, que se
dividió España en dos, como de costumbre.
-Pero, ¿qué
tiene esto que ver con Ujué y con el lugar donde estamos, señor maestro? Madrid
está muy lejos y nosotros vivimos aquí, apartados. Yo ni siquiera he ido a
Pamplona, todavía. Mi padre me dijo que más allá de nuestra capital a muchos
kilómetros, hacia el norte, se llega al mar, que es como el río Aragón, pero
sin fin.
-Ten
paciencia-Fermín-, que ahora sigo. Nosotros, los navarros, nos pusimos de parte
del rey francés, de Felipe, quiero decir. La guerra duró catorce años y, por
aquí también hubo sus batallas. La cosa es que los aragoneses se pusieron de
parte del otro, de Carlos el Archiduque de Austria. Se armó el gran lío. Como
sabéis, cerca de Sangüesa está la muga con Aragón. Luego baja por Cáseda,
Gallipienzo y Carcastillo. Como todo lo malo viene de abajo, esa vez también.
Un día,
dicen las crónicas que era el diecinueve de diciembre de mil setecientos diez,
un gran número de enemigos atacó Sangüesa, Cáseda y Gallipienzo. Todos los
paisanos de esos pueblos, y también varios de Ujué, acudieron a defender el
puente de Gallipienzo, el más importante por estos contornos. Lo hicieron
vigorosamente, con espadas, sables, hoces, mosquetes, pistolas… Cada uno con lo
que tenía o lo que conseguía arrebatar al enemigo. En un primer momento,
murieron cinco navarros y otros varios fueron hechos prisioneros. El propósito
del enemigo era, primero dominar el paso de San Ginés, debajo del monte
“Chuchu” alto. Luego Lerga, Eslava y Aibar. Querían llegar hasta Pamplona y
conquistarla. Si lo conseguían tenían la guerra ganada. El Archiduque Carlos
habría sido proclamado rey de España y la historia de nuestro país, incluso de
Europa, habría sido diferente de lo que hemos conocido- aquí la voz del maestro
se hizo más grave-. Pero intervinieron los de Ujué.
-¿Qué
hicieron, qué hicieron?- preguntaron varias voces al unísono- (llegados a este
punto, hasta los que estaban modorros se habían despertado)-.
-Pues
veréis. Mandaba las tropas de nuestro pueblo el capitán Sánchez. Cuando este
militar se percató del empuje del enemigo, mandó llamar a tres de Ujué. A uno
lo envió hacia Lumbier, Urroz y Aoiz, para que diera aviso de lo cerca que
estaba el enemigo y lo fuerte que era y formaran compañías de defensa. Al
segundo le dijo lo mismo, pero le ordenó que llegara hasta la misma Pamplona.
Al tercero lo envió a Ujué para que avisara a los que quedaban en el pueblo y
pudieran escapar. Le dio también la orden de que él y algún otro valiente que
quisiera quedarse comenzaran a tocar las campanas, a rebato, hasta que se
hiciera de noche. Entonces, la gente estaba acostumbrada a ir de un lugar a
otro andando. Y, como ya sabéis, especialmente los de Ujué, pues para ir a los
muchos corrales que se diseminan por el término andaban varios kilómetros todos
los días.
- Y, ¿se
acabó la guerra? -preguntó uno de los chicos ansioso por conocer el desenlace
de la historia-.
- No, claro
que no- respondió don Virgilio-. En aquella época las cosas se hacían más
despacio que ahora. Los tres ujuetarras cumplieron su misión. Por tierras de
Aoiz y de Pamplona la Diputación de Navarra llamó a todos los hombres “a Fuero”,
o sea a luchar. Los armó y los instruyó.
Los de San
Martín, al oír que las campanas de Ujué tocaban a rebato, avisaron a los de
Olite y Tafalla. Todos los pueblos fueron corriendo la voz de lo que se les
venía encima. Consiguieron prepararse a tiempo. Hubo muchas escaramuzas por
toda la línea que va desde Tafalla a Aoiz, pasando por la Baldorba, pero, no
sin esfuerzo, los navarros consiguieron, primero, parar la ofensiva y, luego,
hacer que el enemigo fuera retrocediendo. El día cinco de enero de mil
setecientos once, el enemigo fue arrojado de Navarra para siempre. Incluso
consiguieron tomar la villa de Sos, en territorio aragonés. La Diputación
felicitó a todos los pueblos y procuró ayudar a aquellos que habían sufrido
desmanes y saqueos.
Felipe de
Borbón fue proclamado rey, con el nombre de Felipe Quinto. Castigó a los que se
habían opuesto a su reinado y hasta cedió varios territorios a otros países.
Comenzó la dinastía de los Borbones, de los que habría mucho que hablar. Pero
esa es una historia que dejaremos para otro día.
A Navarra
le fue bien, pues mantuvo sus Fueros. Durante muchos años hubo paz por nuestra
zona y las gentes pudieron prosperar.
Debemos
mucho a los que nos precedieron. También, daos cuenta de todo lo que ocurrió
por las tierras que nos rodean. Parece que, en ellas, todo es calma y quietud,
pero no. Esta historia no es la única que ocurrió a orillas del río Aragón.
Pero esa lección queda para más adelante. Pensad en lo que habéis oído y, si se
os ocurren preguntas, las apuntáis y las resolveremos en clase. Ahora, vámonos
que por hoy ya es bastante. Va a ser el Ángelus y tenemos que volver al pueblo.
¡En marcha!
¡Buen
camino! Vale.
Buen paseo y buena descripción del mismo. Me gusta esa faceta literaria de Juanjo que en este caso se basa en un hecho verídico ocurrido en 1710. Ya hablé de ese sucedido en mi blog hace años. https://ujue-uxue.blogspot.com/2009/03/la-guerra-de-sucesion-espanola-y-sus.html
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